De inmediato me dediqué a buscar trabajo. No quería quedarme dormida en mis laureles y ya deseaba estar en el campo de acción, buscando reliquias, convertida en una cazadora de tesoros, je je je. Ya me imaginaba en acción con mi sombrero vaquero, mi látigo, mis botas altas, y el short cortito, desafiando peligros, enfrentándome a saqueadores y ladrones de cuadros de grandes pintores. Dejé mi hoja de vida en laboratorios, museos, archivos privados y estatales y el instituto de cultura, sin embargo no obtuve resultados inmediatos. Estuve casi tres meses sin conseguir trabajo, tocando muchas puertas, hasta que finalmente me llamaron de la policía de delitos contra el patrimonio cultural, que se dedicaba a rescatar piezas históricas de manos de los contrabandistas y huaqueros.
-Queremos hablar con usted, venga a la comandancia-, recibí un mensaje de texto a mi móvil. Ya se imaginarán, me puse a brincar como una loca, porque ya había empezado a creer que sería muy difícil conseguir trabajo. Me puse muy hermosa para mi entrevista de trabajo. Me vestí con un sastre elegante, dejé mis pelos sueltos, resbalando como cascadas sobre mis hombros y calcé zapatos con tacos discretos, también llevé lentes grandes y redondos para que me dieran un aire de investigadora. Estaba bastante emocionada.
Me recibió el comandante Hugo Burns. Era un tipo muy alto, enorme, parecía un poste de alumbrado público, con el rostro adusto, los pelos canos y la mirada altiva, igual a la de un general romano. Me hizo pasar a su oficina. No era muy grande pero sí confortable y habían muchos planos colgados en las paredes y una biblioteca grande, colmada de libros pero que estaban apiñados, abiertos, desordenados y algunos textos sin hojas.
-El estado está preocupado por el tráfico de artesanía, momias, cuadros y otros tesoros históricos que se ofertan en el mercado negro-, me fue relatando Burns, estrujando su boca y tamborileando los dedos en su pupitre. Era obvio que eso le preocupaba sobremanera y le era un carga sobre sus hombros. Me invitó un cigarrillo mientras me hablaba pero yo no fumo. También me preguntó si quería un brandi pero tampoco bebo licor je je je. Él se asombró. -Una chica sin vicios-, sonrió meciéndose en su silla. -Chica precavida goza toda la vida-, le respondí riéndome y Burns pudo relajar su rostro adusto que me intimidaba.
-Leí su hoja de vida, obtuvo las máximas calificaciones en su facultad, eres muy perspicaz y acuciosa, señorita, es lo que estamos buscando una arqueóloga muy sagaz-, no dejaba de halagarme Burns. Yo me sentía en la gloria. No imaginaba que hubiera hecho tan bien las cosas en la universidad. -Lo que más me ha gustado de tus datos es que has sido soldada-, se admiró luego Burns, abriendo aún más sus ojos.
-Hice servicio en el ejército, estuve en la unidad de tácticas especiales-, le recordé.
-Alcanzaste el rango de sargento, eso no lo hace cualquiera-, seguía sorprendido Burns.
-Los jefes estimulaban a los reclutas que hacían las cosas bien, es algo que se estila en el servicio militar, no es una hazaña, tampoco-, le insistí.
Burns ordenó que me contrataran de inmediato porque, me dijo "eres una chica muy valiosa". -Estarás como asimilada en la policía de delitos contra el patrimonio cultural con el rango de teniente, pero prestarás servicio para el instituto de cultura, no ganarás mucho-, me advirtió, sin embargo eso me incomodó en absoluto. Lo que yo quería era trabajar en lo mío, la arqueología.
-Julius, entrega a la señorita chaleco antibalas, casco, guantes botas, uniforme de gala, placa y destínale un casillero en los vestidores, que ella trabajará, ahora, con nosotros-, dijo a un tipo largo, delgado, ojeroso y de rostro arrugado que era su adjunto personal.
Me destinaron a realizar trabajos en un museo de sitio en las afueras de la ciudad. Debía encargarme de la clasificación y limpieza de todas las piezas que se mostraban al público y hacer no solo inventarios sino una breve historia de cada una. La pasé de maravillas. Habían armas, cráneos, huesos, trabajos en piedra, ornamentas, mantas y variada artesanía, toda ella muy delicada que se mantenían en urnas. Habían, además, réplicas en escala de civilizaciones muy antiguas. Hice un trabajo de hormiga, incluso redacté folletos explicativos y trípticos que mandé a imprenta para entregar al público y también para las chicas guías de turistas que trabajaban en el museo de sitio, aliviando el trabajo del gerente. -Llegaste en el momento más oportuno, Patricia, cuando ya me estaba volviendo loco-, me dijo Manfreed Olguín, un tipo muy agradable, entrado en años, historiador de profesión y que estaba a cargo del museo.
En las huacas colindantes me dediqué, también a explorar tratando de rescatar algunas piezas de valor. Organicé con los empleados y los practicantes de arqueología algunas excavaciones no muy profundos en las laderas cercanas, en busca de restos de alto valor histórico que podríamos utilizar para las exhibiciones. Encontramos más ornamentas, mantas y algunos huacos invalorables. Burns quedó muy contento con mi trabajo, incluso me destinó una oficina en la comandancia.
-Julius, el ambiente que era para investigaciones especiales ahora será para la teniente Monroe-, anunció, incluso, Burns.
Un tipo, Dobson, me trató mal. -Usted es una principiante, no puede darme órdenes-, decía él muy enojado. Dobson no era arqueólogo pero se encargaba de las clasificaciones de las piezas históricas. Olguín se molestó con él.
-La señorita es diplomada y yo confío en ella, Dobson-, le dio una severa reprimenda.
Dobson, empero, me desobedecía en todo, se quejaba siempre, hacía mal su trabajo e incitaba a los otros empleados a estar en mi contra. Cansada de todo eso, me quejé con Olguín y él lo despidió.
-La van a pagar, tú y la perra esa-, le dijo a Manfreed cuando tomó sus cosas y se marchó, renegando, blasfemando, lanzando maldiciones, pateando las sillas y prometiendo venganza.