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La pequeña embarcación que llevaba a los sobrevivientes se acercaba cada vez más a la isla.
Mientras más cerca estaban de llegar, mejor podían apreciar la
imponencia de aquel desconocido lugar. Las montañas estaban plagadas
de frondosos árboles viéndose completamente verdes, y el agua que
bañaba sus costas tenía un suave color turquesa. Ron no podía
evitar dar gritos de felicidad, mientras Phillip y Sauro se mantenían
más bien silenciosos y remaban con todas sus fuerzas para llegar lo
más rápido posible a tierra firme. Ya no tendrían que pasar más
tiempo a la deriva y anhelaban poder pisar la tierra de aquella isla
cuanto antes.
En cuanto el bote encalló en la arena, los hombres saltaron raudos y ayudaron a Iris a bajar. Todos
corrieron en la medida que sus energías les permitían y se dejaron
caer exhaustos. Ninguno de ellos había sentido tanta satisfacción
en su vida con solo estar tendidos sobre el suelo, y ahora, este
momento se había transformado en el mejor momento de sus vidas.
Sauro cerró los ojos y sintió que aquella arena tenía una suavidad
única, y parecía abrazarlo en cada parte de su cuerpo, se sentía
abatido pero la felicidad que le causaba aquel contacto opacaba
cualquier fatiga o dolor. Continuaba con sus ojos cerrados, dando
profundos suspiros, cuando a su mente vinieron imágenes de las
tierras que habían conquistado en el pasado, muchas veces con
enemigos ocultos aguardándoles. Se levantó rápidamente y pidió a
Ron que le ayudase a tomar el bote y arrastrarlo hasta esconderlo en
unos matorrales, no sabía qué o quiénes podrían habitar la isla y
necesitaba tomar todos los resguardos posibles para evitar ser
tomados por sorpresa.
Mientras terminaban de camuflar el bote, Iris se quitó los zapatos para sentir la suavidad de la
arena bajo sus pies, aquella sensación la revitalizó. Examinó a su
alrededor y vio que la playa terminaba abruptamente en el inicio de
un espeso bosque con grandes árboles de muchas formas y especies
diferentes. Pensó que el paisaje era el más hermoso que había
visto en su vida y nunca estuvo tan contenta al ver tanta naturaleza.
Como nunca antes, estas sensaciones la hicieron sentir viva.
Luego de improvisar un pequeño refugio con el bote, se protegieron de la lluvia que había comenzado a intensificarse nuevamente. El silencio volvió a apoderarse del
grupo hasta que un estornudo de Iris hizo eco entre ellos.
-Disculpen, mi vestido está muy húmedo, creo que pesqué un pequeño resfrío
-dijo entre tímidas risas.
-Seguro no serás la única -le respondió Phillip.
-Supongo que no, pero por lo menos ustedes no tienen un vestido que al estar
mojado pesa el triple, ahí tienen una valiosa ventaja -seguía sonriendo amistosamente.
-Si gustas te daré mi abrigo para que puedas usarlo hasta que tu vestido deje de estar tan
húmedo, me imagino que debe pesar bastante -Sauro sabía que los vestidos que utilizaban las mujeres de la corte no solo eran incómodos, sino que también pesados.
-Qué amable, muchas gracias -respondió sonrojada.
Cambió sus ropas mientras los demás esperaban afuera. Una vez lista, todos
volvieron a estar juntos en su pequeño refugio.
-No es la espera más cómoda, pero por lo menos estamos vivos... ¿creen
que haya personas en esta isla? No vi nada parecido a un muelle en la
playa -decía Ron mientras enterraba los pies en la arena.
-Bueno, es una isla, quizás haya un muelle del otro lado de las montañas -contestó Iris.
-No lo sé, solo espero que si hay personas aquí sean pacíficas... y que el rey
envíe barcos a buscarnos lo antes posible, a juzgar por el tiempo
que llevábamos en altamar, creo que solo se darán cuenta de nuestro
naufragio dentro de cinco o seis días más -dijo Phillip con molestia.
Realmente le enfadaba la situación, nunca estuvo de acuerdo con tener que navegar por el
océano para buscar a una mujer por lo que él consideraba un
capricho del rey, "mover un barco de expedición, hombres y todos
los recursos que ello implica por una persona, ¡qué locura!",
pensaba. Sin poder evitarlo, comenzaba a sentir rencor hacia Iris por
ser la causa del viaje. Le irritaba verla sonreír, para él la vida
de aquella joven no valía más que la de sus compañeros muertos y
se lamentaba que no estuviese cualquier otro ocupando su lugar en
esos momentos.
