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Mientras Sauro caminaba al improvisado refugio, Ron salió a su encuentro con
mucha prisa seguido por los demás.
-¿Dónde estabas? Estábamos muy preocupados por tu ausencia -dijo con una
expresión de alivio.
-No creerán todo lo que acaba de pasar...
Antes de que pudiese comenzar a narrarles su historia, Iris se acercó muy
preocupada tratando de averiguar si las manchas de su ropa eran
realmente de sangre. Posó suavemente el dedo sobre su hombro y
preguntó por el origen de aquella herida. Sauro solo dijo que fue un
accidente, pensó que si decía que la isleña lo había lastimado
solo generaría preocupación y más nerviosismo en sus compañeros.
Tardó unos minutos en narrarles todo lo sucedido, repitió muchas
veces que no sabían frente a qué tipo de personas se enfrentarían,
y que por ello era muy necesario no fiarse completamente y ser
sumamente cautos a la hora de dirigirse e interactuar con los
isleños.
-Si aquella mujer le ayudó estoy segura que vendrán por nosotros y
quizás nos ayuden a volver a nuestros hogares -dijo Iris
emocionada.
-¿Realmente crees eso muchacha? -interrumpió Phillip -. No tenemos idea de
qué tipo de tribu son estas personas, ¿escuchaste hablar alguna vez
de los caníbales?
-Oh, Phillip no vengas con esas cosas, ni siquiera había pensado en esa
posibilidad -respondió Ron.
-Y las mujeres no se llevan la mejor parte en estos casos -volvió a
arremeter mirando punzantemente a Iris, quien le devolvió una mirada
de horror.
-Suficiente -Sauro lo cogió de la camisa y lo acercó a su rostro -. Tus
palabras no ayudan en nada, cierra la maldita boca inmediatamente -lo
soltó con desagrado.
Phillip reacomodó su camisa y solo le devolvió una mirada desafiante. Le
enfureció el trato recibido y se contuvo de no iniciar una pelea
solo porque pensó que en caso de ser rescatados y regresar al
continente, el duque seguiría siendo su general. Realmente la
actitud de Sauro siempre le había molestado, para él este solo era
un hombre soberbio y no comprendía porqué el rey mostraba tanto
favoritismo hacia él. Decidió callar y miró hacia otro lado con
una expresión llena de molestia.
-Creo que todos nos estamos alterando, mejor volvamos a nuestro refugio
mientras la lluvia cesa -dijo Ron con la intención de bajar la
tensión.
Una vez de regreso en el refugio, Sauro intentó tranquilizarlos
asegurándoles que, a juzgar por el comportamiento de la isleña, era
muy probable que fueran una tribu pacífica. Iris no dejaba de
contemplar su serio semblante y se preguntó si alguna vez le había
visto sonreír, buscó entre sus recuerdos y se dio cuenta que aún
no había visto aquella expresión en su rostro. Intentó imaginar
cómo se le vería una sonrisa, y sin poder evitarlo se sonrojó,
"realmente una sonrisa lo haría verse mucho más atractivo",
pensó olvidándose por un momento de las circunstancias en las que
estaban.
Pasado un tiempo la lluvia cesó. Todos salieron del refugio y se
sorprendieron al ver que las nubes parecían haberse esfumado
completamente y un radiante sol iluminaba la playa.
-Con tanta lluvia no había podido apreciar lo hermosa que es esta playa
-dijo Ron mientras todos se dispersaban por la arena.
-¡Miren el cielo! Hay un hermoso arcoíris alrededor de la isla -exclamó
Iris emocionada por la postal que se dibujaba a su alrededor.
Phillip se sentó a contemplar silenciosamente el mar, desde el encontrón con Sauro no
había vuelto a emitir palabra ni tenía la intención de hacerlo.
-Sé que encontraremos la forma de volver al continente -dijo
Iris a Sauro alcanzándolo para caminar a su lado.
-Espero que tengas razón...
-Así será, estoy segura que en cualquier momento enviarán barcos a
buscarnos.
-Jamás oí hablar de esta isla, incluso su vegetación es muy diferente a la
que tenemos en el continente -dijo él -. Realmente espero que
puedan llegar acá.
-Lo sé, pero no importa cuán adversa se vea la situación, estoy segura
de que mi tío nos buscará y al no saber nuestro paradero enviará a
explorar el océano, tengo fe en eso -respondió emocionada.
Iris estaba deseosa de intercambiar más palabras con su poco comunicativo
acompañante y así poder conocer más de su vida. Con cada minuto
que pasaba, la necesidad de comunicarse y estar cerca de él
aumentaba, no solo se sentía segura a su lado, sino que había
comenzado a admirar la forma que tenía el duque de expresarse y
enfrentar las adversidades.
