No Sería su Víctima
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Capítulo 2

Las horas pasaban lentamente en la oficina vacía. El único sonido era el tecleo de Isabella en su portátil y el susurro de los papeles que yo revisaba.

El olor de su perfume caro llenaba el aire, un aroma que antes asociaba con el hogar y que ahora me asfixiaba.

Este encierro forzado me arrastró a un recuerdo.

Nuestro aniversario de bodas, hace un año.

Yo había preparado una cena sencilla en nuestra casa de la finca. Velas, su vino favorito, el plato que le cociné en nuestra primera cita.

Esperé.

Y esperé.

Isabella nunca llegó.

Cogí mi teléfono y abrí las redes sociales. No debería haberlo hecho.

Las revistas de sociedad explotaban con la noticia.

"Isabella Montenegro celebra la gran fiesta de la vendimia con el regreso de Ricardo Vargas".

Las fotos eran explícitas. Ella, riendo en sus brazos. Él, susurrándole al oído. La foto final, la que me rompió, era de ellos dos besándose bajo un cielo iluminado por fuegos artificiales.

Un beso apasionado, público, sin vergüenza.

En nuestro aniversario.

Mientras tanto, yo no estaba solo en la finca. Estaba cuidando a su abuela.

Doña Elena, la matriarca, la fundadora de la bodega, estaba enferma. Tenía fiebre alta y yo le cambiaba las compresas frías en la frente.

Ella, con la mirada nublada por la enfermedad, me vio mirando el teléfono. Me lo quitó de las manos.

Sus ojos, a pesar de la fiebre, se afilaron al ver las imágenes en su tableta.

"Esa niña tonta", susurró con voz ronca. "Siempre eligiendo el brillo falso en lugar del oro verdadero".

Dejó la tableta a un lado y me miró con una tristeza profunda.

"Javier, hijo. No mereces esto".

Se incorporó con dificultad y abrió el cajón de su mesita de noche. Sacó un juego de llaves y un sobre doblado.

"Toma".

Lo abrí. Era la escritura de un pequeño apartamento en Malasaña, en Madrid. Un lugar encantador que ella había comprado como inversión hacía años.

"Considera esto una compensación por todos los años de lealtad que mi nieta no supo valorar. Sal de este infierno, hijo. Empieza de nuevo. Vete de aquí".

Sus palabras, su gesto, fueron el empujón que necesitaba.

Me dio el permiso para salvarme.

            
            

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