El amor tardío del Alfa
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Capítulo 3

Ya iba a decir que no, pero Timothy, sin darme tiempo, me levantó en brazos. Y juntos nos metimos en el carro.

El traqueteo del carro por ese camino de montaña me estaba mareando.

Al llegar al coto, Timothy vio que yo no estaba bien y me abrió la puerta.

"¿Te mareas?", me preguntó en voz baja.

"Nada". Negué con la cabeza y bajé en silencio.

Apenas puse un pie en la entrada, me topé con la persona que menos quería ver.

Era Bryanna.

Iba de blanca blusa y jeans ajustados, con el cabello largo recogido en una cola. Una sonrisa dulce en los labios. Y aun rodeada de tanta gente, era la que más brillaba.

Bryanna era la madrastra de Timothy. Cuando su padre murió, Timothy cargó con la responsabilidad de cuidarla. Pero en todos esos años, jamás los vi cruzar una mirada de más delante de mí.

Nunca se me pasó por la cabeza que Timothy, más allá del deber, sintiera tanto por ella.

Bryanna notó que Timothy me tomaba de la mano mientras caminábamos hacia la entrada del pabellón de caza. Una sonrisa equívoca se le dibujó en la boca. Se notaba que ella también estaba al tanto de las cien venganzas.

Al pensarlo, sentí un frío que me caló hasta los huesos.

Timothy notó la mirada de Bryanna y una sombra de nervios le cruzó el rostro. Soltó mi mano de inmediato.

Y musitó: "Voy un momento con los amigos. Tú date una vuelta, ya vengo".

Miré su espalda alejarse y una punzada de amargura me atravesó el pecho.

Apenas Timothy se fue, Bryanna se despegó del grupo y echó a andar tras él.

Al verlos doblar la esquina, el dolor de cabeza me apretó más fuerte. Sólo quería encontrar un lugar para descansar.

"Oye, Vanessa, vamos al criadero de venados. ¡Si te encantan los animalitos!". Los cuates de Timothy dijeron entre risas, ya jalándome hacia el bosque.

Hice un gesto para que me soltaran. "Mejor espero a Timothy. Es que me mareé un poco en el camino y no me siento bien".

"Ya nos alcanza. Un poco de aire fresco en el bosque te va a sentar bien". Y sin soltarme, me llevaron a paso rápido entre los árboles.

"¡Mira, Vanessa, unos venados!", gritó uno, señalando. Yo seguí el dedo con la mirada.

Y entonces, por la espalda, alguien me empujó con fuerza.

"¡Ah-!", grité. No pude ni ver quién era, y ya rodaba cuesta abajo.

Ramas y hierbajos me arañaban la cara.

Rodaba y rodaba sin poder hacer nada para parar.

Las piedras me golpeaban, hasta que al fin caí sin fuerzas al fondo del valle.

Todo se nubló ante mis ojos, y el mundo se apagó.

...

Al volver en mí, estaba en la villa, en mi cama. La cabeza me daba vueltas y cada mínimo movimiento era una puñalada de dolor. Llena de moretones y raspaduras.

Forcejeé por incorporarme. Timothy me ayudó y, con cara de preocupación, me alcanzó un vaso de agua y unas pastillas. "Se te fue el paso en la ladera. Estos son analgésicos. Toma. Con esto se te quita".

Atontada por el dolor, las tomé sin pensarlo. El dolor era abrumador.

Me recosté y me hundí en un sueño pesado. Hasta que un retorcijón de náuseas y cólicos me volvió a la realidad.

Abrí los ojos con trabajo y vi que Timothy ya no estaba.

Con lo poco que me quedaba, llegué al baño. Y allí fue un ir y venir, vomitando y con diarrea.

Para colmo, un dolor persistente detrás de los ojos no me dejaba ver claro.

Tenía que llegar a un hospital.

Marqué al número de emergencias.

El médico soltó un grito de alarma al verme.

Tres horas de urgencias después, por fin sentí algo de alivio.

Desde la cama, veía a la enfermera curar mis heridas. "Qué suerte que llegó a tiempo. Un poco más y perdía al niño".

De no ser por esto, no me habría enterado de que esperaba un hijo de Timothy.

Apoyada en la cama, miraba el informe sin verlo. "Tomé analgésicos y descansé. No comí nada... ¿entonces la diarrea?".

La enfermera me miró fijo: "¿Analgésicos?".

Saqué un frasco y se lo di. "Mi compañero me los dio. Sólo tomé eso".

La enfermera trituró una pastilla entre los dedos para examinar. "Dice que son analgésicos, pero esto es un laxante. Menos mal que vino. Podría haber sido un shock".

Miré la expresión seria de la enfermera y mi rostro se oscureció. Luego forcé una sonrisa débil. "Quizás fue un descuido de mi compañero".

En eso, llegaron los mensajes.

Agarré el celular y leí. Y las manos me temblaron tanto que por poco se me cayó.

Eran los amigos de Timothy charlando.

"Jajaja, misión cumplida. Venganza número noventa y ocho en el bolsillo".

"¡El plan fue perfecto! Primero la empujamos y luego Timothy le dio el laxante. Ahora mismo ya debe estar frita".

"Una lástima no haberle sacado los ojos. Así no podría competir con Bryanna en el concurso de piano".

Hasta que uno cayó en la cuenta: "¡Ay! ¡No! Enviaste los mensajes en el grupo equivocado. ¡Este es el grupo con Vanessa!".

            
            

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