Le contaron varias veces sobre los babalaos asesinados en la manga de coleo por un funcionario borracho y sobre los peregrinajes a la montaña en busca de iluminación y fecundidad. Podía reconocer a un viejo santero gracias al collar de piedras que colgaba de su pecho, como una pesada cadena. También habían historias más fantásticas sobre brujos que robaban tierra y huesos de los cementerios para realizar maldades...
En una de ellas un padre de familia agonizaba hasta que su esposa encontró un bulto de tela con tierra de muertos en la tinaja donde preparaba el guarapo de papelón. Cuentos de brujas que asfixiaban a los niños en las cunas, brujas que fumaban tabaco para limpiarse, mujeres pájaro... Peregrinos que ofrecían sacrificios a las deidades de la montaña. Premisas de fortunas. Tratos con demonios que terminaban en horribles muertes accidentales si no se pagaban... Un viejo pescador le contó que vio a una sirena en el río Yaracuy una mañana que le ofreció anís a los espíritus del agua. También le contó que una noche fue a bañarse en el río-con los pies en la curiara-, y mientras se echaba agua en la cabeza sintió que algo movía la curiara casi derribándolo y vio una madre de agua nadando cerca suyo. En fin, aquel pescador consumió la mitad de su paquete de cigarros brasileros y toda una tarde de su vida... Pero algo había aprendido para el final de aquel mes; que durante las festividades del mes de mayo y el día de los muertos, había mucha actividad en la montaña Sorte y el cementerio del pueblito.
También intimó bastante con Eduardo, aquel brujo que fue detenido por presuntamente haber asesinado a una niña pequeña. El brujo la había encontrado bajo extrañas circunstancias, pero a falta de pruebas el detective Pierre no tuvo más remedio que dejarlo ir. Jonathan volvió a encontrarse con Eduardo en uno de los locales donde compraba tabacos y cigarrillos para intercambiar por historias. El brujo portaba un aspecto demasiado común, vestido con ropas coloridas y perfume, tenía su rosario en el cuello y el pendiente de cruz en su lóbulo derecho. Hablaron de asuntos superficiales como la razón porque estaban en la comisaría, a lo que Eduardo respondió que le habían robado el teléfono; finalmente le preguntó sobre sus habilidades y el brujo lo invitó a una fiesta en una iglesia después de caminar un rato por las calles desiertas del atardecer. Jonathan lo acompañó a la fiesta, era en una pequeña casa rosada con techo de zinc, un portón con ruedas y un amplio porche de cemento con materos florales. Allí conoció al pastor Miguel y sus hijas, Fabiola y Victoria. Eduardo era novio de Fabiola, la mayor, y los esperaban alrededor de una pequeña mesa con unas cornetas que inundaban el aire con salsa y merengue.
No era una fiesta como tal, aquel era el día cuando Eduardo visitaba a su novia y la familia jugaba dominó con el yerno, había música, cervezas, amigos, risas, anécdotas... Como Jonathan era el invitado debía esperar a que los cuatro terminarán su partida mientras bebía una cerveza fría. Era menor de edad, pero bebió de la botella refrescante porque tenía mucha sed... La primera no le hizo nada. El pastor Miguel era muy bueno jugando al dominó, pero su hija menor Victoria, era buena contando y descifrando las piedras de los demás y terminó perdiendo Miguel... Cuando terminó de beber la tercera cerveza y se levantó para cambiar de asiento, un ligero mareo lo hizo tambalearse, le costó un poco de esfuerzo mental encontrar la silla y se sentó frente a Victoria, con Eduardo y Fabiola a cada lado.
-¿Eres bueno en el dominó? -Victoria era muy blanca, tenía el cabello largo y dorado como la miel. Sus ojos eran pequeños y oscuros y sus dientes estaban chuecos.
-Que va-Jonathan sonrió. La cuarta cerveza lo hizo olvidar sus problemas. De los asesinatos. De los sacerdotes y demonios... De Ana y su tristeza...
El dominó era un juego bastante simple. Eduardo era muy carismático y sus chistes lo hacían reír bajo el mareo del alcohol, Victoria también reía pero se concentraba bastante en sus jugadas y en contar las fichas y Fabiola miraba risueña a su novio cada vez que decía algo sobre su trabajo. La primera partida la ganó Jonathan, más por suerte que por estrategia. Mientras Fabiola meneaba las fichas en la mesa Eduardo comenzó a contarle que en verdad era estudiante de contaduría y no brujo, que solo ayudó a la mujer a encontrar el cadáver de su hija porque él se lo pidió... Ante la mención de aquello todos callaron. Fabiola lo obligó a contar la historia de la búsqueda varias veces y lo regañó por estar metiéndose en problemas que no le conciernen. Esto le hizo recordar a Ana y su preocupación maternal, sonrió por lo bajo. Victoria se dio cuenta de ello y creyó que se reía de la pareja.
