Capítulo 9 El club

Heinz era consciente de que no estaba actuando de manera convencional, pero algo en lo profundo de su ser le decía que esto era lo correcto. No tenía malas intenciones, pero su deseo de protegerla, de estar cerca de ella, de hacerla suya de una manera que nadie más pudiera, lo impulsaba a seguir adelante.

Mientras se dirigían al club privado que Ha-na había mencionado, Heinz no pudo evitar pensar en lo surrealista de la situación. Apenas unas horas antes, ella estaba a punto de casarse con otro hombre, y ahora estaba con él, buscando refugio en el alcohol para calmar su dolor. Había una parte de él que se sentía culpable por estar feliz de que el prometido de Ha-na la hubiera dejado plantada. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que, de alguna manera, las cosas habían salido como debían. Ahora, ella estaba allí, con él. No la había perdido.

Al llegar, el sitio se manifestaba elegante, pues reservado para la élite. Las luces eran tenues, una mezcla de neones azules y púrpuras que creaban una atmósfera íntima. La música era suave, una mezcla de jazz contemporáneo y ritmos electrónicos que vibraban en el aire, acompañando el murmullo de las conversaciones dispersas. El lugar estaba decorado con sofás de cuero negro y mesas de vidrio, con botellas caras de licor que descansaban en los estantes iluminados tras la barra.

Una camarera los llevó a una sección privada, un pequeño espacio alejado del bullicio principal, donde podrían tener algo de intimidad. Las luces eran aún más tenues allí, apenas suficientes para distinguir las formas, pero lo suficientemente suaves para crear una atmósfera de relajación y comodidad. Heinz le ofreció a Ha-na un asiento en uno de los sofás, y se sentó a su lado, cuidando de mantener una distancia respetuosa.

Ella comenzó a beber casi de inmediato, tomando la primera copa que le sirvieron sin pensarlo dos veces. Era evidente que estaba tratando de escapar, de ahogar sus emociones en el alcohol. Heinz, por su parte, bebía con moderación. Su intención no era embriagarse, sino estar presente, asegúrese de que ella estuviera bien. Sabía que no podía detenerla; Después de todo, Ha-na necesitaba lidiar con su dolor a su manera.

A medida que las copas se acumulaban, Ha-na comenzó a soltarse un poco más. Sus movimientos eran más relajados, y su rostro, aunque aún mostraban rastros de la tristeza que la consumía, comenzaba a suavizarse. Heinz la observaba en silencio, sin intervenir, simplemente siendo un testigo de su dolor. Cada tanto, ella levantaba la mirada y lo encontraba a él, observándola con una mezcla de preocupación y algo más... algo que no podía identificar del todo.

-¿Por qué me está cuidando? -se preguntó Ha-na en medio de una nube de confusión.

Ha-na todavía no entendía quién era ese hombre ni por qué había aparecido en su vida en un momento tan tormentoso. Pero había algo en él que la hacía sentir segura, a pesar de que no podía recordar nada sobre él. ¿Podría ser cierto lo que había dicho? ¿Realmente lo había olvidado?

Hierse se hallaba atrapado entre el deseo y el deber. Verla ahí, tan desenfrenada y tan hermosa, despertaba en él emociones que había mantenido bajo control durante años. Pero no podía aprovecharse de la situación. Ella no estaba en su mejor momento. Por mucho que deseara besarla de nuevo, sosteniéndola entre sus brazos y decirle lo mucho que la había amado en secreto, debía ser paciente y esperar a que esas memorias volverían a ella.

-Esto no está bien -dijo él de manera sensata.

Heinz la vio llevarse otra copa a los labios. Pero también sabía que no podía forzarla a enfrentar lo que estaba sintiendo. Tendría que ser ella quien decidiría cuándo y cómo quería lidiar con su dolor.

La música continuaba, creando un ambiente que casi parecía de después. Las luces de colores bailaban suavemente sobre las paredes, mientras el sonido bajo de los instrumentos llenaba el aire con una cadencia relajante. En medio de todo, Heinz solo tenía ojos para Ha-na. Era como si el resto del mundo hubiera dejado de existir. No podía apartar la vista de ella, de su forma delicada, de la manera en que sus ojos marrones brillaban bajo la luz tenue. Cada vez que ella le lanzaba una mirada fugaz, una presión se iniciaba en su torso con más fuerza.

Las horas pasaban lentamente, y aunque Ha-na seguía bebiendo, parecía estar más tranquila ahora. Había dejado de llorar, aunque aún se podía ver la tristeza en sus ojos. Heinz se inclinó hacia ella en un momento, ofreciéndole su mano de manera instintiva, como un pequeño gesto de consuelo. Ella la miró por un momento, sus labios temblaron ligeramente como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, tomó su mano, sorprendida por lo cálido y firme que se sentía.

Ese simple contacto envió un escalofrío por la columna de Ha-na. No entendía por qué, pero había algo en la forma en que la tocaba que la hacía sentir más segura. Sin embargo, no podía negar que también había algo desconcertante en él, una intensidad que la hacía sentir que estaba jugando con fuego.

Heinz llamó a su chofer y otro de sus empleados para que viniera a recogerlos y el otro para conducir el Ferrari. Había tomado, por lo que no podía manejar. Así, cargó a Ha-na en sus brazos con el vestido de novia blanco, el velo y los zapatos deportivos. Era como si fuera su esposa, pero por desgracia, ella estaba sufriendo por otro hombre que le había roto el corazón y el alma. La dejó en el asiento trasero y le puso el cinturón de seguridad. Se sentó al lado de ella y el chofer inició el viaje.

Al llegar al rascacielos, la levantó de nuevo. No pudo evitar una oleada de emociones mientras sostenía a Ha-na en sus brazos. Aunque su cuerpo era ligero y frágil, el peso de la situación era inmenso. Allí estaba, una mujer que había amado en secreto durante años, rota por un hombre que no la merecía. Cada paso que daba hacia el ascensor, con ella acunada contra su pecho, sentía la dualidad de su propio ser: por un lado, deseaba protegerla, consolarla en su dolor, pero por otro, no podía evitar sentirse egoísta por estar feliz de tenerla en su vida bajo estas circunstancias.

El elevador subía lentamente. En su mente, las imágenes de la boda frustrada, de Ha-na llorando, y de la manera en que lo había mirado con confusión se entrelazaban. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo era posible que estuviera en esta situación tan surrealista, cargando a la mujer que siempre había deseado en sus brazos, mientras ella sufría por otro hombre?

            
            

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