POV Alessa:
-Él sabía -susurré, las palabras un fantasma de sonido. El aire del desierto, que antes era solo delgado, ahora se sentía como un vacío, robándome el aliento.
-Mi padre sabía que ella lo estaba investigando. La mató. O mandó que la mataran.
La brújula no era solo un recuerdo. Era una migaja de pan.
Su último y desesperado mensaje para mí. Un mapa que conducía directamente a esta verdad fea e ineludible.
Un extraño desapego se apoderó de mí, mis manos moviéndose como si pertenecieran a otra persona mientras volvía a conectar la memoria USB a la laptop.
Había un archivo que no había abierto. Un expediente personal.
Hice clic.
No era para un agente de la SIEDO. No era para los federales.
Era un registro de la familia De la Vega.
*Nombre: Marta Gallardo, de soltera De la Vega.*
*Estatus: Agente encubierta.*
*Asignación: Infiltrarse en la Familia Gallardo, reunir inteligencia sobre la operación 'Espina Escarlata'.*
*Última Entrada: Muerta en acción.*
El mundo no solo se inclinó. Se hizo añicos.
Se derrumbó, succionando el aire de mis pulmones y dejando un vacío negro y gritón donde solía estar mi vida.
Mi padre era un narcotraficante que asesinó a su propia esposa.
Mi madre era una espía para la familia rival con la que se había casado.
Y Dante. Mi prometido. Mi príncipe oscuro. Era su sobrino. Su oficial al mando.
Me había usado, a su propia prima, para vengar su sangre.
Toda mi existencia era una mentira. Una obra de teatro meticulosamente elaborada, y yo era la única que no sabía mis líneas.
Respiré lenta y vacíamente, el caos dentro de mí congelándose en algo duro y afilado. Una calma fría y muerta se instaló en mis huesos.
Me volví hacia Dante.
-Mi padre pagará por lo que hizo -dije, mi voz la de una extraña-. Quiero verlo. Una última vez. Antes de que se enfrente a La Comisión.
El rostro de Dante era ilegible, una máscara de piedra tallada.
-Veré qué puedo hacer -dijo, con voz plana-. Depende de lo que él elija.
El viaje de regreso a Hermosillo fue una tumba silenciosa.
Apreté la memoria USB en mi puño, sus bordes afilados clavándose en mi palma. El dolor era lo único real en un mundo de fantasmas y mentiras.
El coche se detuvo frente a mi casa.
Mi hogar.
Ahora, solo un cascarón vacío lleno de recuerdos que eran todos veneno.
Salí a la acera.
Una camioneta negra frenó bruscamente a mi lado, sus llantas chirriando sobre el pavimento. Las puertas se abrieron de golpe.
Hombres enmascarados.
Una mano se cerró sobre mi boca, áspera y con olor a tierra. Un dolor agudo me pinchó el cuello.
Una voz siseó en mi oído, las palabras un susurro venenoso.
-No grites, pajarita.
Y entonces, fui arrastrada a la oscuridad.