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Como le dije a mi madre me presenté en la Mansión Constan y me quedé asombrada, porque si eso era una casa, dónde había estado viviendo yo. La mansión era tan grande que parecía un palacio, era blanca con el techo de un azul oscuro, tenía ventanales grandes y pequeños por toda la casa, el césped se encontraba perfectamente cortado alrededor de un camino que terminaba en una gran fuente y toda la mansión estaba rodeada por una verja dorada de dos metros aproximadamente.
Al llegar a la entrada vi que había un hombre en una pequeña caseta, este al verme salió de ella y se acercó a mí.
-Buenos días, señorita, ¿puedo ayudarla en algo? -dijo amablemente.
El hombre me recordaba a los policías de las películas que se pasaban el día comiendo rosquillas en su escritorio, puesto que era un moreno algo gordito e iba vestido con un uniforme azul muy parecido al de la policía.
-Buenos días, estoy aquí por el trabajo de sirvienta, me dijeron que debía hablar con Madame Müller -dije sonriendo.
-Deme un segundo -respondió haciendo un gesto con la mano. Entró en la caseta, tomó un teléfono que colgaba de la pared y lo vi hablando por unos minutos. Luego de colgar volvió a acercarse a mí-. Puede pasar, Madame Müller la está esperando. Entre y siga hasta el final del pasillo y allí encontrará una puerta donde la estará esperando ella -explicó abriendo las enormes rejas.
-Muchas gracias -respondí comenzando a caminar.
-Espero que consiga el empleo.
-Yo también lo espero.
Mientras más me acercaba a la casa, más grande me parecía; iba a ser difícil aprenderme cada recoveco de ella, ya que no estaba acostumbrada a trabajar en espacios tan grandes.
Seguí las indicaciones que me había dado el guardia y divisé la puerta que me había dicho, me acerqué y en esta me esperaba una señora de mediana edad que llevaba su pelo algo canoso recogido en una cebolla y traía puesto un vestido que parecía del siglo pasado, este era de cuadros con cuello de cisne, definitivamente era horrible.
-¿Deborah Beltrán? -preguntó con un tono algo agudo mientras bajaba los tres escalones que habían antes de llegar a donde me encontraba.
-Así es -afirmé con un asentimiento de la cabeza.
-Bienvenido a la Mansión Constan, yo soy el ama de llaves -se presentó con gran orgullo-, entra, por favor -dijo haciéndose a un lado.
Entré en la casa y me encontré con una amplia cocina blanca. Tenía unos hermosos dibujos en el techo y la pared. En la isla central había un adorno floral que combinaba con el mármol perfectamente pulido, también habían muchas estanterías y gavetas que de seguro escondían algún que otro condimento, además había dos hornos, dos cocinas de inducción con sus respectivas campanas y una pantalla en la pared que imaginaba que era para indicar el menú del día o algún pedido que los señores hicieran desde cualquier parte de la casa.
Mi rostro era de total incredulidad ante esa cocina que era del tamaño de mi casa. Era tan injusto que algunos tuvieran tanto y otros no tuvieran nada.
-Sígueme -ordenó la señora Müller.
Salimos de la cocina y llegamos a un corredor de paredes blancas y sin ningún adorno que pudiera identificarla como parte de la casa. El ama de llaves abrió una de las múltiples puerta del corredor e ingresamos a un pequeño despacho, que era blanco y no tenía muchas más cosas además de una mesa y una computadora, lo que más llamó mi atención en este fue la foto de una joven pareja que tenía una sonrisa la cual reflejaba sinceridad y amor, me recordaba las fotos de mis padres, las cuales había visto muchas veces.
-Tome asiento, señorita Beltrán -dijo Madame Müller tomando asiento al otro lado de la mesa.
Me senté mientras ella habría un sobre y de este sacó unos papeles que comenzó a leer.
-Señorita Beltrán, según dice en este documento su vida laboral comenzó cuando tenía quince años -empezó a decir e imaginé que era la frase con la que siempre empezaba al hacer una entrevista de trabajo.
