Capítulo 5 La senda del Cónclave

-Estarás más segura en el Cónclave que en el refugio -dijo Lucian, con su voz firme pero inexpresiva.

Elena lo miró con escepticismo.

-No estoy segura de que me guste la idea de que alguien más decida lo que es mejor para mí -respondió.

-No se trata de lo que te guste -intervino Dante-. Ahora sabemos que eres la heredera que han estado buscando. Eso cambia todo.

Elena apretó los labios. Desde que descubrió la verdad sobre su madre, había sentido que la realidad se le escapaba de las manos. No era humana. Nunca lo fue. Y ahora, aparentemente, ella tampoco lo era del todo.

-¿Cómo es que nunca supe nada de esto? -murmuró.

-Porque alguien lo quiso así -respondió Lucian con seriedad-. El Cónclave de Arken guarda los secretos más oscuros de nuestra especie. Si tu madre ocultó tu origen, tenía una razón para hacerlo.

El nombre resonó en su mente. Cónclave de Arken.

Había escuchado el término antes, pero solo como un mito. Se decía que era el centro del poder de los vampiros, un lugar donde las leyes de la sangre eran sagradas y absolutas.

-¿Cuánto tiempo tomará llegar? -preguntó Elena, cambiando el tono de su voz.

-Si seguimos el camino seguro, unas horas -dijo Dante-. Pero debemos movernos ahora.

El viaje a Arken fue tenso. Avanzaban entre la espesura del bosque, siguiendo senderos que parecían invisibles para cualquiera que no los conociera. Lucian lideraba el grupo, siempre alerta, como si esperara un ataque en cualquier momento.

Elena no pudo ignorar la sensación de que los estaban observando. Las sombras parecían moverse a su alrededor, como si algo acechara entre los árboles.

-Nos siguen -susurró.

Dante y Lucian se miraron.

-Lo sé -respondió Lucian en voz baja-. Pero no podemos detenernos.

Aceleraron el paso. Elena sintió que el aire se volvía más denso, más pesado.

Y entonces lo vio.

A lo lejos, entre la neblina de la madrugada, apareció una estructura imponente. Una fortaleza de piedra oscura que parecía desafiar el cielo.

El Cónclave de Arken.

Un grupo de figuras encapuchadas los esperaba en la entrada.

-Bienvenida, Elena -dijo una voz grave-. Te hemos estado esperando.

Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras observaba a las figuras encapuchadas alineadas en la entrada del Cónclave de Arken. Eran muchos, y aunque sus rostros estaban ocultos, la sensación de poder que emanaban era innegable.

Lucian se adelantó, sin mostrar vacilación.

-Hemos traído a la heredera -anunció con voz firme.

Uno de los encapuchados dio un paso al frente. Su túnica era más ornamentada que la de los demás, con bordados plateados que parecían formar símbolos antiguos. Al bajar la capucha, una cascada de cabello plateado cayó sobre sus hombros, reflejando la luz tenue de las antorchas. Sus ojos, de un color ámbar intenso, parecían atravesar el alma.

Dante se tensó de inmediato. Ese hombre... era el mismo que había visto en el cementerio.

-Lo sabemos -respondió el desconocido con calma-. El Cónclave siempre sabe.

Elena sintió cómo se le encogía el estómago. Siempre saben. Esa afirmación tenía un peso aterrador.

El hombre la miró fijamente.

-Soy Malakai, guardián del Cónclave. Desde el día en que naciste, supimos que tu destino estaba ligado a este lugar.

Elena frunció el ceño.

-¿Desde que nací? -repitió, con incredulidad.

Malakai asintió.

-Tu madre no era humana, Elena. Y tú tampoco. Eres una hija de la sangre antigua.

El mundo pareció girar a su alrededor. Hija de la sangre antigua.

Dante la sujetó del brazo con suavidad, en un gesto de apoyo.

-Explíquese -exigió Lucian, su tono frío como el acero.

Malakai mantuvo la mirada fija en Elena antes de responder:

-No te convertiste en vampiro por el mordisco de otro. Tú naciste con la sangre de las sombras en tus venas.

