La esposa despreciada del CEO
img img La esposa despreciada del CEO img Capítulo 2 Asistente
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Capítulo 6 Que todos lo sepan img
Capítulo 7 Luna de Miel img
Capítulo 8 Nueva Vida img
Capítulo 9 Visitante oculto img
Capítulo 10 SOMBRAS EN EL HORIZONTE img
Capítulo 11 PROMESAS BAJO LA SOMBRA img
Capítulo 12 Venganza img
Capítulo 13 Perplejos img
Capítulo 14 No te metas con Javier Santos img
Capítulo 15 Disfruta mientras puedas, Ana img
Capítulo 16 El miedo de Melissa img
Capítulo 17 El miedo de Ana y la promesa de Javier img
Capítulo 18 La Amenaza Silenciosa img
Capítulo 19 El Juego de Melissa Comienza img
Capítulo 20 Tormenta en el horizonte img
Capítulo 21 Verdades y mentiras img
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Capítulo 2 Asistente

El mayordomo la observaba con la postura rígida y las manos entrelazadas detrás de la espalda. Sus palabras eran cortantes, como si la instrucción fuera más un mandato que una cortesía.

-Por favor, acompáñeme.

Ana Victoria lo siguió a través de un pasillo alfombrado que amortiguaba el sonido de sus pasos. Al entrar a la habitación que le habían asignado, se quedó sin palabras. Era enorme, con una cama de tamaño king cubierta por sábanas de satén y cojines de terciopelo. Un armario de madera tallada ocupaba casi toda una pared, y los muebles brillaban bajo la luz de una enorme lámpara de cristal. Las cortinas de encaje y terciopelo añadían un toque de lujo que le resultaba extraño.

Sus pensamientos se detuvieron cuando recordó su vieja habitación: un espacio oscuro y pequeño que compartía primero con los demás sirvientes y, más tarde, con trastos que Anabella no quería ver. Su colchón gastado y su vida de servicio contrastaban violentamente con esta nueva realidad.

-Antes de conocer al señor Santos, deberá darse una ducha -dijo el mayordomo, su tono marcando que aquello no era negociable. Señaló una puerta al lado derecho-. Ahí está el baño.

Ana Victoria asintió, todavía desconcertada por la situación.

-En el armario encontrará ropa apropiada para esta noche. La ropa que lleva puesta ahora deberá dejarla en el depósito de basura.

Ana miró su atuendo: un pantalón de mezclilla desgastado, una blusa sencilla y unos zapatos viejos que habían soportado más kilómetros de los que podía recordar. Se sintió avergonzada, pero también furiosa por la humillación implícita en las palabras del mayordomo.

-¿Entendido? -insistió el hombre.

-Sí -respondió Ana con la voz apagada.

El mayordomo la acompañó al baño y le mostró un estante cuidadosamente organizado con jabones, aceites y sales de baño.

-El señor Santos insiste en mantener estándares impecables. Utilice este jabón de lavanda para el cuerpo, esta espuma para la bañera y estas sales para relajar los músculos. Cada producto tiene su propósito, así que asegúrese de usarlos correctamente.

Ana se limitó a asentir mientras el hombre le explicaba con detalle cómo debía preparar el baño. Aunque no lo demostraba, cada palabra del mayordomo le hacía sentir más como una intrusa en este lugar.

Cuando terminó, el hombre señaló hacia el armario.

-Elija el vestido que prefiera para esta noche. Pero asegúrese de que sea uno acorde a la ocasión. El señor Santos prefiere tonalidades sobrias.

Ana abrió las puertas del armario, y su respiración quedó atrapada en su pecho. La cantidad de vestidos era abrumadora: desde prendas sencillas pero elegantes hasta elaborados vestidos de gala. Había colores que iban desde el blanco más puro hasta el negro más profundo, pasando por tonos cálidos como el rojo y el dorado.

"¿Cuánto dinero costaría todo esto?", pensó mientras deslizaba la mano sobre las telas suaves y lujosas.

-No tiene toda la noche -le recordó el mayordomo desde la puerta.

Ana eligió un vestido negro sencillo, con un diseño elegante pero no demasiado llamativo. Era lo más seguro, pensó. Después, con un último vistazo al mayordomo, cerró la puerta del baño tras de sí.

Mientras se preparaba, cada movimiento le parecía una mezcla de resignación y rebeldía. Se sentía como una pieza en un juego del que no conocía las reglas, pero una cosa era segura: este sería el comienzo de algo que no podía controlar. El agua caliente llenaba la bañera y el aroma de la lavanda llenó el baño. Pero en su interior, Ana no sentía calma, solo una creciente sensación de que el infierno había comenzado y no tenía escapatoria.

