César miró fijamente su comunicador. Estaba paralizado. -¿La heredera? ¿Aquí? -susurró, la incredulidad tiñendo su voz.
El cielo se oscureció. No con nubes. Con las sombras de enormes aeronaves. Una flota de helicópteros negros y elegantes. Convergieron en nuestra posición.
Cada helicóptero llevaba un escudo distintivo. Un halcón en pleno vuelo, agarrando un rayo. El emblema del Grupo Garza.
Casandra jadeó, señalando. -¡Mira eso! ¡Su ejército privado! ¡Qué impresionante! -Su voz estaba teñida de envidia.
Los ojos de César escanearon la escena. Vio la precisión. El poder. Comprendió. La heredera estaba aquí. Y algo había salido mal. Muy mal.
-Imagina ser así de poderosa -murmuró Casandra, sus ojos brillando-. Comandar tal lealtad. Y un apellido como Garza. Suena tan fuerte. No como... algunas personas. -Me lanzó una mirada-. Pobre Elena, siempre tan ordinaria.
La mirada de César se detuvo en el escudo. -Garza -repitió. Un extraño eco en su mente.
Su comunicador encriptado vibró. Era una línea directa. Respondió.
-¡Ochoa! ¡¿Qué demonios está pasando ahí abajo?! -rugió la voz del General Thompson-. ¡El Grupo Garza está furioso! ¡Nos acusan de negligencia! ¡De poner en peligro a su heredera!
César se puso rígido. -Señor, yo... no entiendo.
-¡¿No entiendes, Ochoa?! ¡Dicen que su heredera estaba en tu sector! ¡Y que ha sido comprometida! ¡Si algo le pasa, tu carrera, tu unidad, tu vida, se acabó!
Casandra, envalentonada, agarró el comunicador. -¡No es su culpa, señor! ¡La heredera fue imprudente! ¡Se metió en una zona peligrosa! -chilló-. ¡Intentó sabotearnos!
César le arrancó el dispositivo de la mano. Su rostro era una tormenta. -¡Cállate, Casandra! -Su voz era baja. Peligrosa.
Se volvió hacia el comunicador. -Señor, con todo respeto, el Grupo Garza es conocido por su... extrema protección. Su heredera es prácticamente intocable.
El rostro de Casandra perdió todo color. Se dio cuenta de su error. El Grupo Garza. Intocable.
César terminó la llamada. Se frotó las sienes. Estaba claramente alterado.
-Tenemos que ir al centro de mando. Ahora. -Agarró el brazo de Casandra-. Vienes conmigo.
Sin embargo, su mente seguía volviendo a mí. Elena. Mi rostro, magullado. Mi cuerpo, herido.
Necesitaba encontrarme. Necesitaba darle sentido a esto. A este divorcio. A esta acusación.
Iría primero al hospital. Necesitaba hablar conmigo. Necesitaba respuestas.
Un nudo se apretó en su estómago. Una sensación de pavor.
Abrió de un empujón la puerta de mi habitación de hospital. La habitación estaba vacía. La cama estaba deshecha.
Un escalofrío lo recorrió. La habitación estaba fría. Estéril. Una mancha oscura marcaba el impecable suelo blanco.
-¡Elena! -Su voz fue un grito ahogado. Entró corriendo-. ¡Elena! ¿Dónde estás?
Casandra, de pie detrás de él, notó algo. -¡César, mira! -Señaló un pequeño dispositivo brillante en la mesita de noche. Una grabadora de voz.
Presionó play.