Beltza
img img Beltza img Capítulo 2 Uno
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Capítulo 2 Uno

Decían que el que persevera logra sus objetivos. Y en ese momento lo estaba confirmando más que nunca.

Aquel hombre me había seguido por semanas se había convertido en mi sombra; una extensión de mí.

Pasaba frío cuando yo lo hacía, se mojaba bajo la lluvia cuando yo no lograba llegar a algún refugio. Iba a los comedores conmigo y se colocaba cinco pasos detrás de mí siempre.

No tenía idea de si estaba bien mentalmente, pero no había una forma de alejarlo de mí, por lo que tuve que ser precavida durante todo este tiempo.

Sabía que me observaba, que me analizaba, que me leía con cada paso que daba a metros de mí.

Y aunque el miedo se arraigó en lo más profundo de mí cada día de mi vida, fue imposible alejarme. Cada vez que lo intentaba desaparecía por varias horas hasta que tenía que volver al comedor habitual hambrienta.

Y ahí estaba él, en las afueras mirándome como si no le importara que conociera su presencia.

Él sabía que huía de él, sabía que le temía, sabía que con él a mi alrededor me había vuelto más precavida.

Muchas veces se me hacía imposible dormir, pues cuando no tenía a nadie más, cerca, me quedaba a las afueras de los restaurantes en vela para saber que él no podría tocarme mientras dormía en algún parque solitario.

Y las veces que dormía en los lugares de mala muerte en dónde más personas como yo dormía, lo hacía en el centro, por donde tendría que pasar por encima de muchos antes de llegar a mí y en dónde podría gritar si me hacía algo y alguien más escucharía.

Pero en este momento justo estaba en una desventajosa situación.

Estaba lloviendo fuertemente y la lluvia caía sobre mi cabello negro ocasionando que algunos mechones se pegaran a mi frente y mejilla.

Mi mochila vieja con las mantas dentro de ella estaba enchumbada pesando más de lo habitual y todos los harapos que cubrían mi cuerpo estaban mojados ralentizando mis pasos, pero, sobre todo, enfriando mi piel de una forma rápida.

Pero nada de eso me preocupaba.

Mi única preocupación era estar en un callejón sin salida con un hombre a pocos pasos de mí... esperando.

Había confundido los callejones y había terminado atrapada en este sin salida.

Mi habitual callejón me llevaría a un edificio abandonado en dónde más personas como yo pasábamos la noche si llovía. Nos sacarían al otro día, pero estaríamos cubiertos mientras permaneciera la lluvia.

Ahora estaba sola, desamparada y sin ninguna persona lo suficientemente cerca como para ayudarme a salir de esta.

Me di la vuelta lentamente y miré hacia él hombre que estaba igual de mojado que yo.

Nunca tenía la misma ropa, como yo, que subsistía con dos mudas nada más. Él cambiaba de prendas todos los días, lo que me dejaba saber que él tenía una vida.

Las lágrimas comenzaron al descender al verlo acercándose y solo pude retroceder hasta que estuve contra la pared de ladrillos.

Y por primera vez lo vi sonreír.

Él portaba ropa negra, botas militares y un arma en su cintura. Tenía su cabello corto y su mandíbula con un rastrojo de barba que parecía no haber sido afeitada en uno o dos días.

Sus ojos eran oscuros y debía tener algunos treinta y tantos años. Una cicatriz cubría la mitad de su rostro haciéndolo ver más atemorizante.

Quería correr lejos de él, porque sabía que no me traería nada bueno, pero no podía hacer nada.

Me sentía tan frustrada, molesta por haberme perdido y por haberlo dejado ganar con un detalle tan minúsculo.

Él en algún momento se cansaría de perseguirme sin que le diera la oportunidad de atacar. Pero se la había dado en este momento justo poniéndome en bandeja de plata.

Cuando terminó de acercarse a mí sonrió y mis manos temblaron mientras lo empujaba al notar que se abalanzaba contra mí.

Mis manos hicieron contacto con su pecho, pero no pareció inmutarse.