-Algún día te vas a enamorar-le soltó con el mentón en alto y una risita burlona.
Jonathan se acordó de los gestos de Ana y sonrió, más entristecido que divertido.
-Que va...
La segunda partida la trancó Eduardo al poner todos los cuatro y Victoria golpeó a Jonathan en el hombro con un puchero por no deshacerse de los cinco y los seis, y darle tantos puntos a sus contrincantes. Se terminó la séptima cerveza y ya se reía de todos los chistes de Eduardo, incluso los malos. La tercera partida la ganó Victoria y anotó treinta puntos en la libreta. Jonathan la miró con detención, era bastante bonita y tenía un bonito cuerpo de comadreja, cuando le preguntó su edad dijo veintidós y se sorprendió porque era mucho mayor que él, pero parecía más joven; ella bebía cerveza como un camionero y era bastante grosera.
Cuando Eduardo ganó la cuarta partida, Fabiola lo besó en los labios y Jonathan y Victoria se miraron, los dos se mordieron los labios conteniendo la risa, pero no pudieron controlarse, la cerveza se le salió por la nariz cuando intentó disimular. Victoria ganó las dos últimas partidas y celebró chocando las manos con Jonathan. Con el último trago de la octava cerveza aquel mareo desapareció, sentía ganas de orinar y la cabeza llena de algodón. La música retumbaba etérea en lo profundo de su cabeza, estaba en el fondo del mar. El pastor regresó con una cerveza en la mano y jugó junto a su yerno y ganaron tres partidas seguidas. Ya había anochecido y estaba comenzando a hacer frío.
Eduardo volvió a contar la historia de la búsqueda de la niña perdida y su frustrante hallazgo, el pastor Miguel lo escuchó bastante serio; era un hombre rígido pero divertido, alto y grueso de hombros, con el cabello rubio oscuro corto, los ojos avellana y la piel morena. El pastor le preguntó a Jonathan qué hacía en la comisaría junto a un sacerdote católico y no supo que responder.
-Estaba poniendo una denuncia...
El pastor Miguel asintió y no quiso hablar de ello. Y cuando sus hijas quisieron indagar, las regañó... Después de perder todas las partidas contra Eduardo y Miguel, Victoria se puso de malhumor. Fabiola quería jugar, así que Jonathan le cedió su puesto y se sentó junto a Eduardo mientras se le pasaba el mareo y aguantaba las ganas de orinar. En medio de una partida pensativa, Miguel tuvo que atender una llamada. Victoria quería ganarle a su papá así que se opuso a que Jonathan jugará aunque el pastor se ausentará horas. El pastor era secretario del alcalde de Chivacoa, era un hombre bastante letrado que hablaba cinco idiomas. Las chicas se pusieron a hablar entre ellas y Jonathan finalmente pudo hablar con Eduardo.
-Dijiste que era una fiesta en una iglesia.
-Pero te estás divirtiendo.
-Sí... pero...
-Sé que quieres saber la «verdad», pero no hay más que hablar. Lo que viste ese día no es todo lo que soy... Aquello era una parte de mí antes de conocer al pastor Miguel.
-¿De verdad es un pastor?
-Pregúntale...
Jonathan guardó silencio. Minutos después llegó el pastor Miguel y reanudaron la partida mientras hablaba de la visita del gobernador al pueblo en noviembre, estaban a comienzos de septiembre pero debían tener todo listo porque el turismo en esas fechas era un motor importante para la economía de la región. Además, les comentó los rumores de que el gobernador de Yaracuy y el alcalde eran santeros que les debían su éxito a brujería indígena. Durante un rato la familia estuvo hablando de la manga de coleo, la plaza de toros y la feria cuando Jonathan llevado por su malsana curiosidad quiso saber la verdad.
-¿De verdad es pastor?
Miguel clavó sus ojos en él. Sus hijas soltaron unas risitas.
-Pues así me dice Eduardo, pero no soy un pastor de verdad, hijo; solo me dice así porque yo le enseñé el camino de la nueva religión.
-¿La nueva religión?