Elena sintió que le faltaba el aire.

-Pero... mi madre... ella...

-Tu madre era una de nosotros -confirmó Malakai-. Pero ella hizo lo impensable: renunció a su linaje para protegerte.

Silencio.

Elena sintió que el peso de esas palabras la aplastaba.

-¿Protegerme de qué?

Malakai la miró con gravedad.

-De aquellos que desean controlarte. De aquellos que matarían por tu sangre.

Elena tragó saliva. De repente, todo tenía sentido. Las pesadillas, la sensación constante de peligro, la razón por la que su madre jamás le habló de su pasado.

Lucian cruzó los brazos.

-Entonces... ¿por qué permitir que venga aquí?

Malakai esbozó una sonrisa sombría.

-Porque ha llegado el momento de que la heredera reclame su lugar.

Elena sintió que el destino la atrapaba en su red. No había marcha atrás.

Su vida entera había sido una mentira, y ahora, en aquel santuario oculto entre sombras, le exigían aceptar su verdadera naturaleza.

Malakai dio un paso hacia ella, su mirada era penetrante.

Dirigieron a Elena al interior del Cónclave de Arken, los pasadizos eran largos y estrechos, enredándose en giros inesperados como si hubieran sido diseñados para confundir a los intrusos. Las paredes de piedra oscura estaban adornadas con símbolos antiguos que parecían pulsar con un brillo tenue, apenas perceptible. La humedad y el eco de sus propios pasos hacían que Elena sintiera que el mismo lugar la observaba.

Lucian caminaba a su lado, su expresión severa como siempre, aunque ella notaba cómo sus ojos se movían de un lado a otro, atentos a cualquier peligro. Dante, en cambio, tenía el ceño fruncido, como si intentara descifrar el propósito de cada corredor que recorrían.

Elena tragó saliva. Había esperado algo más parecido a un castillo o una mansión, pero esto... esto era más parecido a una fortaleza oculta en las sombras, algo que existía fuera del tiempo.

Malakai se detuvo frente a una gran puerta de madera oscura y la empujó sin esfuerzo. Dentro, la luz de varias lámparas de fuego azul iluminaba una estancia amplia, con muebles de aspecto antiguo pero impecable.

-Esta será tu habitación -informó Malakai, con su tono medido, aunque sus ojos no dejaban de observarla-. Descansa.

-¿Y qué pasa si quiero irme? -preguntó Elena, cruzándose de brazos.

Malakai esbozó una sonrisa fugaz.

-Entonces te perderías en los pasadizos del Cónclave y terminarías justo donde empezaste -respondió-. O peor aún, en un sitio del que no podrías volver.

Elena sintió un escalofrío. No le costaba creer que ese lugar escondiera secretos peligrosos.

-Lucian dormirá en la habitación contigua -añadió Malakai-. Es por seguridad.

-¿Seguridad para quién? -preguntó Elena, entornando los ojos.

-Para todos -respondió, enigmático-. Eres la heredera, y aunque aún no lo comprendas del todo, tu presencia aquí lo cambia todo.

Elena suspiró, cansada de tanto misterio.

Antes de que pudiera replicar, un grupo de figuras envueltas en túnicas ingresó en la habitación. Se detuvieron frente a ella, uno por uno inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.

-Es un honor recibirte, heredera -dijo una mujer de semblante severo-. Soy Sylvaine, parte del consejo del Cónclave.

Uno a uno, los miembros se presentaron. Parecían saber quién era, aunque ella jamás había oído hablar de ellos.

Finalmente, Malakai alzó la voz nuevamente.

-Tu transformación aún no está completa. Necesitas alimentarte.

Elena sintió cómo el aire se volvía más pesado. Sabía lo que quería decir.

-No pienso beber sangre humana -replicó de inmediato.

Malakai la observó con paciencia, como si esperara esa respuesta.

-No necesitas hacerlo -dijo, con una calma inquietante-. Tú no eres como nosotros.

Elena frunció el ceño.

-¿Qué significa eso?