-Sé que nos rescatarán y cuando ocurra le pediré a mi querido tío que
conmemore a todas las familias de los hombres fallecidos en el
naufragio, sus nombres nunca serán olvidados y me aseguraré de que
sus seres queridos tengan alguna compensación -dijo la joven con los ojos llenos de lágrimas.
-Bonitas palabras madame, pero eso no devolverá la vida a los hombres muertos ni dará
paz a sus familias -Phillip interrumpió a Iris de manera seca. Con su mirada demostraba todo su
malestar y enfado.
Este hombre siempre había destacado por decir todo lo que se le venía en mente sin mediar
consideraciones, y en ese momento lo último que le importaba era
cómo se podía sentir Iris.
-Lo sé, pero sería una bonita forma de honrarlos -dijo ella.
-¿Y qué se ganaría con ello? -insistió él -. ¿Traerlos desde la
profundidad del océano y devolverles así su padre a los huérfanos,
o su esposo a las viudas?
-Creo que todos estamos muy cansados y necesitamos recobrar energías -intervino
Sauro-. No sabemos qué puede haber en esta isla, y no solo me refiero a
presencia humana, sino que también a sus animales. Debemos descansar
para luego explorar este lugar... Sugiero que intentemos dormir y en
cuanto la lluvia haya cesado ir a explorar.
Quería terminar con el incómodo y tenso momento, y sin esperar alguna
respuesta de sus acompañantes cerró sus ojos, se acomodó e hizo
ademán de dormir.
Iris, molesta por las palabras de Phillip, decidió no gastar sus energías en responderle y también
cerró sus ojos. Ron miró por unos instantes hacia el mar, dedicó
algunas palabras en voz alta a sus compañeros fallecidos y también
se acomodó para dormir. Phillip por su parte guardó silencio
mientras observaba la lluvia caer, hasta que el cansancio pudo más y
cayó completamente dormido.
Transcurrió un tiempo en que todos dormían profundamente. El duque se despertó sobresaltado,
miró a sus compañeros tendidos en el suelo y tardó unos segundos
en conectarse nuevamente con la realidad y resignarse a que todo lo
sucedido no fue un sueño. Realmente habían naufragado y ahora
estaban en una isla totalmente desconocida. Se levantó en silencio y
salió fuera del refugio, pese a que aún llovía sintió la
necesidad de caminar y explorar. Rodeó por unos instantes el bosque
hasta que vio un sendero despejado de árboles que encaminaba hacia
algún lugar. Titubeó por unos instantes, pero finalmente se decidió
a ingresar al camino. A medida que se internaba en él, se hacía
evidente que había sido hecho por personas, "carajo, ¿serán
pacíficos los que viven aquí?", pensó mientras se aseguraba de
llevar consigo el cuchillo que utilizó para liberar el bote
salvavidas. Enfrentarse a lo desconocido le generaba más ansiedad
que cualquier batalla en la que haya estado, su intranquilidad
aumentaba con cada paso que daba y muchas dudas venían a su mente,
pero se sentía el responsable del grupo y quería facilitarles las
cosas a los demás averiguando todo lo que pudiese antes que
despertasen.
El bosque a su alrededor era espeso, había diversos tipos de plantas y le llamó la atención
como pequeñas enredaderas con flores de colores llamativos trepaban
la mayoría de los arboles pintando un paisaje único y muy diferente
a cualquier lugar que haya visto antes, "¿flores azules y fucsias?
Nunca había visto flores con ese color en mi vida, ¿dónde rayos
estamos?", pensó mientras examinaba los pétalos, "y qué clase
de hojas son esas, jamás vi esas formas". Vio también pequeños
roedores que se cruzaban por el sendero y ocultaban entre los
arbustos, y no pudo evitar recordar las calles del poblado
en que vivía, en ellas solo se veían roedores cuando escaseaba la presencia humana,
por lo que pensó que quizás aquel sendero no era muy utilizado por
quienes lo habían hecho.
Exploró por un momento hasta que oyó el sonido de un riachuelo a unos cuantos metros. Salió del
camino y abriéndose paso entre los matorrales vio fluir aguas
cristalinas y tranquilas en lo que era un pequeño río de corriente
calma. Diminutos peces nadaban a favor de su corriente, y sus colores
vivos y diversos impresionaron al duque. Se inclinó para beber agua
y solo en ese entonces fue consciente de lo sediento que estaba.
