Después de entrar un par de veces a su oficina con un fajo de documentos, el semblante de Dylan se ensombreció. "¿Por qué está aquí de nuevo?", preguntó.
Le sostuve la mirada y respondí con calma: "Rachael está ocupada, así que la estoy ayudando con estos documentos".
Dylan suspiró, extendió la mano hacia la carpeta y con un gesto me indicó que me retirara. "Gracias".
Sin embargo, decidí ignorar su indirecta y continué hablando. "Señor Hewitt, ¿puedo llamarlo de otra forma?".
Sin levantar la vista, respondió con apatía: "Como quiera".
Con un tono agradable, insistí: "Aunque todos en la empresa lo llaman señor Hewitt, me gustaría que tuviéramos un trato más personal. ¿Le molestaría si en privado lo llamo por su nombre?".
Pasó otra página de los documentos y contestó con indiferencia: "Me da lo mismo".
Mi vista se posó en los libros del estante que tenía detrás y pregunté con aparente naturalidad: "He notado que tiene una colección de novelas extranjeras. ¿Le gusta leer?".
Dylan tomó otro documento y respondió: "Son solo de adorno".
Sin desanimarme, continué: "Hace poco leí una novela titulada *Amante apasionado*. Trata de un amor intenso y desinhibido, que no se detiene ante normas sociales ni opiniones ajenas. Sus protagonistas viven guiados únicamente por el deseo, en un estado de liberación constante que me pareció cautivador. Me hizo desear una vida así de apasionada".
Se aflojó la corbata con una mano y aclaró: "Esos libros son solo un adorno. Nunca los he leído. Y no comparto su punto de vista. Yo valoro el autocontrol". Tras firmarlo, cerró el último documento. "¿Algo más?", preguntó.
Era evidente que Dylan no tenía interés en una confidente, así que decidí cambiar de táctica. Me incliné ligeramente, señalando el calendario sobre su escritorio. En un movimiento que pareció accidental, los botones de mi blusa se engancharon en una de las esquinas. Al enderezarme, dos botones del escote se desprendieron. Uno de ellos rodó por el escritorio hasta detenerse justo al lado de la mano de Dylan. Sin embargo, fingí no darme cuenta y le ofrecí una cálida sonrisa. "Dylan, como su asistente personal, necesito conocer sus gustos y aversiones. Por ejemplo, si hay alguna comida que deba evitar o cosas que le gusten especialmente. ¿Podría darme alguna indicación?".
Él me observó con calma, sin ofrecer respuesta.
Con audacia, me incliné un poco más para acentuar la curva de mi cintura y mis caderas. Clavé la mirada en la suya y susurré: "Aspiro a satisfacerlo en todos los sentidos". Acaricié suavemente su mano derecha con la punta de los dedos. "Siento curiosidad por saber más sobre quién es usted", expresé.
Tal como lo había imaginado, Dylan era muy receptivo a este tipo de insinuaciones. Su mirada recorrió mi pecho, donde la pálida piel había quedado parcialmente al descubierto. Me cuidé de mantener un aire de elegancia y no mostrar demasiado, pues sabía que el exceso podía resultar vulgar. Esa mezcla de insinuación seductora y contención resultaba irresistible.
A diferencia de otros hombres, que dejan traslucir el deseo en la mirada al ver a una mujer hermosa, Dylan permaneció con el rostro inexpresivo, ocultando por completo sus emociones.
Apartó la mano. "Lo siento, pero no tengo tiempo para guiarla", dijo.
Al verme rechazada, recurrí a mis mejores dotes de actriz. Mi mirada, antes expectante, se tiñó primero de decepción y luego de una profunda tristeza. Lentamente, las lágrimas comenzaron a asomar a mis ojos. "Bueno. En ese caso, búsqueme cuando tenga tiempo, por favor. Estaré dispuesta a escucharlo y a aprender de usted siempre que pueda".
A pesar de mi convincente actuación, él permaneció impasible. Volvió a rechazarme, sin piedad. "Lo siento, pero nunca estoy disponible".
