-Nunca lo permití -dijo Antonio con un tono más bajo, más contenido-. Peleé por ti. Peleé con todo lo que tenía.
Sofía frunció el ceño. Su mente luchaba contra la niebla del trauma.
-Pero... -hizo una pausa, respirando hondo-, si eso es cierto... ¿por qué no viniste por mí antes?
Antonio sintió el golpe de esas palabras como una daga en el pecho.
-Porque me hicieron creer que estabas muerta.
Sofía bajó la mirada, sus manos aferrándose a las sábanas.
-Aún así... tú seguiste con tu vida...
Antonio sintió cómo la rabia se revolvía en su pecho, no contra ella, sino contra la maldita realidad que les habían impuesto.
Se pasó una mano por el rostro, exhalando con frustración.
-No, Sofía. Nunca la seguí. Pasé años buscándote... y cuando descubrí la verdad, cuando supe todo lo que me habían arrebatado...
Sus palabras se quebraron al final.
Sofía alzó la mirada, notando por primera vez el dolor real en su expresión. Él tampoco había tenido paz.
El silencio se prolongó hasta que Antonio se acercó un poco más.
-Sé que no recuerdas todo... pero quiero que sepas algo. Voy a encontrarla. Cueste lo que cueste, encontraremos a nuestra hija.
Sofía lo miró, y aunque sus ojos aún estaban llenos de miedo y confusión, por primera vez hubo una pequeña chispa de esperanza.
Antonio se puso de pie.
Martín lo esperaba afuera.
-¿Nos vamos? -preguntó con seriedad.
Antonio apretó la mandíbula.
-Sí. Es hora de hacer hablar a ese bastardo.
Y esta vez, no tendría piedad.
Antonio y Martín salieron de la mansión y subieron a la camioneta. La noche era oscura, las calles silenciosas, pero en la mente de Antonio rugía una tormenta de pensamientos. Su respiración era pesada mientras repasaba cada detalle, cada pista que pudiera llevarlo a la verdad.
Llegaron a una bodega abandonada en las afueras de la ciudad, donde tenían retenido al hombre que había custodiado el almacén donde encontraron a Sofía. La puerta de metal rechinó cuando la empujaron.
El hombre estaba atado a una silla en el centro del lugar, con las manos amarradas a la espalda. Al verlo, Antonio sintió una ola de ira apoderarse de él.
-Háblame -exigió Antonio con frialdad-. Dime quién te contrató y por qué la tenían ahí.
El hombre levantó la vista con una sonrisa burlona.
-No sé de qué hablas -respondió con tono desafiante.
Antonio no tenía paciencia para juegos. Se acercó de un solo movimiento y le dio un golpe seco en el rostro, haciendo que su cabeza cayera hacia un lado.
-Voy a preguntarlo una vez más -dijo entre dientes-. ¿Quién te contrató?
El hombre escupió sangre y soltó una risa sarcástica.
-No vas a querer saber la respuesta...
Antonio intercambió una mirada con Martín, quien asintió. No se detendrían hasta obtener respuestas. Y lo que estaban a punto de descubrir cambiaría todo para siempre.
Antonio respiró hondo, tratando de contener la furia que le quemaba por dentro. Se inclinó sobre el hombre atado, su mirada penetrante buscando cualquier atisbo de miedo en su captor.
-¿Por qué no querría saber la respuesta? -su voz era baja, peligrosa.
El hombre sonrió de medio lado, su labio partido sangrando lentamente.
-Porque no estás listo para escucharla.
Antonio apretó la mandíbula. Le hizo una seña a Martín, quien desapareció por unos segundos y regresó con una pequeña lámpara portátil. La encendió de golpe, apuntando directo a los ojos del prisionero. Este gimió, entrecerrando los ojos, su confianza empezando a flaquear.
-Hablemos claro -continuó Antonio, su tono ahora más pausado-. No tengo tiempo para juegos. Sé que llevas meses trabajando ahí. Sé que te pagan en efectivo. Y sé que alguien llegaba cada día al mediodía con un paquete. ¿Quién era?
El hombre resopló, pero su actitud ya no era tan desafiante.
-No sé su nombre... Nunca se identificó. Solo aparecía, dejaba algo y se iba.
-¿Y cómo era?
-Alto, delgado... siempre con una gorra y gafas oscuras. No hablaba mucho.
Antonio cruzó los brazos, procesando la información. No era suficiente.
-¿Y el paquete? ¿Qué contenía?
El hombre se encogió de hombros.
-Nunca lo abrí. Solo nos dijeron que nadie debía tocarlo.
Antonio entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera seguir preguntando, el hombre soltó algo más.
-Pero... -tragó saliva- había algo raro en él.
-¿Raro cómo?
El hombre levantó la mirada, ahora visiblemente nervioso.
-A veces... cuando se alejaba, juraría que lo vi hablando con alguien por un teléfono satelital. Y en una ocasión, mencionó un nombre.
Antonio sintió cómo su pecho se comprimía.
-¿Qué nombre?
El prisionero lo miró fijamente, y por primera vez, Antonio vio miedo genuino en sus ojos.
-Villanueva.
Antonio sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-¿Daniel Villanueva?
El hombre asintió lentamente.
Martín lo miró sorprendido, pero Antonio seguía en estado de shock.
Su padre estaba muerto. O al menos, eso era lo que había creído todos estos años.
Pero si este hombre decía la verdad...