Bebió hasta zacearse y en el momento en que se levantó para
regresar con los demás, vio un objeto que llamó su atención.
Cuando lo recogió se percató de que era una especie de collar
fabricado con pequeñas piedras y conchas de mar de color
blanquecino, y a juzgar por su aspecto, había sido utilizado hasta
hace poco, no se veía deteriorado ni desgastado. Ya no había duda,
la isla estaba habitada por personas y era cuestión de tiempo para
encontrarse con ellas. Intentó barajar los diferentes escenarios que
podrían encontrar y para su desdicha, todos eran poco alentadores
para ellos; solo eran tres hombres y una mujer, todas sus armas,
salvo el cuchillo que portaba se habían perdido en el naufragio y
desconocían totalmente lo que podría haber en la isla. Lejos de
sentir temor, se sintió impotente ante la desventaja que tenían y
ahora debía reunirse rápidamente con los demás para advertirles la
situación.
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Kai-Rai estaba llegando a los alrededores de la playa y sus esperanzas por encontrar el collar se
estaban desvaneciendo, "¿cómo pudiste ser tan descuidada?", se
reprochaba. Solo le faltaba mirar a la orilla del riachuelo donde se
detuvo con Lai-Ko para beber agua. Su preocupación para esas alturas
ya se había transformado en impotencia. Estaba molesta consigo misma
por haber sido tan poco cuidadosa con un objeto tan valioso y
consideró que todo el malestar por el que atravesaba era merecido.
Dio unos cuantos pasos más y un escalofrío recorrió toda
su espalda mientras se abría paso entre los arbustos. Una vez ahí, quedó perpleja; un hombre
desconocido estaba de pie junto al riachuelo, no solo le sorprendió
verlo con esas extrañas ropas, sino que el tono de su piel era más
claro que el de las personas de la isla, sus rasgos eran diferentes y
sus ojos tenían casi el mismo color del océano. La joven estaba
estupefacta, su corazón se había disparado y una sensación de
terror se apoderó de ella.
Sauro también estaba sorprendido, no esperaba que el encuentro con algún isleño fuera
tan pronto y en esa fracción de segundos en que sus miradas se
cruzaron, no podía lidiar con la idea de que se haya realizado antes
de tener un plan. Los segundos en que se miraron bastaron para que
concluyera que los habitantes de la isla eran completamente
diferentes a las personas del continente, las ropas que la muchacha
llevaba eran bastante rudimentarias; vestía una especie de vestido
corto de piel que dejaba ver casi todas sus piernas, un cinturón
elaborado de lianas cruzaba su cintura e iba descalza por pleno
bosque. Dudó por algunos instantes si podría establecer algún tipo
de comunicación con ella, pero debía hacer todo lo posible por
averiguar más sobre aquel lugar, así que se animó a dar el primer
paso e intentarlo.
-¡Ey!, necesitamos ayuda, nuestro barco se hundió y...
Antes de que pudiese continuar, Kai-Rai se giró rápidamente y corrió lo
más veloz que pudo. La joven no podía comprender qué estaba
haciendo esa persona al borde del riachuelo y no dejaba de
preguntarse de dónde había salido. Como pocas veces en su vida,
tuvo miedo. No tenía idea de las intenciones de aquel extraño y se
lamentó por no tener cerca a ningún isleño en ese momento, "¡santa
Kroka-Toa!, ¿qué es esto? ¿Es una persona de carne y hueso o es un
alma perdida que viene a espantar?", se preguntaba con terror
mientras se esforzaba por no ser alcanzada.
Al duque no solo le frustró la reacción de la isleña, sino que
también le fastidió, "carajos, dentro de todas las posibilidades
que tenía de hacer el primer acercamiento, esta era una de las más
favorables y menos peligrosas, ¡solo deja de correr!", pensó
emprendiendo carrera tras de ella. Kai-Rai corría abriéndose paso
entre los matorrales a toda velocidad. Estaba sorprendido de lo ágil
y rápida que era, jamás en su vida conoció una mujer que pudiese
moverse como ella, pero para él y su ego de general de batalla, era
solo cuestión de tiempo para alcanzarla. Necesitaba detenerla y
hacerle muchas preguntas, y no pararía hasta lograrlo.