Cada mañana, ella estaba en la cocina, riendo con Marco mientras preparaban café, cosa que él nunca hacía conmigo. Cada tarde, sus llamadas llenaban el aire, susurrando "Marco, necesito tu opinión sobre esto." Y cada noche, sus risas resonaban desde la sala de estar hasta mi habitación, la banda sonora de mi matrimonio fallido.
Una noche, bajé por un vaso de agua. La vi. Berenice sentada en el regazo de Marco, las manos alrededor de su cuello. Él le susurraba algo al oído, y ella se reía, una risa aguda y estridente. Era una imagen tan íntima, tan descarada. Mi mandíbula se apretó.
Berenice me vio. Sus ojos brillaron con malicia. Se enderezó un poco, pero no se bajó. "Magalí, querida, ¿no puedes dormir? Únete a nosotros. Estamos recordando nuestras travesuras de la infancia."
Mi estómago se contrajo. "No, gracias. Solo quería agua." Mantener la voz firme era un esfuerzo. Había firmado los papeles de divorcio, pero la realidad de mi humillación seguía siendo un golpe.
"Ah, ¿todavía con tus estudios y proyectos antiguos?" Berenice se burló, girando los ojos. "Marco me estaba contando que quieres irte a España, ¿no? ¡Qué ambicioso! Aunque dudo que la restauración de ruinas sea tan emocionante como la construcción de rascacielos. Es un mundo muy diferente."
"Es mi pasión," respondí, mi voz ahora fría como el hielo. "Y sí, ya no soy la 'esposa' de Marco. La verdad es que ya no tiene que 'contarte' nada sobre mí. Estamos divorciados. Lo sabrás pronto."
Berenice se atragantó con su mezcal. Marco, por fin, despegó la mirada de ella y la fijó en mí, sus ojos entrecerrados. La tensión en la habitación era palpable. Ella no esperaba que lo dijera, y mucho menos delante de él.
"Magalí, no seas ridícula," dijo Berenice, rápidamente recuperándose. "Marco, ¿escuchas esto? Necesita un descanso, está demasiado estresada con sus 'ruinas'."
Marco me miró, una extraña mezcla de confusión y molestia en su rostro. "Magalí, ¿de qué estás hablando? ¿España?"
Ignoré a Berenice. "Estaba hablando de mis proyectos de restauración en los Pirineos, Marco. Ese proyecto que mencioné hace meses, y que tú desestimaste como 'poco práctico'."
Berenice volvió a la carga. "Dios, Marco, ¿recuerdas cuando intentamos construir una casa en el árbol en tu rancho? Siempre fuiste tan impulsivo. Yo siempre fui la voz de la razón." Ella se rió, buscaba su complicidad, su historia compartida.
Marco sonrió débilmente, una respuesta automática. "Sí, tú siempre fuiste más sensata, Berenice."
Me sentí como si me estuviera ahogando. Las náuseas que me habían estado atormentando últimamente se intensificaron. Necesitaba salir de allí. "Buenas noches," dije, y me di la vuelta, subiendo las escaleras sin mirar atrás.
Esa noche, el cansancio me venció. Me quedé dormida, a pesar del dolor en mi estómago. Horas más tarde, un crujido. Abrí los ojos. Marco estaba de pie en la puerta de mi habitación. La tenue luz de la luna apenas iluminaba su silueta. El olor a mezcal, vainilla y cedro, el olor de Berenice, lo acompañaba.
Entró, cerrando la puerta suavemente. Mi corazón latió con fuerza. ¿Qué quería? ¿Una confrontación por lo que le dije a Berenice?
Se acercó a la cama, sentándose en el borde. Su mano se extendió, rozando mi mejilla. Un escalofrío me recorrió, no de deseo, sino de una extraña aversión. Mis entrañas se retorcieron. El olor, el recuerdo de Berenice en sus brazos...