Malakai hizo un leve gesto con la mano, y un sirviente apareció, depositando sobre la mesa una copa de cristal oscuro. Dentro, el líquido espeso y oscuro reflejaba la luz con un brillo peculiar.

-Esto no es sangre humana -explicó Malakai-. Es sangre de la sombra. Lo que corre por tus venas.

Elena sintió que su cuerpo reaccionaba antes de que su mente pudiera comprenderlo. Sus sentidos se agudizaron, su garganta se secó.

-No puede ser... -murmuró.

-La sangre de las sombras no se obtiene de los humanos ni de los vampiros ordinarios -continuó Malakai-. Es más antigua, más pura. Es la esencia de los que nacieron de la noche misma.

Elena sintió un vértigo extraño. Toda su vida le habían dicho que los vampiros se alimentaban de los humanos. Pero ella... ella no pertenecía ni a un mundo ni al otro.

Antes de que pudiera decidir si tomaría la copa o no, una voz grave interrumpió el momento.

-Es suficiente, Malakai.

La tensión en la habitación cambió de inmediato.

Una nueva figura apareció en la puerta. Un hombre alto, de porte imponente, con cabello plateado que reflejaba la luz de las antorchas. Su presencia llenó la estancia de una energía distinta, una mezcla de autoridad y algo más... algo que la hizo sentir un nudo en el estómago.

-Aldric... -susurró Malakai, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.

Elena sintió que el aire se volvía denso. Ese hombre no era cualquier miembro del Cónclave.

-Yo me encargaré de la heredera a partir de ahora -dijo Aldric con voz firme.

Malakai no discutió, pero su mirada reflejaba cierta tensión.

Elena, en cambio, sintió que su corazón latía con fuerza. Había algo en la forma en que Aldric la miraba que le resultaba... familiar.

-¿Nos conocemos? -preguntó, sin estar segura de por qué sentía esa extraña conexión.

Aldric esbozó una leve sonrisa, casi melancólica.

-No a ti, pero sí a tu madre.

Elena sintió que la habitación daba vueltas.

-¿Conociste a mi madre?

-Sí -afirmó Aldric-. Y hay muchas cosas que necesitas saber sobre ella.

Malakai se mantuvo en silencio, pero Lucian entrecerró los ojos con desconfianza.

Elena apretó los puños.

-Entonces hablemos.

Aldric asintió, pero sus ojos se desviaron un instante hacia la copa de sangre de sombra.

-Bebe primero -dijo con calma-. Y después, te contaré la verdad.

Elena miró la copa, sintiendo la sed que ardía en su interior.

Sabía que no podía huir de lo que era.

Respiró hondo, tomó la copa entre sus manos y llevó el líquido carmesí a sus labios.

El primer sorbo despertó algo en su interior. Algo que siempre había estado allí, esperando.

El líquido espeso recorrió su garganta como fuego líquido. No era solo un sabor, era una sensación que se expandía por cada fibra de su ser. Un torrente de energía antigua y desconocida la atravesó, arrancándole un jadeo involuntario.

Elena se tambaleó, llevando una mano a su pecho. Su corazón latía con una fuerza inusual, acelerado, como si tratara de sincronizarse con algo más grande que ella. Su visión parpadeó entre la luz de las antorchas y un mundo de sombras más allá de lo tangible.

Lucian se movió instintivamente hacia ella, pero Aldric levantó una mano, deteniéndolo.

-Déjala. Está despertando.

Elena sintió cómo el mundo a su alrededor se desvanecía y algo dentro de ella se encendía. Su sangre vibraba con una fuerza desconocida. Cerró los ojos y, en un instante, su mente se inundó con imágenes que no le pertenecían.

No era un bosque oscuro ni un abandono. Era un lugar iluminado por antorchas de fuego azul. Paredes de piedra negra. Un ritual.

Vio a su madre, fuerte y decidida, rodeada por figuras encapuchadas. Aldric estaba allí, más joven, con el mismo cabello plateado y la misma mirada penetrante.

-Ella es nuestra última esperanza -dijo su madre con voz firme.

