El Jardín de los Lamentos
img img El Jardín de los Lamentos img Capítulo 7 Días de Gloria.
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Capítulo 9 Sueños rotos y cadáveres de niños. img
Capítulo 10 Un viaje de muchos mundos. img
Capítulo 11 Dioses, ángeles, demonios y monstruos. img
Capítulo 12 Nada tiene su causa en el demonio, mientras no se demuestre lo contrario. img
Capítulo 13 Epílogo img
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Capítulo 7 Días de Gloria.

No me interesaba la atención de las personas...

Hasta que tuve la tuya.

Las lluvias caían precipitadas durante el mes de septiembre, lloraba el cielo y se limpiaba la tierra con la esperanza. Los ríos crecían y sus afluentes con frecuencia inundaban las calles de melancolía. Aquella noche las lluvias comenzaron y desde entonces no volvió a salir el sol... Todo el silencio abrumador fue asesino por una lluvia inclemente, que a ratos descansaba, rociando los edificios con inescrupulosa inestabilidad. La lluvia cayó sobre ellos, los empapó, y se sentaron cabizbajos, llorando... Esperó largo rato en la sala de emergencias del Hospital Tiburcio Garrido, en una silla fría y solitaria. Tiritando de frío y comiéndose las lágrimas...

-¿Jonathan? -Victoria se acercó a él, la luz pálida denotaba una predominante blancura en su piel y su cabello lanzaba destellos dorados.

-Hola...

Estaba empapado, con el cabello chorreante y el gesto descompuesto. El frío lo invadía y los temblores no lo dejaban tranquilo. Victoria se sentó junto a él, tenía un espléndido uniforme tinto de enfermera que resaltaba su figura femenina. No esperaba encontrarse con nadie, no quería que nadie lo encontrará; no en ese momento. No en aquel estado deplorable...

-¿Qué haces aquí?

La lluvia resonaba afuera del edificio sólido. La lluvia lo aturdía... Bajó la mirada, para que no viera sus ojos enrojecidos.

-El padre Fernando sufrió un infarto durante un exorcismo-carraspeó y se aclaró la garganta-... Él está en terapia intensiva... Yo estaba con él...

Victoria tomó su mano y la estrechó entre las suyas con una suavidad que le provocó una aflicción desmedida. Tenía manos muy pequeñas, sonrosadas y bonitas... Cálidas.

-Cuando mi mamá se marchó, a mi padre Miguel le dio un infarto en la puerta de nuestra casa-dijo y se acercó, su cabello rozó su hombro. Sintió su perfume floral, su calidez de mujer. Su tristeza-... Yo era una niña... y estaba sola... Nadie merece sentirse así...

Victoria se quedó a su lado, con sus manos lo acariciaba, decía cosas que no entendía; no quería entenderla. Pero tampoco quería que se fuera. Estuvieron largo rato sentados, dos horas o una eternidad. El hospital por la madrugada era bastante solitario, somnoliento... Victoria lo aconsejó de ir a casa. Pero Jonathan no quería volver a aquel deprimente lugar. Algo así lo destruiría...

Así que ella lo llevó en su carro a su casa a descansar, ninguno habló durante la marcha de la máquina. Victoria lo llevó hasta su habitación y lo besó, no fue un beso apasionado y fiero como los que ella daba; no. Era un beso de consuelo, suave, tierno... Por una vez, se dejó amar y ella le quitó la ropa mojada. Le sentó en la acolchada cama y lo besó con devoción, amándolo cada segundo interminable, sin interrupción. Sin desesperar... Sin miedo... La miró, mimosa, mientras se quitaba la ropa con lujuria. Su piel brillante, pálida, confesaba pecados. Sus senos cayeron ante él y los cogió entre sus manos, probar aquella suavidad lo hizo sentirse sonámbulo, era un sueño del que despertaría algún día. Rolliza, acercó sus labios húmedos, ella devoró su cuello y hombros a asperezas de su íntimo vello efímero. Una rodilla lo empujó hasta las sábanas, sintió una opresión en su miembro erecto y se virilidad se deslizó suavemente dentro de la intimidad de Victoria... Jonathan abrió mucho los ojos, un gemido salió de su boca sin contención.

Sus ojos sufrieron al sentir el tacto del húmedo cáliz envolviendo su miembro con estrechez, aquel calor lo invadió, martirizando su piel con tentación. Pecado... Sentía a la joven agitarse sobre él.. La carne otorgaba placer, compasión, consuelo. Se deleitó con aquella dulzura curvilínea, retozando sobre sus caderas, estaba el deseo. El resto de la noche se cubrió de jadeos, besos, intimidad y caricias. La penetró otras tres veces esa noche, mientras ella dormía, se despertaba enfadada con un gemido, pero al verlo, le acariciaba el cuello con complicidad. Jonathan le decía palabras tiernas, palabras de amor... Pero no eran para ella. Habían sido dichas a Ana en cada fantasía. En cada recuerdo, allí estaba Ana. Junto a él... Respirando dormida sobre su pecho.

