Capítulo 3 Los Rebeldes

Laura abrió la boca.

-Tienen un punto débil en su red -interrumpió de repente, sorprendida incluso a sí misma. Las palabras salieron con una fluidez que no reconoció. Todos giraron sus cabezas hacia ella, incluyendo a Alejandro, cuyo ceño fruncido ahora parecía más una pregunta que una reprimenda.

-¿Qué dijiste? -preguntó él, con esa mezcla de sospecha y curiosidad que la hacía sentir como si acabara de confesar ser una espía alienígena.

-Eh... bueno, que tienen un punto débil en su red -repitió, carraspeando para darse más autoridad. Señaló el mapa como si tuviera idea de lo que estaba haciendo-. Si logro entrar en su sistema de ventilación, podría acceder a un terminal secundario desde aquí... -apuntó a una esquina del holograma que parecía convenientemente olvidada.

Por un momento, el silencio fue tan denso que hasta pudo oír el zumbido del mapa proyectado. Alejandro la miraba con una mezcla de sorpresa y admiración que hizo que su estómago diera un vuelco, y no del tipo incómodo que había sentido en su ruptura.

-Eso podría funcionar -dijo finalmente, con una sonrisa que no recordaba haber visto en él antes. Una sonrisa genuina, libre de la arrogancia que tantas veces había dado por sentado.

Los demás asintieron lentamente, y Laura se dio cuenta de que, sin quererlo, acababa de convertirse en una pieza clave del plan rebelde.

-Perfecto -continuó Alejandro, cruzándose de brazos con una postura que parecía sacada de una película de espías futuristas-. Entonces tú te encargarás de la red.

-¿Yo? ¿En serio? -preguntó, alzando una ceja. No podía decir que no lo esperaba, pero tampoco es que fuera experta en infiltraciones, por mucho que las películas de hackers de los noventa le hubieran dado cierta confianza.

-Tú ofreciste la idea, ¿no? -replicó Alejandro, con un brillo travieso en los ojos.

Laura suspiró y miró a su alrededor, consciente de que todas las miradas estaban sobre ella.

-Vale, vale. Pero si esto sale mal, te responsabilizo a ti.

Alejandro sonrió, y por un instante, el Alejandro que había conocido y este nuevo Alejandro se fundieron en uno solo.

-Trato hecho -respondió él, y Laura no pudo evitar pensar que, tal vez, esta loca aventura tenía más potencial del que esperaba.

Los conductos eran estrechos y fríos, y Laura no dejaba de preguntarse qué clase de ingeniero diseñaba un sistema de ventilación que parecía sacado de una película de espías de bajo presupuesto. Cada vez que movía un brazo o deslizaba una pierna, el material metálico le arañaba ligeramente la piel expuesta. "Un plan perfecto", había dicho Alejandro, con esa seguridad que parecía escrita en su ADN. "Perfecto para un contorsionista, no para mí", pensó mientras intentaba no quedarse atascada en una curva particularmente complicada.

El terminal estaba justo donde Alejandro había dicho que estaría, aunque Laura sospechaba que él había adivinado más de lo que había calculado. Sus dedos volaron sobre el teclado holográfico, su mente en piloto automático mientras descifraba códigos y desactivaba sistemas de defensa. El sonido de las alarmas se apagó de golpe, reemplazado por un silencio que fue rápidamente interrumpido por los gritos emocionados de la gente en los túneles.

Y luego ocurrió: un estruendo mecánico y un chasquido que resonaron como un trueno. Las compuertas se abrieron con una lentitud dramática, y un torrente de luz natural inundó el lugar. Laura tuvo que entrecerrar los ojos para ajustarse a la claridad, pero lo que vio la dejó sin palabras. Las caras de las personas se iluminaban con expresiones de asombro, lágrimas surcaban sus mejillas, y algunos se abrazaban como si fueran náufragos rescatados tras años en el mar.

Alejandro apareció a su lado, su silueta recortada contra la luz que ahora bañaba el túnel. Su respiración era pesada, como si hubiera corrido kilómetros, y su uniforme de combate estaba desordenado, con mechones de cabello rebelde pegados a su frente.

-No lo habríamos logrado sin ti -dijo, acercándose con pasos lentos, como si temiera que ella se desvaneciera en cualquier momento. Había algo en su mirada, una mezcla de gratitud y admiración, pero también algo más, algo que hacía que el aire a su alrededor pareciera más denso.

Laura tragó saliva, consciente de lo cerca que estaban. Su pecho apenas rozaba el de él con cada respiración, y la electricidad entre ellos era palpable.

-Bueno... -respondió, intentando sonar casual aunque su voz salió ligeramente temblorosa-. Supongo que siempre fui buena con los rompecabezas.

Alejandro sonrió, esa sonrisa torcida que probablemente había derretido corazones en este mundo y en cualquier otro.

-Es como si el destino te hubiera enviado exactamente cuando te necesitábamos -murmuró, levantando una mano para apartarle un mechón de cabello que se había pegado a su frente. Su toque era suave, casi reverente, y Laura sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

Ella rió, un sonido nervioso que no podía controlar.

-A veces el destino tiene formas extrañas de trabajar -respondió, intentando ignorar cómo su corazón parecía haberse trasladado a su garganta.

-Sabes... -su voz bajó de tono, y Alejandro inclinó la cabeza hacia ella, su mirada fija en sus ojos como si fueran el único anclaje en ese momento-. Cuando te vi hoy, tuve la sensación más extraña. Como si te conociera de toda la vida.

Laura contuvo el aliento, cada célula de su cuerpo vibrando con una tensión que no sabía si quería resolver o prolongar.

-¿Y qué sentiste exactamente? -susurró, incapaz de mirar a ningún otro lugar que no fueran sus labios, que estaban tan cerca que casi podía sentir su calor.

Alejandro sonrió de nuevo, esa sonrisa que parecía contener secretos que solo él sabía.

-Que eras la misma chica que una vez me dijo que la vida sin un poco de romanticismo era como un café sin azúcar -su voz era un murmullo contra su piel-. Demasiado práctico para ser disfrutable.

El mundo entero pareció detenerse. Laura sintió cómo el aire se evaporaba de sus pulmones, reemplazado por una mezcla de incredulidad y confusión. Esas palabras... esas habían sido sus palabras. Palabras que había lanzado en su última discusión con su Alejandro, en su mundo.

Pero antes de que pudiera decir algo, antes de que pudiera siquiera procesar lo que esto significaba, sintió el familiar tirón del artefacto en su bolsillo. Fue como si una fuerza invisible la jalara hacia atrás, desarmando su cuerpo en mil fragmentos. Alejandro alcanzó a rozar su mano, pero no lo suficiente para detener lo inevitable.

El último vistazo que tuvo fue de su expresión, una mezcla de sorpresa, tristeza y algo más... algo que parecía un adiós no pronunciado. Luego todo se desvaneció, y el mundo volvió a desintegrarse en un torbellino de luz y sombras.

Lo último que vio antes de que todo se desvaneciera fue la sonrisa enigmática de Alejandro, y sus ojos, que parecían guardar secretos de más de un universo.

            
            

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