Capítulo 5 La armadura de «purpurita»

-¡Tengo las mejores armaduras de la ciudad! ¿Acaso lo pones en duda? -El fortachón y charlatán herrero estaba acostumbrado a lidiar cada día con clientes que acudían a su establecimiento buscando la mejor factura en las armaduras aún sin poder permitirse el pagar el precio que un trabajo artesano de calidad costaban-. Mira por ejemplo esta armadura de acero templado. Te puedo asegurar que se trata de la mejor que he fabricado en mi vida. Observa sus curvas. Sus juntas. Entre ellas no entraría ni el filo de una de esas raras y afiladas dagas «Helenianas».

¿Y qué puedes decirme del Yelmo? Emulé a la perfección el semblante de un demonio aullante de las «Tierras Muertas». Con tan solo observarlo ya produce escalofríos de terror, así que imagina el efecto que tendrá cuando sea utilizado en el campo de batalla ¿Quién se atreverá a batirse con quien lo lleve equipado? Tal vez no esté muy bien visto socialmente el presumir del trabajo propio, pero estás ante una auténtica obra de arte. ¡Y puede ser tuya por tan solo dos monedas de oro!

-Si, se nota una mano profesional detrás de ella, pero en realidad ese tipo de protección no es el que ando buscando. Verá, el otro día vi desfilar camino a palacio a un príncipe extranjero con su escolta que vestía una reluciente armadura de color púrpura... ¡Eso es justo lo que quiero! -El jovenzuelo sabía de lo que hablaba. En cuanto la vio, se quedó prendado y decidió que eso era exactamente lo que él necesitaba.

El herrero se quedó ojiplático al escuchar la petición de Ellar.

-¡¿Tú estás loco, muchacho?! Ese tipo de armaduras no están hechas para gente corriente como tú o como yo. Te aseguro que la armadura de acero templado que te he mostrado es más acorde con tu estatus... Si es que alcanzas a tener alguno...- dijo el herrero riéndose en la cara del niño-. Ningún plebeyo o noble de segunda de la ciudad podría pagar jamás las cien monedas de oro que cuesta una armadura de tal factura. Así que imagina un crio andrajoso como tú...

Ellar hizo resonar el saco que llevaba sujeto al cinturón, lo desató y lo lanzó con gracia a las manos al herrero.

-Hay van las cien monedas. Cuéntelas si gustas. Tan solo le digo una cosa: quiero llevarme una de esas armaduras púrpuras.

El herrero asomó su enorme nariz a la bolsa y sus ojos brillaron con codicia. En muy contadas ocasiones había visto tanto dinero junto, y si no recordaba mal tenía en el almacén una vieja armadura de «purpurita» acumulando polvo desde hacía incontables años, ya que el valor del material de este tipo de coraza era tan alto que no solía ser comprado más que por reyes, e incluso estos solo lo hacían en ocasiones especiales -. Sígueme pequeño. Creo que va a ser un placer hacer negocios contigo.

El comerciante cerró la puerta de la exposición de la herrería desde dentro y guio a Ellar a través de un oscuro pasillo tapizado con telarañas hasta una estancia con una gruesa puerta maciza de madera y metal. La abrió con una gran llave y le invitó a visitar su interior. Allí se almacenaban montañas de piezas metálicas: hachas, espadas, armazones, yelmos, guanteletes, lanzas... Y al fondo del todo, entre las danzantes sombras que proyectaban las antorchas y cubierta con una gruesa capa de polvo, una excepcional armadura de color púrpura con elaborados ornamentos que representaban legendarias imágenes bélicas. Era justo lo que Ellar deseaba.

-¡Es increíble! Es aún mejor de lo que había imaginado. Está claro que ha sido realizada por las manos de un auténtico maestro artesano. Además de la armadura, necesitaré una espada.

-Muchacho, elige la que más te guste de ese montón... Por haber hecho una compra de valor tan elevado solo te cobraré una moneda de oro...- dijo el Herrero con una enorme sonrisa de felicidad por haber cerrado de forma imprevista el negocio del siglo.

Pero Ellar no poseía esa moneda de oro. No después de haberse gastado la totalidad del dinero en aquella maravillosa armadura, y aun así estaba dispuesto a largarse de allí llevándose todo lo que había ido a buscar. ¿Era capaz de matar por una simple moneda de oro? En esos momentos Ellar era capaz de matar con tal de sobrevivir, pues eso es lo que llevaba intentando hacer desde aquel día que en esos momentos parecía tan lejano en el que se vio abocado a abandonar la inocencia de la niñez, así que se acercó a la pila de armas, seleccionó una espada grande y pesada, y haciendo un rápido arco hacia atrás cercenó de un solo golpe la cabeza del comerciante, la cual rodó por el empedrado suelo de la armería dejando un surco de sangre y con una macabra mueca grabada para siempre en su rostro. ¿Qué importaba el arrebatar una vida más? Adaptó la armadura a su tamaño gracias a las excepcionales cualidades de aquel raro metal, se colgó la espada a la espalda, regresó al exterior y por primera y última vez la gente que se cruzó con él pudo ver en su rostro una sonrisa.

En cuanto al herrero, nadie encontró jamás su cadáver esparcido en el suelo junto a las cien monedas de oro. Sus conocidos creyeron que después de hacer el trato de su vida con algún cliente, se había retirado a algún lejano y exótico país para descansar el resto de su vida rodeado de lujos. Y lo cierto es que no se equivocaban.

                         

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