Tomó otro documento de una esquina del escritorio y se puso a revisarlo. Sin siquiera mirarme, ordenó: "Por favor, retírese".
Permanecí de pie unos segundos más, aceptando mi derrota en silencio.
Había roto mi propio récord. En todos mis años en esta profesión, era la primera vez que un hombre me rechazaba de forma tan categórica.
A pesar de la frustración que me invadía, reuní todas mis fuerzas para ocultarla. Me alisé el vestido y caminé hacia la puerta. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de salir, Dylan me detuvo en seco. "Espere un momento".
Mis pupilas se dilataron. Fue, sin duda, una sorpresa. ¿Qué hombre podría resistirse a los encantos de una mujer hermosa?
Cambié mi expresión al instante y lo miré con inocencia. "¿Es que ahora tiene un poco de tiempo para mí?".
Dylan preguntó: "¿Cuántos años tiene?".
Sorprendida por su pregunta, respondí con asombro: "Tengo veintiséis años".
Él asintió. "Está en la flor de la vida", comentó.
Tras su observación, Dylan volvió a su trabajo como si nada.
Según mi experiencia, por lo general me tomaba tres intentos conquistar a mi objetivo. Sin embargo, Dylan resultó ser una excepción. Hasta ese momento, no había mostrado el más mínimo interés en mí, y mucho menos había considerado serle infiel a su esposa por mi presencia. En el pasado, ya me había topado con hombres que fingían ser íntegros y eran difíciles de seducir, pero Dylan representaba un desafío aún mayor.
Al día siguiente, él no fue a la oficina. Había viajado a una ciudad cercana para evaluar una adquisición, acompañado por Rachael. Por lo general, cuando el jefe salía de viaje, llevaba a su asistente personal para que se ocupara de las tareas menores. Sin embargo, Dylan ni siquiera consideró llevarme. Sentí que mi plan había llegado a un callejón sin salida. Sin embargo, la segunda noche de su viaje, recibí un mensaje inesperado: me citaba en la vinícola Royalness.
De camino a la vinícola, decidí llamar a Theresa para ponerla al día. Sin embargo, ella aplacó mi entusiasmo con una dosis de realismo. "No te emociones tan rápido. A Dylan le gusta jugar con la gente".
Mientras sostenía el teléfono con una mano y el volante con la otra, la tranquilicé: "No te preocupes, a mí también se me da bien ese juego".
Theresa expresó su sorpresa. "Tu plan va mejor de lo que pensaba. Tal vez de verdad tengas una oportunidad con Dylan".
Poco después de colgar, llegué a la vinícola Royalness.
Busqué el número de salón que Dylan me había indicado y me dirigí al reservado. Al abrir la puerta, lo encontré conversando sobre la adquisición con un hombre de mediana edad. Me acerqué y saludé a Dylan con respeto: "Hola, señor Hewitt".
Él interrumpió su conversación, me miró y preguntó: "¿Puede beber?".
Cuando un hombre le pregunta a una mujer si bebe, la intención suele ser la misma que si la invitara a ver una película a medianoche. Era una insinuación que cualquier adulto entendería. Parecía que Theresa había sobreestimado a Dylan. Había encontrado una grieta en su armadura.
Fingiendo inocencia, comenté con naturalidad: "Claro, aunque me emborracho con mucha facilidad".
Dylan no pareció captar la insinuación. "En ese caso, no beba", respondió. "Solo quédese a un lado y espere mis órdenes".
Sorprendida por su frialdad, apreté los puños discretamente, pero mantuve la compostura. "Por supuesto, señor Hewitt", respondí.
El hombre de mediana edad alzó su copa, haciéndola tintinear suavemente contra la de Dylan. "Tengo entendido que Lance Cooper también está interesado en esta adquisición".
Dylan giró su copa con suavidad, haciendo que el líquido se arremolinara en su interior. "El tío de mi esposa es muy ambicioso", comentó. "Nunca se está quieto".
