Para los exámenes escritos siempre, siempre, siempre, una se enfermaba invariablemente, je je je, y así una de nosotras, de acuerdo a la materia que correspondía, rendía las pruebas dos veces, por cada una, sacando igualmente las mejores notas de la clase.
Las profesoras ni sospechan las jugarretas que le hacíamos y pensaban que, en efecto, las hermanitas esas eran muy inteligentes, je je je.
Papá y mamá, por supuesto, no sabían de nuestras trampas y pensaban que sus gemelas eran súper estudiosas je je je.
Nos reíamos de los chicos, además. Ellos nos invitaban al cine, a pasear, a comer helado, ir a la playa y nos disfrazábamos una con otra, tan solo para molestarlos, tomarles el pelo y reírnos un buen rato a sus costillas. A veces Fabiola era yo y en otras ocasiones me encargaba de sustituir a Fabi y entonces dejábamos a nuestros ocasionales enamorados en ridículo, confundiendo a sus parejas, lo que disfrutábamos, incluso carcajadas.
El quinceañero de las dos se hizo en la casa y vino muchísima gente. Nos vestimos igualito, el mismo vestido y zapatos, lucimos idéntico peinado y hasta llevamos un ramo de flores parecido. Los invitados ni sabían quién era quién. Mi padre, en cambio, estaba orgulloso llevando de sus brazos a sus dos hermosas hijas, presentándolas en sociedad. Bailamos mucho, comimos bastante hasta casi reventar, nos divertimos el doble y la pasamos de maravillas para felicidad de nuestros papás.
Y en lo que diferimos fue en las carreras que elegimos, como ya subrayé. Fabiola quería ser abogada y yo arqueóloga je je je. -No siempre vamos a tener los mismos gustos-, le dije a Fabi cuando me dijo que quería ser una mujer de leyes como mamá.
Papá, finalmente, aceptó, a regañadientes, que tomáramos nuestros propios rumbos, y, por enésima vez, nos repitió su consejo favorito: -la vida hijas es ir pasito a pasito, subir la escalera escalón por escalón, hacer una cosa a la vez, despacio, sin apurarse, entonces el éxito estará asegurado-, nos dijo resignado, aceptando lo que habíamos decidido.
El primer novio de Fabiola fue Enrique, un muchacho muy agradable que era futbolista en un equipo de Primera División. Él estaba muy enamorado de mi hermana, sin embargo, Fabi no lo tomaba en serio. Le parecía inmaduro y con sueños ilusos de jugar en el extranjero. Además ella odiaba el fútbol, ren4gaba cuando iba al estadio a alentarlo y se molestaba mucho cuando Enrique le pedía que se pusiera la camiseta de su equipo para que la vieran en las tribunas. -No me gustan los colores de tu equipo-, se enfurecía ella. Por todo eso, finalmente, rompieron.
Paralelamente yo estaba saliendo con Esteban, ya les conté y con el que tampoco funcionaron las cosas. -¿No será que el amor no es compatible con nosotras?-, me preguntó Fabiola cuando le conté que había terminado con mi enamorado. -El problema es que los hombres siempre toman las cosas como una diversión, un pasatiempo, algo pasajero-, le dije fastidiada.
Con mi hermana nos gustaba ir a la playa a tostarnos al Sol. Nos poníamos las tangas más minúsculas que encontrábamos en la tienda y mi madre daba bufidos y refunfuñaba viéndonos con esas pitas que no dejaban nada a la imaginación. -Es la mejor manera de asegurar un buen bronceado, pues, mamá-, defendía yo, las microscópicas prendas que lucíamos en la arena y que se perdían en nuestras adorables anatomías pletóricas de curvas, redondeces, quebradas y deliciosos valles.
También íbamos los fines de semana a bailar a las discotecas y nos convertimos en las reinas de los findes. Bailábamos hasta la madrugada, encandilando a los galanes, acaparando miradas y flechando corazones por doquier. Eso es lo que más encantaba, sentirnos deseadas je je je.
Eso sí, no tolerábamos atrevidos. Una noche, un fulano se quiso propasar con Fabiola, tocándole las nalgas y yo lo sorprendí infraganti. Le metí un cabezazo, haciéndole añicos la nariz y bañándolo en sangre. Algo que había aprendido en el ejército era a defenderme. Otro día le rompí el brazo a un nuevo faltoso y a uno más lo doblé como rama seca después de patear sus genitales.
Los hombres empezaron a respetarnos, a mirarnos con desconfianza y a mantener la cordura y la distancia porque sabían que yo era una chica de armas tomar y que era capaz de reventarle la cabeza, incluso, a tipos enormes como faroles de alumbrado público.
Yo le enseñé defensa personal a Fabiola. En ese sentido yo le estaba muy agradecida a Rafael porque gracias a él, estuve en el ejército y aprendí todas las técnicas para castigar a tipos que se pasaban de la raya. Y aunque Fabi es bastante pacífica, lamentablemente seguimos inmersas, aún, en un mundo machista y es necesario saber defenderse.
Con Fabiola hicimos un pacto de honor de casarnos juntas, en una boda doble. -¿Si ellos, nuestros futuros esposos, no quieren?-, se quedó pensativa Fabi. Las dos permanecíamos tumbadas en mi cama, yo estrujaba mi peluche de oso panda y mi hermana acariciaba mis pelos. Ya era de madrugada y las calles estaban en silencio y hacía mucho frío. Estábamos viendo una película romántica, de esas muy lastimeras y lacrimógenas y que nos gustaban mucho. -Los mandamos a Marte, pues mujer-, dije y las dos estallábamos en carcajadas, tanto que hasta temblaron los ventanales de la casa. Mi mamá furiosa por la bulla nos reclamó desde su cuarto, -¡¡¡Niñas a dormir!!!-, pero nosotras seguíamos riéndonos a gritos.