El placer de lo prohibido
img img El placer de lo prohibido img Capítulo 2 Fantasías en la ducha
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Capítulo 7 Un premio para una chica buena img
Capítulo 8 La nueva lección img
Capítulo 9 La tortura en la iglesia img
Capítulo 10 En cuerpo y alma img
Capítulo 11 Instrucciones para Alma img
Capítulo 12 La cruz de madera img
Capítulo 13 De compras img
Capítulo 14 La confesión de los pecados img
Capítulo 15 La habitación prohibida img
Capítulo 16 Bajo la cama img
Capítulo 17 Partida en dos img
Capítulo 18 El retiro espiritual img
Capítulo 19 Ceremonia de bienvenida img
Capítulo 20 Aprender a compartir img
Capítulo 21 Un regalo img
Capítulo 22 Un manjar img
Capítulo 23 Una maraña de cuerpos img
Capítulo 24 Contra el árbol img
Capítulo 25 El nuevo discípulo img
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Capítulo 2 Fantasías en la ducha

Tres días después de esa primera vez, no podía pensar en otra cosa. Había rezado cada noche, había pedido perdón incansablemente, pero mi cuerpo no olvidaba. Durante las clases, en la iglesia, incluso en la mesa con mis padres, mi mente volvía a esa sensación.

Necesitaba más. Mucho más.

El viernes por la tarde, mis padres salieron a visitar a unos amigos, así que me quedé sola en casa.

-Volveremos en tres horas, Alma -me dijo mi madre desde la puerta-. No le abras a nadie.

-Sí, mamá -respondí como la chica disciplinada que siempre había sido.

Sin embargo, apenas escuché el auto alejarse sentí un hormigueo en el estómago. La casa estaba vacía. Tenía tiempo a solas. Era la oportunidad perfecta...

Fui al baño y cerré la puerta con seguro. Mi corazón latía muy rápido, como si estuviera haciendo algo prohibido. Y, bueno, en realidad sí lo estaba haciendo.

Me miré en el espejo. Mi rostro parecía el mismo de siempre: la misma chica obediente de siempre. Pero algo había cambiado dentro de mí.

Abrí la ducha y ajusté la temperatura. Me desnudé lentamente, dejando la ropa doblada sobre el inodoro. Era la primera vez que me veía desnuda con estos nuevos ojos, consciente de mi cuerpo como una fuente de placer.

Me metí bajo el agua y dejé que corriera por mi piel. Cerré los ojos. El agua caliente bajaba por mi pecho, por mi estómago, entre mis piernas, y se sentía muy bien.

Recordé entonces algo que había escuchado una vez en los vestidores del instituto, algo que una chica mayor que yo le había dicho a otra en voz baja: «La ducha puede ser tu mejor amiga».

Con curiosidad, ajusté la presión del agua y me coloqué de manera que el chorro cayera directamente sobre mi coñito. La sensación fue inmediata y me hizo gemir.

-Dios... -susurré, apoyándome en la pared.

El placer era diferente al que había sentido con mis dedos. Más difuso, pero constante. Moví mis caderas, buscando el ángulo perfecto. Cuando lo encontré, mis rodillas casi cedieron.

Pero quería más. Necesitaba más.

Mi mirada se posó en mi cepillo de dientes sobre el lavabo. Era uno sencillo, con un mango de plástico redondeado. Lo tomé con las manos temblorosas.

-¿Realmente voy a hacer esto? -me pregunté en voz alta, sin saber muy bien de qué lado oculto de mi mente estaba sacando esas ideas.

La respuesta era sí. Sí que iba a hacerlo.

Lo llevé conmigo bajo la ducha y lo mojé bien. Con una mano me separé los labios vaginales y con la otra acerqué el mango del cepillo. El contacto frío me hizo estremecer.

Nunca había introducido nada en mi cuerpo. Ni siquiera mis propios dedos. La idea me asustaba y me excitaba a partes iguales.

Presioné suavemente, sintiendo una leve resistencia. Respiré hondo y empujé un poco más. El mango entró apenas un centímetro, pero fue suficiente para hacerme soltar un gemido.

-¡Ah! -me tapé la boca, aunque sabía que estaba sola en la casa.

Era una sensación extraña, como si estuviera invadiendo mi propio cuerpo. No dolía, pero tampoco era completamente placentero. Era algo... nuevo para mí.

Moví el cepillo lentamente, entrando y saliendo apenas un par de centímetros. Con cada movimiento, mi cuerpo se acostumbraba más. El placer comenzó a crecer.

En mi mente apareció de pronto una imagen: alguien diciéndome qué hacer. No era nadie concreto, solo una presencia, una voz.

«Más profundo», imaginé que me ordenaba. Y obedecí, introduciendo el mango un poco más.

-Oh, Dios... -gemí, sintiendo cómo tocaba un punto dentro de mí que me hizo ver estrellas.

«Sigue -me ordenó la voz en mi fantasía-. No pares».

El agua seguía cayendo sobre mi cuerpo mientras movía el cepillo con más confianza. La voz en mi mente se volvió más clara y también más autoritaria. Decidí que era una voz de hombre. De un hombre que sabía exactamente lo que quería de mí. Y yo solo quería complacerlo.

«Más rápido», ordenó mi fantasía, y aceleré el ritmo.

El placer crecía y crecía. Mi otra mano encontró el punto sensible entre mis pliegues, mi clítoris, y comenzó a frotarlo al ritmo de las embestidas del cepillo.

-Por favor... -supliqué, aunque no sabía a quién.

«Aún no -me dijo la voz imaginaria-. Todavía no puedes terminar».

Hice que mis movimientos fueran más lentos, obedeciendo a mi propia fantasía. El control que ejercía sobre mí, incluso siendo imaginario, me excitaba aún más.

-Por favor -repetí, esta vez más fuerte-. Lo necesito... Lo necesito mucho...

«Ahora -me ordenó la voz-. Ahora puedes».

Y, como si mi cuerpo esperara ese permiso, el orgasmo me atravesó con una fuerza que me hizo caer de rodillas en la ducha. El cepillo cayó al suelo mientras mi cuerpo se convulsionaba de placer.

Me quedé bajo el agua un rato, jadeando. Las piernas me temblaban tanto que no podía levantarme. Finalmente, el agua comenzó a enfriarse y me obligué a ponerme de pie.

Me sequé y me vestí en silencio, pensando en lo que acababa de hacer. Peor aún, en lo que acababa de imaginar.

Recogí el cepillo y lo lavé muy bien. Lo miré un largo rato antes de devolverlo a su sitio, nunca volvería a verlo de la misma manera.

Me senté en el borde de la bañera, aún débil por la intensidad de lo que había sentido. Esta vez no vino la culpa inmediata como la primera vez. Estaba más bien confundida por la fantasía que había creado.

¿Por qué había imaginado a alguien dándome órdenes? ¿Por qué la idea de obedecer me excitaba tanto?

Salí del baño y me fui a mi habitación. Me acosté en la cama, mirando al techo. Mi cuerpo se sentía diferente, como si hubiera descubierto una nueva parte de mí misma.

Y sabía que no iba a parar, que esto era solo el principio.

Lo que no sabía era que esa voz imaginaria pronto encontraría un rostro real. Y que ese rostro cambiaría mi vida para siempre...

            
            

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