El segundo domingo de septiembre fue a misa. No había mucha gente, la lluvia insistente hacía que la luz se fuera. Los ríos corrían por las calles y la tierra era un erial... Las hojas y los desperdicios corrían a las cañerías. La misa interrumpida por el ruido de la tormenta nunca terminó, las personas se marcharon después de la comunión y cuando las largas hileras de asientos estuvieron vacías. Fernando apareció, caminaba débilmente apoyado del monaguillo Pablo... Le dolió bastante ver a su amigo, terriblemente viejo y cansado, desvanecerse del mundo en migajas. Se sentó junto a él y el monaguillo regresó a sus deberes. Fernando no llevaba el sombrero, ni las gafas, ni su semblante serio... Ni albergaba esperanzas...

-Me hicieron un montón de exámenes-dijo Fernando, no lo miraba, veía fijamente las estatuas de santos en el altar-... Nunca me han gustado los doctores. Me diagnosticaron hipertensión, y este lugar me calma... Me van a hacer una cirugía este mes, a corazón abierto.

Jonathan no habló. No tenía nada que decir, tenía la lengua unida al paladar.

-¿Va a estar bien?

-Es una cirugía riesgosa-aclaró Fernando-... Mi edad tampoco es beneficiosa. Soy un hombre muy viejo y débil.

-No diga eso, señor Fernando, usted ha ayudado a muchas personas que lo necesitaron sin importar su edad.

-Lamento no poder ayudar a Ana... No podremos continuar las sesiones porque la fiscal se fue y su madre se opondrá. Ni siquiera el obispo más cercano puede concedernos el exorcismo si la familia se opone... Lo único que podemos hacer es rezar por su sanidad. Me temo que también tendré que retrasar otros casos de este pueblo hasta que...

Ello entristeció al hombre. Bajó la mirada... El rumor de la muerte estaba próximo, lo sabía. Esperaba la muerte desde hace años, pero la proximidad lo desconcertaba, y más cuando su camino adquiría significado. Era el último exorcista que quedaba en el pueblo más embrujado de Venezuela. Y las fechas más oscuras se acercaban...

-Este era mi último trabajo-continuó el sacerdote-... Me iba a retirar. A hacer jardinería y viajar. Leer esos libros acumulados en la repisa de mi departamento... A lo que quiero llegar, joven, es que el oficio de exorcista es repetitivo, cansado, tenebroso y milagroso... Pero es la única forma de salvarla. Sé que te pido demasiado... Es demasiado para cualquiera.

Fernando lo miró, sus ojos estaban cubiertos de lágrimas. El hilo del silencio se alargó, hiriente, cada segundo lo dejaba pensativo... Jonathan, ¿un hombre entregado a Dios? Pero recordaba a su pequeña hermana levitando dormida, sus berrinches y su muerte trágica. Ana afligida, cortándose las manos para complacer al demonio en su cuerpo... Tragedia. Soledad. Desesperación.... ¿Ese era el plan de Dios?

Jonathan asintió, se sentía observado. Vigilado por aquella entidad cósmica que se exacerbaba inusitadamente en la proyección de su vida...

-Lo haré, padre, pero no lo haré por Dios o por mí. Lo haré para ayudar a las personas, porque mi hermana murió... Porque perdí a mi pareja. Mi vida... Ahora mi vida formará parte de algo más grande que yo.

-El monaguillo Pablo es tan joven como tú. Y quiere fervientemente que lo instruya en el camino del exorcista. Pero aquel que me enseñó a mí... Me eligió precisamente porque no quería inmiscuirme en aquella vida. Solo aquellos que no quieren formar parte de esto, son los indicados. Pero no te dejes llevar por este camino, sigue con tu vida... Cuando... no esté en este mundo. El padre Alejandro olvidará esto y quiero que tú también lo hagas.

-Formaré parte de este camino hasta que Ana sea liberada.

-Y yo rezaré por ello.

El presbítero de la parroquia, Carlos Túnez, aprobó la formación de Jonathan Jiménez... Durante los próximos diez días, se levantaba temprano para ir a trabajar y por las tardes ocupaba, con esmero y determinación, su aprendizaje en la iglesia. Tenía largas conversaciones con el padre Fernando sobre sus casos más aterradores, sus seminarios en Roma y la naturaleza de los demonios. El sacerdote tenía en su maletín una biblia muy antigua con anexos y anotaciones, oraciones para bendecir, para liberar, para conjurar la salida de los demonios. Su primer caso ocurrió una tarde con el cielo encapotado, no había llovido en días, pero el sol tampoco asomó. Hacía bastante frío... La capilla estaba cubierta de escarcha. Esta vez el padre Alejandro lo esperaba junto a Fernando en las butacas vacías. Alejandro estaba espléndidamente vestido de negro, con un sombrero ladeado.

-Jonathan-Fernando estaba más pálido y menos pragmático. Solía delirar cuando contaba sus anécdotas y se perdía, la senilidad se apoderaba de su mente-... El padre Alejandro quiere llevarte a examinar un caso de posesión en el orfanato.

Fernando le prestó un traje negro a la altura, espléndido y un alzacuellos blanco de plástico al estilo sacerdotal. Cuando se vio en el espejo, no se reconoció; aquel Jonathan era formidable, adusto y austero. Fernando lo elogió con una sonrisa y los despidió en la entrada de la capilla. Alejandro le preguntó si quería manejar, pero Jonathan sentía los nervios alojados en sus intestinos como musarañas... Y nunca había manejado un carro. Alejandro manejaba el carro de Fernando con elegancia, cambiaba las velocidades con las yemas de los dedos y aceleraba al ritmo al motor. El sacerdote lo miró de reojo...

