la doctora del mafioso
img img la doctora del mafioso img Capítulo 9 Seguridad dudosa
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Capítulo 12 El precio de la negativa img
Capítulo 13 Sin escapatoria img
Capítulo 14 Eco de otra vida img
Capítulo 15 La suite de los susurros img
Capítulo 16 Los designios del capo img
Capítulo 17 La tentación del deber img
Capítulo 18 La llave y la duda img
Capítulo 19 El ala este img
Capítulo 20 La elección imposible img
Capítulo 21 La puerta abierta img
Capítulo 22 La primera lección img
Capítulo 23 Bajo la piel del lobo img
Capítulo 24 La herida y la mano img
Capítulo 25 Huellas en la arena img
Capítulo 26 El eco de las olas img
Capítulo 27 La Sombra de un Recuerdo img
Capítulo 28 El Refugio del Deber img
Capítulo 29 El Precio de la Duda img
Capítulo 30 La Sombra de una Deuda img
Capítulo 31 El Eco de la Traición img
Capítulo 32 Lo Que Viene a Continuación img
Capítulo 33 Bajo la Máscara img
Capítulo 34 El Baile de las Máscaras img
Capítulo 35 Las Cenizas de la Máscara img
Capítulo 36 La Semilla de la Venganza img
Capítulo 37 Jaque en el Muelle img
Capítulo 38 El Precio de la Información img
Capítulo 39 Fuego Frío img
Capítulo 40 Rendición Calculada img
Capítulo 41 El Sabor del Peligro img
Capítulo 42 Demasiado Tarde img
Capítulo 43 La Caja de Pandora img
Capítulo 44 El Precio de la Sumisión img
Capítulo 45 La Llama del Fénix img
Capítulo 46 La Sombra en la Mansión img
Capítulo 47 El Mensaje en la Sombra img
Capítulo 48 La Ruleta Rusa img
Capítulo 49 La Jaula Abierta img
Capítulo 50 Jaque al Rey img
Capítulo 51 La Segunda Lección img
Capítulo 52 El Precio de un Secreto img
Capítulo 53 El Peón de la Sombra img
Capítulo 54 La Subasta del Rey Caído img
Capítulo 55 El Precio de la Libertad img
Capítulo 56 Con Sed de Incendios img
Capítulo 57 Las Cenizas del Alba img
Capítulo 58 Las Reglas del Juego img
Capítulo 59 La Sombra del Colega img
Capítulo 60 Bajo Sus Reglas img
Capítulo 61 El Sabor de la Sumisión img
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Capítulo 9 Seguridad dudosa

La pantalla del teléfono seguía brillando en la penumbra, arrojando una luz fantasmagórica sobre mi cara. Las dos líneas de texto parecían pulsar con una vida propia, con una amenaza y una promesa que helaban mi sangre y, para mi horror, aceleraban mi corazón con un pico de emoción prohibida.

Soy yo. El de la UCI. Quiero verte.

¿Cómo? ¿Cómo era posible? Mi número no estaba en mi ficha del hospital. Era privado. Solo unos pocos lo tenían. Amanda. Mi madre. Darío... Darío, que ahora estaba con Romina. La idea fue como una daga de hielo. ¿Se lo habría dado él? ¿Como un último acto de crueldad? ¿O había sido Romina, husmeando en archivos, buscando otra forma de minarme?

O... la opción más aterradora: que ese hombre, ese paciente con mirada de tormenta y herida de bala, tuviera los recursos para obtenerlo por sí mismo. Esos hombres con traje que no parecían seguridad convencional. Esa aura de autoridad incluso postrado en una cama de hospital.

Mi pulgar se cernió sobre la pantalla. Borrar. Bloquear el número. Era lo sensato. Lo lógico. Lo que cualquier persona haría. Cualquier persona que no se sintiera tan increíblemente sola y tambaleante como yo me sentía en ese momento.

La soledad era un amplificador peligroso. Amplificaba el eco de la traición de Darío, el zumbido de los rumores de Romina, y ahora... amplificaba el magnetismo brutal de esa atención focalizada, intensa y total. Era aterrador. Pero no era indiferente.

Antes de que pudiera decidir, el teléfono vibró de nuevo. Un tercer mensaje.

No temas.

Eso lo decidió todo. "No temas." Una orden disfrazada de tranquilidad. Una muestra de que sabía exactamente lo que yo estaba sintiendo. Que estaba leyéndome desde la distancia. El miedo ganó, frío y nítido. Borré los mensajes y bloquee el número con dedos que apenas obedecían. Arrojé el teléfono al sofá como si me hubiera quemado.

La botella de agua aún estaba en el suelo. La recogí con mano temblorosa y bebí un largo trago, intentando apagar el fuego de la ansiedad que ardía en mi pecho. Mi apartamento, mi refugio, ya no se sentía seguro. Cada sombra parecía esconder una mirada. El silencio parecía contener una respiración ajena.

Necesitaba ruido. Necesitaba normalidad. Encendí la televisión. Un noticiero local hablaba de un incendio en una nave industrial en las afueras de la ciudad. Imágenes de bomberos, humo, caos. Una realidad distante y ajena. Me dejé caer en el sofá, abrazando un cojín, intentando concentrarme en las imágenes, en las voces anodinas de los presentadores. Cualquier cosa para ahuyentar el eco de esos mensajes.

Pero la mente es traicionera. En lugar del fuego, veía la luz tenue de la UCI. En lugar de los bomberos, veía a los trajes quietos como estatuas. Y en el centro de todo, esos ojos oscuros, fijos en mí.

