Julissa dijo que reservaría mi pasaje al tiro. Pero luego, como recordando algo, bajó la voz, "Oye, ¿y qué pasa con Timothy? Tú lo amas hasta los huesos. Hasta dijiste que dejarías tu sueño de ser pianista con tal de estar detrás de él. ¿O no?".
Al oír el nombre de Timothy, sentí un dolor agudo en el pecho.
Las carcajadas burlonas resonaban en mis oídos, y la imagen de Timothy, con esa frialdad suya cuando se reían de mí, se me vino encima.
Había malgastado cuatro años a mi lado. Todo para torturarme, sólo por Bryanna.
"Se acabó el amor", dije, con la voz ronca pero serena. "No lo merece".
Colgué y me quedé paralizada en la acera, sin poder reaccionar. Respiré hondo para serenarme y eché a andar hacia mi "hogar".
Al abrir la puerta de la villa otra vez, todo me resultaba conocido, pero algo en mí era distinto.
La villa estaba a nombre de Timothy. A poco de que empezáramos, él, tan campante, sugirió que viviéramos juntos.
En ese entonces, yo, toda tímida e ilusionada. Creí que era su manera de formalizar las cosas, de que nos conociéramos de verdad.
Le puse todo mi empeño a esa villa, la llené de amor. Soñaba con llenarla de niños y pasar el resto de mi vida amándolo.
Pero ahora veía claro que todo había sido un espejismo.
Vivir conmigo sólo era parte del plan para que se desquitara por Bryanna.
No lograba entender por qué Timothy era capaz de tanto por Bryanna. De haberse tirado cuatro años con una mujer a la que no amaba, todo por ella.
La sala, la cocina, el dormitorio... todos guardaban la huella de nuestra intimidad. Hasta me había marcado en la primera luna llena después de mudarme.
Todo lo que hizo no fue más que una prueba de lo importante que era Bryanna para él.
Esos días, después de conocer la verdad, no volví a preguntar por Timothy. Ni una sola visita.
Me dediqué a destruir cada objeto en la casa que guardara un recuerdo feliz. Lo que no pude destruir, lo tiré.
Desenterré el álbum de fotos que tanto atesoraba. Lleno de pedazos de nuestra vida en común. Cada foto estaba acompañada de una leyenda.
"Hoy preparé ensalada de atún. Dijo que le encantó. Me puse tan contenta".
"Hoy me llevó a un musical. Ojalá selláramos nuestro lazo pronto, como la pareja de la obra".
"Dijo que la sirvienta había perdido el anillo que me iba a dar. Busqué por todos lados y nada. Pero no importó. Compré nuevos anillos a juego para nosotros".
Entre lágrimas, fui despedazando el álbum y arrojando los recuerdos al fuego. Los miré consumirse, convertirse en ceniza.
Luego empaqueté todos los regalos que con tanto cuidado preparé para Timothy en cuatro años y los doné a la caridad.
Relojes, abrigos, corbatas... docenas de cosas, cada una expresaba mi amor por él.
Al final, llegó el turno del campo de girasoles que planté para Timothy con mis manos. Le encantaban los girasoles. Decía que eran el amor que da todo sin pedir nada.
Ahora por fin entendía para quién era toda esa entrega. Para Bryanna.
Fui arrancándolos uno por uno, las hojas me cortaban las palmas. Era como si me recordaran que así debía arrancar mi amor por Timothy.
Cuatro años dan para acumular mucho.
Me llevó cuatro días enteros limpiar todo rastro. Poco a poco, el dolor me fue soltando y empecé a respirar más liviana.
De pronto, la puerta de la villa se abrió de par en par y apareció Timothy.
Echó un vistazo a la sala vacía, desconcertado. "Parece que faltan muchas cosas".
Le respondí con el rostro inexpresivo, "Sólo hice limpieza. Muchas cosas ya no tenían sentido guardarlas".
Timothy se me acercó. Y me soltó con reproche, "Casi me mata el veneno de lobo. ¿Y ni siquiera fuiste a verme al hospital?".
Le solté con indiferencia, "Ahí estás, de pie y entero. Obviamente estás fuera de peligro".
Timothy no esperaba esa respuesta. Intentó explicarse: "Me enteré de lo de la médula. Me preocupé por ti, sola, y por eso me di de alta antes de tiempo".
Al decirlo, su mano buscó mi espalda baja. Preguntó, suavizando la voz: "¿Todavía te duele?".
Me quité de su toque con naturalidad. "Nada. Los lobos nos reponemos rápido".
Notó el cambio en mi actitud y frunció el ceño. "¿Qué te pasa? Sólo fueron cuatro días en el hospital y pareces otra".
Esbocé una sonrisa. "Estás exagerando. Sigo siendo la misma".
Timothy se quedó callado.
Antes, no cabía nadie más que él en mi mundo. Hasta un simple ataque de tos suyo me quitaba el sueño.
Pero esta vez, cuatro días hospitalizado y ni una pregunta por su estado.
Timothy me miraba a los ojos, tratando de descifrar el cambio.
Al cabo de un momento, dijo con suavidad: "¿Ha sido mucha la presión? Un amigo estrenó un coto de caza. Vamos, te llevo a relajarte".