Elena sintió un escalofrío. Su madre no la había ocultado por miedo, sino por protección.

La imagen cambió. Vio sus propios ojos reflejados en el agua oscura de una fuente, pero eran distintos... más antiguos. Más poderosos.

Abrió los ojos de golpe, jadeando.

-No... -susurró, su voz vibrando con un matiz que no reconocía-. ¿Qué soy?

Malakai sonrió con satisfacción.

-La sangre de las sombras ha comenzado a reclamarte.

Lucian la sostuvo antes de que cayera al suelo. Sus manos eran firmes, su aroma familiar, pero ahora todo en él se sentía más nítido. Su latido, el flujo de su sangre... todo estaba al alcance de su percepción.

-Elena -dijo Lucian con tono preocupado.

Ella alzó la vista hacia él y, por un instante, sintió que su propia existencia se redefinía. No era solo más fuerte, era diferente.

Aldric la observaba con una mezcla de reconocimiento y algo más... respeto.

-No eres como nosotros -dijo-. Y tampoco eres como ellos.

Elena frunció el ceño.

-¿Quiénes son ellos?

El silencio se hizo pesado.

-Los Ancianos Oscuros -dijo finalmente Aldric-. Y ahora que has despertado... ellos lo sabrán.

Elena sintió la tensión en el aire, como si cada palabra de Aldric hubiera despertado algo oculto en los cimientos del Cónclave. Los Ancianos Oscuros. Su nombre parecía resonar en los muros, como un eco de un poder que nunca debió ser nombrado.

Lucian la sostuvo con firmeza, pero ella se irguió, obligándose a recuperar el control. Su cuerpo aún vibraba con la energía de la sangre de las sombras, como si algo dentro de ella se estuviera reacomodando.

-¿Por qué sabrán que desperté? -preguntó, su voz más firme de lo que esperaba.

Aldric la observó con la intensidad de alguien que ya conocía la respuesta antes de que ella siquiera preguntara.

-Porque la sangre de las sombras no es solo un poder -explicó-. Es un vínculo.

Elena entrecerró los ojos.

-¿Un vínculo con quién?

-Con ellos -respondió Malakai, su tono grave-. Con los primeros. Con los que existieron antes que los vampiros, antes que los humanos siquiera caminaran sobre la tierra.

Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

-¿Qué son?

Aldric exhaló lentamente, como si estuviera decidiendo cuánto debía revelar.

-No son dioses, pero tampoco son criaturas ordinarias. Son los verdaderos herederos de la oscuridad. Fueron sellados hace siglos, pero su poder nunca desapareció del todo. Y tú... -se detuvo un momento, mirándola con una mezcla de respeto y cautela-. Tú llevas su esencia en tus venas.

Lucian tensó la mandíbula.

-¿Estás diciendo que Elena es... una de ellos?

-No exactamente -Aldric negó con la cabeza-. Pero su sangre la conecta con su linaje. Por eso su madre la ocultó, por eso nunca la expuso al mundo de los vampiros.

Elena sintió que su corazón latía con fuerza. Su madre la había protegido, sí... pero ¿de qué exactamente?

-Si están sellados -preguntó-, ¿por qué ahora importa mi existencia?

Malakai sonrió de lado.

-Porque un sello no es eterno. Y ahora que tu sangre ha despertado, ellos también lo harán.

Elena sintió un nudo en el estómago.

-¿Y qué pasará cuando despierten?

Aldric la miró con seriedad.

-Buscarán reclamar lo que les pertenece.

Elena tragó saliva.

-¿Eso significa... que vendrán por mí?

-Eso significa -dijo Malakai, su voz grave- que eres la clave de su liberación.

Lucian apretó el puño.

-No dejaremos que eso pase.

Aldric le dedicó una mirada enigmática.

-No será tan simple.

Elena sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. Había entrado al Cónclave buscando respuestas, pero lo único que había encontrado eran nuevas preguntas.

Y ahora, con cada latido de su corazón, sentía la verdad abrirse paso en su interior.

Algo dentro de ella había cambiado.

Y el mundo entero lo sentiría.

                         

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