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Natalia salió del club con la mente dando vueltas. Lo que acababa de escuchar no solo le confirmaba que Fernando Acosta tenía planes ocultos dentro de Montalvo Corp, sino que además demostraba que su padre era más ingenuo de lo que creía.
Si Acosta planeaba perjudicar a Esteban Montalvo, entonces ella tenía una oportunidad.
Podía adelantarse a él.
Podía hacerlo caer antes de que lograra su cometido.
Pero para eso, necesitaba pruebas.
A la mañana siguiente, Natalia llegó a la oficina con una nueva estrategia en mente. Hasta ahora, había mantenido un perfil bajo, ganándose la confianza de sus compañeros sin llamar demasiado la atención.
Eso tenía que cambiar.
Si quería acercarse a Acosta, debía asegurarse de que él la notara.
Y sabía exactamente cómo hacerlo.
-Matías -dijo con una sonrisa al acercarse al despacho de su jefe directo-, ¿tienes un momento?
El hombre levantó la vista de su computadora y le hizo un gesto para que pasara.
-¿Qué necesitas, Natalia?
-He estado analizando algunos documentos y me di cuenta de que hay ciertas irregularidades en los contratos de la fusión con Valmer Industries. Me gustaría revisarlos a fondo, si me lo permites.
Matías arqueó una ceja.
-Esos documentos son confidenciales.
-Lo sé -respondió ella con calma-. Pero si hay errores, podríamos evitarnos problemas en el futuro.
Matías la observó en silencio por un momento.
Finalmente, asintió.
-Está bien. Pero mantén esto entre nosotros.
Natalia fingió una sonrisa de gratitud mientras tomaba los archivos.
Sabía que esos documentos le darían pistas sobre los movimientos de Acosta.
Sabía que estaba un paso más cerca de la verdad.
Las siguientes semanas fueron un juego de ajedrez.
Natalia pasó largas horas revisando contratos, comparando documentos y buscando inconsistencias. Y encontró algo alarmante: Acosta había estado manipulando los términos de la fusión para beneficiar a terceros.
Si la negociación se cerraba bajo esas condiciones, Montalvo Corp perdería millones.
Y lo peor de todo... Esteban Montalvo ni siquiera se daba cuenta.
Pero Natalia sí.
Y pensaba usar esa información en su contra.
Una tarde, mientras salía de la empresa, su teléfono vibró en su bolsillo.
Un número desconocido.
-¿Sí?
-Señorita Guerra -dijo una voz masculina-, sé que ha estado investigando cosas que no le conciernen.
Natalia se detuvo en seco.
-¿Quién habla?
-Un amigo -respondió la voz con un tono burlón-. Le daré un consejo: deje de hurgar donde no debe. O podría arrepentirse.
Natalia sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-No sé de qué habla.
-No se haga la tonta. Sabemos que estuvo revisando los contratos de la fusión.
Natalia apretó los dientes.
-¿Me está amenazando?
-Considérelo una advertencia.
Y la llamada terminó.
Natalia bajó el teléfono lentamente, con la respiración acelerada.
Acosta ya sabía que ella estaba investigando.
Eso significaba que estaba en peligro.
Pero en lugar de asustarla, eso solo la motivó más.
Si había logrado que él se sintiera amenazado, era porque estaba haciendo bien su trabajo.
Y no pensaba detenerse ahora.
Esa noche, decidió hacer algo arriesgado.
Sabía que Acosta tenía una oficina privada en un edificio diferente al de Montalvo Corp, un sitio donde realizaba reuniones más discretas.
Si lograba entrar ahí, tal vez encontraría pruebas que lo incriminaran.
Vestida con ropa oscura y con una chaqueta ligera, llegó al edificio poco antes de la medianoche. Usó una identificación que había conseguido para acceder al lobby y tomó el ascensor hasta el piso donde se encontraba la oficina de Acosta.
Sabía que el lugar tenía seguridad, pero también sabía que a esa hora, solo quedaba un guardia.
Cuando llegó al pasillo, caminó con decisión, como si tuviera derecho a estar ahí.
Nadie la detuvo.
Frente a la puerta de la oficina de Acosta, sacó una ganzúa que había comprado días antes. Había practicado lo suficiente como para abrir una cerradura simple.
Con manos firmes, manipuló la cerradura hasta escuchar un leve "clic".
La puerta se abrió.
Natalia entró y cerró con cuidado detrás de ella.
La oficina estaba en penumbras, con la luz de la ciudad filtrándose por los ventanales.
Se acercó al escritorio y encendió la computadora.
Estaba protegida con una contraseña.
Pero eso no era un problema.
Había visto a Acosta teclear su clave más de una vez en la empresa. Y aunque no había logrado verla por completo, recordaba la secuencia de movimientos de sus dedos.
Tomó aire y comenzó a probar combinaciones.
Una.
Dos.
Tres intentos.
Hasta que la pantalla se desbloqueó.
Sonrió para sí misma.
Comenzó a buscar archivos, correos, documentos que pudieran incriminarlo.
Y entonces, lo encontró.
Un correo con un asunto alarmante: "Confirmación del pago por el secuestro".
Natalia sintió que el aire se le escapaba del pecho.
Abrió el mensaje y lo leyó con rapidez.
"La transferencia se realizó según lo acordado. Nos aseguramos de que el cuerpo nunca fuera encontrado."
Natalia tragó saliva.
Era la prueba que necesitaba.
Fernando Acosta había estado detrás de su secuestro.
Y ahora, tenía la evidencia para destruirlo.
Pero antes de que pudiera hacer algo más, escuchó pasos en el pasillo.
Alguien venía hacia la oficina.
El tiempo se había acabado.