-Podría asegurar que en sus años a cargo
del batallón nunca tuvo una experiencia como esta -dijo con la intención de alargar la
charla.
-Eso puedes darlo por seguro -respondió él sin dejar de examinar a su
alrededor.
-¿Podría saber qué tipo de cosas hace en su tiempo libre? Me imagino que no
toda su vida gira en torno a las batallas -esbozó una tímida
sonrisa.
Sauro la contempló por unos segundos, se veía cansada y su cabello dorado
estaba húmedo y despeinado. No tenía ganas de contestar, estaba
exhausto y nunca había sido comunicativo, pero la mirada llena de
expectación de aquella joven le hizo hacer el esfuerzo de continuar
con la plática pese a que tocó una fibra sensible; su vida completa
giraba en torno a las batallas.
-Me gusta cabalgar con mi caballo por el bosque.
-Ya veo, hacer cabalgatas por un lugar lleno de naturaleza debe ser
revitalizante.
-Así es -respondió él, quien al recordar a su corcel negro sintió
nostalgia por primera vez desde el naufragio. Realmente no habría
nadie a quien pudiese extrañar más que a su preciado compañero de
batallas.
Mientras caminaban, Ron los alcanzó, su rostro estaba pálido y sin decir
palabra alguna apuntó tembloroso hacia el bosque. Al voltearse
pudieron ver que la tribu había llegado. A todos les embargó temor
ya que alrededor de treinta isleños les miraban desde diferentes
puntos del bosque en absoluto silencio y sin moverse.
-Carajos, ¿ya vieron esas lanzas? -susurró
Ron sin quitar la vista de las afiladas armas.
-¿Por qué están ahí parados sin venir hasta aquí? Es totalmente
aterrador -dijo Iris ocultándose tras de Sauro.
-Nos estudian... Intentan leernos -respondió el duque -. No hagan
ningún movimiento rápido ni entren en pánico -agregó.
Los isleños comenzaron a caminar hacia ellos a paso lento. Todos tenían
el torso descubierto y en su parte baja utilizaban una falda de cuero
holgada que llegaba hasta sus rodillas, iban descalzos y tenían
pintados sobre su piel diferentes signos y dibujos en colores blancos
y rojos. A diferencia de la mayoría de los hombres del continente,
los isleños tenían cabellos largos y negros que llegaban incluso
hasta su cintura, y muchos usaban collares o pulseras hechas con
pequeñas piedras y dientes de animales marinos.
-¿Ya vieron al de piel blanca que viene entre ellos? -susurró
Phillip sin quitarle la vista de encima a
John.
-¿Acaso venía en el barco con nosotros y llegó en otro de los botes
salvavidas? -preguntó Ron incrédulo.
-No, él no venía en el barco. Nunca en mi vida lo había visto
-respondió Sauro igual de sorprendido.
Fueron rodeados completamente por los isleños. Mientras más cercados se
encontraban, más crecía la tensión y el nerviosismo en ellos.
Estaban intimidados y paralizados, y es que no solo eran superados en
cantidad, sino que el semblante de los nativos hasta ese entonces era
poco amistoso. Cuando la distancia ya era solo de unos pocos metros,
se abrió paso entre la multitud Tok-Situ. Se paró frente a ellos y
los miró de pies a cabeza, uno por uno, sin decir nada. Luego de
algunos minutos de completo silencio, el jefe de tribu alzó la voz y
lanzó palabras totalmente desconocidas para los sobrevivientes. En
ese momento se abrieron paso Kai-Rai y John, quienes llegaron y se
quedaron de pie junto al anciano.
En el instante en que Sauro vio a la joven que había prometido ir por
ayuda, una sensación de alivio comenzó a disipar su tensión, "me
alegra saber que estas personas son de la tribu de ella y no de la
otra", pensó. A su parecer la mujer cumplió su palabra y esto
podría ser un buen augurio.
Kai-Rai miró seriamente a Sauro por unos segundos y luego contempló a sus
acompañantes. Estaba sorprendida al ver tanta diversidad en aquellas
personas, los matices de sus pieles y cabellos eran diferentes entre
ellos e incluso había una delgada mujer de cabellos dorados con una
apariencia que nunca imaginó que podría existir. A su vez, Iris
también contemplaba a esta joven mujer que resaltaba entre todos los
varones que le rodeaban, pensó que tenía una hermosa y exótica
apariencia que jamás había visto en su continente.
Tok-Situ rompió el silencio y comenzó a hablar sin quitar la mirada de
encima de los recién llegados. John cumplió el rol de intérprete
demostrándoles así que manejaba a la perfección ambos idiomas.
