Antonio sintió una presión insoportable en el pecho. Quería abrazarla, decirle que todo estaría bien, pero sabía que si intentaba tocarla en ese momento, ella solo se alejaría más.
-¿Dónde está? -preguntó, con la voz tensa-. ¿Dónde está nuestra hija?
Ella lo miró, y por un instante, pensó que vería un destello de reconocimiento en su rostro. Pero no. Sus ojos reflejaban solo miedo y confusión.
-No lo sé... -susurró-. No lo recuerdo...
Antonio apretó los puños. Todo su cuerpo estaba tenso, su mente en caos. Si ella no lo recordaba, si no sabía qué había pasado con su hija... ¿qué demonios había hecho su padre con ambas?
Martín carraspeó, sacándolo de sus pensamientos.
-Señor... creo que deberíamos irnos. Aquí no es seguro, y ella necesita descansar.
Antonio respiró hondo y asintió con la cabeza. Miró a la mujer frente a él, tan vulnerable y asustada, y supo que debía manejar la situación con cuidado.
-No te voy a obligar a nada -dijo con calma-. Pero por favor, ven conmigo. No tienes que confiar en mí... aún. Solo déjame llevarte a un lugar seguro.
Ella no respondió de inmediato. Miró a su alrededor, como si buscara una escapatoria, pero al ver a los guardias y la oscuridad de la carretera, supo que no tenía muchas opciones.
Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza.
Antonio sintió un alivio momentáneo, pero sabía que esto era solo el comienzo. Había demasiadas preguntas sin respuesta, demasiadas piezas rotas en una historia que aún no lograba reconstruir.
Y lo peor de todo... era que tenía la sensación de que la verdad sería mucho más oscura de lo que imaginaba.
El viaje de regreso a la mansión transcurrió en un tenso silencio. Antonio no dejaba de mirarla por el retrovisor, observando cada pequeño gesto, cada parpadeo temeroso. Su mente trabajaba sin descanso, buscando alguna pista en sus reacciones, algo que le indicara qué tanto recordaba realmente.
Ella iba con la mirada fija en la ventanilla, aferrándose a su propio cuerpo como si intentara protegerse del mundo exterior. Aunque había accedido a ir con él, su postura reflejaba desconfianza absoluta.
Cuando llegaron a la mansión, Antonio le pidió a Martín que avisara al personal que nadie debía molestarla. Quería que se sintiera segura, sin presiones.
-Este será tu cuarto -dijo con voz firme pero calmada mientras abría la puerta de una de las habitaciones de huéspedes-. Tienes todo lo que necesites aquí.
Ella cruzó el umbral sin mirarlo, inspeccionando el espacio con cautela. No se sentía cómoda, eso era evidente.
-Si necesitas algo, estaré abajo -continuó Antonio, dándole espacio.
Ella no respondió, solo se quedó de pie en el centro de la habitación, con la mirada perdida.
Antonio cerró la puerta con suavidad y suspiró. Su pecho se sentía pesado. Había esperado este momento por años, pero jamás imaginó que se desarrollaría de esta manera.
Bajó al estudio, donde Martín lo esperaba con gesto preocupado.
-¿Qué piensas hacer ahora, señor? -preguntó en voz baja.
Antonio apoyó las manos en el escritorio y cerró los ojos por un momento.
-Voy a descubrir qué le hizo mi padre. Voy a encontrar a mi hija... y voy a hacer pagar a quien sea que haya estado involucrado en esto.
Martín asintió con gravedad.
-Voy a hacer algunas averiguaciones, a ver si encontramos algo sobre lo que pasó con la niña.
Antonio alzó la mirada, con una determinación fría.
-No es si la encontramos, Martín... la vamos a encontrar.
Mientras tanto, en la habitación de huéspedes, ella se dejó caer en la cama, abrazándose a sí misma. Cerró los ojos con fuerza, tratando de recordar. Había algo dentro de su cabeza, un vacío que le dolía.
Pero cuando intentaba pensar en el pasado, solo veía sombras y escuchaba un nombre que la hacía temblar, Daniel Villanueva.
Su cuerpo entero se estremeció.
No sabía por qué... pero sabía que ese nombre era sinónimo de terror.
Antonio sintió que la rabia lo consumía mientras escuchaba a Martín. Se frotó el rostro con las manos, intentando mantener la calma, pero era imposible.
-¿Dónde la encontraron exactamente? -preguntó con voz fría.
Martín respiró hondo antes de responder.
-En un viejo almacén, a las afueras de la ciudad. Un lugar casi abandonado. Cuando llegamos, había dos hombres custodiando. Los tenemos retenidos, esperando tus órdenes.
Antonio apretó los puños.
-¿Y en qué condiciones estaba ella?
Martín bajó la mirada, como si dudara en responder.
-Señor... la encontraron en una habitación pequeña, sin ventanas. Apenas entraba la luz. El aire estaba viciado y las condiciones eran inhumanas. No había cama, solo un colchón viejo en el suelo. Y... -se detuvo un segundo, como si le costara decir lo siguiente- ella estaba aterrorizada.
Antonio sintió que algo dentro de él se rompía. No podía ni imaginar lo que había pasado, cuánto tiempo había estado en ese lugar, qué le habían hecho.
-¿Parecía haber estado ahí mucho tiempo?
-No lo sé con certeza -respondió Martín-. Pero por el estado del lugar y de ella... diría que sí.
Antonio cerró los ojos con fuerza, tratando de contener la furia que hervía en su interior.
-Quiero hablar con esos dos hombres -dijo al fin, su voz más fría que nunca-. Ahora.
Martín asintió.
-Los tenemos en el sótano.
Antonio salió de la habitación sin decir nada más, su corazón latiendo con fuerza. Sabí