La esposa despreciada del CEO
img img La esposa despreciada del CEO img Capítulo 5 Oficial
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Capítulo 6 Que todos lo sepan img
Capítulo 7 Luna de Miel img
Capítulo 8 Nueva Vida img
Capítulo 9 Visitante oculto img
Capítulo 10 SOMBRAS EN EL HORIZONTE img
Capítulo 11 PROMESAS BAJO LA SOMBRA img
Capítulo 12 Venganza img
Capítulo 13 Perplejos img
Capítulo 14 No te metas con Javier Santos img
Capítulo 15 Disfruta mientras puedas, Ana img
Capítulo 16 El miedo de Melissa img
Capítulo 17 El miedo de Ana y la promesa de Javier img
Capítulo 18 La Amenaza Silenciosa img
Capítulo 19 El Juego de Melissa Comienza img
Capítulo 20 Tormenta en el horizonte img
Capítulo 21 Verdades y mentiras img
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Capítulo 5 Oficial

Ana Victoria aún sentía los efectos del enfrentamiento con su padre. Aunque había visto a Juan Hernández enojado muchas veces, jamás lo había visto perder el control de esa manera, como si estuviera al borde de la locura.

Tras el altercado, fue conducida de regreso a la mansión, donde la tensión seguía impregnada en el aire. Caminó con pasos apresurados hacia el estudio de Javier, su mente llena de preguntas. No tardó en encontrarlo. Estaba en su silla, revisando unos documentos con expresión inescrutable. Como siempre, parecía impasible, pero Ana sabía que nada de lo sucedido había pasado desapercibido para él.

-Necesito saber qué pasó exactamente -dijo Ana sin rodeos, manteniéndose de pie frente a su esposo-. Mi padre nunca había estado tan fuera de sí. ¿Por qué perdió el control de esa forma?

Javier levantó la vista con una calma calculada.

-Porque finalmente se dio cuenta de que perdió todo -respondió con su tono habitual, sereno pero firme-. Y porque no tuvo el sentido común de anticipar las consecuencias de sus propias decisiones.

Ana frunció el ceño.

-No entiendo...

Javier dejó el documento sobre la mesa y la observó directamente.

-Tu padre asumió que recibiría cincuenta millones de dólares a cambio del acuerdo matrimonial. Pero en el contrato que firmamos, nunca se especificó una cantidad exacta. Mis asesores solo acordaron con él la entrega de una suma inicial, que ya recibió y despilfarró en menos de veinticuatro horas. El resto estaba sujeto a condiciones que él mismo incumplió al enviarte a ti en lugar de tu hermana mayor. Cuando se enteró de que no vería un centavo más, intentó usar mi nombre para negociar con el banco.

Ana sintió que un escalofrío le recorría la espalda. No era ajena a las manipulaciones de su padre, pero esta vez había subestimado la magnitud de la situación.

-¿Entonces el embargo...?

-Fue inevitable -sentenció Javier-. Tu familia estaba en bancarrota desde hace mucho tiempo, pero lo ocultaron con préstamos y falsas promesas. Sin el dinero que esperaba de mí, Juan Hernández no tuvo forma de frenar a los bancos. El embargo se ejecutó sin que pudiera hacer nada al respecto. Y cuando intentó contactarte para exigir explicaciones, mi asistente se aseguró de que no te molestara con asuntos que ya no son de tu incumbencia.

Ana sintió una mezcla de alivio y culpa. Sabía que no era su responsabilidad salvar a su familia, no después de cómo la habían tratado, pero aún así, ver a su padre en ese estado la perturbaba.

-Por eso vino aquí -murmuró, más para sí misma que para Javier-. Para exigir respuestas, para encontrar una manera de culparme a mí en lugar de aceptar su propia culpa...

-Exactamente -Javier la observó fijamente-. Él esperaba que te sintieras culpable y que intercedieras por él. Pero ya no tienes que hacerlo. No eres su salvadora, Ana. Aquí, en esta casa, tú eres la señora Santos.

Ana sintió que el peso de esas palabras la envolvía. Ya no era la hija menospreciada, la sombra en su propia familia. Ahora tenía una nueva identidad, una nueva vida.

Pero entonces, una duda la asaltó. Miró fijamente a Javier.

-Si todo esto ya estaba planeado, ¿por qué aceptaste casarte conmigo si sabías que mi padre iba a traicionarte?

