Llegó el sábado y con él, la inquietud. Mis padres y mis tíos se vistieron las mejores galas para impresionar a su madre, las incertidumbres por el futuro flotaban en el aire junto al aroma dulce de la caña. Personalmente, decidida a buscar mi sitio en el mundo, me había desligado de aquel teatro, tan solo me movía la curiosidad, la necesidad de conocer a la temible abuela, de derribar un mito al verlo con mis propios ojos y no a través de los ajenos con las percepciones llenas de prejuicios. Me decanté por un vestido que combinaba la gasa con la seda en tonos dorados que resaltaban el leve moreno de la tez y de los brazos adquirido durante las sesiones matutinas en la playa, a pesar del sombrero. No bastaba con evitar el sol, la propia brisa tostaba. Aunque mi madre pusiera el grito en el cielo, las mujeres modernas practicaban deporte y mostraban colores sanos frente a los polvos cadavéricos de las matronas. Los tiempos cambiaban y las modas con ellos, así que me pareció adecuado realzar mi buena salud: de talle alto, escote cuadrado y manga francesa, la falda caía recta hasta el tobillo y resaltaba mi cuerpo esbelto. Un echarpe de color natural me resguardaba del rocío de la noche.
-¿Otra vez jugando al tenis con tu primo Leo? -reprochó mi madre en cuanto entré en el salón-. Haz el favor de cuidar el cutis. ¿Cómo vamos a encontrarte un pretendiente si no te esfuerzas?
No la saqué de su error, no valía la pena discutir por algo que sabía, a ciencia cierta, que no le interesaba.
-No busco un marido -repetí con la voz cargada de paciencia.
-Haz caso a tu madre. Ya ha pasado más de un año desde la muerte de Raúl. Debes sobreponerte y seguir con tu vida adelante.
Raúl, mi vecino, mi amigo, mi primer amor. El único que me comprendía y alentaba en mis decisiones, quien me aconsejaba y me servía de escudo tras el que escondía mis disparatados planes de mujer dueña de mí misma. Su familia vivía en la misma calle y crecimos juntos. Yo le transmitía las enseñanzas de doña Amparo, le confiaba mis lecturas, comentábamos las noticias y la política. Luego, se marchó a la universidad para estudiar leyes. Quería ser juez, como su tío. Mis padres, al principio, no apoyaban el compromiso, pero terminaron aceptándolo ante mi empecinamiento. Al fin y al cabo, la familia estaba bien relacionada y el muchacho se esforzaba. Sin embargo, la tuberculosis truncó el brillante futuro y mis expectativas de liberación entre sus brazos.
-Este verano te presentaré a varios caballeros que están buscando esposa -soltó mi madre sin ningún pudor.
-¿Esposa o dinero? -contesté sin rubor.
-No seas ordinaria -reprendió mi padre molesto.
-Sincera, no confunda los términos, padre, ya soy mayorcita para que me endulce la vida. ¿Me pueden explicar por qué tengo que casarme? ¿Acaso no soy yo quien aporta el dinero para mantenerme?
-¿A estas alturas no hará falta que te explique que no puedes vivir sola? Dejemos esta conversación que no conduce a ninguna parte. Necesito estar sereno para afrontar la velada de esta noche.
-¿Y a usted, madre? Si soy un desastre, ¿qué le importa con quién me case?
-El nombre de la familia no puede quedar enterrado en el fango. Serás la heredera del título, o tu hijo si tuvieras un varón.
El título, el dinero, todo pesaba más que mi humilde persona. ¿Quién era yo para cuestionar la importancia de los bienes materiales? A pesar de la cercanía de la casa de la abuela, empleamos el landó. Mis padres estaban decididos a apabullar a la pobre anciana millonaria con un gran despliegue de medios que realzaran la importancia del marquesado. Los tíos, condes de Saldaña, sufrían la misma fiebre, pues su coche se hallaba en el lateral de la casa.
-Otra vez nos ganan por la mano -refunfuñó mi padre en voz baja.
-No es una carrera. Es una cuestión de inteligencia y estrategia -puntualizó mi madre-. Tú eres su hijo, no dejará la fortuna en manos de un extraño. Se limitará a mejorar la dote de tu hermana y de sus hijos, como es justo.
-No me preocupa el dinero. Mi madre, a veces, es imprevisible.