Cuando salió del baño, el vestido negro se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Se sentía extraña, como si no fuera ella misma. El mayordomo asintió en señal de aprobación.

-El señor Santos la espera. Sígame, por favor.

Con el corazón latiendo con fuerza, Ana Victoria dio el primer paso hacia lo desconocido.

Al llegar hasta la puerta del estudio, el mayordomo golpeó suavemente. Una voz profunda respondió desde el interior, autorizando la entrada. El mayordomo abrió la puerta e hizo un gesto para que Ana Victoria pasara. Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue la atmósfera sobria del lugar: estanterías repletas de libros, muebles de madera oscura y un amplio escritorio de vidrio tras el cual había una pantalla que emitía un tenue resplandor.

Javier Santos estaba detrás de esa pantalla, sentado en una silla especialmente diseñada para él. La pantalla, con un movimiento automatizado, se deslizó hacia un lado, revelando a Javier. Su rostro, firme y analítico, observó a Ana Victoria con intensidad, sus ojos siendo la única herramienta para transmitir emociones.

El mayordomo hizo una ligera reverencia y salió de la habitación, cerrando la puerta con un suave clic.

-¿Sabes por qué estás aquí? -preguntó Javier con voz neutral, sin mostrar emociones.

Ana Victoria sostuvo su mirada, aunque el corazón le latía con fuerza.

-Sí -respondió con un hilo de voz-. Mi padre me ha vendido a usted para mantener sus lujos. Ahora soy su esposa.

Javier no reaccionó de inmediato. Se limitó a observarla con la misma calma calculadora que mantenía siempre.

-Mi equipo de asesores llegó a un acuerdo con tu padre -comenzó, con una serenidad inquietante-. Me prometieron a la hija mayor. Sin embargo, te enviaron a ti. Pedí que investigaran y descubrí que en tu familia eres menospreciada.

Ana Victoria bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

-Mi vida no es importante... -murmuró.

-Tu vida tiene más valor de lo que imaginas -replicó Javier, con un ligero cambio en su tono, casi como si intentara enfatizar su punto-. Necesito que firmes esto. -Con una inclinación sutil de su cabeza, señaló un documento en el escritorio, junto a un bolígrafo-. Con esta firma, oficialmente serás mi esposa. Puedes elegir quedarte aquí y ser mi asistente personal o regresar con tu familia.

La idea de regresar la aterrorizaba. Sabía lo que significaría enfrentarse a las represalias de su padre y al odio de su madrastra y hermanos. Cerró los ojos por un momento, tomó una respiración profunda y, sin decir una palabra, tomó la pluma y firmó el documento con un trazo firme.

-No tengo opciones. Regresar no es una opción para mí.

Javier desvió la mirada hacia el documento, que ahora oficializaba su vínculo.

-A partir de mañana, estarás bajo mi supervisión. Aprenderás a ser mi asistente personal. Eres la persona perfecta para este papel: no tienes nada que perder y ahora tienes todo por ganar. -Después de una pausa, añadió-: Ahora, pasa al comedor. Necesitas comer. Estás a punto de desmayarte de lo delgada que estás, y no puedo permitir que mi asistente personal sea frágil.

Ana Victoria inclinó la cabeza en señal de respeto y salió del estudio, siguiendo las instrucciones. Apenas cerró la puerta tras de sí, escuchó que el mayordomo entraba al despacho.

-Quiero que contactes a mis asesores -ordenó Javier con frialdad-. Han incumplido el acuerdo al enviar a la hija menor. Por lo tanto, no tienen derecho a los cincuenta millones de dólares. Además, llama a los bancos y ejecuta la orden de embargo inmediatamente.

El mayordomo asintió con precisión militar, tomó el documento firmado por Ana Victoria y salió de la habitación.

En el comedor de la mansión de Santos, Ana Victoria se sentó frente a una mesa larga cubierta con una variedad de platillos que nunca había visto. Un chef apareció para explicarle los platos, pero ella apenas pudo escuchar. Su mente estaba llena de preguntas y dudas.

"¿Qué significa realmente ser su asistente personal? ¿Qué espera de mí?"

Su nueva vida apenas comenzaba, y Ana Victoria ya sentía que estaba caminando sobre hielo quebradizo, con el fuego del infierno ardiendo justo debajo.

            
            

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