-Me alegra que hayas encontrado el camino de vuelta a Dios-al ver qué Jonathan no respondió, suspiró-... Pablo está un poco celoso. Quería que el padre Fernando le enseñará sus misterios, aspira a convertirse en cardenal algún día. Es bastante ambicioso y determinado...

-El señor Fernando tendrá sus motivos para elegirme.

-Hay jóvenes preparados que quisieran estar en tu lugar... Es decir, el trabajo del exorcista es monótono, molesto y peligroso... Si piensas que puedes dedicarte a él, debes de ser un hombre de Dios. No un...

-Sí, señor-dijo cortante, el tono en que hablaba Alejandro lo molestaba-... ¿Usted cree que yo preferí que mi hermana muriera? ¿O Perder a Ana, que era la única que creía en mí? Todo eso me causó un dolor devastador... Si el padre Fernando me escogió, fue porque sabe que debo recorrer un camino arduo para poder salvar a los que pueda.

Alejandro se sumergió en un silencio sombrío. No volvió a hablar el resto del trayecto, sin duda también estaba sorprendido que Fernando escogiera a Jonathan y no a Pablo, que era el monaguillo de la capilla. Jonathan era un laico que había renegado de Dios casi toda su vida, mientras que Pablo, de una familia humilde y devota, casi sudaba agua bendita. El orfanato quedaba en la calle Resiliencia, al frente del teatro María Lionza y un par de casas coloniales tan antiguas como el pueblo. Aquella había sido una de las primeras calles de Chivacoa, su historia era antigua y escrita con sangre de los nativos. Una noche el orfanato se incendió, murieron cuatro niños, nadie descubrió la causa; cuarenta años después fue reabierto por la alcaldía, pero las huellas de las muertes aún seguían presentes en el lugar. Allí la lluvia emitía un sonido amortiguado, y se respiraba una tristeza sublime... El teatro María Lionza tampoco se quedaba corto, en el liceo había escuchado que allí los extranjeros que venían a la montaña durante las festividades, habían pactado ritos satánicos. Aquella calle poseía una intensa energía...

-¿Quién es el poseso? -Preguntó Jonathan cuando bajaron del carro.

-Es un joven de tu edad-Alejandro se ajustó los lentes de culo de botella, tenía intensos ojos oscuros-... La directora del orfanato me llamó porque el joven tiene cambios de humor, rabietas, no puede dormir y tiene alucinaciones. El psicólogo dijo que no presenta un cuadro aparente de demencia y que solo está deprimido... Además, es una mujer religiosa que asiste cada vez que puede a misa.

Jonathan suspiró, una profunda rabia se apoderó de él sin motivo, el solo estar parado frente a aquella mansión de piedra lo atosigaba. Sentía la ropa pesada e incómoda, como una costra que quería arrancarse a voluntad. Aunque, Fernando le había contado de la influencia que ciertos patrones tenían sobre la conducta, respiró diez veces y actuó.

-¿Entonces ella le comentó a alguien de la iglesia que un joven sin familia tiene un trastorno de conducta? No creo que se trate de un demonio..

-No-Alejandro subió las escaleras de piedra hasta la entrada y tocó las puertas del orfanato-... Nunca dije que fuera una posesión. Estoy diciendo que venimos a investigar un posible caso de posesión... Anteriormente, el presbítero Carlos santificó el lugar porque predominaba una actividad demoníaca... pero eso fue hace unos diez años, cuando un obispo estaba de visita en el pueblo.

Una joven de catorce años abrió la puerta, era morena, de cabello negro y labios grandes.

-¿Vinieron a llevarse a José?

-Buscamos a la directora Hidalgo.

La joven les abrió las puertas y un pasillo los condujo por un sin numero de dormitorios, un comedor general, la enfermería y la dirección. El orfanato Manuel Robinson era un edificio de piedra gris con dormitorios, salas y un amplio patio de juego... Tenía muchas ventanas empañadas... El lugar estaba templado, el frío los traspasaba y las miradas susurrantes de los niños no lo dejaban tranquilo... Llegaron a la dirección con un redundante aire acondicionado... Allí una señora regordeta y morena, con el cabello teñido de rojo los atendió. Un rosario cruzaba su camisa blanca...

-Padre Alejandro-lo saludó estrechando su mano, miró a Jonathan-... Joven... Gracias por venir a ver a José, es muy preocupante, ya no tiene amigos porque los demás le tienen miedo-la directora los condujo hasta el dormitorio, donde se la pasaba encerrado-... Al principio creímos que solo era la edad... Aquellos cambios de humor y rabietas, un día descubrimos que se escapaba por las tardes. El resto de los niños no me quiso decir nada... Pero desde hace unos cuantos meses ha ido empeorando, le da miedo estar solo y por las noches grita y maldice... Hay veces que habla con una voz impropia de alguien de su edad y dice cosas sin sentido.

