Desperté. Mis ojos estaban húmedos. Lágrimas saladas trazaban caminos a través de la sangre seca en mi rostro.
La vieja Elena se había ido. La que lloraba por un hombre al que no le importaba. Esa Elena estaba verdaderamente muerta.
Me obligué a sanar. A moverme. A luchar. Forcé mi cuerpo, día tras día. Mi determinación era un fuego ardiente.
Usé la red de mi familia. El divorcio se procesó. Rápidamente. Eficientemente.
Los papeles llegaron el día que me dieron de alta. Un sobre blanco y austero. Adentro, una sola hoja. Final.
César esperaba fuera del hospital. Sostenía un ramo de rosas rojas.
Me vio. Las rosas cayeron de su mano. Su mandíbula se aflojó. Se quedó mirando.
Entonces apareció Casandra. Sostenía otro ramo. Le susurró algo. Sus ojos eran triunfantes.
-No te dejará ir, ¿sabes? -siseó, acercándose. Su voz era puro veneno-. Me lo dijo. Ama mi sopa. Ama que yo lo entienda.
Mis ojos se entrecerraron. Las flores. Algo andaba mal.
De repente gritó. -¡Me empujó! ¡Intenta lastimarme de nuevo! -Me arrojó su ramo. Luego se desplomó, agarrándose la cabeza.
Una pequeña explosión. Un destello de luz. Un dolor punzante en mi brazo.
Casandra gritó, rodando por el suelo. Se agarraba la cabeza. Se retorcía como un gusano.
César estuvo a su lado al instante. -¡Casandra! ¿Estás bien? -Me ignoró. Mi brazo sangrante.
Uno de los compañeros de equipo de César me agarró. Me inmovilizó los brazos a la espalda. -¡Discúlpate, Elena! ¡Mira lo que hiciste!
Sonreí. Una sonrisa lenta y escalofriante. Mi rostro estaba pálido. Mis labios estaban manchados de sangre seca.
Me retorcí. Mi camisa se subió. Reveló una marca de quemadura fresca y furiosa en mi espalda. -¿Disculparme por qué? -Mi voz era fría-. ¿Por sobrevivir?
César miró mi espalda. Sus ojos se abrieron de par en par. Retrocedió. Un destello de algo, quizás culpa, cruzó su rostro.
Di una patada. Mi pie conectó de lleno con el pecho de Casandra. Salió volando hacia atrás. Rodó por las escaleras del hospital.
César rugió. -¡Elena! ¡¿Qué has hecho?!
Me quité el anillo de bodas del dedo. Lo arrojé. Trazó un arco en el aire. Rompió una ventana.
El anillo cayó. Abajo. Abajo en el lodo. Su brillo desapareció. Era solo un trozo de metal opaco. Perdido.
Me agarró del brazo. Su agarre era fuerte. -¡Elena, no!
Usé su impulso. Giré. Ejecuté una llave de hombro perfecta. Se estrelló contra el suelo.
No miré hacia atrás. Me alejé. Mis zancadas eran largas. Deliberadas.
Encontré a su superior. El General Thompson. -General. Elena Garza. Necesito activar el Proyecto Halcón. -Mi voz era tranquila. Controlada.
Me miró con desdén. -¿Proyecto Halcón? ¿Quién eres tú? ¿Alguna ama de casa jugando a disfrazarse?
Me reí. Un sonido corto y agudo. -Yo soy Halcón. Y esto no es una petición. Es una orden.