Javier sonrió apenas, un destello de algo indescifrable en sus ojos.

-Porque, Ana, a diferencia de tu padre, yo siempre juego a largo plazo. Y tú eres una pieza más valiosa de lo que imaginas.

Ana sintió un escalofrío recorrer su piel. Sabía que Javier nunca hacía nada sin un propósito. Y ahora, más que nunca, necesitaba descubrir cuál era el suyo.

Mientras tanto, en otro despacho de la casa, el asistente de Javier recibía las confirmaciones que su jefe esperaba. Las negociaciones se habían hecho en absoluto secreto, sin dejar rastros que pudieran llevar directamente a Santos.

-Señor, los documentos de la propiedad de los Hernández estarán listos para la firma en unas horas. Todo se ha realizado a través de empresas externas.

Javier asintió lentamente, con una satisfacción casi imperceptible en su expresión.

-Asegúrate de que nunca puedan recuperarla. Quiero que Juan Hernández entienda que su tiempo de jugar con dinero que no es suyo ha terminado.

El asistente asintió y salió de la habitación, dejando a Javier solo con sus pensamientos.

Ana aún estaba procesando todo lo que había descubierto. Miró a Javier y supo que, aunque ahora compartían un apellido, en realidad no sabía en qué clase de mundo se había metido.

-Javier...

Él levantó la vista.

-¿Sí?

Ana respiró hondo antes de preguntar:

-¿Qué planeas hacer conmigo?

Javier sonrió de lado, con esa expresión que la hacía sentir que él siempre estaba tres pasos adelante.

-Eso, querida esposa, dependerá de ti.

Ana seguía de pie en la habitación, intentando comprender todo lo que acababa de escuchar. Javier era un hombre calculador, meticuloso, un estratega que había manipulado cada movimiento hasta llegar exactamente a donde quería. Y ahora, de alguna manera, ella estaba en el centro de todo.

Antes de que pudiera procesar más, Javier movió la mano ligeramente, y su asistente se acercó con una pequeña caja de terciopelo negro.

-Hay algo que aún no hemos hecho bien, Ana -dijo Javier con su tono sereno, pero cargado de autoridad-. Nuestra boda fue un acuerdo, sí, pero eso no significa que deba faltar un símbolo de lo que representamos.

Ana observó con cautela mientras él hacía un leve gesto con la cabeza. El asistente abrió la caja, revelando un anillo de matrimonio que la dejó sin aliento.

Era una joya impresionante, única en su tipo. Una gran esmeralda colombiana en corte ovalado descansaba en el centro, con un verde profundo y luminoso que atrapaba la luz de la habitación. A su alrededor, pequeños diamantes incrustados formaban una delicada corona, mientras la banda de platino tenía grabados intrincados, casi como filigranas, dando la impresión de que el anillo era una pieza de arte hecha a mano, digna de la realeza.

Ana no pudo evitar mirar a Javier con incredulidad.

-Este anillo...

-Fue diseñado exclusivamente para ti -dijo él con calma-. Quería que tuvieras algo que nadie más en el mundo pudiera poseer.

Ana tragó saliva, sintiendo el peso del momento.

-Es demasiado...

Javier arqueó una ceja.

-No existe "demasiado" cuando se trata de mi esposa.

Ana sintió una extraña mezcla de emociones. A pesar de todo, no podía negar que el anillo era una obra maestra, símbolo de la extravagancia y el poder de Javier.

Él levantó la mirada, con un destello de frustración en los ojos.

-Si pudiera, yo mismo te lo pondría en el dedo -dijo con tono más bajo, mirando por un instante sus propias manos, inmóviles sobre el reposabrazos de su silla.

Ana sintió una punzada en el pecho. No porque le creyera completamente, sino porque, por primera vez, vio en sus ojos un destello de algo más profundo.

Tomó el anillo con delicadeza y lo deslizó en su dedo anular.

-¿Y ahora qué? -preguntó en un susurro.

Javier la observó con una leve sonrisa, como si esa pregunta le pareciera fascinante.

-Ahora, Ana Victoria, oficialmente eres la esposa de Javier Santos... Y eso lo cambia todo.

El aire en la habitación pareció volverse más pesado. Ana miró el anillo una vez más y supo que, le gustara o no, su vida jamás volvería a ser la misma.

                         

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