-Cuando lo conocí estaba estudiando para ser un brujo de los que guían los cultos en la montaña. Hacía ofrendas a los Santos de esta región y realizaba trabajos de brujería. Era bastante chamo, pero sabía los secretos de la magia negra... Yo tampoco creía mucho en ella. Pero he viajado bastante y he visto. Yo también pasé por aquel camino, de hecho les había entregado mis hijas a un demonio, pero Dios me salvó... Un pastor alemán de la Iglesia del Nuevo Milenio me enseñó el camino para ayudar al prójimo y el amor. Eduardo se había dedicado a la brujería desde muy pequeño y les había entregado sus amigos de la calle a otros brujos que usaban niños en sus ritos; estaba muy flaco y necesitaba ayuda. Lo traje a mi casa y mi familia lo ayudó a salir adelante, le enseñamos de Dios y ahora estudia para ser contador y trabajar conmigo... No necesitas de la magia y los milagros para llegar a ser grande con mucho esfuerzo, solo necesitas disciplina y dedicación.
-¿Dónde queda esa Iglesia del Nuevo Milenio?
Miguel levantó las manos y miró en todas direcciones.
-En todas partes, solo tienes que aceptar a Dios en tu corazón. Suena sencillo, solo con estirar un dedo puedes acercarte a Dios. Con un poco de fe, puedes mover montañas.
-¿Entonces ustedes de verdad creen en Dios?
-Sí... pero no creemos en el Dios de la Biblia. Ni el del Corán... Ni Antiguo... Nosotros creemos en un Dios verdadero que se adapta a cada época y cada hombre.
Jonathan escuchó complacido, asintió y se dejó llevar por el mareo. Miguel jugó otra partida y se retiró a dormir, porque aunque era viernes, debía trabajar mañana con la gobernación. Eduardo y Fabiola comenzaron a besarse, los miró con tristeza y un poco de envidia, las ganas de orinar regresaron a su cabeza, en medio del silencio buscó a Victoria con la mirada y le pidió que le prestará el baño. Entraron en la casa y lo condujo por un pasillo con piso de cemento, lo llevó a un baño de cerámica azul que olía a desinfectante. El espejo lo miró burlón, orinó un líquido más amarillento de lo normal y se limpió la cara con agua. Cuando salió, Victoria lo esperaba, era del mismo tamaño que Eduardo.
Cruzaron miradas... ella se río, posiblemente estaba en el mismo estado que él. Ya era muy tarde y... ella se lanzó y le dio un beso en un lado de la boca. Jonathan cerró los ojos y buscó con sus labios, los de Ana, fundiéndose en un beso tímido, tierno y lento... Pero Ana no estaba allí... La había perdido, así como había perdido a su hermana Francis y a su madre. Tomó a Victoria de los hombros y la alejó, aunque le doliera estar solo... se lo merecía. Estaba ebrio y la sensación del tiempo se alargaba haciéndolos eternos. Su calor se arremolinaba en cosquillas.
-Lo siento...
-¿Tienes novia?
Aquello lo hizo sonreír, aunque tuviera ganas de llorar, de dormir, de gritar... De olvidar el dolor. Solo sonreía y alargaba los segundos...
-Que va...
-¿Eso es todo lo que sabes decir? -Victoria sonrió. Sus dientes imperfectos bajo los efectos del alcohol y el sueño, parecían tan perfectos, su cabello dorado vibraba.
-Que...
Lo volvió a besar, tomando su boca... bebiendo de ella como Ana nunca hizo. Un cosquilleo violento le estremeció el rostro, sintió una lengua indagar en su boca como un torbellino y acariciar su paladar con descargar de placer. Soltó un gemido parecido al cansancio... Y la alejó de si. No podía, no debía... Tenía que salvar a Ana.
-Yo... estoy esperando a alguien más.
Victoria lo miró entristecida.
-Eres muy lindo... aunque no sepas jugar dominó.
Victoria no volvió a insistir en besarlo el resto de la noche. Era muy divertida y estaba estudiando enfermería, ya había asistido varios partos y hecho pasantías en el Centro Ambulatorio. Fabiola y Eduardo se rieron e intercambiaron fluidos el resto de la noche. Se fueron a las tres de la madrugada bajo una oscuridad impertinente. Victoria lo rodeó con un abrazo.
-Chao, amigo Jonathan-se despidió.
Fabiola y Eduardo tuvieron un largo beso apasionado. Pero finalmente estuvieron desfilando por las siniestras calles de la noche, el cielo a esa hora era más oscuro y los pájaros volaban. A esa hora todos dormían, era la hora de los espíritus.
