El placer de lo prohibido
img img El placer de lo prohibido img Capítulo 5 Una elección
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Capítulo 7 Un premio para una chica buena img
Capítulo 8 La nueva lección img
Capítulo 9 La tortura en la iglesia img
Capítulo 10 En cuerpo y alma img
Capítulo 11 Instrucciones para Alma img
Capítulo 12 La cruz de madera img
Capítulo 13 De compras img
Capítulo 14 La confesión de los pecados img
Capítulo 15 La habitación prohibida img
Capítulo 16 Bajo la cama img
Capítulo 17 Partida en dos img
Capítulo 18 El retiro espiritual img
Capítulo 19 Ceremonia de bienvenida img
Capítulo 20 Aprender a compartir img
Capítulo 21 Un regalo img
Capítulo 22 Un manjar img
Capítulo 23 Una maraña de cuerpos img
Capítulo 24 Contra el árbol img
Capítulo 25 El nuevo discípulo img
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Capítulo 5 Una elección

Dos días después, mis padres anunciaron que irían a una reunión especial en la iglesia.

-Tu tío nos acompañará -me dijo mi madre mientras se ponía su abrigo.

Sin embargo, cuando salieron Samuel no estaba con ellos.

-Él nos alcanzará después -explicó mi padre sin darle mucha importancia cuando le pregunté.

Me quedé sola en casa, con una mezcla de alivio y nerviosismo. No había vuelto a hablar con él desde la noche de la nota.

Fui a mi habitación y me senté en la cama con un libro de texto, intentando concentrarme. Pero las palabras bailaban frente a mis ojos sin sentido alguno. Solo podía pensar en la nota, en sus ojos y en lo que podría pasar.

Escuché pasos en el pasillo y mi corazón se aceleró de inmediato.

-¿Alma? -Su voz al otro lado de la puerta me sobresaltó-. ¿Puedo pasar?

-Sí -respondí, casi en un susurro.

Samuel entró y cerró la puerta tras él. Estaba vestido de negro por completo, con su cruz de plata brillando en el cuello. Se quedó de pie, observándome.

-¿Encontraste mi nota? -me preguntó con calma.

No tenía sentido fingir.

-Sí.

-¿Y la entendiste?

Me mordí el labio inferior.

-Creo que sí -le respondí.

Samuel sonrió levemente y se me acercó. Se sentó en el borde de la cama, a una distancia prudente de mí.

-Te he estado observando, Alma -me dijo con su voz profunda-. Veo tu lucha. El conflicto entre lo que te han enseñado y lo que tu cuerpo desea.

No supe qué responder. Sentía mis mejillas ardiendo.

-No te toques sin mi autorización -me dijo de pronto, y su voz cambió, adquiriendo un tono de autoridad que me hizo estremecerme-. ¿Entiendes?

-Sí -murmuré, sorprendida por mi propia sumisión inmediata.

-Sí, ¿qué?

-Sí... tío Samuel.

-No -negó con la cabeza-. En estos momentos, soy solo Samuel para ti. O señor, si así lo prefieres.

-Sí, señor -dije, y las palabras salieron solas, como si mi cuerpo reconociera una verdad que mi mente aún no procesaba.

Él se levantó y caminó hacia la puerta.

-Quiero que hagas algo por mí, Alma -me dijo, dándome la espalda-. Quiero que te quites la ropa y te acuestes en la cama. Toda la ropa.

-¿Q-qué? -Mi voz sonó aguda, asustada.

Se volvió y me miró con esos ojos que parecían verlo todo.

-No te preocupes, no voy a tocarte, ni tampoco voy a mirarte. Pero quiero que sigas mis instrucciones exactamente. ¿Confías en mí?

No debía confiar. Eso estaba mal a tantos niveles... Y, sin embargo, asentí.

-Bien -sonrió-. Te daré privacidad. Cuando estés lista, dímelo.

Salió y cerró la puerta. Me quedé sentada, temblando. Podía levantarme, poner el cerrojo y negarme. Nadie me obligaba a hacerlo.

Pero, en lugar de eso, me levanté y comencé a desvestirme. Primero la blusa, luego la falda. Me detuve en la ropa interior.

-¿Estás lista? -me preguntó él desde el otro lado.

-Casi -respondí, y terminé de desnudarme con las manos temblorosas.

Me acosté en la cama, cubriéndome con la sábana por instinto.

-Estoy lista -dije finalmente.

-Quita la sábana -me ordenó-. No la necesitas, yo no puedo verte.

Obedecí, sintiendo el aire frío en mi piel desnuda.

-Ahora, quiero que cierres los ojos y pongas tus manos a los lados, sin moverte.

Lo hice. Me sentía increíblemente expuesta a pesar de estar sola.