¿Quién era? ¿Por qué le habían disparado? ¿Por qué tenía esa clase de protección? Las preguntas se arremolinaban, formando un vértice del que no podía escapar. La ética médica me decía que no importaba. Que mi deber era salvar vidas, sin juzgar. Pero otra parte de mí, la parte que había sido vulnerada esa mañana, sentía una punzada de aprensión. Me había metido en algo. Algo grande. Y algo profundo dentro de mí, un instinto primitivo, me gritaba que aún no había visto nada.

El sonido del timbre me hizo gritar. Un chillido ahogado que se perdió en el bullicio de la televisión. Me puse en pie de un salto, el corazón embistiendo contra mis costillas. ¿Era él? ¿Era posible? ¿Había venido?

Me acerqué a la puerta con paso cauteloso, conteniendo la respiración. Miré por la mirilla.

Era Amanda. Su figura familiar, su rostro marcado por la preocupación, llenaron el pequeño ojo de pez. Un alivio tan intenso que casi me derrumbó recorrió todo mi cuerpo. Abrí la puerta de golpe.

-¡Dios, Amanda! -exclamé, jadeando.

Ella parpadeó, sorprendida por mi recepción.

-Whoa, Clara. ¿Estás bien? Pareces que has visto un fantasma.

-Casi -murmuré, dejándola pasar y cerrando la puerta con seguro-. Pensé que eras... otra persona.

-¿Otra persona? -preguntó, dejando su bolso en la entrada-. ¿Como quién? ¿Darío? ¿Vino a molestarte? Porque si es así, lo...

-No -la interrumpí-. No era Darío.

La miré. ¿Debía contárselo? ¿Compartir el peso de esos mensajes? Ella era mi amiga, mi ancla. Pero decir los mensajes en voz alta... eso los haría más reales. Daría cuerpo a la amenaza... y a la fascinación.

-¿Clara? -Amanda puso una mano en mi brazo-. ¿Qué pasa? Pasó algo más hoy, ¿verdad? Algo con ese paciente.

No pude evitarlo. La necesidad de confesar, de descargar el miedo, fue más fuerte.

-Me mandó mensajes -susurré-. Acabo de llegar y... me mandó mensajes. A mi número personal.

Los ojos de Amanda se abrieron como platos.

-¿Qué? ¿Cómo? ¿El tipo de la UCI? ¿El que acababan de balear? ¿Cómo tiene tu número?

-No lo sé -dije, desesperada-. Pero lo tiene. Dijo... dijo que quería verme.

-¡Esto es una locura! -Amanda empezó a caminar de un lado a otro de mi pequeña sala-. Esto es acoso. Esto es... ¿y los tipos raros? ¿Esos matones con traje? ¿Tendrán algo que ver?

-No lo sé, Amanda. ¡No sé nada! -Me llevé las manos a la cabeza-. Solo sé que me asustó. Mucho.

-Tienes que reportarlo -dijo ella, decidida-. Mañana mismo. A Larra. A Seguridad. Esto no puede quedar así. Está vulnerando tu privacidad de una manera... espeluznante.

-¿Y qué les digo? -pregunté, con un dejo de histeria-. ¿Que un paciente me mandó un mensaje? Sin pruebas, porque los borré. Romina se frotaría las manos. Diría que lo invité yo. Que es mi admirador poderoso. -Imité el tono venenoso de Romina.

Amanda se detuvo, frustrada. Sabía que yo tenía razón. El rumor era un arma de doble filo.

-Tienes que cambiar de número. Ahora mismo.

-¿Y si consigue el nuevo también? -pregunté, la voz quebrada-. Si pudo conseguir este, ¿qué lo detiene?

Nos miramos, una comprensión horrible instalándose entre nosotras. Este hombre, quienquiera que fuera, no jugaba con las mismas reglas que nosotros. Operaba desde las sombras, con una eficacia aterradora.

-Entonces... ¿qué hacemos? -preguntó Amanda, su usually voz segura ahora teñida de incertidumbre.

Antes de que pudiera responder, mi teléfono, aún en el sofá, vibró de nuevo. Un sonido sordo y ominoso. Nos quedamos paralizadas, mirándolo fijamente como si fuera una serpiente a punto de atacar.

-Es él -jadeé-. ¿Cómo...? Lo bloquee...

-¿Tienes otro número? -preguntó Amanda, susurrando.

Negué con la cabeza, sin poder apartar la mirada del teléfono. La vibración cesó. Un segundo después, comenzó a sonar. Una llamada. Del mismo número bloqueado.

La tecnología, las reglas, la lógica... todo se desvanecía frente a ese acto de imposibilidad deliberada. Era un mensaje en sí mismo: Tus barreras no me detienen. No puedes esconderte.

Amanda se abalanzó sobre el teléfono.

-¡Dámelo! ¡Yo le contesto! ¡Le diré cuatro cosas!

-¡No! -grité, quitándoselo-. No... no le provoques. No sabemos quién es. No sabemos de qué es capaz.

-¡Por eso mismo, Clara! ¡Esto no es normal!

El teléfono dejó de sonar. La pantalla se oscureció. Un silencio pesado, cargado de terror y de una excitación inexplicable, llenó la habitación. Él había llamado. Había intentado llegar a mí. Directamente. Personalmente.

Y en ese momento, mirando el teléfono negro en mi mano, supe que Amanda tenía razón en una cosa. Esto no era normal. Pero reportarlo, intentar escapar... sentí, con una certeza visceral, que sería inútil.

La obsesión había echado raíces. Y había llegado para quedarse.

            
            

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