Capítulo 3 Voces en el viento

El invierno avanzaba con su gélida mordida, endureciendo la tierra y envolviendo el hospital en un frío que se filtraba por las rendijas de las ventanas. El trabajo nunca disminuía; cada día, más soldados heridos llegaban en camillas improvisadas, algunos con la mirada perdida, otros apenas conscientes.

Elena se había acostumbrado a ver la muerte, pero nunca se acostumbraba a perder a alguien. Había aprendido a sonreír a pesar del dolor, a ofrecer palabras de consuelo mientras sostenía una mano temblorosa o colocaba un paño húmedo sobre una frente febril. Sin embargo, en medio de todo ese horror, había algo que la mantenía en pie: las cartas de James.

Habían pasado casi dos meses desde que comenzó su correspondencia, y para Elena, aquellos trozos de papel se habían convertido en más que simples palabras. Eran su refugio, un escape de la realidad que la rodeaba. Cada vez que recibía una carta, su corazón latía más rápido, y cada noche, antes de dormir, las releía una y otra vez.

Aquel día, después de una jornada agotadora, entró en su pequeño dormitorio con el único deseo de descansar. Sin embargo, al ver un sobre colocado cuidadosamente sobre su mesa, su fatiga desapareció de inmediato. Se apresuró a tomarlo y lo abrió con dedos ansiosos.

"Querida Elena,

Hoy el viento sopla con una fuerza tal que sacude las tiendas de campaña y arrastra consigo el polvo de la tierra, como si intentara borrar todo rastro de nosotros. Me pregunto si el viento en tu ciudad es igual, o si allí solo trae promesas en lugar de guerra.

Las noches aquí son difíciles. No por el frío o el cansancio, sino por el silencio. Durante el día, el caos nos mantiene ocupados: órdenes, disparos, explosiones... Pero cuando la oscuridad cae y todo se detiene, es cuando los pensamientos se vuelven insoportables.

A veces me despierto creyendo que aún estoy en Yorkshire, que el sonido distante de los disparos no es más que el eco de los árboles meciéndose en el viento. Pero entonces la realidad me golpea de nuevo. No sé si alguna vez te lo mencioné, pero tengo un hermano menor, Thomas. Tiene diecisiete años y aún está en casa con mi madre. No quiero que nunca tenga que ver lo que yo he visto.

Tu última carta me hizo pensar mucho. Me preguntaste qué cosas me hacen sentir humano en medio de todo esto. La respuesta es simple: tus cartas. Cada palabra tuya me recuerda que hay algo más allá de esta guerra, algo que aún vale la pena esperar.

James"*

Elena sintió un nudo en la garganta al terminar de leer. La guerra no solo le estaba arrebatando vidas, sino que estaba consumiendo el espíritu de quienes aún respiraban.

Esa misma noche, sin importarle el cansancio, tomó papel y pluma y le respondió.

"Mi querido James,

Me entristece imaginarte solo en esas noches silenciosas. Ojalá pudiera hacer algo más que escribirte. Pero si mis palabras te ayudan a recordar que aún existe un mundo más allá del campo de batalla, entonces seguiré escribiendo.

Aquí, el viento también sopla con fuerza, aunque trae consigo el aroma de la lluvia y el sonido de las campanas de la iglesia en la plaza. Hay momentos en los que, si cierro los ojos, puedo fingir que todo es normal. Ayer, un niño pequeño pasó frente al hospital vendiendo flores. No pude evitar comprar una, aunque no sé si fue por el deseo de ver algo hermoso en medio de tanta tristeza o porque, por un momento, quise aferrarme a la esperanza de que la guerra terminará pronto.

Me has hablado mucho sobre tu hogar, sobre Yorkshire, sobre tu madre y tu hermano. Me pregunto si ellos saben lo mucho que piensas en ellos. ¿Les escribes tan seguido como me escribes a mí? Deberías hacerlo. Estoy segura de que tu madre espera con ansias cada carta tuya, así como yo espero las mías.

Con afecto,

Elena"*

El intercambio de cartas se volvió más constante. A medida que las semanas pasaban, sus palabras se hicieron más personales, más profundas. James comenzó a contarle cosas que no le decía a nadie: sobre sus miedos, sobre los amigos que había perdido, sobre el deseo de regresar a casa.

Y Elena, por su parte, también comenzó a abrirse más. Le hablaba sobre su infancia en España, sobre cómo su familia emigró a Inglaterra cuando era una niña y sobre su padre, que había sido médico antes de que la guerra lo arrebatara de su vida.

Cada carta era un puente entre sus mundos. Y aunque aún no lo decían abiertamente, ambos sabían que algo estaba creciendo entre ellos.

Una noche, después de otro largo día en el hospital, Elena recibió una nueva carta.

"Elena,

Hoy he pensado en ti más de lo habitual. No sé por qué. Quizás porque el sol salió después de días de lluvia, y recordé que me contaste sobre la plaza de tu ciudad y las flores del mercado.

A veces me pregunto cómo suena tu voz. He leído tus palabras tantas veces que casi puedo imaginarla. Me pregunto si es suave como la brisa de la tarde o firme como las enfermeras que he conocido aquí.

Me pregunto si alguna vez podré escucharte decir mi nombre.

James"*

Elena sintió que su pecho se encogía. Apretó la carta entre sus manos y cerró los ojos, permitiéndose, por primera vez, admitirlo ante sí misma.

Se estaba enamorando de un hombre al que nunca había visto.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022