-¿Por qué me invitaste?
Eduardo bostezó, medio borracho.
-No sabría decirte, quería que conocieras al pastor Miguel... El don me lo confió, tú tienes un papel importante en lo que esta por suceder.
-¿Qué va a pasar?
El brujo no sonreía, su voz estaba cambiando con cada palabra. Se hacía más grave, como el trueno... El alcohol en su sangre hervía.
-No sabría decirte, pero ya ha pasado antes... Lo he visto. El Espíritu Santo me trasmitió aquella revelación cuando me poseyó. Tienes un rol, podrías negarte y tener una vida normal... Pero tú vida no es normal... Deseas ser normal, pero de ahora en adelante debes recorrer el camino que Dios preparó para ti.
No supo que decir. De nuevo sentía el regusto amargo en la boca del estómago. Sus piernas de gelatina siguieron caminando. Había salido a la calle en busca de respuestas pero encontró más preguntas. Él no se sentía especial, tenía la certeza de que nadie lo era en la vida. Según la información que estuvo reuniendo, todos eran marionetas en el juego de Dios, y que teníamos muy malos hábitos. No volvió a hablar el resto del camino y los dos complacidos con el silencio se separaron.
Jonathan vivía en la calle Soledad, su casa era blanca de dos plantas, con un portón rojo y un patio de losas de piedra. Por dentro tenía piso y paredes de cerámicas amarillas y silenciosa. Su padre regresaba tarde, después del trabajo en una agencia de loterías llegaba borracho y gruñón. Pudieron comprar una buena casa porque su madre era una prestigiosa abogada y su padre era dueño de una concurrida tienda de ropa; fueron una familia prospera que terminó echa pedazos. Su padre alcoholizado perdió el negocio por las deudas y ahora subsistían con el trabajo del día a día... Se cansó de discutir con su padre, él no quería cambiar y no lo obligaría a salir de su tristeza. Casi no hablaban y nunca se abrazaban desde que mamá se fue... Ya nada era igual.
Siguió trabajando en la panadería, bajo los efectos anestésicos de la monotonía Un día de septiembre, con el clima encapotado y la habitual lluvia débil, llegó Fernando; el sacerdote le explicó que la fiscal Brancho y él visitaron a los Marcano y encontraron a Ana en pésimas condiciones, estaba famélica y deshidratada. Después de algunas pruebas psicológicas, la fiscal dejó que Fernando estuviera a cargo del exorcismo, aunque la madre de Ana se opusiera. Esa misma tarde, el padre Alejandro, Fernando y Jonathan-más por apoyo moral que por otra cosa-, llegaron a la casa de Ana y la señora Marcano les abrió la puerta a regañadientes.
La casa estaba bastante sucia, el polvo y la humedad pesaban al respirar y el propio aspecto de la mujer denotaba un descuido paranoico. La señora Marcano no dejaba de clavar sus afilados ojos de arpía en Jonathan, podía sentir aquella lascivia rasgar sus carnes con odio. Ella sabía que todo aquello era causa de la insistencia del joven encaprichado con su hija... No era amor, estaba desesperado por compañía... El bombillo de la sala se dañó y la oscuridad convertida en tentáculos brindaba un aire macabro al interior del interior hogareño. Fernando se veía más pálido que nunca, incluso el padre Alejandro tenía la frente perlada de sudor... Y él.
Él se sentía pesado, sensible, inmerso en una audaz melancolía... Aquello era lo que quería. Salvar a Ana se había convertido en su misión... ¿Por qué se sentía tan mal? Todos recorrieron la casa hasta el cuarto de Ana, cerrado con una gélida puerta de madera. La señora Marcano tenía los ojos anegados de lágrimas y sus labios temblaban... El padre Alejandro la abrazó y la llevó a la cocina para poner a hervir un café. Fernando dejó el maletín en el suelo, sacó una vieja biblia con anotaciones, un crucifijo de plata y una botella de agua bendita. Se veía señorial, imponente, su traje negro relucía como la noche sin estrellas, se acentuó el sombrero y se pasó una mano por la aspera barbilla cubierta de vello blanco.
-Jonathan-lo llamó en voz baja-... ¿Seguro que quieres entrar conmigo?
El joven asintió débil. Solo estar allí, ante la puerta de Ana lo hacía sentir cansado, sus pies flotaban... Sudaba frío y un ligero malestar estomacal lo desconcentraba. Pero, estaba determinado a llegar hasta el final. El pastor Miguel le dijo que todos podrían llegar lejos si su esfuerzo y dedicación fueran los suficientes... Se sentía impertérrito, pero aún así no podía detenerse.
