No volvió nunca a la iglesia, si acaso salía a trabajar porque se sentía encerrado en casa. Volvía al punto inicial... Estaba solo otra vez. A veces visitaba a Victoria durante de su turno de guardia y la esperaba en la sala de emergencia, las noches cuando hacían el amor no se sentían tan solitarias. Le gustaba la forma en que le mentía, cuando su cuerpo se derramaba sobre el suyo...
-Te amo...
Alguien llamaba a la puerta. Bajo las cobijas existía un susurro maternal y concebía el descanso. El mártir de sus pesadillas lo atormentaba con el recuerdo, Fernando murió y no había piedad. Un hombre devoto había fallecido de forma trágica, defendiendo lo que él consideraba justo. ¿Qué significaba la justicia en este mundo? Todo era el plan de Dios... Siempre era así. Nada podía sacarlo de aquella espiral de locura. Pensaba en Victoria y en su piel de terciopelo y su comedia. Que pésimo trabajo estaba haciendo con su vida... Una hendidura en su diafragma no lo dejaba respirar con normalidad.
-BUENAS.
-Voy...
De seguro eran esos testigos de Jehová con sus biblias bajo la axila y sus trajes formales. Hombres sin propósito que buscan arrastrar a otros, los rechazaría diciendo que era un babalao brujo y se irían asustados... Todos se iban al pronunciar las palabras adecuadas. No quería que nadie se quedará a su lado, incluso Ana le parecía un sueño grotesco de otra vida.... Una vida inocente...
-Joder-Eduardo se protegía los ojos del sol con la mano-... ¿Estás sordo?
-Lo siento...
-¿Estás bien?
-Un poco...
-Abre la reja.
-¿Para qué?
-Quiero hablar contigo.
No tenía energías, pero tampoco quería estar solo y Eduardo era muy carismático. Lo dejó pasar y le ofreció un vaso de agua...
-¿Es verdad que estás partido por Victoria? -Un par de gotas corrieron por la barbilla cubierta de vello de Eduardo-... Ella me contó que lo están haciendo casi todas las noches.
-Un poco-se sonrojó-... Se siente rico.
Eduardo soltó una carcajada y le palmeó el muslo.
-Me alegra que ya no seas un hombre de Dios.
-¿Por qué lo dices?
El brujo se encogió de hombros.
-Ellos se pierden de las cosas buenas de la vida. Son como eunucos con cruces.
-¿Me salve de una vida de entrega?
-Te salvaste de una vida de sacrificio, soledad y arrepentimiento.
-Fernando era un buen hombre, me enseñó muchas cosas.
Eduardo enmudeció por un momento, se bebió el resto del agua mientras buscaba las palabras en el fondo del vaso plástico.
-Eres un héroe para el niño de ese orfanato.
-Yo no hice nada...
-Se requiere valor para hacer lo que hiciste. Aunque algunos de la capilla están disgustados.
Jonathan frunció el ceño, confundido.
-¿No detestas ese lugar?
-No odio el dogma. Y aunque la mayoría de sacerdotes son pendejos engreídos, mi tío es, para mi pesar, el presbítero Carlos.
-No-no lo podía creer, aquel brujo cristiano era el sobrino del líder católico del pueblo-... ¿De verdad?
Eduardo asintió con energía, no llevaba el pendiente con la cruz en su lóbulo.
-Mi nombre es Eduardo Túnez y él era el que estaba a cargo de mí, porque el resto de mi familia se fue a Portugal... Es un tipo exigente, no es correcto tildarlo de loco, creo que el término clínico sería desquiciado; su fantasía sexual era que me convirtiera en diácono... Pero como ya sabrás, me desvié porque me gustaba hacerlo arrechar. Aunque... él solo quería lo mejor para mí.
-Pero son tan diferentes.
-Él siempre dijo que iba a ser un fracasado-confesó Eduardo, sacó un paquete de cigarrillos brasileros y se llevó uno a los labios-... Y mírame hoy.
Jonathan lo estudió de pies a cabeza, llevaba bonitos zapatos remendados y pantalones negros. Todo el brujo era una pieza parodiada de una figura eclesiástica.
-Eso no me consuela...
El joven moreno sonrió con los labios alrededor del cigarrillo.
-¿Tienes candela?
-No fumes en mi casa.
-¿Tu papá no está?
-Nunca está en casa. Desde que se murió mi mamá solo piensa en jugar a los caballos y tomar ron... Es patético.
Eduardo le tendió un cigarrillo, lo cogió, no olía mal, era más bien dulzón...
-¿Tu novia sabe que fumas?
-A ella no le gusta que lo haga... Y no la culpo por ello-le quitó el cigarro de las manos a Jonathan.
-¿A qué viniste?
Eduardo sacó un sobre de su bolsillo y se lo ofreció. En sus manos el papel cremoso y cálido le adormeció los sentidos, había una nota en tinta roja: «Junta del Tabernáculo». El peso de la carta revelaba un contenido oculto que se revolvía en su interior. Rompió el sello de cera y extrajo la hoja del interior. Rezaba:
Hola, Jonathan...