-Así es, la fecha oficial es esa, pero desde los doce comencé ayudando a mi madre en su trabajo -respondí bajo su atenta mirada, que iba del papel en sus manos a mi cara y viceversa sin hacer ninguna expresión que pudiera delatar sus pensamientos.
-Sí, la señora Luisa lo deja muy claro en su carta de recomendación -explicó ella y la expresión de su rostro no cambió para nada, y eso me sorprendió, ya que por lo general las personas me miraban como si fuera algo raro, puesto que pocas personas comenzaban su vida laboral a tan temprana edad-. Además de eso, ella expresa en su carta, que usted es una trabajadora excepcional, sin fallas hasta hoy -agregó con tono desconfiado.
No sabía si todo lo que la señora Luisa había expuesto en esa hoja era real, pero imaginaba que alguna que otra mentirilla habría. Claro que eso no podía decirlo o mi madre me mataría definitivamente, así que respondí:
-Siempre me he dedicado a mi trabajo y hasta hoy no he recibido ninguna queja -respondí con las palabras precisas para que estas fueran ciertas y a la vez no dejar en mal lugar a la señora Luisa.
-Normalmente no contrato a personas que tengan menos de cinco años de experiencia -respondió y algo dentro de mí gritó: «¡Genial!», porque a pesar de haber aceptado por libre y espontánea voluntad, que me rechazaran era un peso enorme que me quitaban-, pero ya que es un trabajo temporal y la señora Luisa es exigente al igual que yo, quedas contratada - agregó haciendo que toda mi felicidad se disipara.
-¿En serio? -pregunté sin creérmelo aún, porque definitivamente esto tenía que ser una pesadilla.
-Por supuesto que sí, señorita Beltrán, yo no bromeo con mi trabajo -respondió como si la hubiera ofendido-, ahora, venga conmigo -agregó poniéndose en pie.
Llegamos nuevamente a la cocina y dijo:
-Este será tu puesto de trabajo, aunque puede que a veces tengas que realizar alguna que otra tarea -Tomó un respiro y continuó-. Con respecto al horario, trabajará de lunes a viernes desde las 7:00 am hasta las 8:00 pm, no debe preocuparse por la hora, ya que tenemos un auto a disposición de nuestros trabajadores.
-Está bien, el horario me es perfecto -respondí muy conforme, el horario era genial para poder ayudar a mi madre.
-Hoy te enseñaré la casa, y mañana deberás llegar temprano para presentarte a tus compañeros -explicó y sin más se giró saliendo de la estancia.
Paseamos por distintos lugares como el comedor, con sus cortinas cubriendo las ventanas como si estas fueran señoras elegantes vestidas de ceda; un bello candelabro colgaba del techo, la mesa era larga y blanca, con las copas, platos y cubiertos colocados en una simetría perfecta. Los corredores que iban de un lugar a otro, con las paredes llenas de pequeñas formas que se repetían creando un patrón; la piscina, la cual era la parte más moderna de la casa, el agua era tan limpia y cristalina que podía verse el fondo de esta, además de que tenía un puente de madera que conectaba ambos extremos.
Luego de eso caminamos por varios corredores hasta llegar a una gran escalinata que terminaba en el espacioso recibidor.
-Este como puedes ver es el recibidor -señaló Madame Müller haciendo un gesto hacia el enorme lugar-, aquí solo vendrás en caso de que hagan algún baile.
-Está bien, ¿hay algo más que deba saber o ya me puedo ir? -pregunté con cansancio, llevaba dos horas en esa casa y ya deseaba irme.
-Sí, eso es todo -concluyó la señora Müller-, solo recuerda venir mañana temprano.
-Muy bien, hasta mañana -dije y sin más que decir salí por donde mismo había entrado y al hacerlo el hombre que me había recibido preguntó:
-¿Consiguió el empleo?
-Sí -respondí con una sonrisa-. Por cierto, no le pregunté cuál era su nombre.