-Si la vieja no guarda las formas, siempre se puede imputar la herencia bajo la acusación de que no está en sus cabales.
Mi padre se volvió con la expresión de espanto reflejada en la cara. Y no era para menos la falta de escrúpulos de mi madre. ¡Qué frialdad! El silencio se adueñó del interior del coche. Mi padre bajó el primero para ayudarnos a descender. En su huidiza mirada y en la nerviosa respiración atisbé un rastro de conciencia, de escándalo, de temor y de decencia. El edificio se hallaba al inicio de una pronunciada cuesta que conducía hacia el Hotel Real. Las casas eran escasas por el impedimento del desnivel, pero ya se veían varias construcciones en marcha. Alcé la mirada hacia la fachada. Era irregular a causa del terreno inclinado descrito. La parte derecha contaba con tres pisos y miradores redondos al frente, la parte central, que servía de enlace entre las dos partes, era de solo dos alturas y se abría en arcadas que soportaban la terraza superior, y la parte izquierda constaba de dos pisos y una torre cuadrada de tres alturas. El conjunto era imponente.
Esbocé una sonrisa de satisfacción cuando descubrí en el patio un Hispano Suiza, aparcado en un lateral de la casa por lo que deduje que pertenecía a la dueña de la casa.
-Bonito coche -señalé con la intención de molestar a mi madre.
-Pronto tendré uno -murmuró codiciosa, aunque mi padre, más adelantado, no la oyó.
Un criado abrió la puerta antes de que ascendiéramos los escalones. La antepuerta destacaba por el doble arco, antes mencionado, y el alicatado azul hasta el hombro. Entregamos los chales al criado y el mayordomo nos condujo al salón. La casa no era nueva, se notaba que habían abrillantado los suelos, habían pintado con los tonos pastel de moda y habían redecorado con muebles sencillos y de maderas caras traídos, con toda probabilidad, de Cuba. Lejos de lo que pensaba mi madre, se respiraba lujo y una severa elegancia, aunque no siguiera las pautas de la pasada moda modernista ni se adecuara al art decó que pregonaban las revistas francesas. En el salón, destacaban los clásicos sillones tapizados con cretonas alegres y los ligeros visillos crema que cubrían los altos ventanales. Me sentí cómoda y no en un escenario para las visitas, como el salón de nuestra casa: con lo más costoso y el último grito en tendencia. El tío Leonardo llenaba con sus carnes uno de los sillones, los primos Leo y Ruth compartían uno de los sofás, enfrente del otro que ocupaban la tía María Ángeles y una mujer mayor, erguida, pelo cano, piel ligeramente tostada y de gesto serio. La correcta postura, la perfecta caída del costoso y sencillo vestido color crema cuando se levantó, la mirada analítica y la fuerza de la voz me indicaron que no se trataba de una anciana desvalida. Los saludos de mis padres, demasiado empalagosos para mi gusto, disfrazaron las podridas intenciones que escondían. Me mantuve en un segundo plano, testigo de la obra de teatro que se desarrollaba ante mí. Distraída, contemplaba los detalles del escenario hasta que mis ojos se encontraron con la mirada penetrante de la abuela.
-Alba, acércate -exigió mi padre.
-Encantada de conocerla, abuela. -Me incliné y deposité un beso sobre la suave piel de su mejilla.
-El gusto es mío. Te conocí cuando eras muy pequeña. ¿Te has repuesto de tu pérdida?
¿Qué le habían contado mis padres en sus cartas? ¿Le habían hablado de Raúl?
-Sí. Gracias por su interés.
-Espero que este verano nos conozcamos mejor y perdamos la timidez. - Esbozó una sonrisa para acompañar las palabras-. Ya que estamos todos, nos trasladaremos al comedor. Como faltan varones, Alba abrirá la marcha conmigo.
Mi madre no escatimó sonrisas y se apresuró a formar parte del cortejo con mi padre; en segundo lugar, los tíos y, finalmente, los primos. Mi padre se sentó a la derecha de la abuela y mi madre a la izquierda, acaparando los flancos y acotando el territorio más cercano a la anciana; luego, el tío Leonardo y la tía María Ángeles frente a su marido. A mí me sentaron frente a Leo mientras que Ruth se quedó desparejada. La vajilla de porcelana y el servicio de plata relumbraban sobre el mantel de hilo.