Por las ventanas veía como la llovizna había arruinado el patio, una piscina de dos centímetros enlodaba el paraíso donde los niños olvidaban su doloroso presente. Ahora que Jonathan lo pensaba, las épocas decembrinas debían ser muy tristes para aquellos que los perdieron a todos. Y los demonios y monstruos se aprovechaban de aquella debilidad... Marginados ante la crueldad del destino, los niños cubiertos con impermeables coloridos se lanzaban una vieja pelota desinflada... podía sentir la tristeza en su andar. Aquello que los distinguía, podía conocerlos a profundidad, sin haber intimado con ellos, los reconocía, se veía a si mismo, cubierto de agujeros...

-¿Ha hablado en algún otro idioma que desconozca?

-No sabría decirle, padre... Aquí la única que pasa tiempo con él es María, los demás niños e incluso, muchos cuidadores, le tienen pavor desde que se quemó las manos con la plancha de ropa... Al parecer lo hizo adrede y se reía cuando lo hacía... Es verdaderamente problemático, porque suele hacer berrinches en el comedor que entristecen a los otros niños. Les recuerda que su familia los abandonó...

Cuando llegaron al dormitorio, María, la joven que les abrió las puertas, estaba aferrada como un centinela en el portal. La directora Hidalgo la confrontó como una abuela enojada...

-Señorita Torrealba, por favor, dejé que los señores atiendan al joven José.

-¡No! -Chilló María, se veía dolida-. ¡Ellos se lo van a llevar! ¡Él no quiere verlos!

-¡Señorita! -Replicó la mujer con voz potente-... Estuvo esperando al padre Alejandro todo el día... Ellos no se lo van a llevar, solo vinieron a ayudarlo.

La niña los miró, con lágrimas en los ojos.

-Te prometo, preciosa-dijo Alejandro con dulzura-, que no nos llevaremos a tu amigo. Si quieres, puedes pasar con nosotros.

-¿De verdad?

-Eso quisiera ella-se adelantó la directora con el gesto tenso-. Pero María va ir, derechito, a su dormitorio mientras los señores se ocupan del problemita.

«Problemita»... Sonrió otra vez, sobretodo al escuchar como se referían a él como... «Señor». Jonathan debía ofrecer un pulcro aspecto. María se marchó refunfuñando y en el pequeño dormitorio estaba José Santana, un joven de unos dieciséis años, escuálido y con el cabello negro revoltoso. Cuando entraron, un gato gris saltó de su regazo y los miró con los ojos verduscos translúcidos. La habitación alargada contenía una hilera de camas abandonadas. Seguro los niños estaban en otras salas, lejos de la demencia del poseso.

-Ah-dijo la directora-... No permitimos animales, pero el gato hace que se calmé.

-Hola, José-se acercó Alejandro. El joven tenía los ojos marcados por profundas ojeras y los labios resecos-... La directora nos llamó porque dice que tienes problemas.

-¿Son doctores?

-No-Alejandro se sentó en una silla junto a la cama-... ¿Por qué estás aquí solo?

-Los otros me tienen miedo...

-¿Me puedes decir que te pasa?

-Yo-José miró al gato y un maullido lo hizo cambiar el gesto-... Tengo pesadillas donde soy perseguido, a veces le hago cosas malas a los niños sin razón, veo sombras o escuchó cosas... Me llaman y me dicen que me van a matar. Yo...

-La directora nos dijo que tuviste un accidente con una plancha de ropa.

José mostró sus palmas, tenía cicatrices de quemaduras.

-Él me dijo que lo hiciera-confesó-... Si no lo hacía él iba a matar a...

El joven rompió a llorar y el gato saltó a la cama ronroneando, lo acarició con su cabeza y José lo estrechó con sus manos. Era su único amigo, su consuelo. Su llanto duró cinco minutos, luego los miró entristecido, cansado. El gato le lamía los dedos.

-Eso que te dijo que te quemarás las manos... ¿Está aquí ahora?

José Santana se mostró reacio, negó con la cabeza y miró en derredor del dormitorio. Alejandro le dio una pequeña cruz con un cordel.

-¿Sabes que es esto?

-Una cruz...

-Sí, pon la en tu cuello; cada vez que te susurren cosas malas, quiero que le pidas a Dios mucha fuerza. Puedes volver a tu vida normal, si rezas con devoción antes de dormir.

Alejandro se levantó. Realizó la señal de la cruz ante el joven y rezó una oración... José estrujó la cruz en sus manos y las venas en su cuello de tensaron. El sacerdote le pidió que rezará junto a él, asintió y ambos se sumergieron en un vaivén de susurros y peticiones... Y José empezó a quejarse de que la oración se prolongaba demasiado, se sumergió en un silencio y luego arrojó la cruz a los pies de Alejandro. El gato soltó un chillido serpentino... Pero el sacerdote no cedió, continuó su oración y el joven se fue turbando... Su inquietud crecía desmedida y mostraba los dientes. En aquel momento cerró los ojos y el demonio se manifestó... No respondió ninguna de las preguntas de Alejandro y segundo a segundo. José fue recobrando su conciencia y cuando abrió los ojos, su rostro cansado parecía el mismo de siempre... Meditando en sueños y luego respondió todas las preguntas que Alejandro le hizo, con una amabilidad propia de un joven educado.

-Jonathan, ¿crees que está poseído?

-¿Yo? -Aquello lo agarró desprevenido-... Pues... muestra los síntomas de una posesión.

