Tu Traición, Mi Nueva Vida
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Capítulo 6

Marco Vázquez POV:

El chirrido de los neumáticos al tomar una curva demasiado rápido resonó en el interior del Maybach. Berenice, sentada a mi lado, se sobresaltó.

"Marco, por el amor de Dios, ¿puedes conducir con más cuidado? ¡Estoy embarazada!" Su voz era un lamento habitual, cada vez más irritante.

No respondí. Mis pensamientos estaban en otra parte. En el silencio de los últimos días. El silencio de Magalí. Ella se había ido. No había vuelto a la mansión después de la cena fallida, ni después de lo del hospital. Y el hospital...

"Has estado distraído últimamente," continuó Berenice, su mano aferrada a mi brazo. "Siempre pensando en el trabajo, los negocios. Pero ahora somos una familia, Marco. Tenemos que pensar en nuestro futuro. En nuestro bebé."

"Sí, Berenice," murmuré, mi mirada perdida en la carretera. La imagen de Magalí desmayada en el pasillo del hospital me golpeó de nuevo. ¿Y si no era indigestión? ¿Y si...? No. Imposible. Berenice estaba embarazada. El médico lo había dicho. ¿O solo lo había dicho Berenice? Los recuerdos eran confusos, distorsionados por el pánico de la "crisis" de Berenice.

"¿No estás feliz? ¿No te emociona la idea de un hijo?" Berenice preguntó, su voz con un matiz de reproche.

"Claro que sí, Berenice," respondí, mi voz monótona. La verdad era que no sentía nada. Solo una sensación de vacío. Y una extraña inquietud por Magalí. Su silencio. ¿Dónde estaba?

La dejé en su casa, disculpándome por mi "estrés laboral". Ella me besó, sus labios insistentes. "No te preocupes. Estaré aquí. Siempre estoy aquí para ti."

La despedí con un asentimiento y me alejé. El motor rugió en la noche. Conduje sin rumbo fijo, las calles de la Ciudad de México desiertas. Mi mente regresaba a Magalí. A su mirada en el hospital. A esa extraña frialdad en su voz días antes.

Volví a la mansión. Era tarde. Entré a mi estudio. El escritorio estaba despejado, excepto por una nota de mi asistente: "Documentos para su revisión."

La abrí. Mi sangre se heló. No eran documentos de la constructora. Eran papeles legales. El encabezado, en negritas, gritó: "SENTENCIA DE DIVORCIO."

Mis ojos recorrieron el texto, cada palabra una patada en el estómago. Mi nombre. Su nombre. Y luego, mi firma. La había reconocido al instante. La firma que había garabateado apresuradamente ante su "permiso de proyecto benéfico".

Magalí. Me había engañado.

Un dolor agudo me atravesó el pecho. No de ira, sino de una realización brutal. Ella me había dejado. Y yo, en mi ciega arrogancia, la había ayudado a irse.

Mi mano tembló, aferrándose al papel. Las esquinas afiladas se clavaron en mi palma, pero no sentí el dolor. Solo el ardor de la traición. Y la culpa.

Berenice, que había insistido en quedarse "para apoyarme", entró en el estudio. "Marco, ¿estás bien? Te oí gritar."

Mis ojos se levantaron, encontrando los suyos. Tenía una sonrisa de suficiencia disimulada.

"¿Sabías esto?" Mi voz era un gruñido.

Ella se encogió de hombros. "Sabía que Magalí era una resentida. Siempre buscando llamar la atención. Probablemente lo hizo solo por despecho. Para hacerte sufrir." Se acercó, intentando tocar mi hombro. "Pero no importa, Marco. Ahora estamos tú y yo. Y nuestro bebé."

Un rugido escapó de mi garganta. Empujé a Berenice con fuerza. Ella tropezó, cayendo al suelo, justo donde un jarrón de cristal se hizo añicos.

"¡No hables de ella así!" le grité, mi voz resonando en la habitación. "¡No sabes nada!"

Salí corriendo de la mansión, el motor de mi auto rugiendo de nuevo. Tenía que encontrarla. Tenía que entender.

Conduje como un loco hacia la universidad. Los pasillos estaban vacíos. Los estudiantes me miraban con extrañeza. Yo, Marco Vázquez, el hombre que controlaba miles de vidas, ahora estaba perdido en un campus universitario, buscando a una mujer que había logrado escurrirse entre mis dedos.

"¿Dónde está el laboratorio de restauración?" le pregunté a un guardia de seguridad, mi voz desesperada.

El guardia me miró con desdén. "El señorito Vázquez, ¿no? Su esposa ya no trabaja aquí. Se fue."

"¿Adónde?" le exigí.

Él se encogió de hombros. "No sé. Dijo que a un sitio mejor. Y por su bien, espero que sí."

Corrí por los pasillos, mi corazón martillando. Encontré el laboratorio. La puerta estaba entreabierta. Entré. Vacío. Los estantes, antes llenos de sus libros y maquetas, estaban desnudos. No había rastro de ella. Ni una sola pertenencia personal.

Mi mirada se posó en un pequeño escritorio. Un sobre. Dirigido a mí.

Mis manos temblaron al abrirlo. Dentro, una única hoja de papel. Su carta de renuncia. Formal. Profesional. Sin una sola palabra personal. Sin un rastro de emoción. Solo la fría eficiencia de una mujer que había decidido borrarme de su vida.

La crueldad de su desapego me golpeó como un puñetazo. No había ira, no había dolor. Solo un vacío abrumador. Me había arrancado de su vida con la precisión de un cirujano.

Un rugido de frustración y dolor escapó de mi garganta. Golpeé el escritorio con el puño.

En ese momento, un joven estudiante entró, alarmado por el ruido. Me miró con una mezcla de miedo y repulsión.

"¿Dónde está Magalí?" le exigí, agarrándolo por el brazo. "¡Dime dónde se fue!"

"No sé, señor," dijo el estudiante, temblando. "Solo sé que se fue. Con ese proyecto en España."

España. El proyecto que yo había despreciado. El proyecto que me había permitido firmar su libertad. Un nudo de rabia y autodesprecio se formó en mi garganta.

                         

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