Karol me había mostrado toda la universidad con un entusiasmo desbordante, explicándome cada rincón con una pasión que solo alguien que realmente ama este lugar podría tener. Gracias a su energía contagiosa, mi ánimo estaba al cien, y ahora caminábamos por los enormes jardines de la Universidad Reffirshon, sumergidas en una conversación sobre la arquitectura del campus.
-Este lugar fue construido sobre un antiguo castillo abandonado -me explicó Karol con emoción-. Lo remodelaron, claro, pero sin perder la esencia original.
Eso explicaba la combinación de estructuras medievales con tecnología de punta. El edificio principal tenía torres góticas que se alzaban contra el cielo, con vitrales de colores que reflejaban la luz del sol de manera casi hipnótica. Los muros de piedra antigua estaban entrelazados con enredaderas que le daban un aire místico, como si la historia del lugar se aferrara a sus raíces a pesar de los cambios.
Pero la tecnología moderna estaba por todas partes. Paneles holográficos flotaban cerca de los senderos del jardín, mostrando horarios de clases, anuncios de eventos y hasta mapas interactivos. A lo lejos, los drones patrullaban el cielo como centinelas silenciosos, asegurando la seguridad y el orden en la universidad. Era una combinación perfecta entre lo clásico y lo futurista, como si hubiera sido sacada de una novela de ciencia ficción.
De repente, un estruendo interrumpió nuestra conversación. Un grupo de estudiantes comenzó a gritar y aglomerarse en una de las entradas principales del campus, como si estuvieran presenciando la llegada de alguna celebridad.
-¿Qué pasa? -pregunté, confundida por la repentina conmoción.
Karol miró hacia la multitud y suspiró con una expresión soñadora.
-Las Cuatro R -dijo con una sonrisa boba.
Seguí su mirada hacia la entrada y vi a cuatro chicos que emergían del interior del edificio con una presencia que parecía alterar la misma atmósfera a su alrededor. Eran, sin duda, atractivos, pero el revuelo que causaban me parecía exagerado.
-¿Y ellos quiénes son? -pregunté con curiosidad, sin apartar la vista de los cuatro jóvenes.
Karol se volteó hacia mí con una expresión de incredulidad.
-¿No lo sabes? -exclamó como si hubiera dicho la peor herejía.
Negué con la cabeza mientras acomodaba mis lentes viejos en el puente de mi nariz.
-¿Es que vives bajo una roca, niña? -se quejó dramáticamente.
-Tal vez -me encogí de hombros sin darle demasiada importancia.
Ella rodó los ojos y volvió a fijar su atención en los chicos, lista para darme un resumen detallado.
-Mira bien -dijo, señalándolos uno por uno-. Él es Rasher Riffirshon, el mayor de los hermanos. Es un genio de la música y el arte, además de un amante de la comida china según fuentes altamente confidenciales del comedor escolar.
Observé al chico de ojos verdes y cabello castaño. Era el más alto de los cuatro, con una postura relajada pero imponente. Llevaba una chaqueta de cuero negra sobre una camisa blanca, lo que le daba un aire de músico rebelde. Su mirada tenía un toque travieso, como si siempre estuviera planeando algo.
-Luego está Roderick Riffirshon -continuó Karol-, el segundo hermano. Es el más serio y, honestamente, el mejor en todo lo que hace. ¿Sabías que le encanta el chocolate caliente?
Mis ojos se posaron en él. Era el más distinguido de los cuatro, con un porte elegante y un aura de autoridad. Su cabello era tan rubio que casi parecía blanco bajo el sol, y sus ojos azules eran fríos y calculadores. Llevaba una camisa perfectamente planchada con un abrigo largo, como si estuviera listo para una pasarela en lugar de una universidad.
-No me digas -comenté con sarcasmo-. ¿Lo del chocolate caliente lo sacaste de otro expediente confidencial del comedor?
Karol asintió sin darle importancia y me acalló con un movimiento de su mano.
-Siguiente: Rusther Riffirshon, el tercero -susurró con una expresión enamorada-. Es el más dulce de todos, un maestro del dibujo y un amante de los animales.
Miré al chico en cuestión. Sonreía nervioso ante la multitud, lo que lo hacía parecer más accesible que sus hermanos. Su cabello negro tenía un leve reflejo azul bajo la luz del sol, y sus ojos... ¿eran lilas?, Jamás había visto a alguien con esa tonalidad de ojos. Tenía una apariencia más juvenil y relajada, pero había algo en él que lo hacía destacar de una manera casi irreal.
-Y por último, pero no menos importante... -Karol dejó escapar un suspiro soñador- Randi Riffirshon, el menor de los hermanos.
Mis ojos se posaron en él. Llevaba gafas de sol, pero por un instante juro que vi un destello rojo en su mirada cuando sus ojos se cruzaron con los míos. Su cabello rojizo contrastaba con su piel, que era tan pálida que casi parecía translúcida. Era más alto que Roderick, pero no tanto como Rasher.
-Es un experto en cocina -continuó Karol-, un desastre en los deportes y adora a los niños.
-Así que ellos son los reyes de la universidad... -murmuré, analizando su presencia.
Karol asintió con entusiasmo.
-Y, además, su familia es la dueña de la universidad. Por eso todos los llaman Las Cuatro R.
No entendía el porqué de tanto alboroto. Eran atractivos, sí, pero su aura era extraña, inquietante. Había algo en ellos que me ponía los nervios de punta, pero al mismo tiempo, no podía dejar de mirarlos. Sus rasgos eran demasiado perfectos, sus expresiones demasiado calculadas. Era como si no fueran... normales.
Sacudí la cabeza, descartando esos pensamientos.
-Tengo que ir a clases. Nos vemos luego, Karol -me despedí, sintiendo una inexplicable necesidad de alejarme de los Riffirshon.
-¡Adiós! -respondió, antes de correr de vuelta hacia el alboroto.
Me obligué a ignorar la sensación extraña que me invadía y me dirigí al interior del edificio en busca de mi horario con la directora.
El pasillo estaba completamente vacío, lo cual me ayudó a recuperar el aliento. No me había dado cuenta de lo acelerada que estaba mi respiración.
-Hola.
Un saludo inesperado me hizo sobresaltarme y retroceder un paso.
-¡Joder! -solté al ver a Roderick Riffirshon frente a mí.
Llevé una mano a mi pecho, tratando de calmar mi corazón desbocado.
-Casi me da un infarto -murmuré, mirándolo con reproche.
Él me observó con una mezcla de diversión y curiosidad.
-¿Por qué no estás igual de loca que el resto? -preguntó con arrogancia.
-¿Se supone que debería estarlo? -arqueé una ceja, ajustándome los lentes con indiferencia.
Él sonrió con burla, pero no respondió.
-Tengo que ir por mi horario, Riffirshon. Hasta luego -dije, pasando junto a él.
Su risa ronca me erizó la piel, y la sensación extraña volvió a recorrerme.
"Nota mental: mantente alejada de los Riffirshon."
Ignoré esa inquietante advertencia de mi conciencia y seguí mi camino.
Toqué la puerta de la dirección y, al escuchar un "pase", entré sin dudarlo.