Cuando estés leyendo esto, será porque ya no estoy en este mundo. Perdóname por dejar una carga tan pesada sobre tus hombros... Es un oficio espeluznante. Lo sé... Con mi muerte, se disuelve para siempre La Junta del Tabernáculo.
Vas a sentir que estás solo, pero siempre estaré contigo. Tu madre, tu hermana y yo siempre te acompañaremos en cualquier camino que elijas. Recuerda a Dios... Él siempre estará para ti cuando lo necesites. Espero verte pronto, aunque... primero, prométeme, que tendrás una larga vida, una esposa y varios hijos... Así cuando vengas, poder hablar un poco de aquello, de lo bueno de estar vivo...
Es mi carta de despedida, pero no estoy triste, porque finalmente pude dejar algo en este mundo... a ti... Nunca descubrí el amor de una amada o una familia. Así que hazlo por mí y diviértete un poco.
Fue un placer compartir, un poco de mi tiempo contigo... Te espera un camino difícil, pero no te hubiera elegido sino creyera que eres capaz de recorrerlo; será arduo, vas a sentir que mueres, pero nunca podrás avanzar sin dejar algo atrás... Nunca dejes de avanzar.
Eres un guerrero...
Porque cuando te conocí, pude ver el Carisma de tu espíritu y es el mejor de todos... podrás mover montañas y llegar muy lejos con mucha Perseverancia.
Nos vemos pronto, bueno... no tan pronto.
Fernando Espinoza.
Los ojos se le cubrieron de lágrimas y cuando se dio cuenta, estaba llorando. Estaba sacando toda su tristeza oculta, su soledad, su cansancio y agonía. Eduardo le pasó un brazo por los hombros y apagó el cigarrillo.
-Dicen los ascetas que cuando un alma alcanza cierto nivel espiritual, los demonios lideran una batalla... Quieren arrastrar aquel espíritu santificado a las tinieblas con un derrame de tentaciones y tragedias que acontecen. Esto, para debilitar el alma de la persona y llevarla a la deformación de la tentación.... Se conoce como la noche del espíritu. Una noche cada vez más oscura-guardó silencio, Jonathan quería escuchar más-... La presencia del mal es tenebrosa en este pueblo... La influencia de la montaña Sorte atrae toda clase de negatividad... Pero donde la oscuridad impera, pueden nacer luceros resplandecientes... El diablo es inteligente, solo ataca cuando algo lo intimida... Y eso es... Aquel espíritu que crece en ti y que puede generar un cambio.
Jonathan revisó el sobre y un rosario cayó en su regazo. En sus dedos era cálido y los cocuyos reverberantes se agitaban en lo alto del trono... Aquella cruz tallada en un único pedazo de madera dorada formaban la imagen del Cristo crucificado y se leían en minúsculas letras espléndidas.
-Vera Cruz...
-Fernando era un exorcista inculcado en el Vaticano-Eduardo hablaba con la boca abierta-... Mi tío dijo que pertenecía a un ministerio de exorcistas denominado la Junta del Tabernáculo, pero creí que eran cuentos... No podía creer que una reliquia como esta pudiera existir...
-¿Qué significa Vera Cruz?
-La Cruz Verdadera-gesticuló con un tono místico-... Un fragmento de la cruz de Cristo. Santificada con su sangre... Esto...
-No entiendo... ¿Por qué el padre Fernando me dejó esta reliquia si quería que yo tuviera una vida normal?
-Creo que Fernando quería que pelees una batalla espiritual. Que termines lo que él comenzó cuando tomó el caso de este pueblo...
-¿Qué podría hacer yo?
-«Qué deberías hacer tú»-Eduardo paseó la mirada por la sala-... Aunque creo que la batalla se está librando, cada día de nuestras vidas.
Los dos permanecieron en silencio, aclimatados por la audaz soberbia. Cada vez que pensaba en si como un guerrero espiritual, el regusto amargo de la muerte le golpeaba el estómago. Veía niños muertos en estanques putrefactos, inocentes usados en maleficios y demonios manipulando cuerpos ajenos. Aquel peso caía en sus hombros, lo hundía en las arenas del tiempo. Su cuerpo era pisoteado por el mar, la gravedad, el mundo daba vueltas... El rosario en su cuello le causaba dolor de espalda.
-¿Te sientes bien?
-Sí...
-Te ves enfermo.
-Tengo mucho que procesar.
-Yo-Eduardo exhibió una expresión inescrutable-... No sé muy bien como te sientes. Soy bastante insensible... pero sí sé, que necesitas estar solo.
Aquello fue lo más sensato, Eduardo no tenía un sentido de la empatía muy desarrollado así que se pasó el resto de la tarde meditando y releyendo la carta de Fernando. No era un hombre de Dios, mucho menos un guerrero... Pero tenía una tarea.
