"¡Llamen a un médico!" gritó Don Armando, que había entrado corriendo al escuchar el alboroto, seguido por sus otras hijas.
Isabel y Valeria corrieron hacia Sofía, arrodillándose a su lado.
"Está ardiendo, tiene fiebre," dijo Isabel, tocando la frente de su hermana.
El médico de la familia llegó rápidamente. Examinó a Sofía y luego a Clara, que seguía quejándose de su tobillo.
"La señorita Sofía tiene un cuadro de estrés agudo y una fiebre muy alta, necesita atención inmediata," dijo el médico con seriedad. "Y la señorita Clara... parece tener un esguince leve."
Justo en ese momento, un asistente entró corriendo. "Doctor, ha ocurrido un accidente en la carretera, hay muchos heridos y solo queda un kit de emergencia completo en el dispensario."
Se creó una tensión palpable. Había que tomar una decisión.
Don Armando miró a Ricardo, sus ojos eran dos carbones encendidos. "La decisión es tuya, muchacho, tienes a tu prometida y a la mujer a la que dices proteger, ¿a quién eliges salvar?"
Ricardo miró a Sofía, inconsciente en el suelo, su rostro delicado contraído por el dolor. Luego miró a Clara, que lo miraba con ojos suplicantes, llenos de lágrimas.
"La vida de Sofía no corre peligro inminente," dijo el médico, intentando aclarar la situación. "Su condición es grave por el estrés, pero es la fiebre lo que debemos controlar, el kit ayudaría a estabilizarla más rápido, en cuanto a la señorita Clara, su esguince necesita ser tratado para evitar complicaciones, pero no es una amenaza para su vida."
Era una elección clara para cualquiera que no estuviera cegado.
Pero Ricardo no lo estaba. La culpa era una venda sobre sus ojos. Recordó a la familia de Clara, recordaba la promesa que se hizo a sí mismo de cuidarla siempre.
"Denle el kit a Clara," dijo Ricardo, su voz sonando extraña incluso para él. "Sofía es fuerte, se recuperará, la vida de Clara... ella ha sufrido demasiado."
Un silencio sepulcral llenó la habitación. Don Armando cerró los ojos, su mandíbula tan apretada que parecía que iba a romperse. Isabel y Valeria miraron a Ricardo con un desprecio absoluto.
Fue la traición final. La gota que derramó el vaso.
Cuando Sofía finalmente se recuperó unos días después, ya no quedaba nada del amor que una vez sintió. Solo había un desierto helado donde antes florecía un jardín. Se enteró de la decisión de Ricardo no por su familia, que intentó protegerla del dolor, sino por la propia Clara.
Se encontraron en uno de los jardines de la mansión. Sofía estaba sentada en una banca, tratando de recuperar sus fuerzas. Clara se acercó con una sonrisa triunfante.
"Veo que ya estás mejor," dijo Clara.
Sofía no respondió.
"Ricardo se sintió muy culpable por tu desmayo," continuó Clara, disfrutando cada palabra. "Pero tuvo que tomar una decisión difícil, y me eligió a mí, por supuesto."
Sofía la miró, sus ojos vacíos.
"No te hagas ilusiones, Sofía," se burló Clara. "Ricardo solo está contigo por tu estatus, por el poder de tu familia, pero a quien ama de verdad, a quien le debe todo, es a mí, yo soy la que ocupa su corazón."
Clara se acercó más, su rostro se contrajo en una mueca de odio. "Él nunca te amó de verdad, ¡solo te usaba!"
En un arrebato de furia, Clara la empujó. Sofía, todavía débil, perdió el equilibrio. La banca estaba al borde de una gran piscina ornamental. Sofía cayó hacia atrás, y en un acto reflejo, se agarró del brazo de Clara, arrastrándola con ella.
Ambas cayeron al agua helada con un gran chapoteo.
Sofía no sabía nadar bien. El peso de su ropa y la sorpresa la hundieron rápidamente. Tragó agua, el pánico se apoderó de ella, y sus pulmones ardían. Vio burbujas subir a la superficie mientras ella se hundía.
Entonces, vio una figura saltar al agua. Por un instante fugaz, una chispa de esperanza se encendió en su corazón. Ricardo.
Pero él no nadó hacia ella.
Pasó de largo, sus brazos se movían con urgencia hacia Clara, que chapoteaba y gritaba en la superficie, fingiendo ahogarse mucho más de lo que realmente estaba.
Ricardo la alcanzó, la tomó en sus brazos y la llevó a la orilla, sin siquiera mirar hacia atrás, sin darse cuenta de que Sofía se estaba hundiendo de verdad, su vida se desvanecía en el agua fría y oscura.
Mientras el aire se acababa y la oscuridad la envolvía, Sofía tuvo una última visión clara: el rostro de Ricardo, preocupado y tierno, mientras sacaba a Clara del agua. Y en ese momento, al borde de la muerte, Sofía finalmente entendió. No era solo culpa, era una elección. Y él nunca, nunca la elegiría a ella.
El amor murió definitivamente, y en su lugar, nació una resolución de acero. Si sobrevivía a esto, seguiría adelante con el matrimonio por conveniencia, se iría al norte y nunca, jamás, volvería a ver a Ricardo.