-Sí-afirmó Alejandro con el ceño fruncido-... Los mismos síntomas que un desorden disociativo de la personalidad arraigado por una profunda tristeza tras la perdida. Debemos seguir buscando pruebas de la posesión antes de solicitar el permiso del obispo en la otra ciudad.

Alejandro y la directora se marcharon a revisar los expedientes médicos del joven en la dirección. Jonathan los siguió, caminar solo por aquel pastoso ambiente le producía una cólera intolerable. Empezaron el registro y a hablar del accidente que llevó a los padres de José a horribles muerte, pero después de media hora, el tono fúnebre y las exclamaciones de la directora lo hartaron y salió a dar vueltas por el patio. El cielo aún no salía... Según Fernando, como en el caso de Ana, muchas posesiones eran el producto del contacto con objetos poseídos. Aquel orfanato no presentaba síntomas de una infestación... Y al parecer José no decía toda la verdad.

-¿Cuántos años tienes?-Se dio vuelta y María apareció detrás de él. Era bastante pequeña...

-Diecisiete este mes.

-¡Vaya! -La chica le sonrió, sus ojos eran dos topacios-... José también cumple diecisiete, en dos semanas. Creí que eras un adulto, pero tienes casi mi edad.

-Bueno-no sabía como sentirse ante los halagos de aquella joven delgada. Pero enseguida se le prendió el foco-... ¿Eres muy amiga de José?

María Torrealba frunció el ceño en una especie de puchero y se cruzó de brazos con una sonrisa. Los pendientes de luna en sus orejas se agitaron

-Somos más que amigos-pero la irritación se interpuso en su semblante-... O lo éramos...

-La directora dijo que hace unos meses él se escapaba del orfanato... ¿Sabes adónde iba?

Las orejas de María enrojecieron de vergüenza.

-Iba con esa... tonta de Amaranta Flores.

-¿Quién es Amaranta Flores?

-Es una bruja que me quitó a José. Él y yo fuimos juntos al evento de Cruz de Mayo, él es muy divertido y entonces se conocieron. Cosa rara... Ella le hizo algo porque dejó de estar conmigo y de...-se sonrojo y se cubrió los ojos-... besarnos. Todas las tardes se escapaba a la gran casa de la otra calle. Aquella que tenía una inscripción que decía: «Susana». Es muy injusto, porque ella lo tenía a su merced. Un día discutieron porque ella me vio con él saliendo del liceo y le pidió que dejara de ser mi amigo... Pero José me quiere, soy más que su amiga, así que la terminó y se fue conmigo... Fue todo un numerito que me encantó...

-¿Por qué piensas que lo embrujaron?

-No pasó un mes y José comenzó a tener episodios de ira, estaba siempre malhumorado, ya no quería estar conmigo... ¡Yo sé que fue ella! Esa Amaranta viene de una familia de brujos. No va al colegio y siempre se viste de blanco... Hay algo raro en ella. Todos en el pueblo piensan que los Flores son hechiceros y que no hay que meterse con ellos.

-Gracias, preciosura...

María se sonrojó.

-Prométeme que harás que José vuelva a ser alegre. Cuando llegó aquí me costó bastante hacerlo sonreír, yo nunca conocí a mis padres, así que no sé cómo sería perderlos. Pero él estaba cohibido, ni siquiera quería hablar... Pero yo me mantuve a su lado porque lo quiero.

Jonathan sintió su profunda tristeza y amor. Ambas cosas eran como un perfume agradable que lo hacía sonreír con los ojos entornados.

-Te lo prometo.

María se puso de puntillas y le dio un beso húmedo en la mejilla y luego se fue corriendo con una risita. Esta vez, el que se sonrojó fue Jonathan. Alejandro se acercó risueño.

-Castidad, Jonathan... Castidad.

-Estaba buscando información... y como dijo usted, no soy un hombre de Dios. Sigo este camino para salvar a Ana... Y no creo que un Dios amoroso castigue a los enamorados...

Alejandro tomó su hombro.

-Dios nos da todo el amor que necesitamos.

-¿No se siente solo a veces?

El sacerdote enmudeció... Cuando se subieron al carro le dijo que conservará la vestimenta y el alzacuellos, como un recordatorio de su experiencia, que la iglesia estaba con las puertas abiertas. Lo iba a dejar en casa, pero Jonathan quería preguntarle a Fernando una inquietud... Llegaron a la iglesia en media hora y se dirigió a las habitaciones de los sacerdotes. El anciano estaba postrado, descansando, su operación estaba próxima y su delirio empeoraba. Pesé a ello, no disminuía su entusiasmo al enseñar a Jonathan sus misterios. Cuando se quedó solo junto a Fernando, le preguntó:

-¿Puede un maleficio hacer que alguien quedé poseso?

Fernando abrió sus ojos y se lamió los labios.

-Sí... Aunque los maleficios de la hechicería son un arma de doble filo. Son tan perjudiciales para el afectado como para el conjurador.

-Estamos hablando de una persona que pacta con demonios... ¿Qué sabe de eso?

-Que los demonios pueden hacer milagros, joven... pero sus precios son descarados. Ellos, naturalmente, buscan el tormento debido al sufrimiento propio, gozan con el conocimiento, el descubrir los misterios que encierra la creación... Su existencia es eterna, pero siempre están buscando... Son seres deformes, huecos...

