Morir no será un descanso
img img Morir no será un descanso img Capítulo 4 Capitulo cuatro
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Capítulo 4 Capitulo cuatro

La Ciencia, –es decir, los sujetos humanos que la representan–, estuvo renuente durante milenios a aceptar la existencia del alma como una entidad concreta. Hasta que un memorable día, de un pasado ya lejano, se logró confinar su delicada sustancia en un acelerador de partículas y tuvo lugar lo que llamaron el «Gran Descubrimiento».

Desde entonces, por cuanto no han surgido definiciones convincentes, ni una teoría ordenada sobre el particular, se ha estado esgrimiendo como explicación a la inobjetable verdad de su existencia, que el alma es un prodigio de la evolución. Que la Naturaleza, en su «sabiduría», pudo haber aprendido a crear copias indestructibles o «astrales», del ser individual.

Pero más importante que definir una teoría sobre el alma, es recordar cómo el Gran Descubrimiento cambió para siempre la perspectiva de la existencia humana. Fue un giro radical. Antes los humanos morían y su alma se iba del mundo físico sin posibilidad de retorno ni de integrarse de nuevo como ser vivo. Ahora era posible fijar de nuevo a un cuerpo vivo (un clon) cualquier alma que vagara en la dimensión etérea. Solo había que guiar al alma errante, indicarle el camino mediante señales determinadas hacia el sitio donde podía encarnar.

Para este fin se construyeron las factorías de clones y las pirámides de cristal. Y desde las pirámides los faros yátricos iluminaban el camino a las almas y les permitían comunicarse con sus benefactores a través de un mediador, quien les invitaba a entrar al mundo físico. Invitación que ineludiblemente aceptaban. A partir de allí el alma se abría camino por un corredor de luz hasta la cámara de renovación donde le esperaban clones frescos, de los tres géneros, para que escogiesen libremente.

Así e proceso de anclar almas a clones humanos se volvió simple y expedito. Como consecuencia las almas que deambulaban en la dimensión inmaterial, cuyos titulares, los seres humanos que vivieron en todas las épocas y naciones, los cuales yacían bajo el polvo del tiempo, tuvieron su oportunidad de revivir y volver a ser individuos de carne y hueso, gentes que andaban de nuevo por este mundo.

Esto fue el principio de la Resurrección.

Geera, un planeta Tierra reformado por el ingeverso, se ensanchó para acoger los nuevos inquilinos. Los protegió como una madre, ofreciéndoles sitio cómodo donde habitar en medio de la nueva civilización. Ya no tendrían que morir más.

Para entonces se había construido el Orbe, el conjunto de nueve cubiertas de hidrometal que rodean al planeta. El Orbe evitó que violentas e inesperadas explosiones solares extinguieran por completo la vida en la Tierra. Y también multiplicó miles de veces la superficie habitable del planeta; se resolvió de una vez por todas, además, el problema del abasto energético.

En los doce niveles habitables del Orbe se concentró con holgura la nueva población de los resucitados, junto con los nativos geritas, mientras que la superficie original de la Tierra quedaba enclaustrada, constituida en una reserva ecológica para siempre.

Luego, cuando dejaron de llegar almas desde el éter a las pirámides, se coligió que no quedaba alma alguna por resucitar y fueron deshabilitadas las factorías de clones. Salvo las producciones básicas para cubrir la demanda de los que en lo adelante quisieran cambiar de cuerpo, si era su antojo. Y en un momento posterior, por acuerdo de la mayoría ciudadana, se dejó de llamar alma al alma y se le rebautizó como égom, entre otras razones, porque sonaba menos místico.

Basailk Gormu sopesa en su mente el resumen histórico que le ofrece Síbil. Él mismo se lo ha pedido para llenar el tiempo de espera mientras llega su turno para la renovación. Y tiene preguntas que ya le resbalan por la lengua.

¿Puede la «sabia naturaleza» entender lo precioso de la personalidad humana, como para guardarse una copia cuántica? ¿Y para que le serviría?

Gormu huele patraña en la charla bonita de Síbil.

...El Gran Descubrimiento convirtió a los hombres y mujeres del mundo en semidioses, –prosigue esta– que podían cambiar de cuerpo cuando quisieran, regenerar sus miembros, variar su peso, apariencia y estatura, lo mismo que cambiar de sexo... La persona humana pudo desde entonces constituirse en mujer, hombre, o humix (géneros intermedios) según su gusto, pues la ciencia genética había logrado para entonces niveles sorprendentes en todos los asuntos del ser vivo.

«Más patrañas» medita Gormu, algo cansado.

...Hay felicidad en Geera, un mundo de eterna juventud, libertad y transparencia, una tierra de ambrosías, juegos y diversiones...

Gormu no se contiene:

–Hubo felicidad, querrás decir. Hasta que pasó lo que... ¿Por qué repites sin pudor verdades que fueron, pero ya no son? ¿Es inercia mental? No, por cierto. Tu mente no es humana, no podrías entenderlo. –Gormu hace un gesto de fastidio.

Síbil sonríe sardónicamente, mientras su fantasmal imagen flota alrededor y lo observa.

–No creerías cuánto puedo entenderlo. –pronuncia– Pero no es conveniente mostrarse pesimistas. Lo que pasó, pasado es.

