Del amor temporal al inolvidable
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Capítulo 3

Conduciendo de regreso a la ciudad, los últimos cinco años se reproducían en mi mente como una película que me obligaban a volver a ver.

Mi madre, Elena, había trabajado como costurera para el negocio textil de la familia Garza antes de que un fallo en una máquina la dejara con una discapacidad permanente. Éramos los sirvientes. Ellos eran la élite. Esa era la línea trazada entre nosotros desde el día en que nací.

En la preparatoria privada a la que asistí con una beca, esa línea era un muro. Yo era el caso de caridad, la chica con el uniforme de segunda mano y el acento de clase trabajadora. Bárbara de la Vega, con su ropa perfecta y su sonrisa cruel, se aseguró de que nunca lo olvidara.

Una vez, ella y sus amigas me acorralaron en los vestidores, empujándome contra los fríos azulejos.

-Mírenla -se burló Bárbara, tirando de mi pelo-. ¿De verdad crees que perteneces aquí?

Estaba aterrorizada, indefensa.

De repente, una voz cortó el aire.

-Déjenla en paz.

Era Alejandro. Él era un estudiante de último año, un dios en los pasillos de esa escuela. Se quedó allí, imponente sin esfuerzo, y la pandilla de Bárbara se dispersó como ratones. Ni siquiera me miró. Simplemente se encargó de la situación, reportó a Bárbara por acoso y siguió adelante.

Pero nunca lo olvidé. Una semilla de enamoramiento se plantó ese día, una admiración tonta y sin esperanza por el chico que, por un momento, había sido mi protector.

Lo observé desde lejos durante años. Vi cómo adoraba a Bárbara, cómo la perseguía en cada ruptura y berrinche. Estaba desesperadamente enamorado de ella. Sabía que nunca tendría una oportunidad, así que enterré ese enamoramiento y me concentré en mis estudios. Sobresalí, volcando toda mi energía en mi pasión: el diseño narrativo para videojuegos.

Años más tarde, el destino nos volvió a unir. Yo trabajaba como mesera en lo que se suponía que era la boda de Alejandro y Bárbara. Los invitados estaban todos reunidos, la orquesta tocaba, pero la novia no apareció.

Bárbara había enviado un mensaje de texto. Se había fugado con un modelo europeo. No era la primera vez que lo dejaba plantado en el altar.

Vi a Alejandro de pie, solo, su rostro una máscara de furia y humillación. En un ataque de puro y vengativo despecho, se giró, sus ojos recorriendo la multitud, y se posaron en mí.

-Tú -dijo, su voz peligrosamente baja-. Cásate conmigo.

Estaba tan sorprendida que no pude hablar. Me ofreció un trato. Un matrimonio por contrato de cinco años. Necesitaba una esposa para guardar las apariencias, para demostrarle a Bárbara que no podía romperlo. Yo, con mi inteligencia tranquila y mi origen poco amenazante, era la candidata perfecta.

Y yo, recordando al chico que me salvó en los vestidores, con ese enamoramiento largamente enterrado removiéndose en mi corazón, dije que sí.

Durante cinco años, interpretó el papel de un esposo perfecto. Éramos extraños educados y respetuosos compartiendo una casa. Se aseguró de que mi madre recibiera la mejor atención médica, que estuviera cómoda. Nunca olvidó mi cumpleaños o un día festivo, siempre presentándome un regalo caro y considerado. En público, si alguien se atrevía a menospreciarme, lo callaba con una mirada fría y protectora.

Me permití tener esperanza. Pensé que tal vez, solo tal vez, esta actuación también se había vuelto real para él.

Entonces, hace seis meses, lo oí hablar con su amigo en su estudio.

-No puedo creer que Bárbara vaya a volver -dijo su amigo.

La voz de Alejandro sonaba cansada.

-Siempre supe que lo haría.

-¿Y qué hay de Sofía? ¿Simplemente la vas a desechar?

Contuve la respiración, mi corazón latiendo contra mis costillas.

Oí a Alejandro suspirar.

-Sofía siempre fue temporal. Es un reemplazo barato, una forma de pasar el tiempo hasta que Bárbara estuviera lista para volver conmigo. Ella sabe cuál es su lugar.

Las palabras destrozaron mi fantasía cuidadosamente construida. Un reemplazo barato. La verdad era más fría y cruel de lo que jamás podría haber imaginado. Mis cinco años de esperanza, de devoción silenciosa, se convirtieron en cenizas en mi boca.

            
            

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