-Por favor-se arrodilló junto a la cama de Fernando, se dio cuenta que aquello englobaba un paradigma mucho más angustiante-... Padre... Oraré por usted y pediré que Dios le dé fuerzas. Porque lo necesito para la lucha espiritual que está por acontecer.

-Yo también-Fernando se recostó, miró al techo abovedado y sus labios se desprendieron-... Dimicatio... Dimicatio...

-¿Cómo dice?

-Dimi...

-El padre Fernando está cansado-Pablo cruzó el umbral de la puerta con una bandeja de plata, allí tenía una frasca de agua y un vaso de metal.

Jonathan no quería discutir con Pablo, así que se retiró a la capilla vacía, allí encontró al padre Alejandro hablando, sereno, con el presbítero Carlos.

-Joven Jonathan-lo saludó el presbítero, llevaba un hábito de lana blanca con una estola morada al cuello. Continuaba los veinte años del obispado y era el líder de la diócesis de Chivacoa-... El padre Alejandro me contó que lo estás asistiendo en la investigación de un posible exorcismo. Me alegra que te hayas reencontrado con Dios... Por cierto, el traje te queda estupendo, ¿no quisieras convertirte en diácono? Estoy seguro de que tú obtendrás todos los grados del sacramento del orden.

-Gracias, señor-se inclinó un poco con una sonrisa-... Pero la vida religiosa no va conmigo-se dirigió a Alejandro-... Padre... ¿Qué sabe de la familia que vive en la casa más grande y antigua de la calle Resiliencia, los Flores?

Alejandro entornó los ojos, avispado, su nuez se agitó.

-Los Flores no se consagran en la iglesia de esta parroquia-reiteró y miró al presbítero-... Así como la mayoría de personas en este pueblo.

-Entiendo...

-¿Por qué la pregunta, joven?

-Por nada... Lo escuché mencionar en el orfanato Manuel Robinson de una niña.

Siguió trabajando en la panadería por las mañanas, ya estaba harto de comer pan y el olor de la masa le daba náuseas. Por las tardes visitaba a Fernando para que lo instruyera en el ministerio, pero sus lecciones se volvieron repetitivas y confusas. Las clases se redujeron a tres veces por semana cuando la salud de Fernando empeoró. El día de su operación estaba cerca. Alejandro tuvo que asistir por unos días a un seminario en otra ciudad y un llamado del orfanato puso a la iglesia en alerta.

José intentó abrirse las muñecas con un cuchillo y atacó a uno de los cuidadores... Al joven lo tenían adormecido y encerrado. Enseguida el presbítero telefoneó al obispo de la ciudad vecina y se aprobó el exorcismo. Jonathan se vistió para la ocasión como asistente laico, con el traje negro y el alzacuellos. Pero el padre Fernando empeoró esa tarde al resbalar en la regadera y abrirse una herida en la cintura de unos ocho centímetros, el baño estaba cubierto de sangre y el corazón del anciano retumbaba a toda velocidad. Pablo y Carlos lo tuvieron que llevar a emergencias para su operación a corazón abierto.

-Jonathan-era extraño no ver al presbítero vestido con el hábito, llevaba ropa normal para ir al hospital-... Es tu deber asistir a aquel joven en su tormento. No te pido que hagas milagros, pero, tú presencia reconfortará a los cuidadores y al poseso José. Ve y recuerda que Dios siempre está contigo, solo debes dar un salto de fe.

Carlos le dejó el pequeño teléfono del padre Fernando y su pesado maletín en la puerta del orfanato. Allí estaba María, abrazada a los rodillas y con los brazos amoratados. El cielo encapotado viajaba por el firmamento con tonos grises, negros y blancos... Como niebla de tempestad. Miró largo rato a la joven de aspecto triste, ¿de verdad nunca había conocido a su familia? Ella solo seguía sonriéndole a la vida e iluminando la vida de los otros.

-Eres tú...

-¿Qué te pasó en los brazos?

-Fue José-se avergonzó-... Fui a verlo, estuvimos hablando porque no comía... Lo abracé y él no dejó de pegarme... Está muy violento... Lo quieren llevar a un instituto mental-la máscara de su rostro se resquebrajó en llanto-... Si se lo llevan, no tendré a nadie más... Los otros piensan que soy rara, pero él me es el único que me trata... Tienes que curarlo... Tú eres un hombre milagroso... Tú hablas con Dios... No quiero quedarme sola otra vez.

-Yo-palideció. Con el aspecto que tenía debía inspirar confianza... Pero nunca había hablado con Dios, ni hecho milagros... Nadie podía hacer nada de eso... Pero-... El obispo aprobó el exorcismo... Vine a expulsar el demonio del cuerpo y alma de tu amigo. Y recuerda, que no eres rara, sino demasiado estupenda para cualquier ingrato.

María se limpió las lágrimas y se mordió los labios.

-Eres un mentiroso...

-Yo... digo la verdad.

Entró en el orfanato seguido de María y los huérfanos lo miraron entre murmullos. El pequeño teléfono tenía un extraño peso en su bolsillo y el maletín le cansaba el brazo, en la dirección lo esperaban la directora Hidalgo y media docena de cuidadores. Todos lo miraron curiosos, seguramente esperaban al padre Alejandro; un extraño valor fue creciendo en su estómago como un bulto, levantó la mirada.