«Dimicatio», había dicho Fernando unos días antes de su muerte. Aquella palabra contenía un significado extraño... Los demonios pululaban en aquel pueblo. No quería entregar el resto de su vida al servicio de la iglesia, no era ese tipo de hombre. Pero quizás el «dimicatio», era una conjuración sacerdotal capaz de liberar al pueblo de la oscuridad durante las celebraciones de octubre. Su deber era convencer al presbítero... Estuvo el resto del mediodía solo, reuniendo fuerzas, hasta que por fin salió al purpúreo atardecer del otoño venezolano. Cuando llegó a la iglesia un tono rosáceo reverberaba por los crisoles coloridos de la capilla y su quietud perenne lo llenó de consuelo. Estaba vacía, salvo por Pablo que sacudía el polvo del suelo de mármol con una escoba. El disgusto predominaba en sus ojos de agua marina.
-Todos te esperamos durante el velorio-el monaguillo dejó la escoba apoyado en una vitrina-... Él hablaba muy bien de ti y no fuiste...
-Lo lamento... Pero he visto a tantos de mis allegados morir repentinamente, que me hubiera destrozado volver a sentirlo.
Pablo apretó los labios y dos agujeros surgieron de sus mejillas.
-Pero él te dejó su legado. En su testamento te dejó su maletín y sus reliquias, la casa donde vivía se la cedió al Vaticano.
-¿Su maletín?
-Sí... Quizás puedas conseguir virtud en ella.
El maletín, por supuesto; pensó ignorando la espina del monaguillo. Le pidió que se lo trajera y lo escudriñó mientras se alejaba esparciendo un perfume mentolado, su andar desgarbado hacía pensar a Jonathan que tal vez fuera un mariposón. Se río en silencio mientras esperaba en una de las butacas, miraba la estatua del Cristo crucificado y se preguntaba sobre sus razones... ¿Cómo había terminado en aquel momento?
Las puertas se abrieron con un estruendo. Cinco figuras, con trapos cosidos cubriendo sus rostros y ropas negras, irrumpieron en el silencio de la capilla... Escuchó una botella de vidrio romperse y un muro de fuego le golpeó el rostro con un calor. Se alejó del resplandor y las figuras encapuchadas arrojaron otra botella de gasolina al altar, los Santos fueron abrasados por las llamas. Jonathan saltó sobre las sillas que empezaban a humear...
-¡No te muevas!
Una figura alta y masculina se erigió ante él con una pistola, lo apuntaba al pecho, se sintió indefenso en aquella situación y el estómago lo traicionó, comenzó a ponerse pálido como naftalina. Las vidrieras explotaron, esparciendo vidrios por toda la iglesia y el presbítero apareció con el hábito puesto y la boca abierta. Una de las figuras negras maldijo y le lanzó una de las botellas de gasolina a los pies, las llamas estallaron ante él, lamiéndole los ruedos de la túnica. Pablo apareció por detrás y tiró del brazo de Carlos, alejándolo de aquellos matones.
Las figuras misteriosas destruyeron la capilla con el furor de las llamas... El Cristo redentor ardía inmutable, hasta que el hombre ante Jonathan le disparó al abdomen y lo quebró a la mitad. Las figuras encapuchadas arrojaron las últimas botellas y corrieron fuera de la capilla... Jonathan corrió en su búsqueda y saltó las butacas que ardían con fuerza, la alfombra le quemó los zapatos y una de las puertas pesadas de madera se incineró hasta que una de ellas se desprendió y por poco lo aplastó. El humo negro y agrio presionaba sus pulmones, cuando salió al exterior, dio una profunda bocanada que le provocó un acceso de tos. Una figura pequeña y curvilínea apareció ante él con una pistola, sus manos temblaban, la joven encapuchada levantó el arma al cielo y disparó... Todos corrieron a una camioneta blanca y se marcharon a toda velocidad.
La capilla ardía vomitando llamas doradas y humo negro por sus ventanas... Pensó en el presbítero, en como sus talones ardieron. Enseguida cogió aire y un poco de valor; saltó la puerta siendo abofeteado cruelmente por el calor, el aire que respiró le quemó el pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. La alfombra ardía y sus ropas también comenzaron a prenderse, el presbítero y Pablo eran rodeados por las llamas en medio del suelo. Jonathan se acercó entre toses y ayudó a Pablo a cargar al presbítero mientras el techo de tablas se madera caía a pedazos... Caminaron sobre las llamas y cuando salieron tenían los rostro enrojecidos y los pies cubiertos de ampollas...
La capilla ardió unas tres horas esa noche, llegó la policía y los bomberos, pero no pudieron salvar el edificio. De las puertas gruesas de madera solo quedaron los goznes de metal, las sillas se convirtieron en un reguero de cenizas y pedazos de madera, del altar solo quedaron trozos de yeso ennegrecido. Incluso las habitaciones ardieron... Jonathan entró mientras el presbítero Carlos testificaba al detective Pierre, encontró lo que buscaba en una de las esquinas, allí estaba intacto el maletín de Fernando. Metió la mano y revolvió los libros en su interior, crucifijos y botellas vacías hasta que tomó un objeto frío, oculto en un cierre difícil de encontrar, adivinó lo que era al instante. Pero no supo para que era...
Sacó un revólver de seis balas del maletín y revisó que estaba cargado... Dos docenas de balas se apilaban en el fondo del maletín... Olía a pólvora y perversión y no sabía cuántos secretos se estaba llevando Fernando a la tumba.