-Bienvenidos a Kroka-Toa, mi
nombre es John, quien se dirige a ustedes es el jefe y máxima
autoridad de la tribu yacona, Tok-Situ. Kai-Rai lo puso al tanto de su llegada y lamenta lo que sucedió con su barco -se detuvo por unos instantes mientras el anciano seguía hablando -.
Deberán venir con nosotros a la aldea, pues quieren hacerles muchas
preguntas... También requisarán su bote.
-Ey, para nosotros sería mejor si las preguntas nos las hacen aquí -interrumpió Sauro.
Antes de que John pudiese interpretar sus palabras al jefe de tribu, los
sobrevivientes fueron inmovilizados por los isleños, quienes ataron
sus manos y los enfilaron hacia el bosque.
-¡Escucha! Dile que no deben atarnos, haremos lo que nos dicen, pero no hagan
esto -dijo Sauro intentando deshacerse de las amarras.
-Será mejor que no te las quites, los aldeanos están siendo bastante
amables -dijo John -. Lo siento mucho, pero entenderán que no
todos los días llegan continentales a esta isla y la tribu no puede
confiar en ustedes ciegamente -replicó mientras comenzaban a
entrar al bosque.
-¿Qué no eres también un continental? -le reprochó Ron.
-¡Claro! ¡Confiemos en estos extraños desconocidos! Pero que buen plan tenía
duque, ahora estamos completamente a merced de estas personas
-exclamó Phillip enfurecido.
Iris no quería hacerse parte de la discusión, ya estaba lo
suficientemente incómoda intentando evitar cualquier tipo de
contacto visual con los isleños que no dejaban de mirarla, estaban
curiosos, jamás habían visto una mujer como aquella y les parecía
demasiado diferente y hermosa como para no contemplarla todo el
tiempo.
Kai-Rai
observó a Sauro caminar en silencio con el ceño fruncido, parecía
inmerso en sus pensamientos y no se había molestado siquiera en
responderle a Phillip pese a sus continuas protestas. Se acercó a él
y comenzó a caminar a su lado.
-Tú no temer, nadie dañar -le dijo.
Él la miró, sintió una inesperada sensación de tranquilidad y asintió
con su cabeza.
Caminaron un buen tiempo y Sauro sabía perfectamente que los llevaban en
círculos y desviaban el camino una y otra vez, eso le hizo ver que
los aldeanos eran estrategas y seguramente ya tendrían un plan o una
decisión tomada respecto a su estadía en la isla. Pensar en las
posibilidades lo inquietaba cada vez más, y mientras seguía
intentando descifrar las verdaderas intenciones de los isleños, vio
como el bosque parecía abrirse en un pequeño valle con muchas
chozas de paja ubicadas por doquier. Le llamó la atención una choza
mucho más grande que resaltaba por sobre las demás casi al
finalizar el valle. Había muchos arbustos y flores adornando el
lugar, además de pequeños pozos rudimentarios cada ciertos metros,
y varios rastros de fogatas en el suelo. En algunos sectores había
peces secándose al sol y en otros, muchas vasijas de barro con
formas de platos o cuencos profundos.
Varios
hombres
aguardaban su llegada a la aldea. Las mujeres y niños estaban dentro
de las chozas asomando sus cabezas por las pequeñas ventanillas con
evidente curiosidad. Al recibirlos, Tok-Mon se acercó a su padre e
hizo una pequeña reverencia, luego dirigió su rostro a los
sobrevivientes y los observó con molestia. La mirada de este no se
parecía en nada al amable semblante que tenía el jefe de tribu.
-Tok-Situ
desea hablar con ustedes de forma separada -les dijo John -.
Entrarán uno a la vez a la gran choza y él junto a los sabios de la
tribu les harán preguntas. Yo seré quien sirva de intérprete. El
primero será el amable hombre que no dejó de quejarse durante todo
el camino -apuntó a Phillip lanzándole una sonrisa burlesca.
-¡Qué honor! -contestó refunfuñando.
Mientras el interrogatorio transcurría, los demás esperaban fuera todavía
amarrados y siendo custodiados por los isleños. Kai-Rai se acercó a
Sauro y antes de que pudiese decirle algo, él comenzó a hacerle
muchas preguntas.
-¿Cómo es que John llegó a vivir a esta isla? ¿Quién es realmente?
¿Cuánto tiempo lleva aquí? -miraba expectante a la joven.
-Oh, eso deber preguntar a él... Ser su historia, no la mía -respondió.
-Ya veo... No dirás nada.
-No. ¿Por qué deber hacerlo? -contestó alejándose otra vez.
Tok-Mon se acercó a la isleña sin dejar de mirar a aquellos desconocidos
que no le daban ningún tipo de confianza ni buenas sensaciones.
-¿Estás segura de que el tipo no te hizo daño? -dirigió una fulminante
mirada al duque.