«La quiero-se dijo y dio un paso, su mano aferró la perilla fría y los dedos se le congelaron-... Así, sin miedo. Sin miedo».
-Bien-Fernando se ungió las manos con agua y mojó el cabello y la ropa de Jonathan con gesto paternal. Cuando lo miró a los ojos vio a un hombre terriblemente viejo y cansado. Le tendió la cruz de plata-... Lleva esto y nunca lo sueltes. Por favor...
Antes de abrir la puerta. Fernando realizó un padrenuestro y una oración protectora. Desde la cocina se escuchaban los quejidos de la señora Marcano... Todos estaban sufriendo. Jonathan abrió la puerta con los nervios revoloteando en su estómago como lombrices desesperadas, intentando salir... Otra vez el regusto amargo de la muerte. Un revoltijo y náuseas.
-Estás muy pálido-apuntaló Fernando.
-Que va-abrió la puerta...
El frío pestilente de la noctámbula recámara los hizo tambalearse. El cuarto estaba ordenado, el espejo inquietante de la peinadora les devolvía la mirada espectral. El armario estaba a punto de caerse, una de sus patas se había roto... El aire acondicionado respiraba con dificultad, asfixiado con tantos pensamientos encajados en un espacio estrecho. En la cama de armazón reposaba una joven pálida, con el rostro famélico cubierto de sudor rancio y las mejillas ahuecadas, su cabello enmarañado encaraba su magistral descuido. Aquellas sábanas olían a sudor grasiento...
Cuando entraron, Ana se sentó en la cama. Parecía una enferma convaleciente, sus brazos estaban cubiertos de rasguños y mordidas, sus labios partidos se desprendían y sus ojos vacíos los miraban; pero no veía luz en ellos... Pobre Ana, fue todo lo que pudo pensar... Se acercó con la cruz aferrada en los dedos y cuando la joven la vio, saltó de la cama y se abrazó las rodillas con un grito.
-¡¿Qué haces aquí?!
Jonathan retrocedió por el susto. Su corazón bombeaba con todas sus fuerzas la sangre de su cuerpo... Lo podía escuchar. La voz de Ana sonó apagada, ronca, impropia... Jonathan quería lanzarse y abrazarla, llorar con aquella amada en sus brazos... pero el sentido común lo atormentaba. El miedo lo maldijo, sus piernas inmóviles solo le permitieron observar el exorcismo.
-Ana-la llamó Fernando con su caluroso tono paternal-... Voy a leer un poco de la palabra de Dios... Por favor... vas a sentir que te quemas, que tu piel se desgarra. Pero sé fuerte... Nunca dejes de luchar.
-Pero yo estoy bien-la voz de Ana salió burlona.
El sacerdote roció los alrededores de la habitación y la puerta, esperó largo rato que el padre Alejandro regresara; finalmente la cerró cuando no llegó. Y encendió la luz de una de las lámparas de noche... Jonathan lo miraba, no sabía que hacer en aquella situación. El hombre le pidió que sacará una grabadora de sonido de su maletín. Jonathan revolvió el contenido: tenía libros, crucifijos de diversos materiales, botellas con agua, un extraño bulto en una sección con cierre que parecía un estuche, lápices de tinta, rosarios, imágenes de santos y la grabadora antigua.
Fernando sostuvo otro crucifijo de madera y entonó un padrenuestro y una petición a Dios para expulsar al demonio. Ana comenzó a reírse, ella misma decía que no podía contener la risa; que estaba bien. El malestar de Jonathan no parecía mejorar, un sudor frío le recorría el cuello y las fervientes ganas de vomitar no lo dejaban hablar. Al cabo de unos minutos la risa de Ana se detuvo, cerró los ojos y sus párpados se agitaron, sus manos se crisparon en forma de garras y un gesto de dolor se apoderó de su rostro. Fernando asintió pensativo, le quitó la grabadora, la puso en funcionamiento y la dejó sobre la peinadora. Jonathan entonó un maltrecho padrenuestro dentro de sus cavilaciones, levantó la reliquia sin esfuerzo alguno...
-¿Quién eres? -Preguntó con una voz imperiosa, sin el mínimo ápice de miedo. Su semblante era presuntuoso.