–Mira quién lo dice. –replica Gormu. – Tú, que pretendes saber tanto y en realidad nada sabes; debías habernos advertido, haber predicho el futuro y...además, ¿de qué hablas, si tampoco nuestra felicidad fue nunca completa? ¿Semidioses encerrados en una cápsula planetaria, como reos en prisión? ¿Es lo que somos? ¿Qué fue del sueño de los antiguos de expandirse por el cosmos y conquistar las estrellas?

–No tiene utilidad mostrarse...

–Ya basta. – Gormu levanta con brusquedad su mano y borra la imagen. – ¡Choveian!

...

Basailk Gormu es príncipe del conglomerado. Y también el nuevo Almirante de la Flota Estelar de la Entidad Napocrática de Geera. Aunque tales nominaciones no tienen el grandioso significado de antaño ni son vitalicias. El pueblo soberano puede revocar su condición en cualquier momento, si comete alguna pifia en su gestión o por mero asunto de simpatías.

Pero, mientras tanto, es ingente la cantidad de créditos que ingresan a su cuenta y que le permiten una vida de lujos por encima de los ciudadanos comunes. Ser príncipe le da derecho a un curul en el Senado de las Naciones, en la bancada de los Honorables, con derecho a emitir criterio, aunque no a votar.

Lo de su almirantazgo es simbólico, básicamente. La Flota Estelar es casi una reliquia de los tiempos en que se esperaba encontrar adversarios en el cosmos cercano. Cuando la paranoia sobre el probable ataque de una civilización extraña lleva a la construcción de astronaves de combate con cañones de antimateria y un arsenal de armas devastadoras, pero jamas utilizadas, pues, a fin de cuentas, aparte de algunas formas de vida muy primitivas, no se ha probado que exista en toda la Galaxia ni más allá civilización alguna capaz de constituir una amenaza para el mundo gerita.

Gormu, por ende, comanda naves que solo son sacadas de su estacionamiento una vez cada tantos años, para sacudirles el polvo y probar si aún funcionan. Pero él no sufre por eso. Mientras obtenga una inmensidad de créditos para gastar...

...

Ahora bien, los lunes son días de sorpresas. Y sin discusión, no hay sorpresa mejor, ni mejor regalo para sí mismo, que mudar de cuerpo y de casa en un mismo día. Ni se puede concebir un mejor modo de celebrar el inminente final de un año que, es también, por coincidencia, el fin del siglo y del milenio...

Gormu espera desde primera hora dentro de la pirámide, tendido sobre una estera de jade que flota en medio de una cámara alta y estrecha. Allí masculla argumentos contra Síbil y aguarda. Hasta que el proceso se inicia de súbito: un rayo violáceo baja del techo y lo traspasa, separando al instante el égom de su cuerpo. Su cuerpo sin vida va cayendo hacia abajo, mientras su égom sube en busca del punto de fijación.

El cuenco con su cadáver desaparece por un agujero y otro cuenco entra. Un flamante clon yace en él inerme, aunque palpitante. El cuenco rota y permanece levitando, a la espera. Lograda la conexión, el égom de Gormu desciende raudo para tomar posesión del nuevo recipiente somático. Un minuto después se le acerca un náper asistente y abre su boca. Coloca sobre su lengua una píldora blanca, que se disuelve en su paladar.

El Almirante Basailk Gormu abre los ojos, como quien despierta de una pesada modorra. Descubre su imagen en los espejos que le rodean y enseguida vuelve a recordar quién es.

Contempla luego cómo el viejo cuerpo se va alejando. Le compunge un poco dejarlo atrás. Quizás solo debía hacerle cambios estéticos, que al fin y al cabo dan un resultado similar... Pero las mutaciones ya no lo satisfacen. Desea un cambio radical. Un cuerpo nuevo, una vida nueva, limpia, con la memoria depurada de vivencias desagradables. Nada como esa dulce sensación de ser un recién llegado en el mundo.

Ya de pie en el corredor, termina de sopesar en los espejos cada ángulo de su nueva apariencia y aprueba con un guiño su elección. Nada complicado. Es la imagen y semejanza de un actor que admira, cuyos filmes impactaron su niñez: Shano Sipx. Héroe de una saga llamada Salto a las estrellas. Carácter rudo y magia de seductor. Lo que Gormu pretende calcar en sí mismo, a fin de encantar a cierta dama. O más bien, de recuperar sus afectos.

Xena es el nombre de aquella dama.

Lo probable es que Xena, con menos años de vida, no sepa nada sobre la saga Salto a las Estrellas, así que Gormu espera que ella no descubra el plagio ni le desagrade verle aparecer como un avatar de Shano. Pero bien sabe que si la causa de la partida de Xena es que se ha involucrado en amores con otra persona, nada de lo que haga para reconquistarla tendrá sentido.

Gormu, ligeramente mareado por el proceso de adaptarse al nuevo cuerpo, se desliza por el grav del corredor hacia el exterior de la pirámide.

Asume que está preñado de temores y eso le molesta. El miedo a perder una relación amorosa es una enfermedad que jamás ha padecido. Hay billones de mujeres en el conglomerado. Y toda la eternidad para esperar que llegue un nuevo amor. Quiere convencerse a sí mismo de esto...

«Pero ninguna de esas mujeres es como Xena», le susurra la oportunista voz del corazón.

¿Cuándo brotó en él tamaña incertidumbre? ¿En qué momento perdió las ínfulas de semidiós para volverse trémulo y vacilante? ¿Por qué ahora, al salir de la pirámide, se siente perdido y con el ánimo apesadumbrado? ¿Son acaso sus temores un contagio traumático derivado de los recientes sobresaltos vividos en el Orbe?

...

            
            

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