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Los días se volvieron más largos para Elena. Cada segundo transcurría con una insoportable lentitud mientras su mente se llenaba de preocupaciones. Imaginaba a James en un hospital improvisado, rodeado de heridos y médicos que luchaban contra el tiempo y la escasez de recursos. Pensaba en el dolor que debía estar soportando y en la incertidumbre de si lograría recuperarse.
Pero sobre todas las cosas, temía lo peor.
Desde que envió su carta, no había recibido respuesta. Pasaron los días, luego una semana. Después, dos. Se aferraba a la esperanza de que el soldado William Carter cumpliera su promesa y le entregara su mensaje, pero cada noche se acostaba con el peso del silencio oprimiéndole el pecho.
-Estás más pálida que de costumbre, querida -comentó Margaret mientras servía té en la pequeña sala de descanso del hospital-. No has estado comiendo bien, ¿verdad?
Elena esbozó una leve sonrisa, pero su amiga la conocía demasiado bien como para dejarse engañar.
-Sé que estás preocupada, pero debes tener fe -continuó Margaret-. Los hombres que sobreviven a una herida tan grave suelen tener un espíritu fuerte. Quizás James está en recuperación y pronto recibirás noticias.
Elena asintió, aunque no pudo evitar un suspiro.
-Ojalá tengas razón -murmuró.
Esa misma tarde, justo cuando terminaba su turno y se disponía a volver a su dormitorio, el joven mensajero del hospital irrumpió en la sala con un sobre en la mano.
-Señorita Elena, esto es para usted.
El corazón de Elena se aceleró mientras tomaba la carta. Reconoció de inmediato la letra temblorosa, más desordenada de lo habitual.
Era de James.
Con las manos temblorosas, se alejó a un rincón, deslizándose hasta quedar sentada en una banca. Con sumo cuidado, abrió el sobre y leyó:
"Mi querida Elena,
No sé cuántos días han pasado desde que recibí tu última carta, pero cada vez que cierro los ojos, la imagino en mis manos, como todas las demás. William me dijo que te escribió y que te informó sobre mi estado. No quería preocuparte, pero parece que mi cuerpo no me dio opción.
Elena, estoy vivo. Estoy herido, pero sigo aquí.
Me gustaría mentirte y decirte que el dolor es soportable, pero sería injusto. He pasado noches sin dormir, y cada vez que el miedo me invade, repito tu nombre en mi mente. Es curioso, porque a pesar de todo lo que he vivido aquí, lo único que me reconforta es imaginar tu voz leyéndome tus cartas.
Me aferro a la promesa de la plaza de tu ciudad. Cuando cierre los ojos por última vez, quiero que esa sea la última imagen en mi mente. Pero aún no será el momento. No todavía.
James"*
Elena sintió un nudo en la garganta. Sus manos apretaron el papel, como si con ello pudiera enviarle un poco de su propia fuerza.
Sin perder un segundo, corrió a su habitación, encendió una vela y tomó su pluma.
"James,
Tu carta ha sido el mayor alivio que he recibido en semanas. No tienes idea de cuántas veces he mirado el horizonte esperando noticias tuyas.
Sé que estás sufriendo, pero también sé que eres fuerte. Quiero que, cuando sientas que el dolor es insoportable, pienses en el futuro. En nuestra plaza. En la promesa que hicimos de caminar juntos por ella cuando todo esto acabe.
Aguanta un poco más.
Elena"*
Dobló la carta con sumo cuidado y la envió al amanecer.
Esa noche, por primera vez en semanas, durmió con el corazón más ligero, sabiendo que James aún luchaba. Y mientras él lo hiciera, ella también lo haría.
Elena despertó antes de que los primeros rayos de sol iluminaran el cielo. Había dormido con la carta de James entre sus manos, como si con ello pudiera acortar la distancia entre ellos. A pesar de la tristeza que la acompañaba desde que supo de su herida, esa carta le devolvió la esperanza.
James estaba vivo. Y mientras él siguiera luchando, ella también lo haría.
Las jornadas en el hospital se volvían cada vez más extenuantes. La cantidad de heridos aumentaba sin cesar y los suministros escaseaban. Cada día, Elena veía rostros distintos, algunos llenos de sufrimiento, otros completamente vacíos, como si la guerra hubiera robado todo rastro de humanidad en ellos. Sin embargo, siempre había aquellos que, a pesar de todo, conservaban un atisbo de esperanza.
-¿Aún no has recibido otra carta? -preguntó Margaret mientras desinfectaban instrumental quirúrgico en la pequeña sala de preparación.
-No... -respondió Elena con un hilo de voz-. Pero esta vez estoy tranquila. Sé que está vivo.
-Entonces solo queda esperar -dijo Margaret, dándole un leve apretón en el hombro-. Pero recuerda que tú también debes cuidarte.
Elena asintió, aunque la verdad era que su mente estaba en otro lugar.
La incertidumbre era un peso difícil de cargar. Aunque su corazón se aferraba a la promesa de que James sanaría, su mente no podía evitar pensar en lo frágil que era la vida en tiempos de guerra. ¿Cuántos hombres habían caído después de haber sobrevivido a heridas graves? ¿Cuántos no lograban resistir a las fiebres y a la infección?
Sacudió la cabeza, negándose a dejarse consumir por el miedo.
Esa noche, después de su turno, se sentó en la mesa de madera junto a la ventana y encendió una vela. Se tomó un momento para ordenar sus pensamientos antes de tomar la pluma y comenzar a escribir.
"James,
Hoy atendí a un soldado que llevaba semanas en recuperación. Cuando llegó aquí, los médicos dudaban que sobreviviera. Pero cada día luchó con todas sus fuerzas, y hoy finalmente pudo ponerse de pie.
Pensé en ti.
Sé que la guerra ha intentado robarte la paz, pero quiero que recuerdes que aún hay cosas por las que vale la pena luchar. La plaza sigue aquí. Yo sigo aquí. Esperando.
Prométeme que no te rendirás.
Elena"*
Dobló la carta con delicadeza y la selló. Al día siguiente, la envió con la esperanza de que James la recibiera.
Los días pasaron lentamente. Cada noche miraba el cielo estrellado y se preguntaba si él hacía lo mismo, si en algún rincón del mundo, bajo el mismo manto oscuro, pensaba en ella.
Y entonces, cuando ya comenzaba a desesperarse, una nueva carta llegó.
La reconoció de inmediato. La letra de James aún era torpe, pero esta vez parecía más firme.
"Mi querida Elena,
He leído tu carta tantas veces que creo haber memorizado cada palabra. Me has dado una razón para seguir adelante.
Los médicos dicen que me estoy recuperando más rápido de lo esperado. Tal vez sea porque en mi mente solo hay una imagen: la de tu plaza, de la que tanto me has hablado.
Así que haré una promesa. Volveré. Volveré para verla contigo.
James"*
Elena presionó la carta contra su pecho, sintiendo que su corazón latía más fuerte.
Él le había hecho una promesa.
Y ella esperaría, sin importar cuánto tiempo hiciera falta.