"Señor Hewitt, tengo curiosidad por ver cómo piensa frenar sus ambiciones", expresó el hombre.
Dylan entrecerró los ojos mientras observaba el vino en su copa. "No es rival para mí".
Al oírlo, se me escapó una risita. Tenía buen ojo para los hombres. Sin duda, Dylan irradiaba una enorme confianza en sí mismo. Confiaba plenamente tanto en su atractivo para con las mujeres como en su habilidad para los negocios. La confianza era una cualidad deseable, pero cuando se convierte en arrogancia, la caída es inminente. Dylan se había convertido en una figura prominente en el mundo empresarial, y ni siquiera su esposa podía desafiar su posición. Era evidente que poseía una mente siempre aguda y perspicaz.
Mi risa atrajo la atención del hombre sentado frente a Dylan. Me observó bajo las luces del salón. "Señor Hewitt, ¿ha contratado a una nueva secretaria?", preguntó.
Dylan me presentó con una sonrisa. "Es la asistente personal que mi esposa contrató para mí".
El hombre se rio. "Supongo que está muy satisfecho con su nueva asistente", comentó.
Dylan sacó un cigarrillo y jugueteó con él, pensativo. "Es aceptable. Ni muy lista, ni muy tonta".
"Qué coincidencia", continuó el hombre. "La mujer de mis sueños se parecía mucho a su asistente".
"¿En serio?". Dylan se inclinó hacia adelante con curiosidad, ladeando la cabeza. "¿Cómo se llama?", preguntó.
A pesar de llevar casi una semana como su asistente, todavía no se había molestado en aprender mi nombre. No era por mala memoria -la tenía excelente para los negocios-, sino por una absoluta falta de interés en todo lo que no fuera riqueza y poder.
En un tono respetuoso, respondí: "Sabrina. Sabrina Garrett".
Dylan tomó un sorbo de vino, dando por zanjado el tema.
La reunión de negocios se prolongó hasta las diez de la noche. Salimos de la vinícola Royalness y lo seguí.
Dylan se acomodó en el asiento trasero y yo ocupé el del copiloto. Una vez en el auto, él permaneció en un silencio contemplativo, fumando su cigarrillo.
Como no sabía la dirección de Dylan, me quedé en silencio, asumiendo que el chofer sabría a dónde ir. Técnicamente, no era necesario que lo acompañara, pero reconocí que era una oportunidad única para estar a solas con él y sentí que debía aprovecharla.
Mientras el auto avanzaba, le echaba vistazos por el espejo retrovisor, observando su presencia y su porte.
Esa noche, Dylan había despertado en mí una mezcla de emociones y sensaciones.
Los reflejos de los letreros de neón proyectaban luces y sombras sobre su rostro a través de la ventanilla. Envuelto en una nube de humo, parecía sombrío y ajeno al mundo. Dylan era conocido por su habitual atuendo formal y su semblante serio. Sin embargo, esa noche era diferente. Llevaba una camisa color vino y un abrigo de cuero. Tenía varios botones desabrochados, dejando entrever parte de su pecho. Llevaba el cabello engominado, manteniendo su forma impecable. Con un cigarrillo entre los labios, proyectaba un aire de elegancia despreocupada y un atractivo innegable.
Mientras la noche avanzaba, pensaba en cómo podría aprovechar esta oportunidad.
De repente, Dylan, que había estado recostado con los ojos cerrados, los abrió de golpe. Apagó el cigarrillo en el cenicero e hizo una pregunta directa: "¿Cree que soy guapo?".
Su pregunta me tomó tan por sorpresa que no la escuché bien. "Disculpe, ¿podría repetirlo?".
Me clavó su intensa mirada y repitió: "¿Le parezco atractivo?".
Insegura de cómo responder, lo miré a los ojos sin saber qué decir.
Quizás por el vino, Dylan parecía algo ebrio. De repente, se inclinó hacia adelante, acercándose a mí de forma inesperada.