-Bien -dijo, y su voz sonaba complacida-. Ahora, quiero que pienses en algo que te excite. No en mí. En lo que sea que te haya excitado antes.

Pensé en la imagen del hombre arrodillado, en las sensaciones de la ducha, en el pepino.

-¿Lo estás haciendo?

-Sí -respondí, notando cómo mi respiración se aceleraba solo con esos pensamientos.

-Bien. Ahora, con tu mano derecha, toca tu cuello suavemente. Como si no fuera tu mano, sino la de otra persona.

Levanté mi mano y la posé en mi cuello. El contacto me hizo estremecerme.

-Baja lentamente. Muy lentamente, Alma.

Mi mano descendió por mi clavícula, entre mis senos, hasta mi estómago.

-Detente ahí -ordenó-. Ahora, con la otra mano, toca tu pecho. No tus pezones todavía, solo alrededor.

Obedecí, acariciando mi seno izquierdo con los dedos.

-¿Cómo se siente?

-Bien -susurré.

-Descríbelo mejor.

-Se siente... cálido. Y hace que quiera más.

-¿Más qué?

-Más... contacto.

-Toca tu pezón. Pellízcalo suavemente.

Lo hice y solté un pequeño gemido.

-Eso es -asintió y su voz había cambiado, se había vuelto más profunda-. Ahora, baja tu mano derecha. Pero no toques donde quieres todavía. Toca solo tus muslos, por dentro.

Mis dedos rozaron la parte interna de mis muslos. Estaba tan excitada que podía sentir la humedad entre mis piernas sin siquiera tocarme ahí.

-¿Estás mojada, Alma?

-S-sí -admití, avergonzada y excitada a partes iguales.

-Tócate con un dedo. Solo por fuera.

Deslicé un dedo entre los pliegues de mi coñito y contuve el aliento ante la intensidad de la sensación.

-¿Qué sientes?

-Está muy húmedo -respondí, moviendo el dedo lentamente.

-¿Quieres meterte el dedo?

-Sí -gemí.

-Aún no -negó, y podía apostar que estaba sonriendo-. Sigue tocándote por fuera. Encuentra tu punto más sensible.

Obedecí, explorando hasta encontrar el lugar que me hacía temblar.

-Lo encontré -susurré.

-Bien. Ahora, muy despacio, mete un dedo mientras sigues tocando ese punto con el pulgar.

Lo hice y arqueé la espalda involuntariamente.

-¡Ah! -gemí.

-¿Te gusta?

-Sí, señor -respondí con dificultad.

-Muévelo dentro y fuera. Lentamente.

Seguí sus instrucciones, sintiendo cómo el placer crecía y crecía. Mi cuerpo entero estaba tenso, expectante.

-¿Quieres correrte, Alma?

-Sí, por favor -supliqué, moviendo mis dedos más rápido.

-Detente -ordenó bruscamente.

Me quedé inmóvil, con el dedo aún dentro de mí, jadeando.

-¿Q-qué? -le pregunté.

-He dicho que te detengas. Saca los dedos y pon las manos a los lados.

Con un quejido de frustración, obedecí. Mi cuerpo entero protestaba, estaba tan cerca del orgasmo.

-Por favor -le supliqué-. Estaba tan cerca...

-Lo sé -me respondió con calma-. Esa es la lección de hoy: control. Tu placer no te pertenece, Alma. Me pertenece a mí.

Sentí algunas lágrimas de frustración brotar de mis ojos.

-Eso es algo cruel -murmuré.

-No, es algo hermoso -su voz se suavizó-. El control, la entrega, la obediencia... hay un placer más profundo en eso que en cualquier orgasmo.

Respiré profundo, intentando calmar mi cuerpo que aún pulsaba de deseo insatisfecho.

-¿Puedo vestirme? -le pregunté finalmente.

-Sí. Pero antes quiero que entiendas algo: esto es solo el principio, Alma. Si decides seguir este camino conmigo, habrá placer como nunca has imaginado. Pero también renuncia, sumisión completa.

Me incorporé lentamente, cubriendo mi desnudez con los brazos.

-¿Y si digo que no?

Hubo un largo silencio.

-Entonces me iré mañana y nunca hablaremos de esto -respondió finalmente-. La elección es tuya, Alma. Siempre será tuya.

Escuché sus pasos alejándose por el pasillo. Me quedé sentada en la cama, temblando, con el deseo aún ardiendo entre mis piernas y la mente llena de ideas confusas.

Pero en el fondo, ya sabía mi respuesta. La había sabido desde que leí su nota, quizás incluso antes.

No iba a decir que no. No podía decirlo.

Porque, por primera vez en mi vida, estaba rompiendo todas las reglas con las que había crecido... y lo peor es lo mucho que me estaba gustando hacerlo.

            
            

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