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Me levanto para abrir la puerta y me llevo el whisky. Es un whisky de malta caro que sé que John, en particular, estaría deseando probar.
Es Martin en la puerta.
-Hola, tío -le digo, invitándolo a pasar-. Pasa. ¿John va a llegar tarde o algo así?
-No estoy seguro -responde Martin encogiéndose de hombros mientras cuelga su chaqueta en el perchero que hay junto a la puerta-. Ya sabes cómo están las cosas con él últimamente: entre su empresa y su novia, es un tipo muy ocupado. Probablemente llegue pronto.
John es el director ejecutivo de Dynasty, una empresa que fabrica equipos de ejercicio. Entre la nueva dirección de marketing de su empresa y su reciente compromiso con el amor de su vida, John no ha sido tan fácil de contactar como de costumbre, pero sigue siendo puntual y nunca se pierde una noche de póquer, si puede evitarlo. La tradición ha perdurado durante años.
John aparece justo cuando nos estamos preparando para el primer juego.
-¿Qué te retuvo? -Martin sonríe-. ¿O debería decir quién?
John pone los ojos en blanco con buen humor. Lleva una camisa entallada y ajustada que estoy bastante segura de que fue un regalo de su prometida, Sophie.
-Sí, sí -dice John-. Adelante, sigue hablando tonterías. Era igual de probable que llegaras tarde esta noche y lo sabes.
-¡Oh, no lo creo! No soy como tú. No estoy enamorado. -Pronuncia la palabra y agita una mano como para descartar la idea.
John chasquea la lengua y se sienta a la mesa con nosotros. Le sirvo un vaso de whisky y le guiño el ojo. Me sonríe. Sabe que Martin no tiene argumentos para defenderse. De todos modos, solo llegó cinco minutos tarde y no es como si se tratara de una reunión de negocios.
-¿Crees que llego tarde por culpa de Sophie? -John levanta una ceja-. Para tu información, estuve trabajando hasta tarde esta noche.
Para no quedarse atrás, Martin dice: "Seguro, esta noche. Pero no actúes como si no te hubiera resultado difícil contactarte últimamente".
John se encoge de hombros. "Sophie y yo nos hemos estado preparando para la boda", dice simplemente. "Entre eso y el trabajo, últimamente he estado un poco ocupado. Cuando volvamos de nuestra luna de miel, las cosas deberían calmarse un poco".
Me siento y empiezo a barajar las cartas. -¿Dónde será tu luna de miel, John?
-Todavía no lo hemos decidido -suspira John, dándome las gracias con un gesto de la cabeza mientras reparto las dos primeras cartas a cada uno-. Sophie quiere que yo elija, pero yo solo quiero elegir un lugar donde ella pueda relajarse por completo.
-Siempre está Cancún -dice Martin, mientras despliega su par de cartas frente a él. Me mira con una falsa expresión de consternación y abre mucho los ojos, como si estuviera devastado por su mala suerte.
-Oh, cállate la boca -trato de hacerle señas para que se calle, pero se gira completamente para encarar a John.
"Piénsalo", dice entusiasmado. "¿Qué es más relajante que la playa?"
"La playa suena bien", admite John. "Pero no hay forma de que vayamos a Cancún, así que tendremos que ir a otro lugar".
"¿Qué le pasa a Cancún?"
John y yo nos miramos a los ojos divertidos y él dice: "Bueno, el hecho de que te guste probablemente significa algo".
-¿Qué? -exige Martin.
-Dice que eres un jugador, Martin -digo casi distraídamente mientras doblo mis cartas iniciales para echarles un vistazo.
Martin toma un largo trago de whisky y luego responde: "Al menos no estoy encadenado como tú". Hay un brillo juguetón en sus ojos mientras lo dice.
-No, no lo eres. Prefieres ir detrás de mujeres que no te den ni un minuto de tu tiempo -bromea John-. Y mucho mejor si eso te lleva a aparecer en los tabloides más caóticos.
Descontento, Martin hace un gran espectáculo burlándose, hasta que John saca su teléfono del bolsillo y comienza a escribir.
"¿Qué estás haciendo?", pregunta Martin.
-Estoy buscando tu nombre en Google -responde John, lo que me hace reír a carcajadas y a un Martin horrorizado que agarra el teléfono y se inclina sobre la mesa.
-Oye, ten cuidado -le digo-. Ese whisky es caro. No lo derrames. Y si estropeas otra baraja de cartas...
-Te costará un dólar cincuenta reemplazarlos -dice John sin levantar la vista de su teléfono-. ¿Te estamos molestando? Ah, ahí vamos... -Da la vuelta al teléfono con expresión petulante-. Un artículo de Us Weekly sobre ti de la semana pasada.
Martin gime y levanta la mano libre para frotarse la frente. "Dios, esperaba que no vieran esa mierda".