-Me llamo Jack, mucho gusto -se presentó levantando la gorra que traía puesta en forma de saludo.
-Yo soy Deborah, un placer -me presenté-. Bueno, supongo que nos vemos mañana.
-Adiós, Deborah -se despidió Jack.
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Llegué a la casa a las tres de la tarde, pues el autobús se demoró mucho en pasar, al llegar, nada más abrir la puerta mi madre me asaltó.
-¿Conseguiste el empleo? -preguntó con ojos curiosos y emocionados a la vez.
-Buenas tardes para ti también -respondí entrando en la casa.
Mi madre era desesperante cuando se lo proponía, y esta era una de esas ocasiones.
-¡Habla ya! -exclamó como si mi respuesta fuera a salvar al universo.
-Sí, me aceptaron -dije tirándome dramáticamente en el sofá.
-¡Qué buena noticia! -gritó dejándome sorda, de verdad, que si los médicos no dijeran que su corazón estaba mal yo no lo creería.
-Sí, grita de felicidad, mientras, yo voy a descansar un rato -murmuré levantándome.
Me fui a mi cuarto, programé mi viejo despertador para las cinco aproximadamente y me acosté un rato. El día había sido agotador.
Al despertar miré el reloj y eran las seis de la tarde, lo que me sobresaltó.
-¡Maldición, ya es tarde! -dije levantándome de la cama.
Me fui directo a la ducha sin pararme a pensar que me pondría, simplemente tomé un pantalón a juego con un pullover negro y para combinar me puse unos tenis del mismo color. No me maquillé mucho solo me puse un poco de base y labial, aunque consideraba que con o sin maquillaje me veía igual, puesto que era una chica común y corriente, de mediana estatura, cuerpo poco voluminoso, pelo castaño algo ondulado, no, nada excepcional, claro a diferencia de mis ojos color turquesa, que era en lo único que me parecía a mi madre.
Salí de mi habitación y mi madre me miró de pies a cabeza.
-¿A dónde vas, mi niña? -preguntó mirándome raro.
-Voy a cenar fuera -respondí algo cortante.
-¿Con quién? -preguntó con tono emocionado.
-Con un idiota que conocí en el parque ayer, nada importante -bufé recordando al hombre que había conocido ayer.
-¿Y era guapo? -interrogó mamá cada vez más interesada en la historia.
-Bueno era... -en ese momento sonó el teléfono salvándome de dar explicaciones.
Con gran rapidez me acerqué a este y contesté:
-Diga.
-Ya estoy aquí señorita Beltrán.
-¿Señor Kosyan? -pregunté confundida.
-Le dije que conseguiría su número y dirección a como diera lugar -respondió con tono autosuficiente confirmando mi sospecha.
-Bajo en un minuto -dije para luego cortar la llamada.
-Me voy -le informé a mi madre abriendo la puerta.
Vivía en un cuarto piso, pero no había ascensor, así que tenía que bajar las escaleras, en realidad no quería seguir bajando, pero una apuesta era una apuesta.
Al llegar al último escalón y mirar hacia la calle me encontré con Dylan apoyado en un Lamborghini. Me extrañó verlo con ese auto, ya que este solo se lo había visto en la televisión a personas de la nobleza.
-Buenas tarde, señorita Beltrán -saludó Dylan haciendo una reverencia lo que era equivalente a estarse burlándose de mí.
-Llámame Deborah -le dije cansada de que me llamara «Señorita Beltrán».
-Solo te llamaré Deborah si tú me llamas Dylan.
-Está bien, Dylan -respondí levantando las manos en son de paz.
-¿Nos vamos? -preguntó abriendo la puerta del auto para que yo subiera.
-¿Cómo es qué tienes un auto tan caro? -pregunté mirándolo con curiosidad.
-Te cuento cuando estemos en un lugar más cómodo -respondió él indicándome con la mano que entrará al auto.
Me subí a este puesto que quería saber más de él, tenía curiosidad de saber cómo había conseguido un auto así.