-Claro, muy segura, de hecho, fui yo quien le hizo daño a él -respondió.
Los sobrevivientes los oían hablar, pero no podían entender
absolutamente ninguna palabra. Sauro se sentía abrumado, le
desesperaba la espera y no podía asimilar la idea de no poder
controlar la situación. Pero lo que más le molestaba, era la
fulminante mirada que Tok-Mon les lanzaba todo el tiempo, pensó que,
si de él hubiese dependido, se la habría quitado de un solo golpe.
-¿No te parece alucinante como ellos son tan diferentes? -preguntó
Kai-Rai observando a los recién llegados.
-Lo son, y es por eso que no deberían estar aquí -replicó Tok-Mon
mientras su mirada se encontró con la de Sauro y ambos se hicieron
un gesto de desagrado.
-Ah, no creo que sea tan malo, lo han pasado mal y no tienen otra opción
más que quedarse -dijo la joven.
-¿Viste alguna vez una flor creciendo en medio de la arena de la playa?
-preguntó Tok-Mon -, simplemente no podría vivir ahí, y si
llegase a crecer, con el tiempo terminaría secándose y muriendo. Lo
mismo pasa con quien se queda mucho tiempo en un lugar al que no
pertenece.
Kai-Rai se quedó en silencio. Pensó que quizás podría tener razón, pero
no podía dejar de sentir lástima por los recién llegados y no
encontró justa la postura tan tajante del hijo del jefe de tribu. No
quiso discutir con él ya que la expresión que tenía de molestia en
aquel momento jamás la había visto antes. Observó nuevamente a los
sobrevivientes y pensó que ella les daría una oportunidad para
poder conocerles, "aún es pronto para juzgar, solo el tiempo
dirá", se dijo a sí misma.
Sauro fue el último en ser interrogado. Las preguntas fueron bastantes y
en algún momento se sintió totalmente agotado. El jefe de tribu era
cauto a la hora de preguntar y su único objetivo era cerciorarse de
que las historias entre ellos eran coherentes y que su llegada a la
isla era realmente un accidente.
-Tok-Situ quiere que sepas que en la isla no hay ningún barco que pueda
llevarlos de vuelta al continente, solo contamos con pequeñas canoas
de pesca que no durarían ni tres horas en altamar -dijo John.
-Nosotros queremos regresar a nuestro hogar, debe haber alguna forma -contestó.
-Créeme, no la hay.
-¿Estás seguro? -preguntó incrédulo.
-¿Por qué les mentiría? Simplemente no hay ningún barco en esta isla ni
tenemos comunicación con el continente.
Luego de un incómodo silencio y mientras las palabras de John no dejaban
de resonar en la mente de Sauro, le explicaron que se les permitiría
quedarse en la aldea, pero que estarían a prueba y debían hacer el
esfuerzo de ganarse la confianza de los isleños.
-El jefe de tribu está siendo amable con ustedes solo porque vienen del
mismo lugar del que yo provengo, y sabe que no pueden ser una amenaza
para los hombres fuertes de la tribu -le dijo John con una sonrisa
en su rostro.
-Entonces por favor agradécele de mi parte y a nombre de los demás.
Sauro debía prometer que aceptaba todas las condiciones impuestas por la
tribu, para ellos la palabra de un hombre valía más que cualquier
piedra preciosa y esperaban que los recién llegados se manejaran
bajo sus términos. Tampoco eran del todo confiados, había varios
hombres custodiando partes estratégicas de la isla para asegurarse
que no estaban siendo víctimas de una trampa, y hubiese un barco en
las cercanías con más continentales aguardando el momento para
atacar.
Una vez que prometió acatar las reglas, Tok-Situ lo miró con una amable
sonrisa y lanzó algunas palabras que John se apresuró a
interpretar.
-Se alegra de tus respuestas, dice que para convivir en armonía es
necesario contar con corazones dispuestos y él cree que tú posees
uno -le guiñó el ojo con alegría.
El duque se detuvo un momento a reflexionar en lo que había oído. Era
una ventaja que Tok-Situ tuviese esa imagen de él y les permitiese
tener un lugar donde refugiarse, pero de igual forma se propuso
no rendirse y buscar la manera de salir de la isla a toda costa, "son
muy amables y tal vez un poco confiados", pensó, "por el momento
lo mejor será acatar las reglas y fingir que desistimos de nuestra
idea de volver al continente, pero así y deba construir un barco con
mis propias manos, no bajaré los brazos y haré que todos regresemos
a nuestra tierra".
-Pues aquí acaba tu interrogatorio mi querido compatriota -dijo John -.
Ahora traeremos a tus amigos para darles nuestras pautas de
convivencia.