-Después de todo el desastre con esa heredera que trajiste a la fiesta de Nora, no pensé que pudiera empeorar -le digo con picardía.
Martin se ha ganado una reputación por realizar este tipo de trucos. Como propietario de la lujosa cadena hotelera Eastwood, una franquicia internacional, a menudo se codea con gente poderosa y, como tal, se ha ganado un nombre entre la élite de Nueva York.
Por desgracia, lo conocen mejor por sus aventuras románticas con mujeres inalcanzables, que aparecen en los tabloides. El último escándalo no sorprende.
-Vamos -murmura John-. ¿Isabella Fontana? ¿La actriz?
Martin se incorpora, sorbiendo por la nariz. -No es que sea asunto tuyo.
-Es un asunto de todos. Los paparazzi te tienen en la mira a las puertas del Eastwood en Brooklyn. -John se inclina para mostrarme las fotos y yo resoplé divertido al ver la foto de Reed, con la camisa a medio abrochar, guiñándole un ojo tímido a la cámara oculta con la mano en la cintura de la mujer morena.
Aunque la foto está sobreexpuesta al infierno y de regreso, aún se las arregla para verse bien. Con un metro noventa de altura, se eleva sobre la mujer, que parece familiar de alguna película de premios reciente; el flash de la cámara ni siquiera puede ocultar sus ojos marrones con motas de ámbar.
-¿No está casada? -pregunto distraídamente, arqueándole una ceja.
Martin se aclara la garganta. -Sabes, me alegro de que me lo hayas preguntado. Estaba casada, sí. Pero se divorció.
"¿Por ti?", pregunta John.
-No. Antes que yo. Por lo menos dos meses. -Martin sonríe, satisfecho consigo mismo-. Vamos, muchachos. ¿Alguien me va a decir que soy un buen chico?
Niego con la cabeza. -Eres un santo -digo secamente.
Martin toma otro trago de whisky, aparentemente satisfecho con eso.
"¡Qué desastre!", comenta John.
-Oh, cállate, chico enamorado -dice Martin.
-¿Estamos jugando o vinieron aquí solo para fastidiarse el uno al otro? -pregunto, mirándolos a ambos.
"Esa fue una gran parte de la motivación", admite Martin, "pero supongo que podemos jugar al póquer mientras estamos en eso". Se inclina hacia adelante, estudiando su mano.
"Entonces, apuesten, caballeros."
Con eso, John, Martin y yo arrojamos cada uno una ficha al centro de la mesa y nuestro juego finalmente comienza.
Quemo la primera carta de la parte superior del mazo, la dejo a un lado y luego empiezo a repartir la siguiente ronda. Durante un rato, reina el silencio mientras los tres tomamos nuestros tragos y estudiamos las cartas.
Mi mano no es muy buena, así que me aclaro la garganta y digo: "Listo".
"Sube", dice Martin, lanzando otra ficha al bote.
John frunce el ceño al mirar sus cartas, entrecerrando los ojos y mirando a Martin, sumido en sus pensamientos. Después de un momento, dice: "Voy a pagar".
Martin emite un sonido silbante con la lengua, como el chisporroteo de una estufa, y el juego vuelve a mí. Mientras coloco nuevas cartas y reflexiono sobre mi mano de mierda, Martin habla.
Oye, ¿no tuviste un montón de entrevistas con niñeras hoy, Kevin? ¿Cómo resultó todo eso?
Suspiro. "Para ser honesto, fue una maldita pesadilla, en su mayor parte".
Martin se ríe a carcajadas. "¿Qué tan malo podría ser?"
"No tienes idea. Algunas de estas mujeres trataban a Oliver como si fuera un perro lindo o algo así. Claramente nunca habían interactuado con niños en toda su vida". Pienso en algunas de las entrevistas que le hice antes ese día. "Uf, la última era una mujer mayor que era una especie de institutriz o algo así. Era desagradable con el pobre niño".
-Eso apesta -dice John con simpatía.
"Una mujer mintió definitivamente en su currículum", recuerdo. "Dijo que tenía ocho años de experiencia en el cuidado de niños pequeños, pero cuando conoció a Oliver, le preguntó: '¿Qué edad tienes, pequeño? ¿Diez?'".
Martin y John se ríen de eso y yo sonrío con ellos. Por frustrante que fuera en ese momento, ahora puedo reírme de ello.
"Encontrarás a alguien", dice Martin con seguridad. "Mantén la frente en alto, hombre".
-Espero que sí -digo. No menciono a la chica que conocí en la calle esta mañana, pero ella permanece en mis pensamientos, su sonrisa brillante como cuando hablaba con Oliver.
No puedo evitar pensar que ya he encontrado a la persona perfecta para el trabajo.