Cerró la puerta del copiloto y lo vi rodear el auto para sentarse junto a mí en el asiento del conductor.
En los primeros minutos ninguno de los dos dijo nada, yo por mi parte esperaba una respuesta, pero en lugar de eso, lo que mencionó me dejó muy confundida.
-Estás muy hermosa.
-¿En serio? -pregunté confundida, él asintió-. Pues... gracias -fue lo único que pude decir, jamás nadie a excepción de mis padres me había dicho que era hermosa.
-Estas algo callada, y para mí eso es extraño, porque en el poco tiempo que te conozco nunca te he visto callada -habló Dylan sin quitar los ojos de la carretera.
-Es que esperaba que contestaras la pregunta que te había hecho -respondí encogiéndome de hombros.
-Sí que eres curiosa -apartó los ojos del camino para mirarme un momento y luego regresarlos-, te responderé cuando estemos en el restaurante.
-Pero... -quise protestar, pero me cortó.
-Cuando estemos en el restaurante -respondió mirándome con sus penetrantes ojos oscuros y sentí una presión que me fue difícil describir.
-¿A qué restaurante vamos? -decidí cambiar la conversación mirando por la ventanilla.
-¿Eres periodista? -preguntó con una media sonrisa que me dejó sin palabras, pero ¿qué me sucedía? ¿por qué me sentía así?
-No, pero mi mejor amiga quiere estudiar periodismo, supongo que algo se me habrá pegado de ella -contesté sin saber a qué se debía su pregunta.
-Entonces, si no eres periodista deja de hacer preguntas y disfruta del viaje -respondió Dylan terminando con la conversación.
No volví a hablar hasta que paramos y al levantar mi mirada hacia el restaurante solo me pude fijar en el nombre de este, quedé boquiabierta.
-¿Atlanta? -pregunté atónita, para luego dejar de ver el letrero y mirarlo, al ver que asentía, continué-: Pero es la mejor cadena de restaurantes de Veldania, ¿cómo es qué puedes venir aquí?
No respondió a mi pregunta y se bajó del auto, para luego rodearlo y abrirme la puerta, me tendió la mano para ayudarme a bajar.
-Dentro del restaurante podrás seguir con el interrogatorio -dijo sonriendo cuando estuve a su lado, yo me sentía como una boba mirando su sonrisa y mi cerebro me pedía a gritos que reaccionara. Su manera de actuar era diferente de la del día anterior, lo que me sorprendía y confundía a la vez.
Entramos en el restaurante, donde una chica nos llevó hasta nuestra mesa después de confirmar nuestra reservación y nos entregó el menú, del cual no entendía ni una sola palabra.
De pronto apareció el camarero para tomar nuestra orden. Dylan pidió calamar y cigala o algo así lo escuché pedir, entonces se giró hacia mí.
-¿Qué quieres pedir, Deborah?
-Lo mismo que has pedido tú -respondí dejando el menú a un lado, no sabía que diablos había ordenado, solo esperaba que estuviese bueno.
-Bueno, dos calamares y cigalas con salsa americana de café y curry, y el mejor vino de la casa -le dijo Dylan al camarero.
Cuando este se retiró, yo ya no aguantaba más la curiosidad así que con tono insistente volví a preguntar.
-¿Ya puedes contestar a mis preguntas?
-Sí, señora, ya podemos iniciar con el interrogatorio -bromeó acomodándose en el asiento- ¿Cuál es tu primera pregunta?
-¿Cómo es que tienes un auto tan caro? -pregunté gesticulando con las manos.
-Si tu pregunta es si soy de la nobleza la respuesta es no -respondió cruzando las manos encima de la mesa.
-Entonces, ¿cómo explicas que tengas un auto tan lujoso y que me hayas traído al restaurante más caro de la ciudad? -respondí porque no entendía nada, ya que los únicos que podían darse este tipo de lujos eran los nobles y algún que otro empresario.
