Un destello de diversión cruzó el rostro de Bárbara. Le encantaba este juego, le encantaba enfrentarnos, con ella como premio.
-¡Muy bien, todos! -gritó, aplaudiendo-. ¡Vamos a la sala de juegos!
Al pasar a mi lado, se inclinó, su voz un susurro venenoso en mi oído.
-Solo te está soportando. No lo olvides nunca.
Apreté los puños, mis uñas clavándose en mis palmas. Seguí a la multitud a una habitación que parecía una sala de juegos de alta tecnología, con estaciones de realidad virtual y una pantalla masiva.
Encontré un asiento en un rincón oscuro, tratando de hacerme lo más pequeña posible. Alejandro tomó el sofá central, el rey en su trono, rodeado de su corte.
Entonces, para mi sorpresa, se levantó y caminó hacia mi rincón. Se sentó a mi lado, sin decir una palabra. El espacio entre nosotros estaba cargado de una energía extraña e incómoda. La atmósfera de la fiesta cambió.
Vi la sonrisa de Bárbara tensarse desde el otro lado de la habitación. Sus ojos, fijos en Alejandro sentado a mi lado, ardían de celos. No podía soportarlo.
Sin perder el ritmo, se deslizó y se apretujó en el sofá, justo entre Alejandro y yo, empujándome físicamente a un lado.
Sentí la mirada de Alejandro sobre mí por un momento, pero luego se desvió, fijándose en Bárbara. Siempre lo hacía.
Ella estaba radiante, presidiendo la corte, su risa brillante y cautivadora. Tenía que admitir que, al verla, podía ver el abismo entre nosotras. Ella había nacido para este mundo de glamour y privilegio sin esfuerzo. Yo era una impostora.
Tomé un vaso de whisky de la mesa, el líquido ámbar prometiendo un entumecimiento temporal.
Antes de que el vaso llegara a mis labios, la mano de Alejandro se cerró sobre la mía, deteniéndome.
-No bebas eso. Sabes que no aguantas el licor fuerte.
Su voz era baja, preocupada. Era uno de esos confusos momentos de cuidado que me habían mantenido enganchada durante tanto tiempo.
-Qué considerado -intervino Bárbara, su voz goteando falsa dulzura-. Pero, ¿recuerdas ese cóctel que te encantaba, Alejandro? ¿El que tenía esos amargos peruanos raros? Tuve que mover tantos hilos para conseguir una botella para tu cumpleaños un año.
El rostro de Alejandro se suavizó al recordarlo.
-Lo recuerdo. Fue la mejor bebida que he probado.
-¿Ves? -dijo Bárbara, mirándome con lástima-. Yo lo conozco.
La gente a su alrededor comenzó a murmurar: "Siempre estuvieron destinados a estar juntos", "Ella es la única que realmente lo entiende". Yo era la intrusa, el mal tercio en mi propio matrimonio. Mi cara ardía de vergüenza.
Bárbara, sintiendo su victoria, aplaudió de nuevo.
-¡Juguemos un juego! ¡Siete Minutos en el Paraíso, pero con un giro!
Las reglas eran simples y diseñadas para la máxima humillación. Un generador de números aleatorios emparejaría a las personas. La pareja con la puntuación combinada más alta ganaría el "privilegio" de pasar siete minutos juntos en el tocador contiguo.
La multitud rugió, sus ojos puestos en Alejandro y Bárbara.
Alejandro parecía intrigado. Una lenta sonrisa se extendió por su rostro.
Los números parpadearon en la pantalla. Alejandro obtuvo un 98. La puntuación más alta. La multitud vitoreó. Luego fue el turno de Bárbara. Obtuvo un 99. Una pareja perfecta.
-¡Hizo trampa! -gritó alguien en broma.
Bárbara solo sonrió, sus ojos fijos en Alejandro, llenos de un deseo no disimulado.
Era su decisión. Todos estaban mirando.
Sabía lo que elegiría. Siempre lo supe.
Empecé a levantarme, a escabullirme antes de la ejecución pública final de mi dignidad.
Pero entonces, la mano de Alejandro se disparó y agarró mi muñeca.