-Te tengo -la maldita sonrisa pegada en su boca me dio escalofríos y la sensación de estar perdida me envolvió de una forma atroz.

-¿Qué es lo que quieres? -cuestioné con las lágrimas bajando por mis mejillas y confundiéndose con la fuerte lluvia.

-Tenerte.

-No -negué al notar como se abalanzaba hacia mí y me aprisionaba contra la pared.

-Sí, si supieras lo placentero que ha sido seguirte.

Negué una y otra vez presa del maldito pánico y mi cuerpo se heló cuando algo frío, metálico y afilado me recorrió el estómago levantando mi delgada camiseta.

Temblé bajo el frío de un cuchillo y cuando lo subió por mis senos cortando la tela y de paso la piel entre mis pechos creando una fina herida que ardía, no pude evitar gritar.

Mi grito fue fuerte y claro y las lágrimas salieron a borbotones nublando mi vista.

La lluvia no hacía nada para ayudarme, de hecho, solo amortiguaba el sonido de mis gritos mientras el cuchillo que él sostenía se acercaba a mi cuello y lo paseaba por él como si fuera una delicada rosa lo que estuviera rozando mi piel.

-Por favor, por favor, solo soy una indigente sin hogar.

-Y por eso eres la presa perfecta, rosita. Cuando mutile tu cuerpo miembro por miembro y te folle después nadie te buscará, nadie sabrá que desapareciste y tus restos terminaran en un agujero en dónde se pudrirán sin que alguien sepa que ha sucedido aquí.

-No, no, dios, no.

-Dios está muy lejos de aquí, cariño.

Un grito desgarrador escapó de mí cuando el cuchillo descendió por mi cuerpo nuevamente y se clavó en la carne de mi estómago.

-No vas a morir, tranquila, sé perfectamente en dónde cortar para no hacer un daño mortal.

Sollocé y presioné mis manos contra la pared sabiendo que no podría hacer nada.

Él tenía un cuchillo y mucha fuerza. Yo estaba desarmada y débil por no comer como era debido. No tendría una oportunidad contra él.

-Mírale el lado bueno a esto, te estoy sacando de tu miseria.

Negué una y otra vez.

-Quiero vivir.

Él rio, pero fue tan fuerte que la lluvia no amortiguó el sonido.

-Ahí está, la razón por la que te elegí.

Una de mis manos subió deprisa a la herida cuando él sacó el cuchillo y gemí adolorida mientras me doblaba levemente.

Su mano libre me empujó contra la pared una vez más y su cuchillo se clavó en mi hombro haciéndome gritar fuertemente.

-Me tomaré mi tiempo contigo, eres placenteramente gritona.

Con fuerza mordí mi labio inferior para callar mis gritos y este terminó sangrando, llenando mi boca con el líquido carmesí de sabor metálico.

Estaba perdida. Había caído en una trampa mortal hecha por un psicópata que me tenía ahora a su merced.

Y sabiendo que no quería que esto terminara de la forma más dolorosa, me armé de valor y fuerza y terminé arremetiendo contra él.

No lo tomé por sorpresa, más bien parecía que lo había estado esperando, por lo que cuando lo empujé para intentar escapar se movió muy poco.

Pero pude escabullirme hacia un lado, solo que no fui muy lejos.

Uno de sus brazos rodeó mi cintura y con el impulso que había tomado para comenzar mi carrera nos envié a ambos al suelo.

Él quedó sobre mí y me dio la vuelta para hacerme encontrar con su mirada.

Ambos ojos negros se miraron uno al otro y vi la perversidad bailar en ellos, así como él vio el miedo bailar en los míos.

-No puedes hu...

No pudo completar su frase porque un agujero se formó en su frente interrumpiendo su oración.

No tenía idea de lo que había sucedido, solo sabía que la sangre había salpicado por todos lados y goteaba de su frente mientras él caía sobre mí como peso muerto.

Un grito desgarrador escapó de mí al saber que estaba muerto y con todas mis fuerzas intenté empujarlo, pero no se movía.

