Capítulo 9 ¿Qué hacer si vuelve a aparecer

El silencio en la cocina era casi insoportable. Camila se apoyó en la encimera con ambas manos, sintiendo que las piernas le temblaban. El trapo húmedo que había recogido del suelo seguía en su mano, pero ya no sabía por qué lo tenía. Todo había ocurrido tan rápido... demasiado rápido.

Diego Montenegro.

Después de todos esos años, de todo lo vivido, de todo lo que creyó haber dejado atrás, había vuelto. No en una fotografía, no en un recuerdo difuso. Estaba allí, de carne y hueso, sentado en una de las mesas del restaurante como si el tiempo no hubiera pasado. Como si no la hubiera destrozado sin saberlo.

Su corazón latía con fuerza, desbocado, como si quisiera recordarle que todavía lo reconocía, que todavía lo sentía. Se llevó la mano al pecho y cerró los ojos. Un nudo espeso se le había formado en la garganta. Tenía ganas de llorar, pero no podía hacerlo. No allí. No frente a sus compañeros de trabajo. Y mucho menos frente a Sofía.

-Mami... -dijo la niña en voz baja, asomándose desde la puerta con el dibujo del dinosaurio entre las manos.

Camila respiró hondo y obligó a sus labios a formar una sonrisa.

-¿Sí, mi amor?

-¿Por qué estabas rara? ¿Te caía mal ese señor?

La pregunta fue tan inocente, tan directa, que le dolió más que cualquier golpe.

Camila se agachó lentamente y tomó el rostro de su hija entre las manos.

-No, mi amor. Es solo que... me recordó a alguien que conocí hace mucho tiempo.

Sofía frunció el ceño, confundida.

-¿Era un amigo?

Camila no supo qué responder. ¿Cómo explicarle a su hija que aquel hombre había sido el amor de su vida? ¿Cómo decirle que ese extraño que había elogiado su dibujo era, en realidad, su padre?

-Fue alguien importante. Pero no te preocupes, ¿sí? No pasa nada.

La niña asintió, aunque aún con dudas en sus ojos. Luego salió corriendo a seguir jugando con los lápices de colores que siempre llevaba en su mochila.

Camila se quedó en cuclillas unos segundos más. Sentía que el mundo acababa de tambalearse a sus pies. Había vuelto a su ciudad natal hacía menos de un año, pensando que el pasado estaba suficientemente lejos, que Diego jamás regresaría. ¿Por qué lo haría? Su mundo era otro. Su vida, seguramente, también.

Pero allí estaba. Había vuelto.

Y lo peor... él no sabía nada.

Camila se levantó lentamente y se lavó las manos, como si pudiera quitarse de encima aquella mezcla de emociones que la envolvía. El resto de su turno transcurrió como en una nube. Atendía mesas, tomaba pedidos, sonreía mecánicamente. Pero por dentro, la tormenta rugía.

Cada tanto, sus ojos se dirigían a la silla donde Diego había estado sentado. Aún podía ver su silueta en su mente, la forma en que la miró. Tan intensamente, tan lleno de recuerdos. No era un simple cliente. No podía tratarlo como si lo fuera, aunque lo deseaba con todas sus fuerzas.

Al final del día, cuando el último cliente se fue y sus compañeras comenzaron a recoger las mesas, Camila se encerró unos minutos en el baño. Apoyó la espalda contra la puerta y cerró los ojos.

-¿Por qué ahora? -murmuró.

Lo había hecho todo por su hija. Había obedecido a su padre, aunque le partiera el alma. Le dijo a Diego que había perdido al bebé, que no quería verlo más, porque le habían asegurado que era lo mejor. Porque le prometieron que su hijo viviría en paz si ella lo alejaba. Pero no lo olvidó. Nunca pudo.

Diego se había ido, y ella, embarazada y sola, fue llevada al extranjero. Había tenido a su hija en un hospital pequeño, lejos de todo lo que conocía. Había llorado noches enteras, preguntándose si había hecho bien. Si alguna vez él sabría la verdad.

Y ahora... el destino le jugaba esta carta.

Había regresado. Y no parecía casualidad.

Cuando salió del baño, el local ya estaba casi vacío. Se despidió de sus compañeras, tomó a Sofía de la mano y caminaron en silencio hasta la parada del autobús. La niña, exhausta, se recostó contra su brazo y pronto se quedó dormida.

Camila la observó, acariciándole el cabello con suavidad.

-¿Qué voy a hacer si él vuelve a aparecer? -susurró, como si esperara que la brisa le respondiera.

No podía permitir que el pasado le quitara lo poco que había construido. Había luchado por años para sacar a su hija adelante, sin ayuda, con lo que tenía. Había trabajado de mesera, de asistente, de vendedora. Había aprendido a sonreír cuando su corazón dolía. Había hecho todo por proteger a su niña.

Y, sin embargo, ahora todo eso estaba en juego.

Diego Montenegro estaba en su ciudad.

Y nada, absolutamente nada, volvería a ser igual.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022