-Todo tiene una explicación, mis padres son embajadores de Francia en este país, por eso tengo ese auto y te he traído aquí -respondió-, viajo mucho y no logro hacer verdaderos amigos es por eso que quise cenar contigo, para conocerte mejor.
Cuando iba a hablar nuevamente, llegó el camarero con nuestra orden y otro con una botella de vino.
-Disfruten de su comida -nos dijo uno de ellos y colocó los platos, el otro abrió la botella y nos sirvió.
Después de que se retiraran vi como Dylan empezaba a comer, miré los cubiertos bien colocados al lado del plato, pero ¿cuál debía escoger?. Había tantos.
-¿Qué sucede? ¿No te gusta la comida? -preguntó Dylan dejando de comer algo preocupado.
-No, no es eso -respondí sonriendo-, es que no sé que cubierto debo usar.
-Así que era eso -dijo riéndose.
-¡Oye! No te rías de mi infelicidad -respondí haciendo pucheros, tenía tanta hambre que temía que mi estómago comenzara a gruñir.
-Tranquila, no te alteres, toma estos cubiertos -dijo señalando a los que tenía en la mano.
-¿Estos? -respondí tomando los cubiertos de la mesa.
-Sí, son esos -respondió metiéndose otro pedazo de comida a la boca.
Comencé a comer y estaba delicioso, aunque la ración de comida era minúscula, para no decir que casi ninguna.
-¿Cómo está la comida? -preguntó Dylan señalando mi plato que estaba casi vacío.
-Está muy buena, pero es una ración muy pequeña, para llenarme necesitaré tres platos por lo menos -murmuré acercándome a él para que nadie me escuchará.
-¿Y qué propones que hagamos? -murmuró sonriendo.
-Bueno tú me trajiste a tu área gastronómica, ahora déjame llevarte a la mía -dije recostándome en el asiento.
-Me parece bien -dijo y le hizo una seña al camarero para que se acercará, pidió la cuenta y nos fuimos hasta el estacionamiento.
Cuando nos montamos en el auto Dylan preguntó:
-¿A dónde vamos?
-Tú solo sigue mis instrucciones y disfruta del viaje -respondí dándole de su propia medicina.
-Está bien -dijo divertido porque le dijera lo mismo que él me dijo.
Salimos del aparcamiento y le di las instrucciones hasta que llegamos a la calle donde estaba mi puesto de papas fritas favorito.
-Llegamos -anuncié quitándome el cinturón.
-¿Un puesto de papas fritas? -preguntó arqueando una ceja.
-No te equivoques, este no es un puesto de papas fritas normal, sino que es el mejor puesto de papas fritas de la ciudad -aclaré abriendo la puerta del auto.
Nos bajamos delvehículo y me acerqué al puesto.
-Buenas noches, nos da dos paquetes de papas fritas -le dije a la mujer que atendía el carrito y esta me pasó el pedido con una sonrisa.
-Tome, espero que lo disfrute -respondió la mujer dándome los paquetes de papas fritas-. Vuelva pronto.
-Claro que lo haré -dije girándome hacia Dylan.
Le tendí uno de los paquetes y Dylan me miró como si le ofreciera algo desagradable de comer.
-¡Oh vamos!. Ni que te estuviera ofreciendo algo raro de comida, además las papas de este lugar son muy buenas -dije señalando el puesto con la cabeza.
-No, muchas gracias -respondió girando la cabeza como si no pudiera ni mirar las papas.
-Prueba, aunque sea una -dije acercándole una a sus labios mientras reía por su manera tan ridícula de comportarse. Movió la cabeza de forma negativa y apretó los labios.
-Por favor, solo una -dije intentando que se comiera la papa- ¿Es qué le tienes miedo a una pobre papa frita? -agregué burlándome.
-Está bien, pero solo una -dijo metiéndose una en la boca, de golpe sus ojos se iluminaron y tomó otra papa-, quizás dos o tres.
-Te dije que eran deliciosas -le recordé dándole uno de los paquetes.
-Sí, son muy buenas -dijo sonriendo.
