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Yo No Soy Tu Felpudo

Eva Alejandra
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Capítulo 1 La Muerte de la Madre

El viento rugía como una bestia salvaje, cortante y feroz. Isla Hawke miraba, sin poder apartar los ojos, el cuerpo de su madre extendido en el suelo empapado de sangre. Cada latido de su corazón parecía un eco lejano, como si ya no formara parte de este mundo. El viento aullaba y la luna llena iluminaba la escena con una luz pálida, bañando la explanada donde la manada se desmoronaba. Había gritos, roces de acero, el crujir de huesos, pero nada de eso llegaba a Isla. Todo se desvanecía, como si el mundo mismo se hubiera detenido en ese preciso instante.

La gran líder de la manada, la madre de Isla, había caído de manera violenta y traicionera. El filo de una espada, antes conocida como la de un aliado cercano, la había atravesado sin piedad. La sorpresa y la brutalidad del ataque sacudieron los cimientos de Isla, quien permaneció allí, paralizada por un instante que parecía eterno. ¿Cómo podía ser posible? No podía comprender lo que estaba sucediendo. Su madre, la mujer que había guiado la manada con fuerza y determinación, ya no respiraba.

-¡Madre! -gritó Isla, la voz rota, el grito de desesperación desgarrando su garganta.

Pero su madre no respondió. Y nunca lo haría.

Su mirada se dirigió al cielo, buscando respuestas en la luna llena, buscando una señal de que todo era solo una pesadilla. Pero no había nada. Sólo la tormenta que arremetía con furia y los ecos de la batalla que seguían retumbando a su alrededor. La manada había sido atacada por un enemigo interno, y el traidor ya había logrado lo impensable. Isla estaba sola.

-¡Isla! -una voz conocida la sacó de su abismo mental. Era su hermano Jasper, que corría hacia ella con el rostro pálido y los ojos llenos de miedo. A su lado, algunos guerreros de la manada intentaban mantenerse en pie, luchando aún por defender lo que quedaba de su hogar.

Isla, aún arrodillada junto al cadáver de su madre, alzó la vista, su rostro una máscara de dolor y confusión. No sabía qué hacer, no sabía si debía llorar, gritar o simplemente rendirse. La responsabilidad de liderar la manada le pesaba como un yugo que nunca pidió. Pero la vida no esperaba que alguien estuviera listo. La vida simplemente le había dado ese peso, y ahora debía cargarlo.

-¿Qué vamos a hacer, Isla? -preguntó Jasper, su voz tensa. Parecía querer que su hermana tomara la decisión, pero ella estaba demasiado perdida en su propio dolor para responder.

Isla se incorporó lentamente, sintiendo el peso de la muerte de su madre apoderándose de su cuerpo. Sus rodillas estaban débiles, pero sabía que no podía quedarse allí. No podía permitirse caer. La manada no lo permitiría.

-Tenemos que actuar rápido, Isla -insistió Jasper, casi desesperado.

Isla miró a su hermano. El caos los rodeaba, la manada estaba al borde de la aniquilación. ¿Qué haría? Ella no estaba lista para ser la líder, pero la muerte de su madre la había dejado sin opciones. ¿Cómo podía liderar a los suyos si ni siquiera era capaz de aceptar su propia situación?

De repente, un ruido interrumpió sus pensamientos. Isla levantó la vista hacia la distancia y allí, en medio de la oscuridad, vio a una figura masculina que se acercaba lentamente, como si se estuviera deslizando entre las sombras. La presencia de esa figura era poderosa, inquietante. Era Levi Darnell.

El hombre lobo que había sido conocido por sus ambiciones, su deseo de poder, su sed de alcanzar el trono. Era un nombre que había flotado en los murmullos de la manada, pero hasta ahora, él no había hecho ningún movimiento significativo en su búsqueda. Sin embargo, en este momento, Isla no podía evitar sentir que la situación tomaba un giro aún más peligroso.

Levi se detuvo a unos pasos de ella, observándola en silencio. Su mirada fría, calculadora, no mostraba ni compasión ni sorpresa ante lo que había ocurrido. En sus ojos, Isla pudo ver algo más: una evaluación precisa de la situación, como si estuviera calculando las probabilidades de obtener lo que quería.

-Lo lamento -dijo Levi finalmente, pero su voz carecía de calidez. Era más una formalidad que una verdadera condolencia.

Isla lo miró fijamente, su rostro marcado por la angustia y la rabia contenida.

-¿Lo lamento? -repitió ella con desdén, levantándose completamente ahora, sin apartar la mirada de él. -Mi madre está muerta, Levi. ¿Y tú qué haces aquí? ¿A qué has venido?

Levi no se inmutó, mantuvo la mirada fija en ella, evaluándola, como si estuviera midiendo algo más allá de su dolor.

-No soy tu enemigo, Isla. No aún. -Su tono era calmado, sereno, casi inquietante. -Pero es claro que ahora tú estás al mando. Y no puedo decir que eso no sea interesante.

Isla frunció el ceño, desconcertada por la frialdad de sus palabras.

-¿Interesante? -repitió, sin poder evitar el sarcasmo. -¿Y qué quieres de mí, Levi?

El hombre lobo dio un paso hacia ella, sin perder su compostura.

-Nada aún. Pero lo que está claro es que la manada necesita un líder. Y yo tengo mis propios intereses. -Su sonrisa era tenue, pero sus ojos brillaban con una ambición que no se podía disimular.

Isla sentía un hormigueo en la piel. Algo en Levi la incomodaba, pero también lo entendía: era un hombre que, como ella, quería poder. La diferencia era que él no lo disimulaba.

La tensión entre los dos era palpable. Isla, en medio del caos, sabía que en este momento debía tomar decisiones que podrían cambiarlo todo. El futuro de la manada, su futuro, dependía de lo que sucediera a continuación. Pero, en ese instante, ella no tenía respuestas.

-¿Qué harás, Isla? -preguntó Jasper, alzando la voz una vez más, esta vez con una mezcla de esperanza y desesperación.

Isla cerró los ojos por un momento, respirando hondo. Abrió los ojos y miró a Levi una vez más. Sabía que no podía quedarse atrás, que la manada no la perdonaría.

-Haré lo que mi madre habría hecho -respondió, sin vacilar, aunque la verdad le sabía amarga. -Haré lo que sea necesario.

Jasper observó a su hermana, y un destello de duda cruzó su rostro. Pero no dijo nada más.

Levi, por su parte, asintió lentamente, como si todo fuera parte de un juego más grande.

El trono de la manada no era solo un símbolo. Era un campo de batalla, y la guerra acababa de comenzar.

            
            

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