Él se inclinó para besarme. Justo cuando sus labios tocaron los míos, una oleada de náuseas me golpeó con una fuerza abrumadora. Me levanté de golpe, corriendo al baño, su mano todavía en mi brazo. Vomité, un sonido agrio y violento.
Marco me siguió, su rostro una mezcla de confusión y preocupación. "¿Magalí, estás bien? ¿Qué te pasa?"
"Solo... solo es una indigestión," mentí, mi garganta ardiendo. "Comí algo que me cayó mal."
Mi mente corrió. Los mareos, el cansancio extremo, esta repentina aversión a ciertos olores, mi período, que llevaba semanas de retraso... No podía ser. Había sido tan cuidadosa.
De repente, un grito agudo de Berenice rompió el silencio de la noche. "¡Marco! ¡Marco, ven! ¡Hay un ratón en mi habitación!"
La mano de Marco se retiró de mi brazo. Su preocupación se desvaneció, reemplazada por una irritación familiar. Se puso de pie. "Tengo que ir. Berenice es muy delicada con esas cosas."
Delicada. Yo acababa de vomitar mi cena, y él corría al rescate de una uña rota, o un ratón imaginario.
"Claro, ve," dije, mi voz vacía. Lo vi irse, sin una sola mirada atrás. Escuché el sonido de la ducha encendiéndose en el baño principal. No quería mi olor en su piel. El olor de la enfermiza, de la indispuesta. Quería el olor limpio, el olor de Berenice, el de la cata de mezcal.
Me senté en el suelo frío del baño, las lágrimas picándome los ojos. No por él, sino por la humillación. Y por la creciente, aterradora certeza.
A la mañana siguiente, me sorprendió encontrar a Marco aún en la mansión, terminando su café. Estaba revisando unos papeles en la barra de la cocina. Me acerqué, mi corazón palpitando. Los papeles. Eran mis documentos para la beca de restauración en España.
"¿Así que esto es España?" preguntó, su voz teñida de una falsa curiosidad. "¿La Universidad de Barcelona? ¿Los Pirineos? ¿De verdad crees que tu 'pasión' por las ruinas te llevará a algún lugar?"
"Es una oportunidad increíble, Marco," respondí, intentando mantener la calma. "Es un programa especializado. De hecho, ya envié mi solicitud."
Él rió, un sonido hueco. "Magalí, eres brillante, sí. Pero tu lugar es aquí, en México. Con la constructora. Tenemos un departamento de patrimonio. Podrías hacer un trabajo excelente aquí, bajo mi tutela."
Sus palabras eran como una bofetada. Siempre me había visto como su protegida, su "proyecto". Nunca como una igual. Nunca había reconocido mi talento sin la sombra de su apellido.
"Mis logros no necesitan tu tutela, Marco," le dije, mis ojos encontrando los suyos. Eran fríos, calculadores. "Y mi lugar no es 'aquí'. Mi lugar es donde mi trabajo sea valorado, no minimizado."
Justo en ese momento, Berenice entró a la cocina, con un pijama de seda que apenas la cubría. Se frotó los ojos teatralmente. "Marco, cariño, ¿no deberías estar en la oficina? La reunión con los inversores es en menos de una hora." Se acercó a él, dándole un beso en la mejilla, rozando sus labios.
Marco suspiró, recogiendo sus cosas. Se volvió hacia mí, una expresión indescifrable en su rostro. "Piénsalo, Magalí. No hay necesidad de ir tan lejos." Dejó mis papeles de solicitud en la barra, sin un segundo vistazo.
Cuando salió, Berenice me lanzó una mirada triunfante. "Algunas personas simplemente no saben cuándo su capítulo ha terminado, ¿verdad?" Lo dijo con una pequeña sonrisa, como si me estuviera perdonando.
Recogí mis papeles. 'Capítulo terminado', pensé. Sí, el mío sí. Agarré los documentos con fuerza, mi mirada fija en el folio. Mi nombre. Mi futuro. Era hora de reescribir mi propia historia.