Capítulo 3 La Caída de la Princesa

El aire en el despacho seguía cargado con la ira de Maya, pero su padre, inmutable, la observaba con una calma que ella encontraba exasperante. No había rastro de la debilidad que solía mostrar ante sus berrinches o sus "ojitos lastimeros". Esta vez, el Señor Kyros no iba a ceder.

-Las condiciones, Maya, son sencillas -dijo, su voz cortando el silencio como un bisturí-. No trabajarás en la empresa familiar. Tu puesto no será de gerente ni de heredera, al menos no por ahora. Necesitas aprender el valor del trabajo desde sus cimientos.

Maya sintió un escalofrío de incredulidad. -¡¿Qué?! ¿Entonces dónde se supone que voy a trabajar, papá? ¿De camarera en una cafetería mugrienta? -su tono era sarcástico, lleno de desdén.

El Señor Kyros entrecerró los ojos, la paciencia comenzando a agotarse. -Trabajarás en la granja de Lucas Vargas. Él es el hijo de mi viejo amigo, Ricardo Vargas. Siempre ha sido un joven muy trabajador, responsable y ha logrado construir algo admirable en la naturaleza, justo lo opuesto a tu estilo de vida. Estarás allí, como una empleada más, sin privilegios. Tu salario será el mínimo, y no habrá lujos. Ni chofer, ni tarjetas de crédito ilimitadas, ni compras impulsivas. Es hora de que sepas lo que cuesta cada centavo, Maya.

La mandíbula de Maya cayó. ¿Una granja? ¿Vivir como una empleada? La sola idea le revolvía el estómago. Su vida se basaba en la ciudad, en los eventos sociales, en el glamour. El campo, los animales, el esfuerzo físico... era una pesadilla. Y para colmo, ¿con el hijo de un amigo de su padre? Eso significaba que su padre ya había hablado con ellos, que esta humillación estaba planeada y sellada.

-¡Estás loco! ¡No puedes hacerme esto! ¡Me estás exiliando! -gritó, su voz subiendo de volumen mientras el rostro se le encendía de furia-. ¿Para esto me diste dos opciones? ¡Esto es un castigo!

Su padre se levantó de su asiento y se apoyó en el escritorio, su mirada férrea. -Es una oportunidad, Maya. Una oportunidad para que te valgas por ti misma, para que descubras de qué eres capaz cuando no tienes una red de seguridad. ¿Crees que yo siempre lo tuve fácil? Tuve que reconstruirlo todo desde cero después de que tu madre nos abandonara. Y no te estoy "exiliando", te estoy preparando para el futuro. Un día, yo no estaré, y quiero que seas fuerte, independiente, no una carga para nadie.

Esas últimas palabras golpearon a Maya como un puñetazo. ¿Una carga? ¿Él la veía como una carga? El dolor de esas palabras se mezcló con su rabia, encendiendo un nuevo tipo de determinación. No lo haría por él, lo haría para demostrarle lo equivocada que estaba. Para demostrarle que ella podía sobrevivir a su "castigo" y volver victoriosa.

-Bien -dijo Maya, su voz gélida, su furia contenida en un temblor casi imperceptible de sus manos-. Acepto. Iré a esa... granja. Pero que quede claro, padre, lo hago porque el matrimonio no es una opción para mí. Y cuando regrese, me darás el puesto que merezco en tu empresa.

El Señor Kyros solo asintió lentamente, observando la mezcla de desafío y resentimiento en los ojos de su hija. Sabía que el camino sería difícil, pero estaba convencido de que era lo correcto.

El resto del día fue un torbellino de indignación para Maya. Se encerró en su lujosa habitación, mirando a su alrededor con una nueva sensación de pérdida. Cada prenda de diseñador, cada joya brillante, cada perfume caro, parecía burlarse de ella. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir en una granja sin todo esto?

Tomó su teléfono y marcó a Sofía, su mejor amiga, intentando que su voz sonara lo más casual posible, aunque un hilo de rabia la traicionara.

-¡Sofía! -exclamó, casi sin aliento-. No vas a creer lo que mi padre acaba de hacer.

-¿Qué pasó, niña? ¿Te cortó las tarjetas o algo así? -bromeó Sofía al otro lado, acostumbrada a los dramas de su amiga.

-Peor. Mucho peor. Me está enviando... ¡a una especie de exilio campestre! Dice que necesito "aprender a valerme por mí misma" y todas esas tonterías. ¡Me mandó a una granja! ¿Puedes creerlo?

Sofía soltó una carcajada incrédula. -¿Una granja? ¿Tú, Maya Kyros, en una granja? Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida. ¿Es de verdad o es una de tus bromas?

-¡Es totalmente en serio! Quiere que trabaje como... una empleada. Con salario mínimo y sin mis tarjetas. ¡Es una locura! Pero no importa, ya verás. Solo es por un tiempo. Un viaje de "negocios" de papá, ya sabes. Nada que no pueda manejar. Necesito un respiro de la ciudad de todas formas.

-Bueno, al menos podrás tomarte unas fotos súper originales con animales. ¡Tendrás que llevar ropa decente! ¿Ya empezaste a empacar?

-Claro, obvio. Necesitaré un montón de atuendos para cada ocasión. No voy a perder mi estilo solo porque esté en el campo, ¿verdad? Además, no sé cuánto tiempo estaré fuera. Quizás necesite mis vestidos de noche por si hay alguna gala rural improvisada -dijo Maya, intentando sonar despreocupada, pero la ironía en su voz era evidente.

Cortó la llamada con un suspiro. Gala rural, ¡ja! Se movió por su vestidor, una sonrisa amarga en su rostro. A pesar de lo que su padre había dicho, la realidad de la granja aún no se había asentado del todo. No podía imaginar su vida sin sus lujos. Tiró varias maletas de cuero de cocodrilo sobre su cama. Una para la ropa casual, otra para los zapatos (los de tacón, por supuesto), una más para sus productos de belleza, y otra para cualquier "emergencia" de moda que pudiera surgir. Cuatro maletas enormes se apilaron en el centro de su habitación, llenas hasta el borde. No iba a dejar que un poco de "tierra y vacas" la despojaran de su dignidad.

Miró por la ventana hacia el jardín iluminado de la mansión, el reflejo de su vida anterior desvaneciéndose. Un resentimiento profundo se asentó en su pecho. Iría a esa granja, sí, pero solo para probarle a su padre que estaba equivocado, que ella no necesitaba "aprender" nada, y que al final, volvería a su vida, intocable e inmutable.

La granja de Lucas Vargas la esperaba, un mundo ajeno que prometía desafiar todo lo que Maya creía saber sobre sí misma.

            
            

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