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La sala de juntas en el piso 15 era distinta a todas las demás. Más amplia, con paredes de vidrio que daban a la ciudad, una mesa de roble pulido en forma ovalada y sillas negras que parecían más tronos que muebles de oficina. Ahí no se tomaban decisiones simples: ahí se movían las piezas grandes del juego.
Valentina llegó puntual, aunque su corazón llegaba con segundos de retraso.
Respiró hondo antes de entrar. Tenía la espalda recta, la mirada afilada, los labios impecables. Nada en su postura revelaba el huracán que le giraba por dentro.
Al abrir la puerta, ya había varias personas sentadas. Gerentes, subdirectores, rostros familiares. Todos murmuraban entre ellos, inquietos. Nadie sabía demasiado sobre el nuevo CEO, solo que hoy haría su primera aparición pública.
Valentina ocupó su asiento de siempre, al lado de Esteban, el director financiero, que le sonrió con simpatía. Ella asintió, pero no tenía cabeza para cortesías.
Diez segundos después, las puertas se abrieron.
Entró.
Nicolás.
Y la energía de la sala cambió por completo.
Vestía un traje azul medianoche que no era ostentoso, pero estaba hecho a medida. El reloj caro en la muñeca brillaba con sutileza. Se movía con seguridad, como si ya supiera dónde estaba cada rincón, como si no necesitara presentación. Como si siempre hubiera sido suyo.
Detrás de él venía la asistente de dirección, apurada, cargando una tablet y una carpeta. Nicolás ni siquiera la miraba. No necesitaba nada más que su presencia para dominar la escena.
Valentina sostuvo la mirada. No se iba a esconder. No esta vez.
Él caminó hasta la cabecera de la mesa y se detuvo antes de sentarse. Se apoyó levemente con las dos manos sobre la madera. Silencio total.
-Buenos días a todos -dijo, con voz firme y pausada-. Mi nombre es Nicolás Ferrer. Y desde hoy, soy el nuevo CEO de Torres & Alba.
Nadie habló. Nadie se movió. El magnetismo que emanaba era innegable, y él lo sabía. Jugaba con eso. Con los silencios. Con las pausas. Con las miradas.
-Algunos de ustedes me conocen, otros no. Vengo con la intención de reestructurar, repensar y hacer crecer esta empresa. Sé que no será fácil. Pero tampoco me interesa que lo sea.
Una de las asistentes tomó nota frenéticamente. Esteban tragó saliva. Valentina mantuvo su rostro sereno, aunque cada palabra era una nota más en una sinfonía de antiguos temores.
-Valentina Ortega -dijo Nicolás de pronto, girando la cabeza hacia ella con una precisión quirúrgica-. Vi tu informe de campaña sobre el último trimestre. Interesante enfoque. Un poco conservador, pero sólido.
Las miradas se giraron hacia ella como si acabara de ser llamada al centro del escenario.
Valentina sonrió. Lenta. Letal.
-Gracias. Fue una estrategia pensada para sostener el mercado mientras el área de innovación se reestructura. Prefiero ser sólida antes que precipitada. Pero me encantaría saber qué te parece arriesgado. -Pausó- Perdón... qué le parece, señor Ferrer.
Él ladeó la cabeza, apenas. Disfrutaba. No solo de la tensión. De ella.
-El riesgo es parte del crecimiento. Pero me gusta tu estilo. Impecable, como siempre.
La sala no entendió el subtexto. Pero ella sí.
Cada palabra estaba cargada. Era un juego entre líneas. Un duelo. Y recién empezaba.
Nicolás continuó hablando, ahora de cifras, de metas, de lo que se esperaba del nuevo trimestre. Pero cada tanto, su mirada volvía a posarse en ella, como un recordatorio silencioso: Te veo. No te olvidé. Y no vine en son de paz.
-Vamos a reorganizar algunos equipos -anunció, acercándose a la pantalla con el organigrama-. A partir de esta semana, el área de marketing reportará directamente a dirección general. Es decir... a mí.
Un murmullo cruzó la mesa. Valentina sintió un frío que le bajó por la espalda.
-Me gustaría empezar con sesiones uno a uno con cada líder de área -agregó, y entonces la miró directo, sin rodeos-. Vos primero, Valentina. ¿Hoy a las cinco te queda bien?
Ella sostuvo la mirada. No dudó.
-Perfecto. Nos vemos a las cinco.
La reunión continuó, pero para Valentina ya había terminado. Lo que quedaba era apenas un telón de fondo para lo único real: el reencuentro.
Cuando Nicolás finalizó, se despidió con una frase que hizo que varios se removieran incómodos en sus asientos.
-No se preocupen. No vine a destruir nada. Solo a transformar. Pero para transformar, primero hay que mover las piezas.
Y miró a Valentina una vez más antes de salir.
Como si le dijera: Y vos sos mi primera jugada.