-Por su risa creo que usted no comparte la idea de su novio-. Le dijo Edwin a Ruth.
Ruth respondió –Para nada, o no sé qué pensar, la verdad-.
-Y esta muñeca que dice estar poseída, ¿de quién es?-.
-Es mía- respondió Ruth.
-Muy bien. Dígame, ¿desde cuándo la tiene y como llegó a usted?-.
-La tengo desde muy pequeña-. Respondió la mujer –Me la regaló mi abuela cuando yo era una niña aun y desde ese entonces la tengo conmigo.
-Veo- dijo Edwin -¿Y se puede decir que usted le tiene un cariño especial a la muñeca?-.
-Por supuesto, fue un regalo de mi abuela-.
Esta vez Edwin miró a Elkin y le preguntó -¿Por qué cree usted que la muñeca está poseída?-.
-No sé porque pero al estar cerca de esa muñeca me siento incómodo y hay otras cosas extrañas alrededor de esa muñeca-.
-Cosas ¿Cómo cuáles?-. Preguntó Edwin.
Elkin respondió –Ruth dice que son ideas mías pero juro por Dios que una vez me pareció ver a la muñeca pestañear, además una noche vi a la muñeca caminar por nuestra habitación. Ruth dice que posiblemente fue un sueño, pero yo no lo creo así. Por último, yo tengo un perro y cuando decidimos irnos a vivir juntos a casa de Ruth, me lo llevé conmigo. Pero algo extraño le pasa al perro cuando está ante la presencia de la muñeca, simplemente se pone como loco y no para de ladrarle, ya ahora ni siquiera entra a nuestra habitación-.
-¿Trajeron la muñeca?-. Preguntó Edwin.
Esta vez fue Ruth la que contestó –No. No quise traerla. Me pareció realmente innecesario-.
-Realmente quisiera ver a la muñeca-
Elkin dijo –Lo invito a nuestra casa-.
Y así fue. El tan esperado día de visita a la casa de la pareja llegó para Edwin. En todos sus años de parapsicólogo nunca había tenido un caso como aquel. La mayoría de los casos que las personas le consultaban eran simplemente un fraude. Edwin, solamente jugaba con la mente y la psiquis de los pacientes y les hacía creer lo que él quería que creyeran. Usando trucos básicos, muchas veces engañaba a sus pacientes para que creyeran en supuestos fenómenos paranormales. En toda su vida y en todos sus años de trabajo jamás había presenciado uno de aquellos fenómenos y esperaba que este no fuera la excepción. El supuesto parapsicólogo ya hacia cuentas alegres de cuánto dinero le podría sacar a la pareja sin saber que lo que se iba a encontrar lo llevaría a la tumba.
Inocente y confiado, Edwin llegó a la casa de la pareja con todos sus artefactos, incluidas las Varas de radiestesia, el chengon y otros tantos artefactos que el supuesto parapsicólogo utilizaba para impresionar a sus clientes.
Había algo en esa casa que era diferente y eso Edwin lo notó apenas lo invitaron a seguir dentro de la misma. No supo explicar pero apenas estuvo dentro de la casa, un escalofrió le recorrió todo el cuerpo, además sintió como la temperatura dentro de esa casa era baja en comparación con la de la calle. Quizá todo esto era una advertencia para el hombre, pero él hizo caso omiso a aquello y siguió con su farsa, farsa que le resultaría cara.
-Quisiera ver el cuarto donde está la muñeca-. Dijo Edwin.
-Sígame, por aquí-. Dijo Ruth.
La mujer lo condujo por la casa hasta llegar a una habitación. Edwin no sabía porque pero una sensación extraña crecía en su pecho al caminar por esa casa. Aun así guardó compostura y mostró calma. Debía ser convincente si quería sacar una buena suma de dinero de ese caso.
Al llegar a la habitación se encontró con que la muñeca estaba sobre un estante junto con otros muñecos y peluches, pero esta sobresalía por entre todos pues estaba en la mitad. Esta muñeca era de tamaño de un bebe, era de plástico color negro. Vestía un traje rojo con motivos de flores y tenía puestos unos zapaticos color morado claro con suela blanca. Sobre la cabeza lucía dos ganchos amarillos con formas de mariposas que le recogían su cabello negro formando dos moños.
