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El sonido del despertador cortó el silencio de la habitación. Gabriel sintió un peso en el cuerpo, como si apenas hubiera cerrado los ojos un segundo antes.
Abrió los párpados con esfuerzo y se quedó mirando el techo. Algo se sentía extraño, aunque no podía decir exactamente qué. Tal vez solo era el cansancio.
El olor a café llegó desde la cocina, indicándole que su madre ya estaba despierta. Se levantó con pesadez y caminó hasta el baño. Se mojó la cara con agua fría, tratando de despejarse. Cuando levantó la vista, se encontró con su reflejo. Se veía igual de siempre... pero aun así, una incomodidad persistente se alojaba en su pecho.
-¿Dormiste bien?
La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos. Gabriel parpadeó, dándose cuenta de que llevaba demasiado tiempo mirándose en el espejo. Se giró y salió del baño.
-Sí, mamá. Solo estoy un poco cansado.
Se sentó a desayunar mientras su madre revisaba su teléfono. Su hermana mayor, Natalia, bebía café sin mucho entusiasmo, hojeando un libro.
-Pues despierta bien antes de salir. No quiero que olvides nada -dijo su madre sin apartar la vista de la pantalla.
Gabriel sintió una punzada de incomodidad. No era lo que dijo, sino la forma en que lo dijo. Exactamente las mismas palabras que en la mañana anterior.
-Mamá... -dijo en voz baja.
-¿Sí?
Dudó un momento. ¿Estaba exagerando? ¿O realmente lo había dicho de la misma manera ayer?
-Nada.
Natalia lo miró de reojo, frunciendo el ceño.
-Pareces ido.
Gabriel la miró. Su hermana rara vez le prestaba atención en las mañanas, y menos para hacer comentarios sobre su estado de ánimo.
-Solo tengo sueño -dijo.
Natalia se encogió de hombros, pero antes de volver a su libro, murmuró algo en voz baja, lo suficiente para que él lo oyera.
-No dejes que te vean así.
Gabriel sintió un escalofrío.
-¿Cómo?
Pero Natalia ya no lo estaba mirando. Actuaba como si no hubiera dicho nada.
Se le revolvió el estómago. ¿Lo había imaginado?
No. Su hermana no era de las que decían cosas sin razón.
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El coche negro
Cuando salió rumbo a la escuela, el aire fresco de la mañana lo ayudó a despejarse un poco. Aún tenía esa sensación extraña, pero intentó ignorarla.
Doblando la esquina, notó un coche negro estacionado al otro lado de la calle. No era cualquier coche. Estaba demasiado limpio, demasiado nuevo, demasiado... fuera de lugar.
Al pasar junto a él, Gabriel sintió una mirada sobre su espalda. No se giró, pero pudo verlo de reojo en el reflejo de una ventana cercana.
Un hombre con gafas oscuras estaba en el asiento del conductor. No hacía nada, no miraba el teléfono ni escuchaba música. Solo estaba ahí.
Gabriel apresuró el paso.
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Una pregunta que nadie puede responder
El día transcurrió con la misma monotonía de siempre. Los mismos saludos de compañeros, los mismos comentarios de los profesores, los mismos anuncios escolares. Pero algo no encajaba.
Durante el receso, encontró a Samuel en el patio, sentado en su lugar habitual, comiendo un sándwich.
-Oye, ¿te acuerdas de la chica que estaba en la última fila ayer? -preguntó Gabriel, fingiendo que era un comentario casual.
Samuel frunció el ceño.
-¿Qué chica?
Gabriel sintió un vacío en el estómago.
-La que estaba detrás de nosotros -insistió-. Pelo oscuro, callada.
Samuel negó con la cabeza.
-No había nadie ahí.
Las palabras de su amigo lo golpearon con más fuerza de la esperada. No solo era que no la recordara, sino que hablaba con una seguridad absoluta, como si la idea misma de su existencia fuera absurda.
Gabriel sintió ganas de insistir, pero un fuerte pitido interrumpió sus pensamientos.
"Atención, estudiantes. A partir de hoy, el acceso a la biblioteca estará restringido después de la última clase. Agradecemos su comprensión."
Samuel hizo una mueca.
-¿Ahora qué?
-No lo sé -murmuró Gabriel-. Pero algo no está bien.
Esa tarde, antes de regresar a casa, Gabriel pasó frente a la biblioteca. La puerta estaba cerrada con llave, y a través del vidrio vio que alguien estaba adentro.
Se quedó quieto.
Era Elena.
Estaba de espaldas, hojeando un libro.
Golpeó suavemente la puerta.
-Elena.
Ella se quedó inmóvil.
Gabriel sintió un escalofrío.
Golpeó otra vez, pero cuando parpadeó...
Elena ya no estaba.
El libro que había sostenido yacía en el suelo.
Algo andaba muy, muy mal.
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El mismo diálogo
Cuando llegó a casa, su madre lo recibió con la misma sonrisa de siempre.
-¿Cómo te fue hoy?
Gabriel dudó. Podría contarle lo que había pasado, pero ¿qué le diría? Mamá, creo que alguien está manipulando los recuerdos de todos, excepto los míos. Sonaba ridículo.
-Todo normal -respondió al final.
Su madre asintió, volviendo a su teléfono.
-No quiero que olvides nada, ¿sí? -dijo de nuevo, exactamente con las mismas palabras que en la mañana.
Gabriel sintió un escalofrío.
Esa noche, mientras intentaba dormir, recordó algo más. Durante la clase, había sentido la mirada de alguien en su nuca. No la de Samuel, ni la del profesor.
Era una presencia distinta.
Afuera de su ventana, en la calle oscura, el coche negro seguía ahí.