Ana callaba, inmersa en un trance silencioso. Sus hombros se estremecían y su cabello enmarañado se agitaba... Temblaba furiosa y sus dientes asomaban como los de una fiera a punto de abalanzarse sobre una presa. Fernando se paseó con la cruz apretada en su puño, le volvió a hacer la pregunta y ella soltó una risita demencial. Jonathan sintió una opresión en su estómago, sentía una mano dentro suyo. El sacerdote hizo la señal de la cruz y conjuró al demonio para que saliera...
-Te ordeno que salgas de este cuerpo en el nombre de Jesús-pregonó Fernando altanero.
Ana se sentó en la cama y clavó los ojos en Jonathan. Aquella mirada maligna lo hizo estremecerse, no reconocía a su amada... El brazo comenzó a pesarle y el peso de la cruz de plata lo incomodaba, quería bajar aquella reliquia. Pero su mente tenía dudas... Aquel dolor en su estómago se esparció por su abdomen con palpitaciones que le arrancaban lágrimas. Una profunda tristeza lo invadió y dejó de rezar.
-Maldito sacerdote...
La voz del demonio se escuchaba etérea, como si hablara a través de una superficie metálica. Inhumana... Miraba con odio al sacerdote, como si lo acusara de un cruel asesinato. Ana le lanzó una dentellada furiosa, pero Fernando no se apartó, difícilmente la chica pudo moverse de la cama... Estaba atada por una fuerza más poderosa que gobernaba, una barrera que pesaba y no le permitía al demonio atacar...
-Creí que eras un demonio mudo-confesó Fernando acercándose a las sábanas-... ¿Cómo tomaste posesión de este cuerpo?
-Ella me encontró-Ana se estremecía, ofuscada por un odio irracional.
Fernando asintió.
-¿Cuál es tu nombre espíritu inmundo?
Ana no respondió... Arrugó la nariz con un gruñido bestial. Gruñía y reía a intervalos, mirando a Fernando con el entrecejo apretado y el gesto burlón. El sacerdote roció a la chica con agua bendita y el demonio se retorció de dolor, sus gritos desesperados eran acompañados con insultos y blasfemias. Fernando volvió a formular la pregunta y Ana se río mucho más fuerte... Volvió a descargar una lluvia de gotas sobre las sábanas.
-No tienes poder sobre mí-vociferó la voz desde el fondo de la garganta de Ana. Fernando rezó el rosario, concentrado con los ojos cerrados y con cada palabra la agitación de la joven fue aminorando-... Yo soy... Perversión...
Fernando le ordenó algo en otro idioma... Podría ser latín. Jonathan no era bueno para las lenguas. Pero sorprendente, Ana le respondió en aquel idioma y el semblante del sacerdote no cambió... Le acercó la cruz a la cara y Ana la besó con el rostro congestionado, sus dientes rechinaban... Tenía miedo de que se rompieran. Fernando rezó una oración de liberación que se comenzó a prolongar, Ana no paraba de gritar y de golpearse en la cabeza con las manos. El aire estaba cambiando, existía una lucha de entidades.
El brazo se le entumeció, pero no lo bajó... El crucifijo estaba adherido a la carne de sus dedos, sus nudillos blancos gritaban. La aversión lo estaba dominando, quería salir corriendo de aquella habitación. Los gritos de dolor de Ana resonaban dentro de su cabeza, golpeando sus oídos como alfileres. El cuerpo de la joven se retorcía de dolor, a punto de partirse a la mitad... La bilis en la garganta no lo dejaba tragar... Llegando al punto culminante de la oración, Fernando se acercó a la posesa con la botella de agua bendita y le dio de beber. Ana bebió un trago y se sumergió en el trance con una calma maravillosa, hubo un cambio en el aire, la lámpara de noche bajó la intensidad de su luz... por un momento Jonathan sintió regocijo, hasta que Ana escupió el agua bendita al rostro de Fernando.
El sacerdote retrocedió lentamente con la cara empapada, su boca formaba un agujero negro mientras intentaba respirar, cayó de espaldas con una mano en el pecho. Las risas del demonio retumbaban a lo largo del espacio y el tiempo, agujereando la superficie de su cerebro. El hombre anciano gritaba de dolor con los dedos aferrando su corazón afligido. Jonathan no supo que hacer, la misma opresión en su pecho no lo dejaba respirar con regularidad. Solo escuchaba aquella risa del infierno, pesada, violenta...
Terrorífica como la muerte que se avecina.
Me gusta la idea, de que cuando soñamos con alguien.
Esa persona no pudo dormir pensando en nosotros...
Algunas veces sueño contigo.
Casi me alegro al creer, que algunas veces tú también piensas en mí.