- ¿Perdón?, ¿mi culpa? – pregunta – ¿Y porque es mi culpa que mi secretaria sea una impuntual? – pregunta con el ceño fruncido.
– Es su culpa que tenga que ir al otro lado de la ciudad a buscar un café, un café que ha decir verdad se parece a usted señor.
– ¿Qué quiere decir con eso? – pregunta molesto
– Amargo y sin sabor.
– ¿Perdón? – pregunta.
– Lo siento señor, pero no se porque toma un café que ha decir verdad sabe a calcetín remojado, no entiendo porque me tiene que obligar a ir todos los días hasta ahí pudiendo tomar un café de aquí de la empresa.
Observo como sus fosas nasales se ensancha, haciendolo lucir más enojado de lo habitual.
– Porque se me da la gana, y si yo le digo que va a ir al mismo infierno por un café, usted solo obedece y se calla.
Su comentario me molesta, pero guardo silencio, no vaya hacer que diga algo y luego termine con mis manos en su cuello.
Le entrego su dichoso café y camino hasta llegar a mi escritorio. Dejo mi bolsa sobre mi escritorio, pero más bien la tiro al escuchar un golpe contra el escritorio.
Suelto un bufido muy bajo y comienzo hacer mi trabajo, todo esto lo hago bajo la atenta mirada de mi jefe. Sentir su mirada sobre mí, me pone algo nerviosa.
Así que mejor voy a tomar mi café, tal ves sentir el dulce elíxir de la vida, me dé un poco de tranquilidad.
Acerco el vaso a mis labios y doy un pequeño sorbo, pero me arrepiento al hacerlo.
Escupo el líquido que hay en mi boca y busco un pañuelo y comiezo a pasarla por mi lengua.
– ¿Pero qué diablos es esto? – digo haciendo cara de asco.
Puedo escuchar una risa burlona. Levanto la mirada y me encuentro con el bulldog burlándose de mí.
Observo que se lleva el vaso de café a sus labios y ahí me doy cuenta que confundí los vasos.
Espero un grito de su parte, que me lanze el café, o, que me lanze por la ventana, pero no, lo que hace me deja descolocada.
– Esto si que es un verdadero café – dice observando el vaso – ahora quiero uno como este todos los días, además el otro no me gustaba – frunzo el ceño al escuchar su comentario.
– Entonces si no le gustaba, ¿porqué me hace ir por ese dichoso café hasta ese lugar? – pregunto molesta
– Porque es divertido torturar a mis empleados – dice con una sonrisa.
Sonrisa que quisiera borrarle con un golpe.
Camina con rumbo a su oficina y lo sigo, veo su espalda ancha y mi mente solo se imagina tirándole dardos envenenados que acabaría con su existencia.
Pero no seria capaz de hacer eso, enserio que no, si soy un amor de persona, solo le pido a Dios que algún día este hombre sienta el poder de su ira.
Entro a la oficina y observo como se sienta en su silla como dueño y señor de todo. Voy hablar pero su mano me detiene.
– Primero quiero terminar mi café, antes de empezar a escuchar lo que tiene que decir.
Ruedo los ojos por su comentario. Voy a salir de su oficina pero su voz me detiene.
– No te he dicho que salgas de la oficina.
– Y que quiere que haga, ¿que lo vea como se toma mi cafe? – Pregunto cruzandome de brazos.
– Pues no lo había pensado, así que, me parece una buena idea - dice dando un pequeño sorbo.
Siento como me da un tic en el ojo por lo que hace.
– Maldito dictador – susurro entre dientes.
– ¿Qué dijiste? – pregunta
– Que como ordene su majestad – digo haciendo una reverencia.
Pasan los minutos y este bulldog sigue tomándose mi café.
En mi mente le pido a Dios que me dé mucha paciencia, pero que no me dé fuerza, porque si me da fuerza lo mato.
– ¿Quién es Santiago? – vuelvo a la realidad cuando escucho su pregunta – y porque dice que hoy me veía más hermosa que nunca?, hasta su número de teléfono escribió en mi café.
– Con todo respeto, pero a usted que le importa señor, ademas ese es mi café no suyo.
– ¿Así?, ¿lo quieres? – pregunta extendiendome el vaso
Voy a tomarlo pero lo levanta por encima de su cabeza.
Comienzo a saltar para poder alcanzarlo, siento como coloca una mano en mi cintura y me acerca a su cuerpo. Lo observo con el ceño fruncido por lo que acaba de hacer.
– Quite su mano de ahí, si no quiere sentir el poder de mi furia – digo molesta.
– ¿Y si no quiero hacerlo?, ¿qué me vas hacer? – pregunta con burla.
En mi mente me imagino haciéndome unas rayas negras en las mejillas.
– Esto – digo enterrando mi tacón en su pie.
Solo puedo escuchar como suelta un grito y lo observo como empieza a saltar en un pie, mientras sujeta su otro pie con las manos.
– Estas loca – ladra el bulldog
– Le dije que quitara su mano de ahí, pero no me hizo caso, así que usted mismo se lo buscó.
– Largo de mi oficina – grita
– Con todo gusto señor – camino hacia la puerta, pero antes de salir, me detengo – en un momento le traigo unos hielos señor, ya sabe para el dolor – digo guiñandole un ojo.
– Largo – grita
Salgo de su oficina con una enorme sonrisa.
Pues si creía que esto se iba a quedar así, estaba muy equivocado.
Voy a la cafetería de la empresa y cuando llego pido unos hielos. Me los entregan y vuelvo hasta mi puesto de trabajo.
Camino hacia la oficina de mi jefe y toco sutilmente. Pero no escucho respuesta, así que vuelvo a tocar más duro.
– No quiero ver a nadie – escucho que grita.
Ruedo los ojos y abro la puerta y entro como Juana por su casa.
Puedo observar como mi jefe se pone de pie y un gemido de dolor escapa de sus labios.
– Dije que no quería ver a nadie, así que largo – grita observandome.
Ruedo los ojos por su comportamiento tan infantil.
– ¿Ya? – pregunto
– ¿Ya qué? – pregunta ladrando
– ¿Ya terminó de gritar?
Observo como me mira desafiandome con la mirada, así que hago lo mismo, si piensa que me va a intimidar esta muy equivocado.
– Aquí están los hielos – digo colocandolos en su escritorio.
– No quiero nada, así que lléveselos.
– Pues es mi forma de pedir disculpas, por lo que pasó señor.
– He dicho que se los lleve de aquí y a usted la quiero fuera de mi oficina, ya – grita, siento como el enojo crece en mi interior
– Pues si no los quiere vaya a dejarlos usted mismo a la cafetería, como buena empleada que soy y que se preocupa por su jefe fui por hielos para su pie, pero si es un mal agradecido, vaya usted mismo a dejarlos.
Salgo de su oficina hecha una furia, y llego hasta mi escritorio.
En verdad que este hombre es un mal agradecido, todavía que voy por hielos para su dolor, se atreva a gritarme y ha hecharme de su oficina.
Es cierto que es mi culpa que esté así, pero quien lo manda a estar de tocon.
Y que agradezca que fue mi tacon en su pie y no mi rodilla en su entre pierna.
Porque ahí si que se queda sin bulldogsitos.