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El murmullo de la ciudad era siempre el mismo: bocinas lejanas, pasos apresurados, conversaciones cortadas por el viento. La rutina no cambiaba, y Gabriel nunca había prestado demasiada atención a los detalles de su entorno. Hasta hoy.
En la escuela, todo seguía igual: los profesores dictaban sin emoción, los compañeros repetían las mismas bromas y frases sin pensar demasiado. Pero había algo que lo inquietaba. No era un cambio evidente, sino una sensación. Como si hubiera pasado por alto algo importante.
Mientras avanzaba por los pasillos, su mirada se desvió hacia el fondo del aula. En la última fila, junto a la ventana, estaba la chica.
Su cabello oscuro caía sobre sus hombros, y tamborileaba los dedos sobre la mesa, distraída. No era la más llamativa de la clase, ni la más callada. Simplemente estaba ahí. Y, sin embargo, algo en ella no encajaba.
Gabriel frunció el ceño.
¿Siempre había estado ahí?
Sabía que no era una estudiante nueva, pero tampoco recordaba haberla notado antes. Su mente intentó buscar algún recuerdo de ella, pero era como si una neblina cubriera cualquier imagen concreta. Era extraño.
El profesor continuó con la lección, pero Gabriel apenas podía concentrarse. De vez en cuando, desviaba la mirada hacia la última fila, y cada vez que lo hacía, notaba que la chica también lo observaba. No de forma invasiva, sino con una curiosidad discreta.
Cuando sonó la campana del descanso, la rutina de siempre comenzó: grupos formándose, conversaciones triviales llenando los pasillos. Gabriel caminó hacia la salida del aula, pero antes de cruzar la puerta, sintió un leve roce en su brazo.
-Te diste cuenta, ¿verdad?
Gabriel giró rápidamente. Era ella.
-¿De qué hablas? -preguntó con cautela.
La chica esbozó una media sonrisa.
-De que yo siempre he estado aquí... pero hasta hoy me viste.
Un escalofrío recorrió la espalda de Gabriel. No tenía sentido. Claro que la habría notado antes... ¿verdad?
Trató de responder, pero su mente estaba demasiado ocupada procesando lo que acababa de escuchar. Algo no encajaba, algo estaba fuera de lugar. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que la normalidad de su mundo tenía grietas.
Grietas por las que estaba a punto de mirar más de cerca.