Edwin cogió la muñeca para observarla bien. La escrutó haciendo toda una parafernalia tal y como era su costumbre en estos casos. Esta muñeca era de las que permanecía con los ojos abiertos mientras se la tenía parada o sentada, pero que los cerraba si se le acostaba.
A todas estas Elkin y Ruth seguían atentos todos los movimientos del supuesto Parapsicólogo.
Edwin, muy consiente que tenía la atención de las dos víctimas potenciales procedió a sacar las herramientas que tenía para estos casos. Lo primero en sacar fueron las varas de radiestesia.
-Voy a proceder a comunicarme con cualquier espíritu que se encuentre en la muñeca o que simplemente esté aquí con nosotros. Para eso usare estas varillas-. Explicó Edwin en tono solemne –Haré unas preguntas que ameriten solo un sí o no como respuesta y la entidad podrá respondernos a través de estas varillas-. La pareja escuchaba perpleja la explicación del Parapsicólogo que hablaba convencido. –Si la respuesta es sí, las varas se alejaran una de la otra. Si la respuesta es no las varas se entrecruzarán-.
Edwin procedió a continuar con su show. Tomó una vara en cada una de sus manos con su pulgar y el índice y las puso una paralela a la otra, procedió a hacer la primera pregunta. Como siempre y sin que las victimas sospechasen, Edwin movía las varas a su voluntad dependiendo de la pregunta, todo con el fin de sacarle partido a la situación.
-¿Hay alguien aquí con nosotros en este momento?-. Fue la primera pregunta que el Parapsicólogo hizo.
Las varillas permanecieron inmóviles. Todo como parte del show de Edwin.
De nuevo volvió a preguntar pero esta vez tampoco se notó movimientos en las varillas. Una tercera vez Edwin preguntó, pero esta vez algo extraño pasó. Sin saber cómo ni el porqué, las varillas se movieron, alejándose una de la otra. Edwin no se lo explicaba, él no había tenido nada que ver en aquel movimiento, más sin embargo guardó la calma y mantuvo la tranquilidad, así eso le provocara miedo.
Aun nervioso, Edwin hizo la segunda pregunta – ¿Te molesta mi presencia?-.
Esta vez las varillas se entrecruzaron entre sí.
Elkin incrédulo dijo –Creo que usted es el que mueve las varillas, déjeme a mí sostenerlas-.
Edwin no supo porque, quizá por el miedo que en ese momento lo embargaba, así que accedió a la petición del hombre.
-¿Hay algún espíritu en esta muñeca?-. Elkin fue directo al grano.
Las varillas se alejaron una de la otra.
Sorprendido el joven soltó las varillas que cayeron en un estrepito no muy fuerte en el suelo de la habitación. Si Elkin tenía dudas del Parapsicólogo, se le fueron en ese momento.
-¿Me pueden prestar el baño?-. Fue lo único que se le vino a la mente al Parapsicólogo en ese momento para tener un momento a solas y pensar que hacer y obviamente calmarse un poco.
Ruth le mostró el baño y Edwin entró. Se echó agua en la cara y se miró en el espejo. Se dio cuenta que las manos le temblaban. En todos sus años de trabajar en ello, nunca jamás había tenido contacto con algo tan real. Trató de calmarse así mismo, se secó el rostro y las manos y salió con el ánimo de terminar rápido con eso e irse de esa casa y lejos de la presencia de esa muñeca.
Al salir del baño las manos y las piernas aun le temblaban y su semblante se palideció un poco.
-¿Qué es lo que está en la muñeca?-. Preguntó Elkin.
Edwin aun consternado respondió –Aun no lo sé, lo único que sé es que es algo muy poderoso-. Sin saberlo Edwin tenía razón.
-¿Y ahora qué sigue?-. Preguntó Ruth que ya a estas alturas se interesaba más en aquello y dejaba su incredulidad y desinterés atrás.
El Parapsicólogo respondió –Voy a interactuar un poco más con el ente-.
Dispuesto a seguir con su farsa e inconsciente de peligro que lo asechaba no solo a él si no a la pareja, Edwin decidió seguir con su show. Y es que el dinero siempre había sido su debilidad. Por causa de ello había perdido muchos amigos, gente buena e interesante que había desechado por la ambición. Pero había una entre todas esas personas que Edwin realmente lamentaba haberla desechado, su otrora mejor amigo, Javier. Los dos se conocían desde muy jóvenes y ambos compartían el gusto por las cosas paranormales. Pero la vida los llevó por caminos separados. Mientras Javier decidió seguir de un modo profesional y serio, ayudando a la gente con su don en los temas paranormales, Edwin decidió llevar a cabo una farsa solo con fines lucrativos.
