Daniel la contemplaba llorar, su cara empapada como una flor bajo la lluvia, y sintió cómo su corazón se ablandaba.
Extendió la mano para consolarla, pero ella la apartó de un manotazo.
"¡No me toques!", gritó Lily, llorando aún más, "Ya estás casado... Nosotros... nosotros no podemos seguir como antes. Me volveré al pueblo y no volveré a molestarte nunca más...".
Dicho esto, dio media vuelta hacia la puerta. Sus pasos eran inestables, como si en cualquier momento fuera a desplomarse.
"¡Lily!", Daniel corrió tras ella, tomándola de la muñeca con desesperación, "Escúchame, no es lo que piensas...".
"¿Entonces qué es?" lo interrumpió ella, furiosa, "¿Acaso el certificado de matrimonio es falso? ¡Daniel, no me engañes más!".
Él se quedó mudo, con el rostro alternando entre la palidez y el rubor.
"Señor Carter", la voz de Sophie cortó la tensión mientras apartaba sus manos, ya que a la señorita Harvey le importa tanto la legitimidad, ¿por qué no vamos ahora mismo al registro civil y lo aclaramos? Así podrá ver con sus propios ojos si realmente estamos casados".
El semblante de Daniel se ensombreció aún más. "¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de ir?", insistió Sophie, alzando una ceja, "¿O acaso ese certificado es falso?".
Los ojos de Eleanor se abrieron de par en par.
Siempre tan perspicaz, comprendió al instante la gravedad de la situación.
Miró a su hijo con incredulidad: "Daniel...".
Sus labios se movieron, pero al final bajó la cabeza, reconociendo la verdad en silencio.
El cuerpo de Eleanor tembló de rabia; quiso hablar, pero las palabras se le ahogaron en la garganta. De pronto, todo se le nubló y se desplomó de frente.
"¡Eleanor!", exclamó Daniel, corriendo a sostenerla.
La sala se sumió en el caos.
Pasaron unos días. Sophie estaba ordenando los documentos para su viaje al extranjero cuando el timbre sonó de repente, insistente y apremiante.
Al abrir la puerta, se encontró con Daniel. Su cabello estaba revuelto, y ya no quedaba rastro de la confianza y el porte de antaño.
Un penetrante olor a desinfectante la envolvió en cuanto apareció frente a ella.
Él abrió la boca, y con voz ronca murmuró: "Sophie, el doctor dice que Eleanor no está bien".
Ella no respondió.
"No deja de nombrarte", continuó Daniel, con la mirada cargada de súplica, "¿Podrías... podrías ir al hospital a verla? Aunque sea... por lo que hubo entre nosotros, por el pasado que compartimos".
Sophie alzó los ojos hacia él, y su mirada se detuvo en la cicatriz apenas visible entre sus cejas.
Esa marca venía de la infancia, de aquellas tardes trepando árboles en el patio. Daniel la había protegido y, en el intento, fue él quien terminó herido por una rama.
En aquellos años, era el mismo Daniel que metía el caramelo más dulce en su mano, el que se ponía delante de ella cuando la molestaban, diciendo con voz firme: "Sophie, cuando crezca, me casaré contigo".
Los recuerdos de aquella niñez pasaron uno tras otro por su mente.
Entonces, en su mirada solo existía ella; la amaba con una pureza y un fervor absolutos.
Pero la repentina pérdida de memoria lo cambió todo.
Sophie suspiró.
En aquel pueblo pesquero, toda la ternura que un día le había pertenecido a ella, él se la entregó a Lily Harvey.