Capítulo 8 Rostros entre sombras

El reloj marcaba las once y media de la mañana cuando Diego Montenegro empujó la puerta del pequeño restaurante ubicado en una de las esquinas menos transitadas del centro. El lugar era discreto, casi invisible para los ojos de quienes buscaban lujos o tendencias. Pero él no estaba allí por una recomendación gastronómica ni por una curiosidad cualquiera. Había caminado hasta ese punto como quien sigue un rastro antiguo, uno que se había grabado con fuego en su memoria.

Un leve repique de campanillas sonó sobre la entrada. Diego, impecablemente vestido, con su abrigo oscuro sobre los hombros y la mirada severa, se detuvo un instante en el umbral. No por vacilación, sino por ese presentimiento difícil de describir, el que le decía que detrás de esas mesas sencillas, con sus manteles ajados y sus vasos de vidrio grueso, algo importante estaba a punto de suceder.

El interior del restaurante estaba bañado por la luz tenue que se filtraba por las cortinas delgadas. Había cuatro o cinco mesas ocupadas, y una suave música instrumental flotaba en el ambiente. Ningún cliente parecía prestarle demasiada atención. Y eso, para Diego, era perfecto.

Caminó hasta una mesa junto a la ventana, donde el sol se proyectaba tibio sobre el respaldo de la silla. Se sentó sin mirar a nadie directamente, dejando su abrigo en el respaldo. Observó a través del vidrio empañado, como si en el reflejo de la ciudad pudiese encontrar respuestas a las preguntas que llevaba años arrastrando.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que una voz femenina lo trajera de vuelta.

-Buenos días. ¿Desea el menú del día o quiere revisar la carta?

Levantó la vista.

Por poco su corazón se detiene.

Allí estaba.

Camila.

Pero no como la recordaba. Habían pasado casi diez años, y el tiempo había dejado su huella en ella. Tenía el cabello recogido en una coleta baja, mechones sueltos enmarcando un rostro sereno pero cansado. Llevaba un delantal beige atado con descuido a la cintura, y su mirada... su mirada ya no brillaba con esa chispa de juventud que tanto lo había enamorado.

Y, sin embargo, seguía siendo ella.

Diego sintió que se le formaba un nudo en la garganta. No podía hablar. No aún. Necesitaba contenerse. Necesitaba estudiar la situación, entender en qué momento sus caminos volvieron a cruzarse tan silenciosamente.

-Menú del día está bien -logró decir con voz firme, casi monótona.

-Enseguida -respondió ella, y dio media vuelta.

Ni una pizca de reconocimiento. Nada en su tono, ni en su expresión, ni siquiera en su andar. Para ella, él era solo un cliente más. Uno de tantos.

Diego apretó los puños bajo la mesa.

¿De verdad no lo había reconocido? ¿O se estaba haciendo la indiferente?

Mientras ella desaparecía entre la cocina y las mesas, él la siguió con la mirada. Observó cada movimiento, cada gesto. Había en ella una tristeza suave, una que probablemente pasaría desapercibida para cualquier otro. Pero él no. Él la conocía. Había amado cada parte de ella. Aquel suspiro al final de la frase, esa costumbre de fruncir el ceño cuando pensaba en algo... seguía siendo su Camila, aunque ya no le perteneciera.

Los minutos pasaron. Un mozo trajo una taza de café y un plato con pan tostado, disculpándose porque la chica estaba ocupada. Diego no respondió, apenas movió la cabeza. Había vuelto a perderse en sus pensamientos cuando una vocecita aguda lo sacó del ensueño.

-¡Hola! ¿Eres tú?

Alzó la vista. Frente a él estaba la misma niña del parque.

Sofía.

Sus ojos grises, idénticos a los suyos, lo miraban con una mezcla de alegría y familiaridad.

-Claro que sí -respondió Diego con una sonrisa casi involuntaria-. ¿Dibujaste otro dinosaurio?

La niña asintió con entusiasmo y sacó una hoja doblada de su bolsillo.

-¡Este vuela! Tiene alas y escupe fuego. Mira.

Le mostró con orgullo el dibujo, hecho con lápices de colores. Diego lo tomó con cuidado, como si sujetara algo frágil y precioso.

-Es increíble. ¿Le pusiste nombre?

-Se llama "Rafador". Como Ráfaga y Dragón, ¿entiendes?

-Perfecto para un dinosaurio tan valiente.

La niña sonrió. Y justo en ese momento, una figura apareció detrás de ella.

-Sofía, ¿otra vez molestando a los clientes?

La voz fue suave pero firme.

Camila.

La mujer se acercó con un trapo húmedo en la mano. Tenía el ceño ligeramente fruncido y una mirada de reproche maternal. Al ver a su hija junto al hombre, sus ojos se desviaron hacia él con la intención de ofrecer una disculpa, pero algo cambió.

Se quedó quieta.

Su rostro palideció levemente.

Sus ojos se agrandaron con un brillo de duda.

Y entonces lo supo.

Lo supo.

Lo reconoció.

-¿Diego...? -dijo con un hilo de voz, como si no se creyera lo que sus propios ojos veían.

Diego la miró, sin pronunciar palabra. No necesitaba hacerlo. Su expresión decía más que mil palabras. La intensidad de su mirada, el estremecimiento en sus manos, el gesto amargo de sus labios. Todo en él gritaba una sola cosa: sí, soy yo.

Camila retrocedió un paso. El paño húmedo cayó al suelo, empapando el zapato de Sofía.

-No puede ser...

Sofía, ajena al momento, frunció el ceño.

-¿Mami? ¿Lo conoces?

Camila no respondió. Sus ojos seguían fijos en los de él, como si intentara encontrar al joven de veinte años que una vez la amó con locura. El mismo que había jurado que nunca la dejaría sola. El mismo que, al final, no supo que su mundo se había desmoronado por una mentira.

Diego se puso de pie lentamente. Le devolvió el dibujo a la niña y murmuró:

-Gracias por el dinosaurio, Rafador es mi favorito ahora.

Luego se volvió hacia Camila. Sus labios se separaron, como si fuera a decir algo, pero cambió de idea. No era el momento. No allí. No frente a ella. No con la niña observando cada movimiento.

Dejó unos billetes sobre la mesa y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo un segundo, sin girarse.

-Nos vemos pronto -dijo, con un tono tan cargado de emociones que heló la sangre de Camila.

La campanilla sonó de nuevo.

Y el pasado, ese que Camila había tratado de enterrar con esfuerzo, acababa de entrar por la puerta del restaurante sin pedir permiso.

            
            

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