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Renacida, el tío de mi ex me reclamó.
img img Renacida, el tío de mi ex me reclamó. img Capítulo 5 No.5
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Capítulo 5 No.5

El gimnasio de boxeo "Puño de Hierro" en Queens era una catedral de sudor. Olía a vendas sin lavar, cuero y el distintivo sabor metálico de la sangre. El hip-hop retumbaba desde altavoces reventados, haciendo vibrar las tablas del suelo.

Alba pagó el pase diario de quince dólares con un billete de veinte del alijo de Pelayo. El tipo en el mostrador, un peso pesado retirado con una nariz que había sido rota tres veces, miró su figura delgada y gruñó.

-No te rompas una uña, princesa.

Alba no respondió. Caminó hacia los casilleros, se cambió a un par de leggings gastados y una camiseta holgada que había encontrado en su vieja maleta.

Se vendó las manos lentamente. El ritual era calmante. Por encima, por debajo, a través de los dedos, asegurar la muñeca.

Se acercó al saco pesado.

Lanzó un jab.

Fue débil. Su forma era perfecta -rotación de hombros, golpe de cadera, extensión- pero la potencia no estaba allí. Sus músculos se habían ablandado durante sus tres años como esposa trofeo. La pelea en el callejón había sido pura adrenalina y apalancamiento; aquí, contra el peso muerto del saco, su falta de acondicionamiento era dolorosamente obvia.

Apretó los dientes. Otra vez.

Golpe seco.

Otra vez.

Golpe seco.

Cayó en un ritmo. El sudor goteaba por su frente, escociendo sus ojos. El dolor en sus músculos era bueno. Era real. Significaba que estaba viva. Se centró en la técnica, en el chasquido, sabiendo que la potencia volvería con el tiempo.

Media hora después, la puerta del gimnasio se abrió.

Un hombre joven entró. Estaba fuera de lugar. Llevaba ropa de compresión de diseñador -Under Armour, pero la línea cara. Sus zapatillas eran de un blanco inmaculado. Tenía la arrogancia confiada de alguien que nunca había recibido un puñetazo en la cara.

Julio Junquera. El sobrino de Eliseo Abrojo. El playboy de la familia.

Alba lo reconoció de inmediato. En su vida pasada, Julio había coqueteado con ella en una gala benéfica mientras Plata estaba en el baño.

Julio escaneó la sala, buscando un entrenador. Sus ojos aterrizaron en Alba.

Hizo una pausa. La vio golpear el saco. Apreció la curva de su cintura, el sudor brillando en su cuello.

Caminó hacia ella, poniendo su mejor sonrisa encantadora.

-Hola -dijo, apoyándose contra el pilar junto a su saco-. Estás golpeando esa cosa como si te debiera dinero.

Alba no se detuvo. Jab. Cross. Gancho.

-Me lo debe -dijo, jadeando.

Julio se rio.

-Soy Julio. No creo haberte visto aquí antes.

-Estoy ocupada -dijo Alba.

Julio no estaba acostumbrado al rechazo. Se acercó más.

-Vamos. Déjame invitarte a un batido de proteínas. Pareces que podrías usar las calorías.

Alba detuvo el saco con su mano enguantada. Se giró para enfrentarlo. Su expresión era inexpresiva.

-Y tú pareces que estás a punto de lesionarte la muñeca si golpeas el saco con esa postura -dijo, señalando sus manos.

Julio parpadeó.

-¿Disculpa? He estado boxeando durante dos años en Equinox.

-Equinox no es un gimnasio de boxeo. Es un spa con sacos de boxeo -dijo Alba-. Tu vendaje está demasiado suelto en el pulgar. Te lo torcerás en un gancho.

El ego de Julio se encendió. Estaba siendo sermoneado por una chica con ropa de segunda mano.

-¿Es eso un desafío? -Julio sonrió-. Te diré qué. Golpearé este saco más fuerte de lo que tú jamás podrías. Si lo hago, cenas conmigo. Si no... bueno, eso no sucederá.

Alba puso los ojos en blanco. Comenzó a desenrollar sus vendas.

-No salgo con niños.

-¡Tengo veinticinco años! -protestó Julio.

-Como dije. Niños.

Julio se acercó al saco. Quería presumir. Quería impresionar a la chica guapa de lengua afilada.

Se preparó para un gancho derecho masivo. Puso todo su peso en él, su forma descuidada, sus pulgares sobresaliendo ligeramente debido al vendaje suelto.

Golpeó.

CRAC.

El sonido no fue el saco. Fue su muñeca.

-¡AHH! -gritó Julio, apretando su mano contra su pecho. Se dobló, su cara volviéndose blanca.

Alba suspiró. Recogió su botella de agua.

-Te lo dije -dijo.

Pasó por su lado hacia el vestuario.

-¡Espera! -jadeó Julio, con lágrimas en los ojos-. ¡Ayúdame!

-Ponte hielo. Elévala. Ve a urgencias -gritó Alba por encima del hombro-. Y dile a tu tío Eliseo que contratar a la familia es un riesgo.

Julio se congeló, olvidando el dolor por un segundo.

-¿Cómo conoces a mi tío?

Alba no respondió. Desapareció en el vestuario.

Julio se sentó en el sucio suelo del gimnasio, acunando su muñeca hinchada. Buscó su teléfono con la mano izquierda. Marcó un número.

-¿Tío Eliseo? -gimió Julio.

-¿Qué pasa, Julio? -la voz de Eliseo era nítida, impaciente.

-Estoy en el gimnasio. Creo que me rompí la muñeca. Y... conocí a una mujer loca. Lo predijo. Sabía quién eras.

Hubo un silencio al otro lado.

-Descríbela -dijo Eliseo.

-Pequeña. Pelo castaño. Ojos como... no sé, como si estuviera mirando a través de mí. Llamó a Equinox un spa.

Eliseo soltó un sonido que podría haber sido un suspiro.

-Ve al General de Queens -ordenó Eliseo-. Enviaré a Sepúlveda a ver cómo estás. Tengo reuniones.

-¿No vas a venir? -preguntó Julio, herido.

-No -dijo Eliseo. No iba a dejarlo todo por una muñeca torcida-. ¿Pero Julio?

-¿Sí?

-Si la vuelves a ver... no te involucres.

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