El parapsicólogo sacó de entre sus cosas una campana de un tamaño no muy grande, dijo –esto se llama el chengón-.
-Le ordeno a cualquier ente que se encuentre presente que se manifieste-. Después de decir aquello, Edwin tocó el susodicho chengón.
El sonido de aquella campana fue claro, agudo y se prolongó por varios segundos. Esta vez no hubo respuesta alguna. Al no tener respuesta Edwin insistió en su pregunta y tocó de nuevo la campana.
Edwin casi se va de culo después de notar como un lamento débil pero audible se escuchó en la habitación. Sonaba como un lamento de una niña.
Elkin y Ruth también lo escucharon y esta última se aferró con fuerza al brazo de su novio.
Y de pronto algo impensado e inesperado sucedió. La temperatura de aquella casa ya de por si fría, bajó notablemente. Pero eso no fue todo, el estante donde estaba la muñeca se empezó a sacudir violentamente tirando a los demás muñecos y peluches al suelo, solo quedando sobre él, la susodicha muñeca, la misma que teniendo la atención de todos, pues estaban estupefactos, pestañeó inexplicablemente. Casi que al instante, el perro de la pareja empezó a ladrar y a chillar de una forma lamentable y desesperante.
Aquello ya fue suficiente para Edwin quien tan rápido como pudo empacó en su maleta sus utensilios y salió de la habitación raudo, desesperado y asustado a más no poder.
-Un momento, usted no se puede ir así no más. Tiene que ayudarnos-. Le dijo Elkin al Presuroso Edwin.
-Perdóneme pero no puedo ayudarlo-. Respondió el parapsicólogo mientras el sudor le empapaba la frente. El miedo lo carcomía. Lo único que quería hacer era salir lo más rápido posible de aquella casa.
-Por favor ayúdenos-. Imploró Ruth.
Edwin estaba decidido a marcharse, pero al ver la cara de genuino sufrimiento y miedo de la joven, se compadeció. Intentó tranquilizarse y trató de pensar en algo. Al final dio con la respuesta, dijo –Yo no puedo ayudarlos pero si se quién puede-.
El parapsicólogo se despidió de la pareja. Solo había alguien que podía ayudar en ese momento así que se dirigió hacia donde esa persona, persona a la que no veía desde hacía muchísimo tiempo.
Por su parte Elkin y Ruth se quedaron de nuevo solos en la casa, solos en compañía de aquella muñeca diabólica. Ambos estaban temerosos así que decidieron quedarse a dormir en la sala. Llegó la noche y con ella la pesadilla. Con las sombras de la noche llegó la actividad paranormal. Elkin y Ruth escuchaban con temor como desde su habitación salían ruidos extraños e inexplicables pues la pareja eran los únicos que estaban en la casa. Estos ruidos eran lamentos, risas y pasos, todos procedentes de la habitación. Después de mucho pensarlo, la duda le pudo a Elkin así que decidió ir a ver quién o qué era lo que provocaba tales ruidos. Armado con el palo de la escoba y secundado por una temerosa Ruth, Elkin avanzó hacia la habitación. Al llegar allí y al encender la luz, se encontraron con que la habitación estaba desierta, fría y lucía tal y como la recordaba de la última vez. La muñeca seguía sentada en su sitio en el estante y los demás muñecos y peluches seguían tirados en el suelo. Ruth, temerosa procedió a recoger sus muñecos y de nuevo los puso sobre el estante. En ese momento y para sorpresa y exaltación de la pareja la muñeca movió la cabeza y de nuevo pestañeó al tiempo que la luz de la habitación se apagó sin explicación alguna. La pareja salió rauda de aquella habitación y se refugiaron en la sala. A todas estas el perro de la pareja ya no ladraba sino que chillaba y temblaba de miedo mientras se refugiaba debajo del comedor. Después de eso la actividad siguió por varios minutos en los cuales de nuevo los lamentos, risas y pasos se volvieron a escuchar. Pero al final por fin se detuvo, ya no se escuchó nada, solo silencio. Ya a esas alturas era pasada la media noche, así que después de mucho intentarlo, la pareja pudo dormir un poco.