-¿Puedo confesarte algo?
-Claro, me encantan los secretos -dijo acercándose más a mí haciendo del momento algo íntimo.
-Esto no es ningún secreto -le dije riéndome, por lo curioso que se mostró-, es que quería decirte que te juzgué mal, pensé que eras un chico rico que no veía más allá de sus narices, pero ahora que te conozco un poquito, te debo una disculpa -dije bajando la cabeza avergonzada por haberlo juzgado mal sin apenas conocerlo.
-Mírame Deborah, por favor -dijo Dylan alzando mi rostro y me quedé mirando sus ojos oscuros como la noche-. No debes pedirme disculpa, yo actué mal ayer cuando nos conocimos y es por eso que quien debe pedir disculpas soy yo -agregó y eso me hizo sonreír, el Dylan de hoy no tenía nada que ver con el que había conocido en el parque, lo que me alegraba.
Nos quedamos un rato hablando de todo un poco y me di cuenta de que Dylan distaba mucho de la primera impresión que me había llevado de él. Era un hombre bastante agradable, además de culto, apuesto, algo fanfarrón y autosuficiente, en fin, era una persona que te hipnotizaba con su voz y sus historias.
De repente reaccioné, mañana tenía que levantarme muy temprano y ya debía ser tarde.
-¿Qué hora es? -pregunté interrumpiendo lo que me estaba contando.
-Son las nueve -dijo mirando su reloj.
-Es muy tarde, ya tengo que irme -dije caminando hacia el auto.
-Pero si aún es temprano -contestó caminando detrás de mí.
-Otro día sería temprano, pero hoy ya es muy tarde -respondí cuando llegamos al auto-, por favor llévame a casa.
-Está bien -dijo abriendo la puerta del auto, pero la volvió a cerrar agregando-, solo si me prometes que volveremos a salir.
-Por supuesto, me he divertido mucho contigo -respondí con toda la sinceridad del mundo.
A él pareció agradarle mi respuesta y abrió la puerta del auto con una sonrisa tonta.
Me llevó hasta la casa y el paseo me pareció muy corto. Ahora que conocía un poco mejor a Dylan quería ser su amiga a pesar de lo que me hacía sentir en algunos momentos.
Llegamos hasta el edificio donde vivía y me bajé del auto, Dylan también se bajó, lo rodeó y se acercó a mí.
-Bien, ya estás sana y salva en tu casa -susurró muy cerca de mí.
-Gracias por esta maravillosa cena -dije y me di la vuelta para entrar al edificio, pero Dylan me tomó la mano.
-¿Cuando nos veremos de nuevo? -preguntó cuando me volví hacia él.
-Tienes mi número y sabes dónde vivo, cuando quieras salir llámame. Nos vemos otro día -respondí intentando no hacer su mano a un lado, por la rara sensación que me daba su toque.
-Nos vemos -se despidió soltándome, lo que alivió mi tensión.
Subí hasta mi casa y al entrar mi madre junto a Paty estaban sentadas en el sofá viendo la novela preferida de mi madre.
-¿Cómo estuvo tú cena? -preguntó mi madre al ver que había llegado.
-Mejor de lo que esperaba -respondí con una sonrisa.
-Ven -dijo Paty haciendo un gesto para que me sentara junto a ellas en el sofá-. Ahora, cuéntanos todo -agregó cuando ya estaba sentada junto a ella.
Con toda su atención puesta en mí les conté la manera en la que Dylan y yo nos habíamos conocido, cómo había perdido esa apuesta, pero sobretodo lo que me había hecho sentir en esta cena. Mi madre maravillada solo pudo aplaudir y felicitarme como si ya fuera mi novio, a lo que se sumó mi amiga.
Poniéndome en pie y muy seria les dije:
-Déjense de tonterías, apenas lo conozco.
Luego me fui a mi cuarto y al cerrar la puerta, una sonrisa volvió a reinar en mi rostro. Nunca me había sentido tan feliz por haber perdido una apuesta.