-El presbítero me envió para realizar el exorcismo-mintió con autoridad-... Vamos a expulsar al demonio del cuerpo del poseso.

Enseguida los cuidadores lo llevaron al dormitorio donde estaba José. El joven reposaba en la cama con el gato en su regazo meneando la cola. El único que entró fue Jonathan, los demás esperaron en el portal.

-José-dejó el maletín en el suelo.

-Por favor-el joven lo miró cansado, tenía los brazos cruzados de cortes y moretones-... Ya no quiero seguir viviendo... Estoy cansado de luchar. Pero no me dejan acabar con mi sufrimiento... ¿Cuando se va a terminar este dolor y soledad?

Jonathan bajó la mirada. Había tenido aquel pensamiento muchas veces, cuando el delirio empeoraba por las noches y el colapso reverberaba en su cabeza por horas. La vida era dolorosa, pero también era hermosa... Tenía bendiciones y tragedias, amores y esperanzas, desvelos y sonrojos. La vida era difícil, pero también es un viaje de muchos mundos.

-Te entiendo-asintió-... No tienes que exigirte ser feliz.

-Pero ellos no lo entienden... Lo perdí todo. Todo lo que he conocido hasta ahora es remordimiento, yo, desde el accidente... Ni siquiera puedo dormir tranquilo...

Sacó la botella de agua bendita y roció los alrededores de la habitación y la puerta, les pidió a unos cuantos cuidadores que pasaran y guardarán silencio. El gato se mostró inquieto...

-No puedes simplemente acabar con el sufrimiento-se frotó las manos con agua y le hizo la señal de la cruz en la frente a José-... Yo creo que... es parte de estar vivo. Si sientes mucho sufrimiento, entonces también puedes sentir mucho amor desmedido. Y Dios da ese amor, solo tiene que pedirlo y aceptarlo como tuyo. Recuérdalo...

José lo miró errático, las venas en su cuello palpitaban y su cabeza sufría espasmos musculares. El odio y la ira contrajeron sus facciones, comenzó a comportarse como un animal rabioso que emitía un débil gruñido. Pero el joven se esforzó por hablar conteniendo el dolor.

-Voy a... voy a intentarlo...

Jonathan hizo la señal de la cruz con la mano y José cerró los ojos.

-Conjuraré al demonio, quiero que luches y salgas adelante.

José asintió y comenzó a retorcerse mostrando los dientes. Jonathan entonó la conjuración del demonio y la protección de Dios y sus ángeles. Levantó el crucifijo ante el poseso... el gato saltó con los pelos erizados. José se agitó con los ojos cerrados y gimió de dolor, las convulsiones agitaron su cuerpo cuando rezó el padrenuestro.

-¡YA!

José se cayó de la cama y se arrastró entre chillidos. Afuera comenzó a llover y el ruido ahogaba su voz, Jonathan comenzó a rezar a todas voces mientras se alzaban los gritos del poseso. El gato se movía asustado y soltaba un siseo cada vez que el cuerpo de José se retorcía... Aquella lluvia empeoraba cada minuto y pronto el granizo cayó sobre la fachada. Empezó a sentirse mal, un malestar se aferró a su estómago y los mareos lo asediaron. Cayó un relámpago y la blancura envolvió el mundo. Jonathan roció el cuerpo del poseído y un grito infernal salió de las profundidades del abismo... Las piernas del poseso se agitaban furiosas, golpeaban el suelo y se torcían en ángulos depravados. Los talones comenzaron a escocerle, pero continuó su oración de liberación con determinación y voluntad.

-¡DEJADME, ME ESTÁS MATANDO!

Las costillas de José crujieron, su cuerpo se estremecía, se intentaba levantar, aquel demonio no sabía caminar... La lluvia, los truenos, los crujidos, su voz en oración... Aquel momento lo golpeaba, lo estiraba y lo rompía. Su corazón latía a toda velocidad y la sangre le calentaba el vientre. Una oleada de náuseas lo invadió y el frío se apoderó de su rostro. José se golpeó la cabeza con el suelo tan fuerte que las ventanas se estremecieron.

-¡Agárrenlo! -Señaló y los laicos lo tomaron con fuerza.

Tres adultos de cada lado, seis manos y seis oraciones juntas intentaban contener al demonio en su lucha. José gritaba de dolor mientras era rociado y azotado por las oraciones de los ángeles y santos. El gato mostró los dientes y dio unos zarpazos al aire... Aquella lluvia estrepitosa se prolongaba demasiado, el cielo oscuro vomitaba aullidos bélicos. El granizo palpitaba a lo largo de la existencia...

-DEMONIO-gritó Jonathan a todo pulmón, las articulaciones le dolían mientras veía como los adultos no podían contener al joven delgaducho. Un golpe de José le cruzó el rostro a un tipo de cabello largo y le rompió la nariz-... DINOS QUÉ TE HARÁ SALIR.

-¡AHHHHHH! -José gritaba repartiendo mordiscos y golpes a sus contenedores, le propinó un codazo en el estómago a uno y le sacó todo el aire.