Él permanecía sobre mí evitando que respirara correctamente. Hasta que alguien se cernió sobre nosotros y lo empujó fuera de mi cuerpo dejándome ver un rostro más frío y mortal en su lugar.

A diferencia del hombre que perecía muerto junto a mí, este hombre no tenía ninguna emoción, ningún sentimiento cruzando su rostro. No había diversión, ni alivio, ni maldad. Nada. Él estaba vacío.

Y pronto me di cuenta de que el hombre que se cernía sobre mí era uno de los hermanos Fire. Y lejos de arder como las llamas del infierno, parecía estar tan frío y vacío como la maldita Antártida.

Sus ojos me escanearon lentamente sin perderse ningún detalle. Y luego de su recorrido se detuvo a observar las heridas que manchaban mi magullada camiseta con el líquido carmesí que brotaba de ellas.

Lentamente se acercó al lado de mi cabeza y se agachó para verme más de cerca. Su mano libre se levantó hacia mi rostro y unos guantes negros de cuero acariciaron mi piel mientras empujaba mis mechones lejos de mi cara.

Luego pareció limpiar alguna suciedad en él hasta que estuvo satisfecho y luego ladeó su cabeza absorbiéndome.

-Tu rostro sería lo único que quedaría intacto mientras se deshacía de tu piel, de tus miembros, de tus pezones, tus uñas... -él hizo una pausa y se inclinó un poco más cubriendo las pocas gotas de lluvia que aun caían -y te follaría mientras veía las lágrimas descender por esa pálida y bonita piel tuya.

Después de sus lentas palabras se puso de pie y me observó desde arriba.

Yo no podía moverme. Mi hombro y abdomen dolían y si amenazaba con moverme gritaría por el dolor.

Nunca había sido herida de esta forma. Un par de golpizas que provocaron moretones, algunos raspados en la piel, un labio roto, pero nada más.

Nunca había sido acuchillada de esta forma y el dolor se extendía por mi ser como un ardor mortificante.

-¿Puedes ponerte de pie? -cuestionó desde su altura y negué con los ojos llenos de lágrimas -¿Te cortó la lengua o qué?

Negué e intenté hablar, pero el pánico me mantenía callada.

Probablemente le tenía más miedo a este hombre que al que me había estado apuñalando minutos atrás y que ahora yacía muerto a un lado de mí.

Al recordarlo miré hacia mi izquierda y lo primero que presencié fueron sus ojos abiertos mirando hacia mí. Totalmente vacíos y sin vida. Y también el agujero en su frente provocó cortocircuitos en mi mente.

Suspiró como si estuviera irritado y se dio la vuelta alejándose del callejón.

Si me lo preguntaban prefería mil veces que me dejara aquí a tenerlo cerca por más tiempo.

Al verlo salir por completo me impulsé hacia un lado para quedar ladeada sobre mi hombro bueno y luego traté de impulsarme un poco con mi mano para quedar sentada. Cuando lo logré gemí a causa del dolor y las lágrimas aparecieron nuevamente.

Lloriqueé sin poder evitarlo y un puchero se instaló en mis labios mientras desesperadamente buscaba la fuerza para levantarme. Debía intentarlo, mi vida dependía de eso, pues estaba perdiendo demasiada sangre y eso no terminaría bien.

Pero poco tiempo después de que estuviera sentada sobre el mojado suelo varios hombres ingresaron al callejón. Vestían con botas y pantalones tácticos con camisetas y armas amarradas en sus piernas.

El aire escapó de mí y presa del pánico comencé a retroceder impulsada por la dosis de adrenalina que mi cuerpo me había producido. Pero no pude ir muy lejos antes de que uno de ellos se acercara a mí e inyectara algo en mi cuello mientras me sostenía por mi cabello en la base de mi cabeza.

Pronto la resistencia me abandonó y mi cuerpo cayó como peso muerto sobre el cemento del suelo sin que pudiera evitarlo. Mi vista se nubló, mis sentidos se apagaron y terminé envuelta por el mundo de la inconsciencia sin que pudiera hacer nada más que aceptarla.

            
            

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