Otro rayo cegó a todos por un momento con una luz pura, blanca... Las gotas de sangre caían sobre la cara de José. Se olvidó del rosario, la oración más poderosa, y cuando la fue a entonar no le salió la voz. Le dolían la garganta y los oídos, la lengua seca se le adhería al paladar. Jonathan dejó de pensar, no supo cuánto tiempo estuvo de pie, girando, inmóvil, contemplando la letanía y sopesando el momento.

Un extraño perfume de gloria llegó a sus fosas nasales, colmándolo con tranquilidad. El gato miraba una de las esquinas con terror... lanzaba zarpazos y chillidos. Allí estaba... Claro, era eso... Se agachó junto a José, que empezaba a calmarse.

-José-le habló en voz baja al oído mientras aullaba-... ¿Encontraste a ese gato después que terminarás con Amaranta?

José gritó envuelto en llanto. Debía tener razón... Era la única forma de terminar con la posesión. Las ventanas crujieron... Jonathan como un lunático se lanzó sobre el gato y lo levantó en vilo, el animal chilló y lo arañó intentando zafarse. Buscó a tientas la botella de agua bendita y cuando la tomó, vacío su contenido sobre el gato a medida que expulsaba al demonio con voluntad regia. Los arañazos le cubrieron el cuello y las manos... pero salió escopetado del dormitorio mientras pregonaba una oración de liberación y le ordenaba al demonio que dejara de atormentar a José. Cuando salió con el gato en los brazos un rayo cortó el cielo y la fría tempestad lo embistió con un azote.

-Espíritu inmundo-proclamó a grandes voces mientras los pequeñas piedritas de hielo lo golpeaban la cabeza-... ¡Deja en paz al joven atormentado y regresa a este cuerpo impío!

El gato chilló terriblemente cuando lo soltó sobre la acera. Estaba empapado de pies a cabeza y calado hasta los huesos, curiosamente, aquello lo hizo recordar a Victoria y sonrió... El gato lo miró una última vez, bajo la lluvia, lo retó con aquella mirada malévola. Estuvieron largo rato, intimidándose. Sentía la bilis en el fondo de la boca y un dolor punzante que le abría el pecho. Unas palabras brotaron de la garganta de Jonathan, no las entendió... Eran articulaciones sin sentido.

Pero el espíritu percibió aquello y el pelo de su lomo se erizó acobardado... Sintió una presencia, una reverencia y tristemente el gato caminó bajo las gotas de sufrimiento. Ya no andaba con la elegancia grácil propia de los felinos; no... desaliñado, incordio, anduvo en medio de la calle y se lanzó al primer carro que pasó a toda velocidad. Se escuchó un maullido de dolor y el gato desapareció bajo las ruedas... Y con el la lluvia cesó, repentinamente... Una calma milagrosa se apoderó del orfanato y el sol, por primera vez en septiembre, se dejó ver. Sus matices arrancaban destellos de oro de los charcos cristalinos. Después de la lluvia solo había paz y silencio. Pero se sintió muy triste por el gato, lo habían utilizado para el maleficio...

Cuando entró en el orfanato, un fugaz aroma a perfume le acarició la nariz. María se lanzó a él con los brazos abiertos y lo estrechó gritando de felicidad, le dio dos besos en las mejillas. Aquel reconforte no lo hizo sentirse pleno, había matado a un ser vivo por primera vez y las náuseas lo invadían por momentos.

-¡Lo hiciste! -Giró a su alrededor-... Eres un chamo milagroso. ¡Un santo!

-Que va-recordó al cadáver de la niña encontrado por Eduardo y al gato que sacrificó a sangre fría. Victorias vacías-... Yo no hice nada...

José Santana salió caminando de su dormitorio, se desperezó y le sonrió; se veía tan pacífico y tranquilo. Se acercó a él, María corrió y lo abrazó, solo para ella... Se veía tan contenta.

-Gracias-le dijo José, pero Jonathan no supo que decirle, había matado a su único compañero-... ¿Cuántos años tienes?

-Diecisiete, hoy...

-¡Felicidades! -José sonrió y su rostro fue rejuveneciendo con alegría-... ¿Crees que el demonio vuelva?

-Gracias... y no creo que vuelva si llevas una vida católica.

-Eso me alegra.

El teléfono vibró en su bolsillo y lo sacó empapado, pero como era un teléfono antiguo e indestructible, aún funcionaba. Era un mensaje del presbítero Carlos... Las lágrimas brotaron de sus ojos.

«Fernando no sobrevivió a la operación, lo lamento...»

Tus labios sabor canela.

Me gusta llevar ese pensamiento cuando viajo.

Te escribo para advertirte que debes coger al mundo con largas pinzas y guantes.

No quiero que te confíes y uses guantes de goma, no; gruesos de cuero y con costuras.

Y agárralo muy fuerte, no lo dejes ir.

Y por mucho que dudes, el sudor te haga llorar y el calor te golpeé en la cara.

Nunca la sueltes, ni te rindas...

Porque si lo haces, te arrepentirás cuando seas anciana.

Sé que ya no respondes mis mensajes, pero si ves este.

Gracias por todos los recuerdos, aunque ahora estemos en caminos distantes y sostengamos mundos diferentes.

            
            

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